Categoría: Opinión

  • En el día internacional del teatro

    En el día internacional del teatro

    Con grandes caravanas, festivales, muestras y diversas manifestaciones escénicas se celebra el día mundial del teatro declarado por el Instituto Internacional del Teatro ITI de la UNESCO desde 1961 cada 27 de marzo, con el objetivo de dar a conocer la importancia del teatro en la cultura, promover el teatro como una forma de arte, fomentar la paz y la reconciliación entre los pueblos, dar a conocer el mundo de las artes escénicas a más personas.

    En El Salvador sin mucho esplendor, sin mucha pompa pero con todo corazón nos disponemos a celebrar este día, cada año el ITI designa a un personaje distinguido para que dirija un mensaje a nivel mundial, para este año fue Theodoros Terzopoulos, también educador, autor, fundador y director artístico de la Compañía de Teatro Attis quien en su alocución cuestiona que si el teatro está respondiendo al SOS que los tiempos actuales nuestra sociedad está demandando, y puede el teatro convertirse en parte del ecosistema en que el ser humano vive, dentro de células digitales, deterioro el entorno en que vivimos, desastres ambientales, nos invita a volver al mito y miremos a los ojos de Dioniso, el dios extático del teatro y el mito que une el pasado, el presente y el futuro.

    La sociedad está en crisis y por ende el teatro, la risa fácil, el gesto falso que inunda los pabellones ante el telón y que conllevaría a un cambio desde el teatro como un arte provocativo ha ido perdiendo espacio por vivir en una realidad de la inmediatez como consecuencia de la revolución digital y el avance de la tecnología, debemos repensar el arte teatral como propone Terzopoulus acudir al llamado de alerta, a expresar la vida humana de una manera más profunda, que cuestione las desigualdades, las injusticias, el irrespeto al derecho humano, la destrucción del ambiente por maquinas colonizadoras, un teatro que provoque esclarecer la verdad.

    El mundo sigue su curso y el teatro es el medio idóneo para replantear la realidad en que vivimos , Terzopoulos señala que:» necesitamos nuevas formas narrativas dirigidas a cultivar la memoria y dar forma a una nueva responsabilidad moral y política que surja de la dictadura multiforme de la actual Edad Media».

    En El Salvador nos preparamos para este celebración del 27 de marzo por lo que invitamos al público a vivir con nosotros este 22, 23 y 27 de Marzo, y compartir un momento especial en el Centro Cultural Cabezas de Jaguar de tres espectáculos dedicados a este día , el Centro Cultural se ubica en la 73 Avenida Norte # 319 Colonia Escalón.

  • La condena anunciada y las denuncias contra exalcaldes

    La condena anunciada y las denuncias contra exalcaldes

    El exalcalde municipal de Olocuilta, Marvin Ulises Rodríguez «Álvarez», fue condenado la semana pasada por un Tribunal de Sentencia de Zacatecoluca a 27 años de cárcel por los delitos de enriquecimiento ilícito, peculado y malversación de fondos.

    Además, deberá regresar al Estado más de $200 mil, en concepto de responsabilidad civil.

    La condena contra el exalcalde, que fungió en el cargo por el partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), a pocos sorprende pues ya se esperaba, ya que ejerció como jefe edilicio desde mayo de 2006 hasta abril de 2018 y en todo ese tiempo fue evidente el mal manejo de los fondos del erario municipal. En 2006, apenas llegó al cargo lo primero que hizo fue doblarse el salario en relación a lo que ganaba su antecesor.

    Ya el 21 de junio de 2019 la Cámara de la Tercera Sección del Centro de San Vicente le impuso al exalcalde, hoy prófugo de la justicia, una condena civil tras encontrarlo responsable de enriquecimiento civil por $249,045.68 dinero que obligadamente debió regresar al Estado en efectivo o bienes decomisados. La Cámara también lo inhabilitó para que en un periodo de diez años pudiera buscar o ejercer cualquier cargo público.

    En el juicio del Tribunal de Sentencia también se condenó a 12 años de cárcel al extesorero municipal Edwin Orlando León por peculado, delito que ellos y otras nueve personas (ocho exconcejales y un civil) habrían cometido en el período 2012-2015 cuando con anomalías adquirieron un terreno para construir un parque ecológico y un cementerio municipal. Según la acusación fiscal el ex alcalde Rodríguez y el extesorero León (también prófugo) movieron dinero del desaparecido Fondo para el Desarrollo Económico y Social (FODES) hacia sus cuentas particulares. Los exconcejales y el civil fueron condenados a tres años de prisión sustituidos por medidas alternas.

