Etiqueta: Segunda Guerra Mundial

  • ADN revela que Hitler padecía síndrome genético que afectó su desarrollo sexual

    ADN revela que Hitler padecía síndrome genético que afectó su desarrollo sexual

    El dictador alemán Adolf Hitler padecía el síndrome de Kallmann, un trastorno genético que impide la pubertad normal y afecta el desarrollo de los órganos sexuales, según revela un análisis de ADN difundido por el Canal 4 de la televisión británica.

    El hallazgo forma parte del documental “ADN de Hitler. Proyecto de un dictador”, que será estrenado este sábado. La investigación fue dirigida por la genetista Turi King, reconocida por haber identificado en 2012 los restos del rey Ricardo III, monarca inglés del siglo XV.

    Para el estudio, los investigadores secuenciaron el ADN extraído de un trozo de tela ensangrentada del sofá en el que Hitler se habría suicidado en 1945, durante los últimos días del Tercer Reich en su refugio de Berlín. Según el documental, uno de los soldados aliados que ingresó al búnker se llevó el pedazo de tela como recuerdo, el cual ha sido conservado durante décadas.

    El diagnóstico genético es coherente con antiguos registros médicos. En 2010, investigadores alemanes hallaron documentos de la prisión de Landsberg —donde Hitler fue encarcelado tras el fallido golpe de Estado de 1923— que señalaban que padecía criptorquidia, es decir, que uno de sus testículos no había descendido completamente.

    El síndrome de Kallmann, además de afectar la producción de testosterona, puede estar asociado a micropene en algunos pacientes, y suele implicar bajos niveles hormonales y falta de desarrollo sexual secundario.

    Turi King explicó que la motivación detrás del proyecto fue puramente científica, y que si bien muchos laboratorios se negaron a participar, ella decidió hacerlo “con el máximo rigor y responsabilidad”.

    “La genética no justifica en absoluto lo que hizo Hitler”, aclaró en el documental.

    King también descartó la hipótesis de que el dictador tuviera ascendencia judía, una teoría que ha circulado durante años sin fundamento concluyente.

    “Si Hitler hubiera conocido los resultados de su ADN, probablemente se habría condenado a sí mismo a las cámaras de gas”, reflexiona King, aludiendo a las políticas eugenésicas que promovió el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

     

     

  • "Aldeas Infantiles SOS" reconoce que su fallecido fundador abusó sexualmente de 8 menores

    «Aldeas Infantiles SOS» reconoce que su fallecido fundador abusó sexualmente de 8 menores

    El austríaco Hermann Gmeiner, fallecido en 1986 y fundador de la reconocida ONG ‘Aldeas Infantiles SOS’, abusó sexualmente de al menos ocho niños en Austria entre las décadas de 1950 y 1980, según reconoció este jueves la propia organización.

    Gmeiner, fallecido en 1986 a los 66 años, habría cometido «abuso sexual y violencia física» contra ocho varones menores de edad, si bien no se pueden descartar más casos, explicó ‘Aldeas Infantiles SOS Austria’ en un comunicado en su página web.

    Entre 2013 y 2023, los ocho afectados participaron en un proceso de protección de víctimas y recibieron una indemnización de 25.000 euros cada uno, además de apoyo terapéutico.

    Al parecer, no hay niñas entre las víctimas de los abusos de Gmeiner.

    «En las últimas semanas, las víctimas se han puesto en contacto con nosotros, hemos investigado activamente, hemos identificado los casos históricos, nombramos los hechos y ponemos todo sobre la mesa», dijo Annemarie Schlack, directora ejecutiva de ‘Aldeas Infantiles SOS Austria’ desde 2024.

    «El esclarecimiento se aplica a todos, independientemente de su papel, función, méritos, período, influencia o valor simbólico. Nadie está por encima del principio de responsabilidad, ni siquiera las figuras fundadoras», agregó.

    «Tenemos que reconocer que el sistema del pasado también ha dejado huellas en el presente. Ahora nos separamos de ese pasado, no a través de una actualización, sino mediante un reinicio completo (de la organización)», aseguró la directora ejecutiva.

    ‘Aldeas Infantiles SOS’ es una organización humanitaria multinacional, fundada en 1949 por Gmeiner y con presencia en todo el mundo, incluida América Latina.

