El  caso de Roberto: La deportación y los daños colaterales

Roberto R. tiene 39 años de edad, un hijo estadounidense de seis años y una mujer hondureña, a los que desde junio pasado no ve. A principios de ese mes fue detenido por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), en la ciudad de Los Ángeles, California y el mes pasado fue deportado a El Salvador, sin un tan solo dólar en sus bolsillos,

Angustiado por la suerte de su hijo y de su  mujer, quien también carece de estatus legal en Estados Unidos, Roberto lamenta su suerte y asegura que apenas se den las circunstancias adecuadas volverá a irse ilegalmente hacia Estados Unidos. Su decisión ya está tomada y la semana pasada partió a México, desde donde planea volver a Estados Unidos cuando exista la menor oportunidad.

Resulta que hace 14 años, Roberto le pagó $8,500 a un traficante de personas para que lo llevara ilegalmente a Estados Unidos. Fue un 2 de enero de 2011 cuando Roberto inició la travesía, sufriendo las inclemencias del clima y el peligro, a tal punto que en Tamaulipas, México, fue secuestrado por un grupo delincuencial que lo liberó tras propinarle una golpiza. En el Río Bravo estuvo a punto de ahogarse hasta que llegó a Austin, Texas, desde donde un pariente lo llevo a Houston y desde esa ciudad a San Francisco. Vivió menos de un año en San Francisco y junto a otro salvadoreño optaron por irse a Los Ángeles, ya que esperaban tener mejores oportunidades de trabajo.

En la ciudad de Los Ángeles se le dificultó encontrar un buen trabajo hasta que un hondureño los llevó a trabajar de jardineros al condado de Orange, para lo cual tuvieron que comprar permisos de trabajo falsificados.  Regresó a Los Ángeles donde conoció a Margarita B., una hondureña indocumentada que laboraba limpiando viviendas. En 2014 decidieron vivir juntos y producto de esa relación nació su hijo a quien hace cinco años los médicos le detectaron autismo.

El autismo del hijo de Roberto se ha desarrollado a tal punto que el niño busca causarse dolor golpeándose la cabeza contra las paredes y mordiendo objetos duros. Debido a esa circunstancia Margarita dejó de trabajar para cuidarlo todo el tiempo y Roberto se convirtió en el único que aportaba dinero para el hogar. La vivienda en Los Ángeles la compartía con una pareja de mexicanos, a fin de poder cancelar el monto del alquiler.

La primera semana de junio pasado Roberto se encontraba trabajando en la limpieza de una piscina domiciliar cuando llegaron cinco agentes de Migración que tras agredirlo verbalmente le pidieron sus documentos y luego lo esposaron y lo subieron a una camioneta en la cual ya tenían a tres latinos. Roberto se enteró que el mismo propietario de la piscina, un ciudadano de origen polaco, lo había delatado, con el fin de no pagarle cerca de $850, el equivalente a una semana laborada.

Fue llevado a una Corte que ordenó su deportación la cual se hizo efectiva el mes pasado. Llegó a su colonia en Soyapango y se encontró con que muchas cosas habían cambiado. En 2010 escapó de morir porque el pandillero que lo atacó a balazos no tenía puntería y los cinco disparos que le hizo no pegaron en su humanidad. Supo que el sujeto que le disparó está preso por el Régimen de Excepción. Roberto decidió marcharse porque en el país su vida corría peligro por las amenazas de los pandilleros y porque a pesar de rebuscarse no encontraba trabajo.

A mediados de 2016 sus  dos hermanos menores, acosados por las pandillas y la falta de oportunidades laborales, también se fueron ilegalmente para Estados Unidos. Uno de ellos se quedó viviendo en Chihuahua (México) y el otro reside Nueva York, donde tuvo la suerte de casarse con una estadounidense y tiene la ciudadanía norteamericana.

Roberto está seguro que volverá a ver a su esposa e hijo. Confía en que la política contra los migrantes de Donald Trump no será permanente y que dentro de algunos años cuando deje la presidencia los inmigrantes podrán vivir tranquilos en Estados Unidos, una nación forjada por migrantes de todo el mundo.

Y es que la política migratoria de Trump atenta contra los derechos fundamentales de la humanidad. Migrar en busca de oportunidades es un derecho humano universal, reclamado por la iglesia católica universal que a través de Su Santidad , el peruano estadounidense, León XIV ha pedido abiertamente a Trump parar las deportaciones de inmigrantes y respetar la dignidad humana.

En el caso de Roberto, su mujer debe estar angustiada temiendo por su propia deportación y por la salud de su hijo. Ahora ella se verá obligada a trabajar o a vivir de la caridad humana. La separación familiar es un daño colateral de ingratas consecuencias generado por la política de deportación de la administración estadounidense. Es una política migratoria que no mide consecuencias ni sopesa el enorme daño que causa a seres humanos.

Son millones, especialmente latinos, los que día a día sufren la angustia y el temor de ser deportados sin nada en sus bolsillos, dejando allá lo que construyeron, su familia,  sus amigos, sus carreras laborales y todo el aporte que hicieron al crecimiento y desarrollo de esa gran nación.

Trump, y sus asesores, debería hacer un alto en el camino y valorar a los migrantes como seres humanos que tienen sus derechos y deberes.  No es justo que arrase con todos, aunque tiene todo el derecho del mundo para perseguir a los criminales sea cual sea su estatus legal y su nacionalidad. Emigrar en busca de mejores oportunidades es parte de la naturaleza humana y como dijera León XIV: “(Los migrantes son) Mensajeros de Esperanza, en un mundo marcado por la guerra y la injusticia… Porque su dignidad (de los migrantes) siempre es la misma, como criaturas de Dios”.

*Jaime Ulises Marinero es periodista