Categoría: Editorial

  • León XIV, un pastor con los pies en la tierra

    León XIV, un pastor con los pies en la tierra

    La elección del cardenal Robert Francis Prevost como papa León XIV representa un giro trascendental en la historia de la Iglesia: por primera vez, un estadounidense asume el liderazgo del catolicismo global.

    Sin embargo, más allá del símbolo geopolítico, lo que verdaderamente importa es el rostro humano y pastoral de este nuevo pontífice, forjado en las periferias del Perú antes que en los pasillos del Vaticano.

    Su designación no solo marca una continuidad con el legado reformista de Francisco, sino que también abre la puerta a un pontificado que podría colocar el combate contra el hambre y la desigualdad en el centro del Evangelio contemporáneo.

    La trayectoria de León XIV como obispo en Chiclayo, una de las regiones más vulnerables del Perú, ofrece pistas sobre el tipo de papa que será. Su respuesta durante la pandemia —levantando plantas de oxígeno para los más necesitados— o sus visitas pastorales a comunidades rurales marginadas, revelan una sensibilidad concreta ante el sufrimiento humano.

    No es un teólogo de gabinete, sino un pastor con los pies en la tierra, alguien que ha conocido de cerca el hambre no como cifra estadística, sino como drama cotidiano.

    Esa vivencia le otorga legitimidad moral para enfrentar uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo: el hambre como escándalo global. No como una calamidad inevitable, sino como el resultado de estructuras injustas alimentadas por la indiferencia.

    Como lo afirmó su predecesor, el papa Francisco, el hambre es una “injusticia criminal”, y León XIV parece dispuesto a tomar esa antorcha con determinación.

    En un mundo donde el desperdicio de alimentos coexiste con la desnutrición infantil, su liderazgo podría darle a la Iglesia una voz aún más clara y profética.

    El hecho de que un hombre con ciudadanía estadounidense y raíces hispanas elija orientar su pontificado hacia los pobres y marginados, particularmente en América Latina, no es menor. Se trata de una elección pastoral, no cosmética.

    Un papa que ha sido testigo de la sopa aguada en los hogares pobres, que ha visto el rostro de los niños desnutridos, está llamado a ser portavoz de los “hambrientos de justicia”.

    León XIV llega en un momento en que la credibilidad de las instituciones, incluida la Iglesia, está en juego. Su opción por una Iglesia cercana, constructora de puentes y aliada de los que sufren, puede revitalizar el sentido profundo del cristianismo como fuerza transformadora.

    Sus primeras palabras, centradas en la paz, la unidad y el encuentro, anticipan un pontificado que no se limitará a discursos simbólicos, sino que podría incidir con firmeza en los organismos internacionales donde se definen las políticas alimentarias, ambientales y sociales.

    Aún es pronto para hacer juicios definitivos. Pero si el nuevo papa logra traducir su experiencia pastoral en políticas globales de solidaridad, podríamos estar frente a un liderazgo profundamente coherente con el Evangelio.

    Un liderazgo que no solo predique sobre el pan de vida, sino que también se asegure de que no falte pan en la mesa de ningún ser humano.

    En tiempos de tanta hambre física y espiritual, el mundo necesita un papa como León XIV. Que escuche, que actúe, y que recuerde a todos —gobiernos, fieles, e instituciones— que el alimento no es un lujo, sino un derecho. Y que no hay justicia posible mientras haya niños que se vayan a dormir con el estómago vacío.

  • Un Papa para un mundo en dificultades y en busca de sentido

    Un Papa para un mundo en dificultades y en busca de sentido

    En la solemnidad que precede al inicio del cónclave más numeroso y diverso de la historia de la Iglesia católica, las palabras del cardenal Giovanni Battista Re resuenan como una brújula espiritual: «Que sea elegido el papa que la Iglesia y la humanidad necesitan en este momento de la historia tan difícil y complejo».