    Todo acto de corrupción debe perseguirse y aplicarse justicia, sin importar la procedencia o filiación política y partidaria del corrupto. Algunos exalcaldes están presos, otros tienen procesos abiertos, pero muchos llevan una vida cómoda y hay algunos que hasta se mantienen reelegidos en los cargos. Nadie debe escudarse en un partido político o en los cargos para abusar de los intereses ciudadanos. A los cargos públicos se llega a servir, no a servirse de ellos.

    Los procesos contra los exalcaldes deben continuar en su debido proceso. La Fiscalía General de la República (FGR) debe proceder con sendas investigaciones en aquellos casos denunciados como es la denuncia contra el exjefe edilicio de Sonsonate, Rafael Edgardo Arévalo a quien el actual concejo de Sonsonate Centro, quien supuestamente compró un camión recolector de la basura con el motor ya fundido (el cual ya tenían en arrendamiento) y habría pagado horas extras no trabajadas y combustible no utilizado.

    Igual denuncia ciudadana hay contra el exalcalde destituido de San Salvador Este, José María Chicas, por el mal manejo del refugio de animales en el distrito de Ilopango. La Fiscalía debe tomar cartas e iniciar una investigación por el posible cometimiento del delito de incumplimiento de deberes, maltrato animal y cualquier otro, pues recordemos que Chicas dijo públicamente que la Fiscalía ya había verificado o inspeccionado el refugio animal y que había validado las condiciones del mismo.

    Otros exalcaldes y actuales alcaldes también tienen denuncias ciudadanas abiertas por posibles actos de corrupción o por abusos de poder, desde funcionarios que se han aumentado el salario de manera exorbitante hasta aquellos que se aprovechan de su cargo para cometer peculado y perseguir a la población, principalmente a los comerciantes a quienes han duplicado o triplicado los impuestos. En Olocuilta, distrito de La Paz Oeste, por ejemplo, la ciudadanía se siente con ausencia de alcalde porque no tienen obras ni apoyo municipal y porque hay una persecución contra los pequeños comerciantes.

    La Fiscalía debe perseguir la corrupción emane de donde emane. Lo del exalcalde de Olocuilta era más que evidente, pero qué pasó con todos aquellos exfuncionarios edilicios que se transfirieron dinero del FODES o aquellos actuales concejales y jefes edilicios que han llenado los puestos públicos con parientes o que se han colocados altos salarios, inclusive superiores a los del Presidente de la República. Hay alcaldías donde los concejales reciben hasta $500 por reunión semanal.

    De conocimiento público es sabido que muchos exalcaldes cobraban el famoso «diezmo» es decir el diez por ciento por proyecto que concedían a particulares o empresas. Así, si un proyecto tenía un costo de 100 mil dólares, 10 mil eran para el alcalde y sus concejales y 90 mil los «costos reales». Estos casos deben perseguirse y aplicar justicia con el debido proceso.

    Valiéndose de su «autonomía» muchos gobiernos locales hicieron su antojo y muchos lo siguen haciendo. La corrupción a veces es evidente y otras veces hay que descubrirla cuando asoman los indicios. Alcalde y concejales corruptos deben ser enjuiciados y condenados si se les prueba su autoría delictiva.

  • Un congresista estadounidense en la historia de Cuba

    Un congresista estadounidense en la historia de Cuba

    Hay personas que por su obra de vida dejan huellas indelebles y entre esos rastros que enorgullecen la posteridad, están los de Lincoln Diaz Balart, un hombre que honro el gentilicio de dos países durante toda su vida.

    Lincoln fue un hombre con grandes compromisos ciudadanos, responsabilidad que se puede apreciar a través de sus actividades en las que mostró sentirse obligado con Cuba y Estados Unidos por igual, pero mas profundamente, con las personas que enfrentaran situaciones de injusticias como causa toda dictadura, en particular las de corte castro chavista que padecen Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela.

    Lincoln nació en La Habana y como tantos otros cubanos de 1959 a la fecha, abandono su tierra en plena infancia, no obstante, su identidad nunca la perdió.

    Le forjaron en amor a la Patria, amor que como escribiera el apóstol Jose Martí, «El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas. Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca».

    Lincoln cumplió a cabalidad con esta máxima del apóstol. Nunca cejo en su empeño de combatir el castro totalitarismo. Puso su talento y devoción al servicio de esos ideales y fue efectivo en su gestión.