    Los casos de abusos anunciados hoy se refieren a la organización en Austria, país de origen del fundador de la ONG tras la Segunda Guerra Mundial.

    El «reinicio» de Aldeas Infantiles SOS anunciado por Schlack tiene dos pilares: revisar el pasado e impulsar un nuevo proceso para el futuro, éste último acompañado por expertos externos a la organización.

    «El objetivo es garantizar la responsabilidad, el control y la transparencia en todos los niveles de forma permanente y reestructurar ‘Aldeas Infantiles SOS’ como una moderna organización de protección infantil con estructuras y estándares contemporáneos», señaló el comunicado de la ONG.

    Solo en Austria, Aldeas Infantiles SOS se ocupa actualmente de unos 1.800 menores de edad, que viven en familias o en viviendas compartidas.

    Gmeiner, fundador de las Aldeas Infantiles en 1949, exportó la idea de educar a niños huérfanos o abandonados en unidades familiares a partir de los años 60 del siglo XX al resto del mundo.

    La primera Aldea Infantil fuera de Austria fue fundada en 1964 en Quito, Ecuador.

    Gemeiner, quien murió soltero y sin hijos a los 66 años de edad a causa de un cáncer, era hasta ahora considerado en su país un «filántropo» y un «héroe de la humanidad», con numerosas condecoraciones, calles y plazas dedicadas en su honor.

  • Un carguero de guerra llamado El Salvador

    Un carguero de guerra llamado El Salvador

    En 1920, en la capital costarricense, el escritor y educador Carlos Gagini (1865-1925) publicó una novela pionera, La caída del águila. Por entonces, buena parte de la intelectualidad centroamericana era abiertamente contraria al expansionismo de los Estados Unidos en la zona, en especial tras su intervención para que se declarara la independencia completa de Panamá y se le permitiera iniciar la construcción del canal interoceánico en ese antiguo departamento de Colombia.

    Entre 1904 y 1908, el profesor Gagini había vivido en la ciudad salvadoreña de Santa Ana. Fue allí donde tuvo oportunidad de darle seguimiento noticioso a lo que acontecía en la cruenta guerra entre el Japón de la era Meiji -empeñado en su occidentalización- y la Rusia de los zares, atrapada en una eterna etapa medieval. El desastre ruso fue mayúsculo y firmar la paz le costó perder territorios e inversiones en Manchuria, Corea y otras posesiones insulares.

    Con aquella victoria, Japón se alzó como una nueva potencia militar en el escenario político global. Intelectuales como el profesor Gagini vieron en el Imperio del Sol Naciente a la única potencia emergente capaz de hacerle frente al poderío estadounidense en su hegemonía en la región latinoamericana, tan presente desde la Doctrina Monroe y más controlada por Theodor Roosevelt con su Política del Gran Garrote y sus intervenciones directas tras la guerra entre Guatemala y El Salvador de 1906.

    En su novela, el profesor costarricense desarrollaba un planteamiento de clara tendencia anti-imperialista, al señalar cómo Japón hacía uso de submarinos y de un explosivo poderoso llamado Japonita para derrotar a las tropas estadounidenses y ocupar su territorio. En auxilio del Trono del Crisantemo, los gobiernos centroamericanos desplegaban una flota con barcos bautizados como algunos de los independentistas del siglo XIX y otros políticos del gobierno salvadoreño encabezado a inicios del siglo XX por el general Tomás Regalado Romero, que fue el que contrató a Gagini para que fuera el director del Instituto de Varones de la urbe cafetalera santaneca. Con ese escenario bélico, el centroamericano se adelantó varias décadas al escritor Philip Kindred Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, CA, 1982) y su escenario alternativo de la Tierra X establecido en su novela The Man In The High Castle (1962), donde Japón y Alemania ganaban la Segunda Guerra Mundial y se repartían el territorio estadounidense.

    Fotografía aérea de la planta constructora de Oregon.

    El domingo 7 de diciembre de 1941, con el sorpresivo ataque naval y aéreo de Japón contra la base insular estadounidense de Pearl Harbor, aquel escenario apocalíptico de ambas obras de ciencia ficción cambió por completo. Al día siguiente, la dictadura salvadoreña encabezada por el brigadier y teósofo Maximiliano Hernández Martínez le declaró la guerra al imperio japonés y, dos días más tarde, a los gobiernos fascista de Mussolini y al nacionasocialista de Adolf Hitler, sus territorios coloniales, sus protectorados y cualquier otro país vinculado o aliado de esos tres componentes del Eje Berlín-Roma-Tokio. En pocas semanas, el gobierno de Franklin Delano Roosevelt tenía aglutinadas a 34 naciones dentro del bando de los aliados, unas en calidad de beligerantes y otras como apoyos diplomáticos de segunda fila.