    No es sólo una súplica, es también una advertencia y una guía para los 133 cardenales que, desde este miércoles se encerraron bajo el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

    Este cónclave se celebra en un tiempo en que la Iglesia, al igual que el mundo, se enfrenta a desafíos de alcance global: guerras que recrudecen, hambre que persiste, migraciones forzadas, polarización política y una cultura que muchas veces se muestra hostil a lo religioso. Pero también hay una sed renovada de verdad, de comunidad y de liderazgo ético. La humanidad, como señaló el arzobispo brasileño Jaime Spengler, vive marcada por el miedo, y necesita un faro.

    El perfil del próximo pontífice, como delineó Re, deberá reunir una doble virtud: humildad para servir —como lo hizo Cristo lavando los pies incluso a quien lo traicionaría— y fortaleza para mantener la unidad en medio de la diversidad. La Iglesia necesita un papa que no sea simplemente un administrador o un símbolo, sino un pastor que aúne fidelidad evangélica con sensibilidad a los signos de los tiempos.

    El peso del cónclave es grande no solo por el número de cardenales o su diversidad geográfica —proceden de 70 países— sino por la necesidad de superar lo que muchos observadores señalan: un colegio poco cohesionado, con muchos cardenales que apenas se conocen entre sí. Este factor, lejos de ser una debilidad, puede ser una oportunidad si se traduce en una elección pausada, meditativa, movida por la oración y el discernimiento, no por estrategias ni alianzas políticas.

    La Iglesia no necesita un gestor, sino un testigo creíble de la fe. Un hombre que, sin diluir el Evangelio, lo encarne con claridad, misericordia y valentía. Un pontífice que no se encierre en las batallas internas de la curia ni se extravíe en luchas culturales, sino que sepa hablar a creyentes y no creyentes, con la fuerza del amor, de la razón y de la esperanza.

    La elección del nuevo papa es, sí, un acto de gobierno, pero sobre todo es un acto de fe. Que la «fumata blanca» no sea solo señal de consenso entre cardenales, sino signo de que la Iglesia ha elegido a un líder capaz de tocar el corazón de una humanidad herida. Un papa, como dijo Re, «según el corazón de Dios».

  • La clasificación de Fitch, un reconocimiento sobre la dirección correcta, pero los retos persisten

    La clasificación de Fitch, un reconocimiento sobre la dirección correcta, pero los retos persisten

    La reciente decisión de Fitch Ratings de reafirmar la calificación soberana de El Salvador en ‘B-’ con perspectiva estable debe leerse como un reconocimiento a los esfuerzos del gobierno por encauzar sus finanzas públicas, pero también como un recordatorio de los límites estructurales que aún constriñen la credibilidad económica del país.

    El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) marca un punto de inflexión. El programa de Facilidad Extendida no solo implica un alivio financiero de 1,400 millones de dólares, sino que también sienta las bases para una reforma estructural más profunda. La disciplina fiscal, la mejora en la gobernanza y una mayor sostenibilidad del sistema de pensiones no son solo condiciones impuestas: son reformas largamente postergadas que el país necesita con urgencia.

    La reducción del déficit fiscal al 4.4% del PIB en 2024 y su proyectada disminución hasta el 2.1% en 2026 muestran un compromiso palpable con la consolidación fiscal. El hecho de que se vislumbre financiamiento adicional por hasta 2,200 millones de dólares sin necesidad de emitir deuda nueva en los mercados internacionales es una noticia positiva en un entorno global aún incierto.

    Sin embargo, no se debe perder de vista la otra cara del informe. La deuda pública, en torno al 87% del PIB, sigue siendo alarmantemente alta para un país con la calificación crediticia de El Salvador. La carga por intereses, que absorbe más del 17% de los ingresos del gobierno, reduce el margen de maniobra para inversiones sociales y económicas. Este es el precio de años de desorden fiscal, decisiones improvisadas y un uso político del endeudamiento.

    El Salvador necesita construir una trayectoria fiscal y económica sostenible no solo sobre la base de acuerdos con organismos multilaterales, sino sobre un compromiso más amplio con la estabilidad institucional, el respeto a los contratos y la confianza del inversionista. Solo entonces podrá aspirar a algo más que la supervivencia financiera.