    Fue un político exitoso. Interpreto sabiamente a sus electores manteniendo con ellos una estrecha relación, además, fue capaz de escoger un equipo de colaboradores en el que se destacó Ana Carbonell, una mujer de gran talento y talante.

    Su primera postulación fue como miembro del partido Demócrata donde asumió distintos liderazgos, entre ellos, presidente de los Jóvenes Demócratas del condado Miami Dade y Jóvenes Demócrata de la Florida, después, fue integrante del comité ejecutivo del partido en el condado y en 1985 cambio de Partido, inscribiéndose junto a varios miembros de su familia en el Partido Republicano.

    En 1986 fue elegido a la Cámara de Representantes de Florida hasta 1989, año que paso al Senado del Estado hasta 1992, posteriormente fue electo a la Cámara de Representante de los Estados Unidos donde sirvió hasta el 2011.

    Lincoln Diaz Balart fue el segundo congresista federal de los exiliados cubanos, fue precedido por una cubana que nos enorgullece a todo, Ileana Ros Lethinen, elegida en 1989, convirtiéndose en la primera hispana en llegar la Cámara estadounidense.

    Fueron dos congresistas particularmente activos, hijos de dos cubanos de pura cepa, Enrique Ros y Rafael Diaz Balart, respectivamente. Estos dos congresistas marcaron pautas a favor de Cuba en la política de Estados Unidos, fue una época dorada en el aspecto exterior de nuestra lucha, ocupando la causa insular una posición prioritaria.

    No hubo servidor del totalitarismo que no fuera severamente confrontado por estos paladines. Trabajaron intensamente a favor de retorno de la democracia en Cuba, una gesta que considero todos los exiliados estamos obligados a reconocer, con independencia de las simpatías partidarias que cada quien pueda albergar.

    En el 2003 fue miembro fundador del Instituto de Liderazgo Hispano del Congreso, una organización bipartidista que ofrece espacio a la diversidad e inspira a las nuevas generaciones de líderes hispanos y en el año 2011 constituyo el Instituto La Rosa Blanca en memoria de su padre Rafael y cuyo propósito es respaldar la construcción de una Cuba democrática, otra muestra de su perenne compromiso con la Isla.

    Lincoln, aparte de la defensa de los mejores valores y tradiciones estadounidenses, mostro una seria preocupación por la libertad y el mejoramiento de las condiciones de vida de los ciudadanos promoviendo leyes históricas como la aprobación de la Ley de Ajuste Nicaragüense y Alivio de Centroamérica (NACARA) en 1997, y la codificación del embargo de los Estados Unidos contra Cuba en 1996, condición que exige que todos los presos políticos sean liberados y que se programen elecciones multipartidistas en Cuba antes de que se puedan levantar las sanciones estadounidenses, características que acabaría con la esencia del régimen totalitario.

    Lincoln Diaz Balart cumplió a plenitud con un deber que todos estamos obligados a acatar, ser un buen ciudadano.

  • Putin y Trump, una historia de amor que puede acabar en desastre

    Putin y Trump, una historia de amor que puede acabar en desastre

    A falta de registros fiables que digan lo contrario, Vladímir Putin y Donald Trump se conocieron personalmente en julio de 2017, en Hamburgo, Alemania, durante una de las sesiones del G20.

    Apenas unos meses antes, en noviembre del año anterior, habían tenido una primera conversación telefónica en la que el líder ruso felicitó a Trump por su victoria contra Hillary Clinton. En una segunda llamada, en enero, el recién juramentado presidente estadounidense reiteraba a su homólogo que deseaba tener «una relación sólida y duradera con Rusia».

    Trump había querido conocer a Putin en noviembre de 2013, cuando un amigo mutuo, el magnate azerbaiyano Aras Agalarov, le organizó el certamen Miss Universo en Moscú. La reunión no pudo concretarse en ese momento, pero el hombre fuerte del Kremlin le envió al empresario inmobiliario y propietario del concurso de belleza una nota de disculpa junto a una miniatura lacada tradicional de Fedoskino.

    Cuando por fin pudieron estrecharse las manos, Putin llevaba más de 17 años al timón de la Federación Rusa; desde 2012, de hecho, ejercía su tercer mandato presidencial, luego de haber manejado tras bambalinas todos los hilos de Dimitri Medvédev, títere al quien había designado para que le calentara la silla por cuatro años en «obediencia» a la Constitución. Trump, por su lado, solo había cumplido seis meses a la cabeza del Gobierno estadounidense, pero se mostraba particularmente interesado en charlar con aquel personaje autoritario al que luego calificaría de «nuevo amigo».