    Entre las naciones aliadas estaba el Reino Unido. En una base aérea establecida en Bristol, un caza Spitfire sería bautizado como Sonsonate y ese topónimo sería estampado con pintura negra en ambos lados de la carlinga. Desde su entrada en combate y hasta febrero de 1943, aquella aeronave de combate derribaría cuatro aviones de la Luftwaffe nazi sobre los cielos europeos. Su piloto era Jack Graham Dale (1921-1978), establecido desde su niñez en el puerto salvadoreño de Acajutla, donde su padre -capitán del ejército inglés- laboraba para el sistema de ferrocarriles establecido por los ingleses en 1882. Enlistado en las tropas aéreas de Su Majestad Británica, Dale contrajo matrimonio en Yorkshire, en 1941, y se dedicó a combatir y sobrevivir, mientras exhibía en los teatros de operaciones el nombre de su lugar de vida en el lejano El Salvador.

    Momento de la botadura del barco tipo Liberty número 200, fabricado en la Oregon Shipbuilding Company.

    El viernes 4 de febrero de 1944, la Comisión Marítima de los Estados Unidos le notificó a la dictadura martinista que había ordenado a los astilleros de la Oregon Shipbuilding Corporation que bautizara como El Salvador a uno de los nuevos cargueros de guerra que se fabricaban en esa enorme planta fabril establecida en 300 acres a las orillas del río Willamette, en el barrio de St. Johns, en la zona norte de Portland, estado de Oregon. Aquella era la mayor de las tres fábricas de material naval establecidas entre Portland y Vancouver por el empresario neoyorquino Henry John Kaiser (1882-1967), que le brindaban servicios rápidos de construcción de buques metálicos a los gobiernos británico y estadounidense.

    Entre 1941 y 1946, de esos tres sitios saldrían generadas miles de naves de guerra y mercantes, entre las que sobresalían las series Victory y Liberty de cargueros destinados al transporte de materiales y equipos hacia los teatros de operaciones en Europa y el sur de Asia. En aquellas plantas trabajarían más de 97,000 obreros, hombres y mujeres, muchos de los cuales serían latinoamericanos y más de algún salvadoreño, como lo recordaría Roque Dalton García en su Poema de amor.

    Para hacer que fueran menos vulnerables a los ataques de submarinos enemigos, los cargueros Victory fueron construidos con acero y aluminio, alcanzaban los 138 metros de eslora, pesaban poco más de 7,200 toneladas y alcanzaban entre los 15 y 17 nudos (28-31 km/h) gracias a sus eficientes motores, movidos por vapor alternativo, gasóleo o diésel, además de contar con una infraestructura eléctrica interna. Las potenciales grietas en el casco fueron superadas gracias a soldaduras en lugar de remaches para unir las placas metálicas y que así tuvieran mayor capacidad de flexionarse y no permanecer rígidas y prestarse a rompimientos accidentales por movimientos bruscos necesarios en la navegación o en batallas.

    El piloto británico Jack Graham Dale (1921-1978), tripulante del Spitfire Sonsonate de la RAF.

    El primer barco de la serie Victory construido en la fábrica de Oregon fue el SS United Victory, fabricado entre el 12 de enero y el 28 de febrero de 1944. Mientras duraba ese proceso, el 28 de enero inició la construcción de otra nave de carga, bautizada SS El Salvador Victory, que fue botada al mar el 4 de abril y puesta en servicio activo desde el 27 de ese mes y año. Marcado con el número 95 de la serie VC2-S-AP3, aquel fue el primero de los 34 buques de carga que el gobierno estadounidense les dedicó a sus aliados en la guerra, a los que después sumaría 218 con nombres de ciudades estadounidenses, otros 150 con denominaciones de instituciones educativas del país y muchos más con nombres diversos, pero jamás vinculados con los países enemigos. En total, más de 540 naves serían construidas, pero sin llegar a completar la meta prefijada de 615 mientras durara la conflagración mundial.

