Gentilmente, Santiago Cantón me envió una interesante entrevista que recién concedió y acaban de publicar. Este querido colega, camarada argentino desde más de dos décadas, fue el primer relator especial para la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y secretario ejecutivo de la misma; además, presidió la Comisión de Investigación de las Naciones Unidas sobre las protestas del 2018 en la Palestina ocupada y se desempeñó como director ejecutivo del Programa de Derechos Humanos del Centro Robert F. Kennedy. En su trajinar por el mundo, ha visitado nuestro país varias veces. La última, supongo, encabezando la misión especial envida por la secretaría general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para evaluar la situación nacional, tras los desmanes iniciales de Nayib Bukele al frente del Ejecutivo; así las cosas, del 14 al 18 de febrero del 2021 lo hizo presencialmente y un par de días después de manera virtual.
El informe final producto de dicho encargo, lo comenté en su momento; por cierto, no fue nada complaciente con el régimen autoritario que para entonces aún no cumplía dos años y su máxima figura todavía negaba su intención de afianzarse en el poder más de lo debido, constitucionalmente hablando. Al menos en público, que yo sepa, no lo había expresado. Entre otros asuntos preocupantes, en el mencionado reporte de la OEA se hizo referencia a diversas acciones contra el Estado de derecho y la democracia, con base en las denuncias recibidas acerca del quiebre de la independencia de los poderes estatales; asimismo, se señalaron “los ataques a la libertad de expresión y de prensa” junto a “los límites injustificados al acceso a la información”.
Además, ya inquietaba dentro y fuera de nuestro territorio su “militarización”; esta había sido mayormente evidenciada, hasta entonces, cuando Bukele irrumpió en el recinto legislativo el 9 de febrero del 2020. También se señaló el “incumplimiento” de ciertos compromisos derivados de los acuerdos de paz, así como “el desacato expreso” de “sentencias judiciales”. Porque ya era evidente el retroceso en el siguiente ámbito, desde entonces se recomendó “fortalecer la transparencia de las actividades gubernamentales y garantizar el derecho de acceso a la información de la población salvadoreña”. Cuatro años después, Santiago acaba de ser nombrado secretario general de la septuagenaria Comisión Internacional de Juristas; instalado ya en ese importante cargo, brindó la referida entrevista publicada con este sugerente y desafiante título: “La esperanza vence al diablo”.
Preguntémonos entonces quién es quién desde la perspectiva de los derechos humanos y comencemos por definir en palabras de Arturo Sosa, general de los jesuitas, al segundo. Evocando la masacre consumada por militares salvadoreños hace 36 años en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), Sosa aseguró que las víctimas de dicha atrocidad aún impune son un ejemplo claro de “la potencia de la esperanza y de la vida sobre el poder del mal y el poder del diablo, que naturalmente existe todavía como una fuerza que intenta destruir nuestros esfuerzos”. Así lo pinceló.
Ignacio Ellacuría, inmolado en aquel entonces, aseguró por su parte el 22 de marzo de 1985 que la esperanza “no es, sin más, optimismo ni consiste en esperar que los otros resuelvan los problemas […] Hay que poner cuanto antes manos a la obra con desinterés, con lucidez y también con sacrificio […] Arraigados en la esperanza, es preciso trabajar hoy más que nunca, cada uno donde más pueda rendir hasta quedar exhausto, hasta dar todo lo que tenemos dentro”.
Para que la esperanza adquiera la fortaleza necesaria, se vuelva herramienta eficaz y coadyuve a vencer el mal encarnado en el demonio autoritario y desalmado ‒violador de la dignidad de las personas y de los pueblos‒ hay que estar a la altura del desafío. Parafraseando al buen Santiago, debemos entonces lograr que la ley deje de ser “la espada de los poderosos” para convertirla en “el escudo de los vulnerables”; tenemos que desburocratizar los derechos humanos recuperando “su lenguaje moral” y su energía revolucionaria. Hay que “volver a las trincheras y revivir el espíritu de 1948” plasmado en aquella declaración que nunca, jamás de los jamases, fue pensada para favorecer a unos pocos sino para el beneficio universal.
Si no lo hacemos, no nos quejemos. Pero sepamos y entendamos de una vez por todas lo siguiente. “Quien vive de la esperanza ‒dijo bien Lanssiers‒ muere en ayunas». Y los ‘padres de la patria’ tendrían que percatarse de lo obvio: cuando el pueblo pierde la ilusión de poder cambiar las cosas a largo plazo, tiene la tentación de cambiarlas de inmediato”. Y acá, eso ya nos pasó no una sino varias veces.
