No diré que solo aquí se dan, pero comentaré algunas de las ocurridas en este mi país en el cual nací y donde moriré. Acá han tenido lugar importantes paradojas a lo largo de la historia, entendidas estas –según se desprende del diccionario– como aquellas situaciones o afirmaciones aparentemente ilógicas. Entre las segundas, encontramos algunas inmortalizadas en el refranero popular. “Lo barato sale caro”, es una; otra muy conocida es cuando se afirma que alguien “brilla por su ausencia”. También las hallamos plasmadas en frases atribuidas a personajes ilustres o en consignas enarboladas a lo largo de ciertas coyunturas políticas. “Solo sé que no sé nada”, dijo Sócrates. “Prohibido prohibir” fue el célebre lema que adquirió fama universal en el escenario turbulento de París, durante mayo de 1968.
Sobre las segundas, del entorno posbélico salvadoreño destacaría un par de absurdos relacionados con la paz –el primero– y con el respeto de la dignidad humana el segundo. Veamos. La guerra abierta que asoló el territorio nacional de 1981 a 1992, finalizó con los acuerdos firmados por las partes beligerantes. Eso se logró con el protagonismo de la Organización de las Naciones Unidas, apoyada decisivamente por los Estados Unidos y la entonces agonizante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas casi al final de la Guerra Fría. A tan descomunal e inédito esfuerzo se sumó el “Grupo de amigos” del referido proceso integrado por los Gobiernos de México, Venezuela, Colombia y España.
Logrado el cese al fuego, dicha experiencia internacional mancomunada fue presentada ante el mundo como un modelo diseñado y edificado por el organismo multilateral universal. Pero pese a todo lo trabajado, ni la tranquilidad social ni la democracia llegaron al país para instalarse y disfrutarse a plenitud por nuestro pueblo.
Pero se consiguió garantizar, eso sí, que una ofensiva militar como la desatada por el Frente Farabundo Martí para Liberación Nacional en noviembre de 1989 no volvería a ocurrir; de esa manera, los poderes económico y político tanto del país como de otras latitudes tenían garantizado el privilegio de navegar en aguas tranquilas haciendo de las suyas, totalmente seguros de que además –aprobada una amnistía general, absoluta e incondicional– quienes deberían responder ante la justicia por su participación directa o indirecta en crímenes aberrantes cometidos antes del conflicto armado y durante el mismo, en adelante dormirían tranquilos. A final de cuentas, pues, “la montaña parió un ratón”.
La otra paradoja: el lamentable estado en el que hoy se encuentran las “hijas predilectas” de los acuerdos de paz; es decir, la Policía Nacional Civil y la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Leyendo nuestra depredada Constitución, la primera debería ser –literalmente– “un cuerpo profesional independiente de la Fuerza Armada y ajeno a toda actividad partidista” con “funciones de policía urbana y policía rural que garanticen el orden, la seguridad y la tranquilidad pública, así como la colaboración en el procedimiento de investigación del delito”; ello, “con apego a la ley y estricto respeto a los Derechos Humanos”.
Por mandato legal, la segunda tendría que ser de “carácter permanente e independiente, con personalidad jurídica propia y autonomía administrativa”; debería encargarse “de velar por la protección, promoción y educación de los Derechos Humanos y por la vigencia irrrestricta de los mismos”. Teóricamente, su titular no depende “de ninguna institución, órgano o autoridad del Estado; solo debe obedecer “a la Constitución y a las leyes de la República”. Pero ahora, más allá de aquellas buenas intenciones que ilusionaron al país y al mundo hace décadas, ambas entidades son simples marionetas en el tablado del “bukelato”. La corporación policial permanece sin un director general formal desde el fallecimiento del anterior, acaecido hace un año; el puesto lo ocupa el ministro de Justicia y Seguridad Pública.
Y acerca de la Defensoría del Pueblo, qué queda decir. Su actual titular – cuestionada durante su primer mandato por corrupción, nepotismo y turismo institucional– anda desatada en su loca carrera por ocupar por tercera vez el cargo. Para ello, recién montó su “Cumbre global sobre derechos humanos”, con la participación de una fiera vocera de la ultraderecha española y defensora a ultranza de Nayib Bukele.
Mientras tanto, las familias de las víctimas de violaciones de derechos humanos que intentaron participar en el evento no pudieron ingresar ni denunciar sus casos en tan cuestionable evento. Por ello, afuera de esos espacios prostituidos por la ambición personal y el poder manipulador –adonde pretendió lucirse una impresentable “defensora del puesto”– estuvieron y estarán Romero, Tojeira, Cortina, Marianella, María Julia y tantas personas más que merecen ser encumbradas como lo que fueron, son y serán: verdaderas defensoras de la dignidad de nuestro pueblo.