  • El trabajo, camino vital para el desarrollo personal y familiar en todos los ámbitos

    El trabajo, camino vital para el desarrollo personal y familiar en todos los ámbitos

    Este 1 de mayo celebramos otro Día mundial del trabajo. La actividad humana de trabajar involucra a la persona en todas sus dimensiones: inteligencia, voluntad, afectos, aspiraciones.

    El Papa Francisco decía que la primera vocación del hombre: trabajar. Y esto le da dignidad. Otros pensadores dicen que el trabajo es la única forma de alcanzar la felicidad o que el trabajo es la única forma de alcanzar la libertad.

    La tradición del 1 de mayo inició para conmemorar a los llamados Mártires de Chicago, un movimiento obrero que demandaba las jornadas laborales de ocho horas y cuyas protestas se convirtieron en una revuelta que culminó con la condena a muerte de varios de sus dirigentes.

    Desde entonces, los trabajadores de todo el mundo conmemoran este día en el que también se demandan reivindicaciones laborales y políticas, muchas veces derivadas en protestas.

    Muchas condiciones laborales han mejorado en el último siglo y aunque hay muchas cosas que mejorar, al menos en El Salvador la condición de los trabajadores ha ido mejorando paulatinamente. Pero la búsqueda de mejores condiciones laborales, dignas, decentes, humanas, es incesante.

    El mejor remedio contra todos los males es el trabajo, contra la pobreza, contra la delincuencia e inseguridad. El trabajo permite la superación y la prosperidad personal y familiar.

    En tiempos que los valores tradicionales son trastocados, hay que recordar el enorme valor del trabajo, camino vital para el desarrollo personal y familiar en todos los ámbitos.

    Lo cierto es que como decía Confucio, «el trabajo es la clave para la realización personal y el éxito en la vida».

  • El legado de Francisco, un papa del corazón

    El legado de Francisco, un papa del corazón

    El fallecimiento del papa Francisco marca el cierre de un capítulo profundamente singular en la historia de la Iglesia católica. Jorge Mario Bergoglio no solo fue el primer pontífice latinoamericano y jesuita, sino también una figura que, desde los márgenes del poder eclesiástico tradicional, supo recentrar a la Iglesia en lo esencial: la misericordia, la compasión y el testimonio.

    Su historia personal, marcada por la dictadura argentina, la vida entre los barrios humildes de Buenos Aires y su formación ignaciana, lo convirtió en un papa profundamente consciente de las heridas del mundo moderno. Desde su elección en 2013, Francisco no se contentó con mantener el trono petrino; lo transformó en una trinchera desde donde se enfrentó, sin medias tintas, a las nuevas formas del dolor humano: la indiferencia global, el descarte social, la migración forzada, la crisis ambiental y el clericalismo anquilosado.

    Francisco no cambió la doctrina, pero cambió el tono. Su Iglesia no fue un tribunal, sino un “hospital de campaña” donde el juicio cedía paso al cuidado. Llamó “nobles de la calle” a los sin techo, lavó los pies de presos y migrantes, y recibió con brazos abiertos a personas LGBTQ+, mostrando que la misericordia cristiana no exige pasaportes morales. En su lenguaje —a veces incómodo, otras improvisado— devolvió al mundo la imagen de un papa humano, falible, y por eso más cercano.

    Sus detractores, sobre todo entre los sectores más tradicionalistas, lo acusaron de diluir la identidad católica. Pero en realidad, Francisco tensó los hilos del Evangelio hasta los bordes, buscando allí a quienes han sido excluidos. En su crítica al neocolonialismo, en su impulso por la sinodalidad, en la inclusión de laicos y mujeres en instancias decisivas, se atrevió a que la Iglesia se parezca más a la comunidad que Jesús imaginó: plural, dialogante, fraterna.

    La Laudato Si’ no fue solo una encíclica sobre ecología: fue un grito profético que entrelazó justicia social y ambiental, y Fratelli Tutti una meditación urgente sobre la fraternidad en un mundo fracturado por el miedo y el egoísmo.