    Como el resto de sus naves hermanas, el SS El Salvador Victory estaba dotado de un cañón de popa calibre 5 pulgadas (127 milímetros) para emplearlo de manera directa contra submarinos y barcos, pero también poseía otro de calibre 3 pulgadas (76 mm) en la proa y ocho cañones de 20 milímetros para uso antiaéreo por parte del personal de la Guardia Armada de la Marina de los Estados Unidos, responsable directa de todas esas embarcaciones, dotadas cada una con un promedio de 218,000 metros cúbicos para carga, que podía ser descargada en su punto de destino en condiciones adversas, gracias a sus propias grúas y estructuras fijadas a la cubierta.

    Material de propaganda estadounidense para sus barcos Victory.

    En mayo de 1945, los nazis fueron derrotados en Europa y, en septiembre, el Japón imperial se rindió tras los impactos de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. No hubo un mundo como el profetizado por Gagini o visualizado por Dick. El Imperio del Sol Naciente vio la llegada de su atardecer belicista. Los territorios devastados fueron sujetos a la ocupación aliada y a la reconstrucción por etapas del Plan Marshall. Los últimos buques Victory y Liberty sirvieron para esos fines antes de ser llevados a hueseras en territorio estadounidense para ser vendidos, desmantelados y convertidos en chatarra a lo largo de las siguientes dos décadas por parte de múltiples empresas privadas especializadas.

    Homenaje de los Correos de Estados Unidos al SS El Salvador Victory.

    ¿Ese fue el destino final del SS El Salvador Victory? No. Tras completar su ciclo de guerra, el carguero fue vendido por el gobierno estadounidense en 1947. Se le rebautizó como Lindi, cuando fue puesto de nuevo en actividades bajo bandera del reino de Bélgica. Casi dos décadas más tarde, en 1966, fue revendido y rebautizado como Geh Yung por su nueva propietaria, la Orient Overseas Container Line, con sede en Hong Kong y que usaba bandera de Liberia. Desde 1970 pasó de ser carguero a portacontenedores dentro de esa misma empresa naviera, que lo mantuvo en servicio comercial activo hasta que el martes 5 de abril de 1977 fue atracado en un dique seco en el enorme puerto de Kaohsiung, en el sur de la isla de Taiwán, para proceder con su demolición y venta como chatarra.

    En noviembre de 2001, para rendirle homenaje a los miles de hombres y mujeres que trabajaron en los astilleros que fabricaron esos millares de cargueros, en el Bug Light Park de la bahía de Portland, en la zona norte de la ciudad, fue inaugurado el Liberty Ship Memorial. La pieza principal del complejo lo forma una escultura de 10.7 metros de altura y 19.8 metros de largo, que reproduce con fidelidad el casco en construcción de un barco Liberty. Hasta la fecha, ningún monumento parecido le rinde homenaje a los constructores de los cargueros Victory, de los que aún existen tres ejemplares en museos del territorio estadounidense: el SS American Victory (Tampa, Florida), el SS Lane Victory (Los Angeles, California) y el SS Red Oak Victory (Richmond, California).

    Monumento conmemorativo a los barcos Liberty, Portland.

     

     

  • El Salvador y la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (I)

    El Salvador y la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (I)

    El lunes 24 de julio de 1944, el Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador le envió una nota al embajador estadounidense Walter Clarence Thurston (1894-1974). En ella le expresaba que “la opinión del Gobierno de El Salvador es la de que el Nuevo Orden que surja después de esta tremenda conflagración debe estar basado en la solidaridad e interdependencia de las Naciones todas, sin distinción de fuerza material ni territorial para lo cual será necesario extinguir todo espíritu imperialista, sea de orden político, económico y comercial, pues considera que sólo a base de respeto irrestricto a las soberanías, por débiles y raquíticas que sean, debe levantarse la futura estructura internacional. Opina, asimismo, el Gobierno de El Salvador, que tal estructura internacional debe asemejarse a la Sociedad de las Naciones, sin las deficiencias que ésta acusó en su existencia”.

