La trágica ofensiva militar que nunca debió ser

Aquella tarde del viernes 10 de noviembre de 1989, vi por última vez a Dagoberto Aguirre Cornejo, mi compañero de estudios en el Departamento de Periodismo  de la Universidad de El Salvador (UES). A un grupo de compañeros nos llevó al cuarto oscuro de su taller de fotografía en el Alma Mater, porque nos iba a regalar unos sobrantes de rollos fotográficos.  Cuando encendió lass tratamos de no ponernos nerviosos porque en aquel cuartohabían al menos 20 fusiles, y abundante munición.

Dagoberto nos explicó que esa misma noche esas y otras armas que estaban guardadas en otros locales de la UES iban a ser entregadas a estudiantes que se iban a sumar a la ofensiva militar del FMLN que comenzaría el día siguiente. Nos regaló los rollos y nos pidió confidencialidad total. Incluso, trató de convencernos que nos sumáramos sabiendo que nunca habíamos manipulado un arma de cualquier tipo.

Dagoberto tenía 27 años de edad y era un tipo idealista, provenía de una familia de clase media y había estudiado filosofía en Brasil. Según él, la ofensiva guerrillera se justificaba como el único camino viable y necesario para que la clase proletaria arribara al poder para ejercer una verdadera democracia participativa y equitativa. Él estaba seguro que la ofensiva no iba a durar más de ocho días y que miles de ciudadanos se les iban a sumar en los barrios populares.

La noche del sábado 11, ayer hace 36 años, comenzó la ofensiva final “hasta el tope”. El domingo 12, el equipo de futbol en el que yo jugaba nos presentamos a la cancha de la Hacienda Santa Bárbara, en la periferia de Olocuilta, pero el equipo rival no llegó porque la circunstancias se lo impidieron, por lo que decidimos jugar entre nosotros. Alguien tenía una radio encendida y el locutor estaba anunciando que decenas de personas entre militares, guerrilleros y civiles habían muerto. Me pareció escuchar que entre los muertos se encontraba Raúl Barahona Salamanca, un estudiante de ingeniería a quien yo conocía. En efecto, fue de los primeros que murió en Ilopango.

Las clases se suspendieron en la UES y solo fueron reiniciadas meses después en el exilio. Desde aquel domingo me mantuve pendiente de las noticias y cuando la calma aparentemente había llegado, supo que Dagoberto había  muerto apenas inició la ofensiva. Sus sueños se acabaron y otros que sobrevivieron nunca vieron los objetivos logrados, al contrario muchos se sintieron traicionados por aquellos comandantes guerrilleros que solo los utilizaron para sus propios intereses.

Hay quienes sostienen que la ofensiva “hasta el tope” sirvió para acelerar los acuerdos de paz, pero la ofensiva rompió un proceso de diálogo que se encaminaba al final de la guerra civil y fratricida que dejó más de 70 mil muertos y miles de desaparecidos, entre guerrilleros, soldados y civiles, más millones de dólares en pérdidas y daños materiales. Durante el conflicto armado, el país fácilmente retrocedió décadas hacia el subdesarrollo y el estancamiento, sin contar con el resentimiento social que se generó y el cual todavía mantiene secuelas vigentes entre algunos sectores.

Las  teorías y justificaciones conspirativas sostienen o encuadran sus análisis en que fue el despiadado ataque, al  mediodía del martes 31 de octubre de 1989, contra el local  capitalino de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), que dejó nueve muertos (entre ellos a Febe Elizabeth Velásquez) y más de 30 heridos, supuestamente ejecutado por escuadrones de la muerte, lo que dio paso a  la ofensiva; sin embargo, los mismos ex comandantes revelaron años después que la ofensiva fue diseñada y planificada en Nicaragua mucho antes de tal ataque.

Lo más triste y lamentable de la coyuntura de la ofensiva, fue la masacre de los sacerdotes jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Juan Ramón Moreno, Joaquín López, Amado López y Segundo Montes, así como sus colaboradoras Elba y Celina Ramos. Esta acción cometida por militares en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la madrugada del 16 noviembre, generó el repudio internacional. Hasta la fecha todavía no se cierra la jurisprudencia en este caso.

La ofensiva dejó muerte,  llanto, luto, dolor, resentimientos, consecuencias nefastas y una sociedad dividida. Para algunos fue necesaria, pero para la mayoría no. Fue una acción que np debe repetirse en la sociedad. Juan Pablo II en su visita al país instó a la sociedad salvadoreña a no repetir dichas acciones con aquella suplicante frase “otra guerra nuca más”.

Y es que el conflicto civil y armado arrebató vidas valiosas, enroló a miles de personas inocentes que fueron “marionetas bélicas” de intereses ajenos. Hubo patrocinios insolidarios, los ejes políticos jugaron a una guerra fría y guerreristas, mientras los salvadoreños pusimos los muertos. El dolor fue muy nuestro y las grandes naciones continuaron sus caminos.

El 1 de diciembre, 20 días después de haber iniciado la ofensiva, Eloy Guevara Paíz, de 27 años, otro compañero estudiante de periodismo en la UES fue asesinado. Fue acribillado por soldaos del ejército en una populosa colonia de Soyapango, mientras acompañado de su cámara fotográfica colaboraba para una agencia internacional.  La muerte de Eloy, al igual que la de Dagoberto y otros estudiantes de periodismo nos caló muy profundo. Nadie debió morir en una maldita guerra entre hermanos que nunca debió existir. Una ofensiva nunca más… Las condiciones para una guerra entre salvadoreños nunca más deben repetirse. Los salvadoreños amamos la paz.

*Jaime Ulises Marinero es periodista