    Con Francisco, el centro de gravedad del catolicismo se desplazó simbólicamente del elegante mármol europeo al polvo de las periferias y los rostros curtidos. El Sur Global dejó de ser solo una cantera de fieles para convertirse en fuente de voz y decisión.

    Su pontificado, como todo intento de reforma, deja heridas y resistencias. Pero también una estela de esperanza, un mapa abierto para la Iglesia del siglo XXI. No fue perfecto, ni pretendió serlo. Pero en un mundo donde muchos líderes alzan muros, Francisco abrió puertas.

    El juicio último sobre su legado lo dará la historia y sus sucesores. Por ahora, queda su huella: la de un pastor que caminó con su pueblo, que habló el idioma de los pobres, que devolvió a la Iglesia el alma misionera de sus primeros días.

    Francisco fue, sobre todo, el papa del corazón.

  • Cifras escalofriantes sobre accidentes y que llaman a mayor responsabilidad

    Cifras escalofriantes sobre accidentes y que llaman a mayor responsabilidad

    Las cifras del Observatorio Nacional de Seguridad Vial evidencian una realidad preocupante: entre 2022 y 2024, más de 13,000 personas fueron acusadas por homicidio o lesiones culposas derivadas de accidentes de tránsito.

    Estas estadísticas no solo representan números fríos, sino tragedias humanas con consecuencias irreversibles para miles de familias salvadoreñas.

    Si bien las autoridades reportan una disminución progresiva en la cantidad de accidentes, víctimas e imputados, la cifra sigue siendo alarmante. Durante los últimos tres años, se registraron 1,490 muertes en accidentes de tránsito catalogadas como homicidios culposos y 15,055 personas sufrieron lesiones graves. Estos datos reflejan una crisis de seguridad vial que demanda acciones urgentes y efectivas.

    Es fundamental reflexionar sobre la responsabilidad al volante y las sanciones impuestas por el Código Penal salvadoreño. Si bien este establece penas de prisión de dos a cuatro años para el homicidio culposo y de seis meses a dos años para lesiones culposas, estas medidas parecen insuficientes cuando se comparan con el impacto devastador de estos incidentes. La reciente reforma legislativa que endurece las penas para casos de conducción peligrosa es un paso en la dirección correcta, pero aún queda mucho por hacer.

    Más allá de la legislación, se requiere un cambio cultural que fomente una conducción responsable. Las campañas de educación vial deben reforzarse, y el cumplimiento de las normativas debe ser estricto y efectivo. Además, es clave mejorar la infraestructura vial y garantizar que las sanciones sean aplicadas sin excepciones, para que la impunidad no siga siendo un factor que aliente la irresponsabilidad.

    Cada accidente de tránsito representa una historia de dolor y pérdida que pudo evitarse. Es momento de que tanto las autoridades como la sociedad en su conjunto asuman un compromiso real con la seguridad vial. Conducir con responsabilidad no es solo una obligación legal, sino un acto de respeto por la vida propia y la de los demás.

  • Los intereses de los jubilados al centro de cualquier reforma de pensiones

    Los intereses de los jubilados al centro de cualquier reforma de pensiones

    El reciente acuerdo financiero entre el gobierno de El Salvador y el Fondo Monetario Internacional (FMI) destaca entre los compromisos adquiridos la obligatoriedad de realizar una nueva reforma de pensiones en 2026, diseñada bajo la supervisión del organismo internacional.

    El FMI, en su evaluación, advierte que el déficit del Sistema Público de Pensiones (SPP) crecerá del 2 % del PIB en 2025 al 2.7 % en 2027, mientras que la deuda de pensiones alcanzará el 28.3 % del PIB. Este panorama es alarmante y evidencia que la reforma de 2022 no resolvió el problema de fondo: la falta de autosostenibilidad del sistema.

    La nueva reforma exigida por el FMI intentará poner orden en este desbalance, pero el riesgo es que lo haga bajo la misma lógica de ajuste fiscal que históricamente ha caracterizado al organismo: recortes, aumento de edad de jubilación y restricciones en beneficios.