    El Salvador perteneció durante casi 25 años (1923-1937) a la Sociedad de Naciones, surgida tras la Primera Guerra Mundial, conflicto global en el que la más pequeña de las repúblicas centroamericanas adoptó una posición neutral. El 7 de septiembre de 1929, en la localidad suiza de Ginebra, el abogado y diplomático salvadoreño Dr. José Gustavo Guerrero fue el encargado de colocar la piedra fundacional del Palacio de las Naciones, futura sede de ese organismo internacional que cinco años más tarde sufriría un sobresalto con el reconocimiento salvadoreño al Imperio de Manchukuo fundado por las tropas japonesas en Manchuria (China).

    El abogado y diplomático salvadoreño Dr. José Gustavo Guerrero en la colocación de la piedra fundacional del Palacio de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, 7 de septiembre de 1929.

    Aquella carta del gobierno salvadoreño al embajador Thurston obedecía a una consulta hecha por Estados Unidos respecto a los intereses salvadoreños en cuanto a lo que se esperaba como resultado de las conversaciones diplomáticas que Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China desarrollarían entre agosto y octubre de 1944 en los jardines de Dumbarton Oaks, en la capital estadounidense, cuyos resultados formaron las bases para el la convocatoria y desarrollo de la Conferencia de Paz en el puerto californiano de San Francisco. En ese sentido, el gobierno salvadoreño presidido por el general Andrés Ignacio Menéndez le daba continuidad a lo fijado por la dictadura del brigadier Maximiliano Hernández Martínez, cuando en enero de 1942 se adhirió a los principios fijados en la Declaración de las Naciones Unidas. En ese momento, las Naciones Unidas eran sinónimos de las decenas de países aliados en contra del Eje Berlín-Roma-Tokio.

    Entre 1941 y 1943, el régimen martinista no dudaría en aceptar dos millonarios préstamos estadounidenses, orientados a la adquisición de nuevos armamentos y a la construcción del tramo nacional de la Carretera Interamericana o Panamericana, proyectada para que llegara desde Alaska hasta la Patagonia. Ambas iniciativas cumplían con los intereses de la defensa continental frente a los potenciales ataques del Eje y sus quintacolumnistas contra submarinos, barcos de guerra y mercantes e instalaciones estratégicas como el Canal de Panamá, aeropuertos, refinerías, puertos, etc.

    En la madrugada del viernes 20 de octubre de 1944, ocurrió algo en San Salvador que dejó a la República de El Salvador en suspenso internacional. Un día antes, los gobiernos aliados firmaron un tratado de paz con Italia, pero la república salvadoreña no envió delegado y no suscribió ese instrumento internacional, por lo que el estado de guerra decretado por la Asamblea Legislativa el 10 de diciembre de 1941 aún persiste en su sentido legal. En esa madrugada del 21, un golpe de estado encabezado por el coronel Osmín Aguirre y Salinas derrocó al gobierno provisional del general Menéndez. Estados Unidos retiró al embajador Thurston -llegado al cargo en enero de 1943- y se negó a reconocer a ese régimen de facto, que se mancharía de sangre con la masacre de estudiantes en Ahuachapán en diciembre.

    La situación de alejamiento de El Salvador de la esfera de las naciones aliadas concluyó el miércoles 21 de febrero de 1945, cuando el nuevo embajador estadounidense John Farr Simmons (1892-1968) le entregó sus cartas credenciales al coronel Aguirre y Salinas, en una ceremonia efectuada en el Salón de Honor de Casa Presidencial, en el barrio capitalino de San Jacinto. Aquel gesto no era un reconocimiento al gobierno golpista, sino a las elecciones presidenciales, en las que resultaron electos para la Presidencia y Vicepresidencia de la República el general Salvador Castaneda Castro y el médico Dr. Manuel Adriano Vilanova, ratificados en sus cargos mediante el decreto legislativo no. 2 del jueves 15 de febrero. Esos nuevos mandatarios tomaron posesión de sus cargos el primer día de marzo, con la aprobación estadounidense y el reconocimiento creciente de muchos países. Con la urgencia del caso, había que designar a las nuevas autoridades del gabinete y, además, atender una invitación hecha por el embajador Simmons.

    El presidente y general salvadoreño Salvador Castaneda Castro, con uno de sus caballos en la Casa Presidencial del barrio capitalino de San Jacinto.