    Un testigo de excepción de aquel encuentro, Rex Tillerson, a la sazón secretario de Estado, comentó después que Putin se había despachado un monólogo de naturaleza «histórica» para convencer a Trump de que Ucrania no era en realidad un país, sino una región plagada de políticos corruptos que debía estar subordinada a Rusia. Tillerson le confió al New York Times que salió alarmado de aquella reunión, solicitando a los asesores presidenciales que le ayudaran a cambiar la mala percepción que sobre Ucrania habría podido dejar el líder ruso en su jefe. Unos meses después, en marzo de 2018, Mike Pompeo llegaría a sustituir a Tillerson, calificado de «más tonto que una piedra» por Trump.

    Sea como fuere, la relación de estos dos machos alfa iniciada en Hamburgo se alargó durante el resto de la primera administración trumpista, lo que granjeó al mandatario republicano, incluso mientras ejercía el cargo, amplias investigaciones por parte del fiscal especial Robert Mueller, ex director del FBI. La conclusión de estos procesos no condujo al presidente al banquillo, pero sí confirmó que los lazos entre Putin y Trump eran más estrechos de lo que admitían públicamente. Solo veamos el ilustrativo ejemplo de Paul Manafort.

    Consultor de varias administraciones republicanas desde Gerald Ford, Manafort se mantuvo muy cercano a la Casa Blanca a pesar de haber cabildeado a favor de Víktor Yanukóvich, gobernante ucraniano aliado de Moscú y expulsado del poder tras las manifestaciones patrióticas de 2013-2014 en la Plaza de la Independencia de Kiev. A pesar de haber sido condenado y llevado a la cárcel por diversos delitos, Manafort fue indultado por Trump y hoy, increíblemente, ha vuelto a ser parte de su equipo. Este tipo de cosas (sospechosas por decir lo menos) pasan con demasiada frecuencia alrededor del actual presidente estadounidense.

    Donald y Vladímir, pues, no esconden su cercanía. Tampoco escapan a nadie sus evidentes semejanzas. Ambos comparten el gusto por el mando abusivo, padecen la misma urticaria por la prensa investigativa y poseen egos absolutistas inflamados por análoga vanidad. Las diferencias se encuentran en los sistemas que sirven de marco a sus respectivas gestiones: Putin ha podido desmontar la frágil democracia rusa y es hoy un autócrata, mezcla de zar y bolchevique con inyecciones de testosterona; Trump nunca será dictador aunque lo quiera, por las mismas razones por las que Rusia y Estados Unidos han tenido trayectorias tan diferentes, esto es, por sus opuestas fundaciones históricas y por la muy dispar formación de sus ciudadanos.

    Lo que un ruso acepta como parte de su tradición política —un líder con actitudes despóticas, por ejemplo—, un estadounidense lo deplora hasta bordear el cinismo, cuando no la protesta y el abierto activismo.

    Pero más allá de la simpatía personal que Donald experimente por Vladímir —traducida quizá en paralelos prejuicios por líderes acosados como Volodímir Zelenski—, el pragmatismo político tendrá que imponerse tarde o temprano en la agenda del presidente Trump. Las amistades, por íntimas que sean, no deberían contaminar de subjetividad las decisiones de un gobernante, máxime si son de naturaleza geopolítica. En adición a ello, como dice el historiador británico Timothy Garton Ash, «Trump es el aliado de una sola persona: Trump. Es un matón narcisista que fundamentalmente solo está interesado en sí mismo». (Descripción que también se ajusta al perfil de Putin).

    Las alarmas ya deben estar sonando al interior del equipo publicitario de la Casa Blanca. Los sondeos más creíbles confirman que el ciudadano estadounidense está lejos —y bastante lejos, si nos atenemos a ciertos números— de aplaudir las derivas excéntricas y prepotentes de Washington con Kiev. Y al revés: las afinidades con el Kremlin no abonan nada a la imagen de Trump ni a su credibilidad internacional como líder de una gran nación. Europa está corriendo al rearme y los mercados envían señales que solo un fanático del Maga (Make America Great Again) podría ignorar. Si no corrige pronto, el presidente Trump estaría a un paso de encarnar el más catastrófico aislacionismo que se recuerde en la reciente historia americana.

  • Los avances de la educación salvadoreña

    Los avances de la educación salvadoreña

    Desde hace varios años, y en una serie de entregas los años 2023 y 2024, he brindado un seguimiento a los importantes cambios que se desarrollan en el sistema educativo salvadoreño, de los cuales, lamentablemente, estamos hablando poco y forman parte de las grandes transformaciones que impulsa el Gobierno.