    No se puede obviar que el problema de las pensiones en El Salvador tiene raíces profundas, vinculadas a décadas de políticas improvisadas y falta de planificación a largo plazo. Sin embargo, que el FMI imponga condiciones para una nueva reforma es una señal preocupante sobre la pérdida de autonomía financiera del país. Una reforma previsional debe responder a las necesidades y realidades de los trabajadores y jubilados salvadoreños, no a las exigencias de organismos internacionales cuyo interés primordial es la estabilidad fiscal, muchas veces a expensas del bienestar social.

    Es fundamental que la nueva reforma se construya con transparencia y participación ciudadana. Las decisiones sobre el futuro de las pensiones no pueden tomarse a puerta cerrada entre el gobierno y el FMI sin el escrutinio de los sectores afectados. Además, es imprescindible que se garantice la sostenibilidad del sistema sin recurrir a medidas que precaricen aún más la situación de los jubilados y trabajadores. De lo contrario, corremos el riesgo de repetir el mismo ciclo de reformas improvisadas que terminan generando más problemas de los que resuelven.

    Los intereses de los jubilados deben ser la prioridad en cualquier reforma de pensiones que debe tener una visión de largo plazo que garantice la seguridad social de sus ciudadanos.

  • El Aeropuerto del Pacífico, una apuesta al desarrollo en la zona oriental

    El Aeropuerto del Pacífico, una apuesta al desarrollo en la zona oriental

    La construcción del Aeropuerto del Pacífico marca un hito en el desarrollo de infraestructura en El Salvador, especialmente en la zona oriental del país. Este proyecto ambicioso, con una inversión de $386 millones, promete dinamizar la economía, generar empleos y mejorar la conectividad aérea.

    Desde una perspectiva económica, el aeropuerto se presenta como una apuesta estratégica para descentralizar el desarrollo y atraer inversión extranjera. Con una proyección de cinco millones de pasajeros anuales en su fase final, la terminal podría convertirse en un motor de crecimiento para la región oriental, impulsando sectores como el turismo y el comercio. Además, la proyección de empleos directos e indirectos en una década es una cifra alentadora para una zona históricamente marginada en términos de oportunidades laborales.

    No obstante, la magnitud del proyecto exige un análisis más profundo. En primer lugar, la demanda real de tráfico aéreo en la región oriental de El Salvador es un factor determinante para el éxito del aeropuerto. Aunque la confirmación de vuelos de Avianca desde su apertura es una señal positiva, el gobierno debe garantizar que haya suficiente flujo de pasajeros y aerolíneas interesadas en operar en la terminal para evitar que se convierta en una infraestructura subutilizada.

    La apuesta de inversión en el oriente del país es sumamente positiva e inédita. Las cifras gubernamentales hablan de una inversión histórica en la zona oriental de El Salvador de $1,424.8 millones, incluyendo el Puerto de La Unión, el Periférico Gerardo Barrios, el Aeropuerto del Pacífico, la carretera Punta Mango, Usulacán – San Miguel y otras obras en San Miguel y Morazán.

    El Aeropuerto del Pacífico tiene el potencial de transformar el oriente del país, pero su éxito dependerá de una planificación estratégica, transparencia en su ejecución y una integración efectiva con otras iniciativas de desarrollo regional. El desafío ahora es garantizar que esta inversión realmente beneficie a la población salvadoreña.

  • La declaratoria de EEUU de la Mara Salvatrucha como organización terrorista

    La declaratoria de EEUU de la Mara Salvatrucha como organización terrorista

    La reciente decisión del gobierno de Estados Unidos de designar a la Mara Salvatrucha (MS-13), el Tren de Aragua y seis cárteles mexicanos como «organizaciones terroristas» marca un punto de inflexión en la lucha contra el crimen transnacional.

