Un año después de la histórica sentencia del caso Pelicot, dictada el 19 de diciembre de 2024, en la que 51 hombres fueron condenados por agresión sexual y violación a Gisèle Pelicot entre 2011 y 2020, Francia no es la misma.
El país vivió desde el inicio del juicio, en septiembre de 2024, una ola de concienciación feminista que atravesó sus fronteras. Aquella fue una condena histórica a medio centenar de hombres, que respondieron a la llamada del instigador del plan, el exmarido de la víctima, Dominique Pelicot, hoy de 73 años y en prisión, condenado a la pena máxima de 20 años.
A partir de ese 19 de diciembre de 2024, Francia decidió seguir los pasos de España e incorporar la noción de consentimiento en el código penal. Finalmente fue ley el 7 de noviembre de este año, cuando se incluyó en el Diario Oficial, tras largos debates tanto en la Asamblea Nacional como en el Senado, donde la norma se adoptó definitivamente el 29 de octubre.
De esta manera, según la ley francesa, «constituye una agresión sexual cualquier acto sexual no consentido cometido sobre otra persona», tal y como quedó redactado en el artículo 222-22 del código penal.
La dificultad de probar el delito sexual
Organizaciones feministas denuncian el funcionamiento de la Justicia y la dificultad de que se reconozca a las víctimas de violación como tales.
En 2023 hubo 114.100 denuncias por agresión sexual en Francia, según datos oficiales, de las cuales 6.356 terminaron en condena. Dicho de otra manera, apenas el 5,6 por ciento de los casos tuvo una sanción.
Este cambio normativo marca un antes y un después en la Justicia francesa porque, en el caso Pelicot, tanto los violadores como sus abogados trataron de cuestionar la versión de la víctima durante el juicio, aprovechando que el consentimiento no era un elemento que tener en cuenta para probar el delito.
Sin necesidad de pedir la conformidad a la otra persona, algunos letrados trataron de demostrar que la víctima participaba del delito y, por tanto, no constituía una violación sino un juego sexual de una pareja liberal.
Sin embargo, las pruebas gráficas -centenares de vídeos y fotos que el propio Dominique Pelicot tomaba de las violaciones- fueron claras y concluyentes para probar los delitos sexuales.
Él mismo reconoció desde el inicio los hechos, después de haber atentado en decenas de ocasiones contra la integridad física de la que hasta 2020 fue su esposa.
La dormía hasta el borde del coma, según determinaron varios expertos, con ansiolíticos que le ponía en la comida, lo que provocó que no guardara ningún recuerdo de las violaciones a las que era sometida.
Gisèle Pelicot vio cómo su salud se degradaba. Sufría sangrado abundante, pérdidas de memoria durante el día, se dormía a menudo y perdía peso. Ante la angustia de padecer alzhéimer, un cáncer u otra enfermedad se fue sometiendo a chequeos médicos, a los que era acompañada por su exmarido, sabedor de lo que le ocurría a su expareja.
Durante todo ese tiempo ningún experto fue capaz de determinar que lo que le pasaba a aquella mujer era que estaba siendo violada bajo sumisión química por su marido. Nadie imaginó un solo momento que el hombre con el que se casó en 1973, cuando tenían poco más de 20 años, estaba abusando de ella.
Tras aquel calvario, un juicio histórico y otro en apelación -porque un condenado planteó un recurso del que salió nuevamente sentenciado y con una pena mayor, de nueve a diez años de cárcel-, en 2026 Gisèle Pelicot contará en un libro su versión de los hechos.
‘Et la joie de vivre’ (‘Y la alegría de vivir’) se publicará el 17 de febrero. En España lo hará el mismo día con el título ‘Un himno a la vida’, con la editorial Lumen.
