A la vista el derbi del sábado contra el Real Madrid, la figura de Julián Alvarez emergió entre la crisis, cuando el Atlético de Madrid perdía por 1-2, ya en el minuto 78, contra el Vallecano, cuando la personalidad, el fútbol y el talento del delantero argentino surgió decisivo, no sólo con el empate, sino con el golazo de una victoria vital (3-2).
Su zurdazo, su efecto, el 3-2, desataron la apoteosis del Metropolitano, en el momento más comprometido cuando las sombras eran tan alargadas sobre este inicio de LaLiga del Atlético, cuando desventaja sobre el liderato se disparaba hasta los doce puntos y cuando la realidad era insoportable para el equipo de Diego Simeone, de nuevo sin contundencia.
Todo lo cambió Julián Alvarez, que solventó su reválida con lo más importante, la victoria. Suya, del Atlético y de Simeone, desbordante de tensión todo el encuentro en la banda. Era un partido para tantos o más nervios. Los seis de quince puntos hasta ahora (9 de 18 tras el encuentro) ponían (y ponen) al equipo y al técnico en una presión y un riesgo exagerado con tan pocas jornadas, cuando asoma el Real Madrid en el Metropolitano.
A nueve puntos del liderato incontestable del conjunto blanco (a doce empezó el duelo en el Metropolitano), la victoria era indispensable. Una condición de vida. Un requisito de supervivencia. No había Liga (ni derbi en toda su dimensión el sábado) sin un triunfo antes contra el Rayo, al que abordó desde una alineación distinta, pero con su mejor goleador.
Mientras aparecieron por el equipo inicial Nahuel Molina para combinarlo por la derecha con Marcos Llorente, ambos claves en el recorrido hacia el 1-0, Javi Galán o Gallagher, mientras se consolida Koke como la mejor solución actual en el medio centro y repiten indiscutibles Pablo Barrios y Le Normand, tampoco rota Julián Alvarez.
“Es el mejor jugador que tenemos y lo necesitamos”, proclamó Simeone en la víspera, entre el ruido de los cambios del campeón del mundo argentino en casi todos los partidos de esta temporada, el último contra el Mallorca, cuando el máximo goleador de la pasada campaña falló un penalti, se frustró ante Leo Román y acabó sustituido, incluso molesto.
Este miércoles, ‘La Araña’ se rehízo rápidamente. Junto a Griezmann, quizá el futbolista con el que mejor ha explotado sus cualidades en el pasado, Julián Alvarez formó en el ataque, corrió y marcó el 1-0, con un remate más complejo de la apariencia, en un centro pasado de Marcos Llorente, de nuevo a una altura notable, y con Molina como origen.
La volea con la izquierda, en la segunda oportunidad del Atlético, allá por el cuarto de hora (la primera fue en el minuto 12 por medio de Griezmann) puso en evidencia todo el sistema defensivo del Rayo. Nadie intimidó el avance de Barrios, nadie atendió a Molina, pegado a la línea de cal, ni nadie salió a incordiar a Llorente, en el envío al área desde la derecha. Aún más allá, a Lejeune le sobrepasó el centro. Demasiadas concesiones.
El Atlético lo consideró suficiente. Le bastó con el 1-0. El Rayo amagó sin más un rato. Pero en esa dinámica de encuentro siempre habrá algún momento de inspiración, como el pase de Pep Chavaría, en la distancia entre Molina y el central. Un carril espléndido para Fran Pérez, cuyo centro lo empeoró la finalización de Alemao, en boca de gol, con todo a favor, con un movimiento extraño y con un remate fallido. Él reclamó penalti. Ni el árbitro ni el VAR lo entendieron como tal. Tampoco lo pareció en las imágenes televisivas.
Una advertencia seria para el Atlético, que aún no presiona como debe, no controla todo como quiere y no remata los encuentros con la contundencia que reclama Simeone: antes del intermedio, un nuevo centro de Molina lo combinó Julián con un toque alto. No le dio tiempo a armar el remate con la velocidad del envío. Fue un buen pase de Molina.
Y pasó lo que pasó. Cuando bajas la intensidad, cuando te conformas con lo mínimo, la elite no perdona. Justo cuando el cuarto árbitro anunció el minuto de añadido, Pep Chavarría soltó un zurdazo maravilloso desde más de 35 metros. Un trallazo que acarició el poste y se coló en la escuadra con una fuerza endiablada. Un golazo. Y una reprimenda.
Cuando el Atlético enfiló el vestuario, ya hubo algunos pitos de la grada. El equipo rojiblanco se ha adelantado en todos y cada uno de sus seis encuentros de LaLiga hasta la fecha. En todos menos uno (el 2-0 al Villarreal), el rival lo empató después. Debe hacérselo mirar. No es una casualidad, implica una reflexión y necesita una reacción.
No la encontró primero el Atlético, agarrado a los reflejos de Oblak para sostenerse en el 1-1 en una inmejorable ocasión de Isi dentro del área ante el guardameta esloveno. Un susto tremendo. A golpe de intensidad, entre los regates de Julián Alvarez, con el juego trasladado al campo contrario, encendida la afición y, por fin, el equipo, con Pablo Barrios omnipresente en cada lance, creció el Atlético, pero sin tino de nuevo.
Nico González falló un gol cantado. Un cabezazo tan cómodo, tan solitario, que cuando el centro de Barrios surcó el cielo hacia su testa, los 54.098 espectadores visualizaron el 2-1. Demasiado cruzado su remate, no fue el gol tan ansiado. Tampoco otra opción de Giuliano, a pase de Julián Alvarez. Le faltó determinación y calidad en la definición.
Ni unas cuantas acciones más sobre el área del Rayo, cada vez más exigido y resistente, pero también, de pronto, con una volea de Balliu que casi sorprende a Oblak, que salvó otro gol después, cuando el partido de movía en el fino filo de la derrota o la victoria para cualquiera de los dos. Todo tan incierto como la temporada hasta ahora del Atlético.
No hay mejor evidencia que el 1-2 ya en el 78. La pérdida de Nico González, el pase de Isi y la carrera libre de Álvaro García entre los tres defensas del conjunto madrileño, entre el desbarajuste total del esquema de Simeone. El extremo regateó a Oblak y marcó el 1-2. Y dos minutos después empató el Atlético, a centro de Ruggeri, recién entrado, tras un cabezazo de Giuliano y un rechace de Batalla que Julián Alvarez remachó a gol. El 2-2.
Y apretó el Atlético, más y más de nuevo, cuando Giuliano perdonó el 3-2 solo, contra el larguero, cuando Raspadori remató demasiado cruzado, cuando lo vorágine dirigió al conjunto rojiblanco a la épica, que no habría sido tal sin la calidad de Julián Alvarez. Su golazo, ya en el 88, el tercero suyo del partido, cambió la crisis por la esperanza.