    No es la primera vez que la MS-13 es considerada una organización terrorista. En 2015, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador la clasificó de esa manera debido a sus métodos violentos y su capacidad de desestabilización social. Sin embargo, el concepto de «terrorismo» suele vincularse con motivaciones ideológicas o políticas, mientras que estas organizaciones criminales operan con un fin esencialmente lucrativo. La diferencia no es menor: al equipararlas con grupos como Al Qaeda o ISIS, Estados Unidos podría justificar el uso de herramientas más agresivas para combatirlas, incluyendo sanciones económicas, bloqueos financieros y operaciones más directas contra sus miembros.

    Pero la pregunta clave es si este enfoque será efectivo. La experiencia sugiere que las designaciones de este tipo rara vez resuelven el problema de raíz. La MS-13, por ejemplo, se fortaleció en gran parte debido a las deportaciones masivas de pandilleros desde Estados Unidos a Centroamérica en los años 90, lo que facilitó su expansión en El Salvador, Honduras y Guatemala. Del mismo modo, el Tren de Aragua ha crecido gracias al colapso institucional en Venezuela y a la migración forzada, aprovechando redes criminales que cruzan fronteras con facilidad.

    Por otro lado, esta medida también puede tener consecuencias políticas. La inclusión del Tren de Aragua en la lista de terroristas refuerza la narrativa de que Venezuela es un Estado fallido incapaz de controlar sus propias bandas criminales, lo que podría utilizarse como argumento en futuras sanciones o presiones diplomáticas contra el gobierno de Nicolás Maduro. En el caso de los cárteles mexicanos, el impacto dependerá de cómo responda el gobierno de México.

    Más allá de la etiqueta, lo cierto es que estas organizaciones han causado estragos en las comunidades que dominan. Pero combatirlas requiere más que designaciones simbólicas: se necesita cooperación internacional efectiva, inteligencia financiera para desmantelar sus redes de lavado de dinero y, sobre todo, estrategias de prevención que eviten que jóvenes marginados vean en estas bandas su única alternativa de vida. El Salvador tiene experiencia con el combate a las pandillas y cómo ha recuperado la seguridad.

  • Un golpe contundente a una red de corrupción cruel e irresponsable

    Un golpe contundente a una red de corrupción cruel e irresponsable

    La desarticulación de una red de corrupción que involucra a tramitadores, escuelas de manejo, examinadoras e incluso personal del Viceministerio de Transporte (VMT) para vender exámenes de licencias de conducir es un golpe contundente que busca limpiar todo el sistema de emisión de permisos de conducir.

    La posibilidad de que conductores sin las habilidades necesarias obtengan una licencia mediante sobornos y falsificaciones es una falla sistémica que compromete la vida de miles de salvadoreños. Esta banda no solo cometió delitos meramente de corrupción administrativa sino que también ha generado un riesgo directo para la seguridad vial del país.

    No sabemos por cuánto tiempo, personas sin conocimientos de conducción podrían haber estado circulando libremente, incrementando el riesgo de accidentes y poniendo en peligro a peatones y conductores responsables.

    Es positivo que el Ministerio de Obras Públicas y Transporte (MOPT) y la Fiscalía estén tomando cartas en el asunto con un plan de transformación en dos fases para garantizar mayor transparencia en el proceso de obtención de licencias.

    Medidas como la supervisión en tiempo real de los exámenes teóricos y la incorporación de tecnología para verificar la identidad de los examinados son avances necesarios. Sin embargo, estos esfuerzos deben ir acompañados de un cambio cultural dentro de todo el sistema y de sanciones ejemplares para quienes han permitido que la corrupción se infiltre en un sistema tan crítico para la seguridad pública.

    Es fundamental fortalecer los mecanismos de control y supervisión para evitar que esta historia se repita en el futuro.

    La obtención de una licencia de conducir no es un trámite más; es una certificación de que una persona tiene la capacidad de operar un vehículo de manera segura y responsable. No se trata de un negocio, sino de un compromiso con la seguridad de todos. Las autoridades deben asegurarse de que nunca más alguien pueda comprar una licencia con dinero en lugar de con esfuerzo y preparación.