    El viernes 2 y lunes 5 de marzo de 1945, sendos decretos del Poder Ejecutivo designaron al abogado Dr. Arturo Argüello Loucel como ministro de Relaciones Exteriores y al escritor y abogado Lic. Miguel Ángel Espino Najarro como subsecretario del ramo, con el veterano diplomático y jurisconsulto Dr. Vicente Reyes Arrieta Rossi como consultor del despacho y del Poder Ejecutivo en general. Una de las primeras acciones fue designar que los titulares, junto con el abogado Dr. Héctor Escobar Serrano, Carlos Adalberto Alfaro y Manuel Francisco Chavarría, fueran los delegados nacionales con plenos poderes en la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz reunida en la capital mexicana. El Lic. Espino Najarro sería removido de la Subsecretaría de Relaciones Exteriores a fines de ese mismo mes.

    Fotografía del abogado y diplomático salvadoreño Dr. Héctor Francisco David Castro Gomar, suministrada por el sistema de archivos y bibliotecas de la ONU, New York-Ginebra.

    El acuerdo del Poder Ejecutivo no. 52 del lunes 19 de marzo de 1945 designó al abogado y diplomático Dr. Héctor Francisco David Castro Gomar (San Salvador, 24/4/1894-San Salvador, 01/4/1973) como embajador extraordinario y enviado plenipotenciario de El Salvador en los Estados Unidos.  Con una experimentada hoja de trabajo en el servicio exterior salvadoreño, el Dr. Castro Gomar había renunciado a ese alto cargo el 6 de noviembre del año anterior, como una forma de silente protesta ante el golpe de estado liderado por el coronel Aguirre y Salinas.  Como una de sus primeras designaciones en el cargo, el acuerdo del Poder Ejecutivo no. 61 del 3 de abril le ordenó al Dr. Castro Gomar que se incorporara como representante salvadoreño en la junta del Comité de Jurisconsultos de las Naciones Unidas (entiéndase, países aliados) que iniciaría reuniones el 9 de ese mes en la capital estadounidense, para desarrollar un anteproyecto de Corte Internacional de Justicia para someterlo el 25 de ese mismo mes ante el pleno de la Conferencia Internacional en San Francisco.  En ese marco se produjo el fallecimiento de Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), 32º Presidente de los Estados Unidos de América y uno de los principales líderes de la lucha contra el Eje y sus quintacolumnistas en América Latina, que lo llevó a ordenar la intervención de bienes y la captura y concentración de alemanes, italianos y japoneses en campos de detención en el sur estadounidense, algo que el régimen martinista salvadoreño cumplió a cabalidad en febrero de 1942, como unas de sus primeras acciones como parte de las naciones aliadas contra el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán y el expansionismo japonés.

    Acuerdo del Poder Ejecutivo que nombró a la delegación salvadoreña a la Conferencia Internacional del puerto californiano de San Francisco.

    Ese mismo 3 de abril, el acuerdo ejecutivo no. 62 dio un paso trascendental al designar a la representación de El Salvador que debía asistir a la Conferencia Internacional en San Francisco. Como delegados con plenos poderes fueron designados los abogados Dr. Castro Gomar y José Antonio Quirós (San Miguel, 28/4/1888-San Miguel, 22/10/1969), así como al médico Carlos Leiva, un experto en tuberculosis y quien ya había fungido como ministro plenipotenciario y enviado extraordinario de El Salvador en los Estados Unidos a fines de la década de 1920 e inicios de la siguiente.

    Como asistentes de esa delegación fueron nombrados José Valle en su carácter de encargado de Prensa y José Francisco Mixco, Director General de Presupuesto del gobierno salvadoreño, a quien se le otorgó una licencia con goce de sueldo para que pudiera cumplir con esa designación, en la que delegaciones de 50 países se reunirían entre el miércoles 25 de abril y el histórico martes 26 de junio de 1945 para trazar las líneas del futuro planetario cuando finalizaran los recios combates en los teatros de operaciones de los frentes europeo, africano y surasiático de la Segunda Guerra Mundial.

    Para entonces, el gobierno del general Castaneda Castro ya había aceptado la renuncia interpuesta en octubre de 1944 por el coronel José Arturo Castellanos como cónsul general salvadoreño en Ginebra. Durante dos años y sin darle mayor información a los sucesivos gobiernos de Hernández Martínez y Menéndez, ese militar y diplomático había conducido una operación para suministrar unos inventados certificados salvadoreños nacimiento a más de 50,000 personas perseguidas en diversas partes de la Europa ocupada por los nazis, cientos de las cuales acabaron sus vidas en campos de detención y exterminio. Algunos de esos documentos salvadores llegaron tan lejos como Macao, una antigua posesión portuguesa en China. Ese tipo de gestos solidarios no sería olvidado a la hora de discutir el futuro del mundo en San Francisco, donde el derecho internacional humanitario tendría mucho que decir tras los exterminios masivos de carácter genocida, los bombardeos indiscriminados contra población civil y otros crímenes violatorios de los Tratados de Ginebra para la humanización de las guerras.

    (Continuará)

     

     

  • El salvadoreño que presenció el fin de la Segunda Guerra Mundial

    El salvadoreño que presenció el fin de la Segunda Guerra Mundial

    Casi a la medianoche del martes 14 de agosto de 1945, un grupo de técnicos de la radioemisora oficial japonesa NHK llegó a un búnker en el Palacio Imperial, tras sortear los múltiples obstáculos y escombros dejados por los masivos bombardeos aliados sobre Tokio. El emperador Shōwa (nombre oficial de Su Majestad Hirohito) les destinó cinco minutos para grabar. Hizo dos intentos, ambos con baja voz y con una versión culta del japonés, muy lejos de la lengua hablada por el pueblo llano. La grabación fonográfica de mala calidad fue emitida al día siguiente, en cadena nacional.

    Tras la destrucción y mortandad sembrada en Hiroshima y Nagasaki por las dos bombas atómicas del 6 y 9 de ese mes, el gobernante nipón no deseaba prolongar la recién declarada guerra contra la Unión Soviética, por lo que le comunicó a su pueblo que aceptaba los términos de la declaración conjunta alcanzada en Potsdam por Estados Unidos, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Reino Unido y China. En la grabación de su breve discurso, el monarca del Trono del Crisantemo se cuidó de usar la palabra rendición. Su pueblo quedó confundido, pero la realidad era que había llegado el atardecer al poderoso Imperio del Sol Naciente y que la noche consecuente sería larga y difícil.

    La delegación japonesa se reúne para firmar el documento de rendición formal a bordo del acorazado USS Missouri de la Armada estadounidense en la bahía de Tokio, en una foto de archivo del 2 de septiembre de 1945.

    El acto formal de rendición se produjo en la mañana del domingo 2 de septiembre de 1945. Reunidos en la cubierta del USS Missouri, anclado en la bahía de Tokio, los representantes del gobierno y tropas del Japón procedieron a firmar su sometimiento ante los dirigentes militares de las fuerzas aliadas de ocupación. La ceremonia duró 23 minutos (entre las 09:00 y las 09:23 a. m., huso del Japón) y fue transmitida por radio, a la vez que fue grabada en cine para después difundirla en el mundo y archivada en los principales depósitos intelectuales de Estados Unidos. Se firmaron seis copias del documento oficial, donde el vencido imperio nipón aceptaba las cláusulas impuestas por Estados Unidos, URSS, Reino Unido, China, Francia, Canadá, Holanda, Nueva Zelanda y Australia.

    Puesto en formación sobre la cubierta de su buque del servicio de ingenieros de los Estados Unidos se encontraba el marino salvadoreño Juan Armando Canales Espinoza. Ese compatriota fue uno de los más de 400 salvadoreños que se enlistaron en las fuerzas militares de las naciones aliadas en contra del Eje Berlín-Roma-Tokio y también fue uno de los miles de soldados que, bajo el rigor militar, aquel 2 de septiembre de 1945 presenciaron la firma de la rendición japonesa. Esa noche, el cielo tokiota se iluminó con fuegos artificiales, lanzados desde las naves ancladas Armando Canpara festejar el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se cerraba así el frente del Pacífico sur y se iniciaba la reconstrucción del Imperio del Sol Naciente. La autoridad suprema del emperador Shōwa jamás fue cuestionada por las potencias vencedoras.

    El marino salvadoreño Juan Armando Canales Espinoza sirvió en la Marina de EEUU en la Segunda Guerra Mundial.

    Nacido en la entonces ciudad de Nueva San Salvador o Santa Tecla, departamento de La Libertad, en 1921, Canales Espinoza fue hijo de Medardo Fuentes Canales (Suchitoto, 1897-¿?). Tras ingresar por la frontera terrestre de Laredo (Texas), el 30 de octubre de 1943, se dirigió a San Francisco (California), donde se enlistó en el Cuerpo de Ingenieros de la U. S. Navy. Tras el entrenamiento de rigor, sus labores consistieron no solo en combatir para defenderse de los ataques nipones en los diferentes escenarios de guerra en los que intervino (en especial, en el archipiélago de las Filipinas), sino que también tuvo que construir pontones o puentes provisionales para facilitar el avance de la artillería e infantería aliadas.

    Llegado al Japón durante la segunda quincena de agosto de 1945, Canales Espinoza se dio cuenta de la dureza de los primeros momentos de la posguerra. El otoño estaba a las puertas y todo presagiaba que sería un invierno muy crudo para aquel pueblo devastado y donde campeaban los jinetes apocalípticos. Por eso, durante sus meses de permanencia dentro de las tropas de ocupación, buscó proporcionar comida y cigarrillos a quienes se los pidieron, los que tomaba de sus propios recursos personales, proporcionados para su sustento por el ejército estadounidense. Aquellos bienes de consumo se usaban en las ciudades japonesas para cambiarlos por otros, como comida y otros materiales de primera necesidad. Para su colección personal, aceptó que le dieran billetes de diferentes denominaciones de Filipinas, Japón y otros territorios otrora ocupados por las tropas japonesas. Todo ese papel moneda era dinero sin valor alguno en los mercados, pues la severa inflación lo privó de sus valores de uso y cambio.

    El viernes 20 de noviembre de 2000 tuve ocasión de visitarlo en su casa familiar, en la urbe tecleña, a escasa media cuadra al oriente del Colegio Fátima, al lado de un pequeño hospital privado. Al contarle de mi interés por los salvadoreños que tomaron parte en la Segunda Guerra Mundial, se mostró muy entusiasmado de platicar y mostrarme sus recuerdos. La que no tenía buen semblante era su esposa Marta Escobar de Canales. Ella no se sentía cómoda con que él me contara algunas “anécdotas” que su esposo había tenido durante aquellos lejanos días de su presencia en el Japón de la posguerra.

    Resultaba curioso ver el cuidado con el que el marino Canales Espinoza había conservado las fotos donde aparecía con sus compañeros de andanzas en el Pacífico sur, páginas en las que también había pegado los billetes que coleccionó y más de alguna foto de esas féminas con las que había bailado y que tanto molestaban a su esposa salvadoreña varias décadas después.

    Canales Espinoza no se consideraba un héroe, sino un mero espectador de una guerra en la que entró bajo la idea de que defendía la libertad en contra de uno de los más grandes totalitarismos mundiales. Me contó que nunca pensó en que podría morir en alguna de aquellas batallas y que se limitó a desarrollar su trabajo al servicio de la ingeniería militar de los Estados Unidos. Hablaba bajo y con voz pausada, pero con dominio de los detalles. Sus ojos destellaban al vagar por sus recuerdos. Incluso me habló de otro marino salvadoreño, Arturo Novoa, con quien había tenido ocasión de encontrarse durante aquel tiempo de permanencia en la armada estadounidense.

    Cientos de salvadoreños se enlistaron para marchar a los teatros de operaciones en Europa, África y el Pacífico sur, así como en las operaciones de fabricación de material de guerra y mantenimiento de buques y submarinos en California y Panamá. Para los que se iban a los frentes de guerra, había un seguro de vida por 10,000 dólares o 25,000 colones, mientras que los que retornaban tenían el camino expedito para solicitar la residencia y nacionalidad estadounidense. Sin embargo, no fueron pocos los que decidieron mejor retornar a la patria salvadoreña, como fue el caso del soldado Canales Espinoza.

    Él y otros excombatientes que tomaron parte en la Segunda Guerra Mundial, Corea y Vietnam asistieron a la primera conmemoración del Día de los Veteranos, que se desarrolló en el interior de la fortificada Embajada de los Estados Unidos, en la mañana del lunes 12 de noviembre de 2001. Fue la última vez que lo vi. Falleció de un ataque fulminante al corazón, el domingo 23 de septiembre de 2007 y su cuerpo descansa en el cementerio privado Jardines del Recuerdo, al lado de su esposa, fenecida seis meses antes. La casa tecleña donde lo visité ahora es ocupada por un negocio.