    Exponiendo y desarrollando los avances en todos los niveles de la educación en nuestro país, compartiendo vivencias y verificaciones por mis diferentes roles de padre, ciudadano, docente universitario, investigador académico, conversando con docentes de todo nivel, con los papás y con los protagonistas, los estudiantes, de todo nivel, pero sobre todo haciendo un esfuerzo por ser un adulto significativo.

    Por ejemplo, en el marco de la Reforma Educativa «Mi Nueva Escuela», se ha dotado de tecnología a todos los docentes y estudiantes del sistema público, y este año todos los centros educativos tendrán acceso a Internet. Un esfuerzo similar en América Latina se realizó años atrás en Uruguay, en tiempos de normalidad y sin pandemia, cuando se entregó computadoras a todos los estudiantes del sistema educativo uruguayo en un lustro y con el apoyo del Plan CEIBAL.

    En El Salvador, esta universalización del derecho al uso y aprovechamiento de las tecnologías fue acelerada y en condiciones de pandemia, solo gracias al compromiso y aumento en el presupuesto para educación nacional (el cual pasó de un pírrico 3.4% a un 5.1% del PIB).

    La introducción de las tecnologías se acompañó con la formación de todos los docentes del país, tanto del sector público como privado, para que las nuevas herramientas pudieran ser realmente aprovechadas en el aula. Ahora, con el acompañamiento de grandes referentes mundiales de la tecnología, como Google, el país ensaya procesos innovadores de aprovechamiento de la inteligencia artificial para generar contenidos, para evaluar a los estudiantes y para superar la escuela tradicional que se caracterizaba por el uso de la tiza, el metro o la pizarra.

    Nunca, los salvadoreños habían disfrutado de espacios de paz y seguridad en las escuelas y, además, acceso gratuito y universal a las tecnologías.

    He notado que tampoco en los espacios de opinión se está conversando sobre la reforma curricular que se ha construido en los últimos cinco años. De hecho, desde la década de los noventa del siglo pasado no se contaba con programas y libros de texto completamente renovados para todas las asignaturas y para todos los niveles educativos desde educación inicial hasta bachillerato.

    Solamente este año el MINEDUCYT imprimió y distribuyó aproximadamente 6 millones de libros de texto para todos los estudiantes del país.

    De hecho, El Salvador se ha convertido en el referente centroamericano de la enseñanza de la matemática, e incluso ha sido reconocido por Gobiernos como el de Panamá o Colombia, los cuales han solicitado los libros de texto salvadoreños.

    En las escuelas de El Salvador se enseña una nueva asignatura denominada Ciencia y Tecnología que no sólo traslada los conocimientos científicos fundamentales a los jóvenes, sino que busca forjar una actitud experimental y una conciencia clara con la protección del medio ambiente.

    Por otra parte, aunque el proceso de renovación de todo el plantel educativo es más complejo de lo esperado, es importante mencionar que «Mi Nueva Escuela» cuenta con un nuevo modelo de infraestructura el cual ha dejado atrás las escuelas tristes, bicolores, con ventanales altos que generaban la sensación de encierro a nuestros niños, niñas y jóvenes.

    La nueva infraestructura educativa cuenta con todos los espacios requeridos para un desarrollo integral, espacios deportivos, nuevo mobiliario, libros de texto, espacios para la recreación y la alimentación, en su conjunto los nuevos espacios están llenos de color y esperanza para nuestros niños y niñas.

    El fin de semana anterior estuve en la zona oriente de San Salvador y pude constatar muchos aspectos sobre la relevancia de «Mi Nueva Escuela» que les compartiré en próximas entregas que se van a sorprender pero que les van a ilustrar sobre realidades y trabajo de campo.

    Tras una serie de cambios fundamentales en el país, es importante que valoremos los avances en educación, por lo que en futuras columnas seguiré proponiendo sobre esta temática y exponiendo los avances alcanzados. Recordemos que una educación de calidad es la que garantiza el desarrollo y la consolidación de los avances para nuestro pueblo, además es relevante en la criminología, ya que es posible prevenir la delincuencia, la violencia, así como transformar proyectos de vida de familias desde la primera infancia.

    • Ricardo Sosa, Docente universitario certificado
    Criminólogo

  • ¿Cómo impactaría a la economía salvadoreña el aumento de los aranceles de Estados Unidos?

    ¿Cómo impactaría a la economía salvadoreña el aumento de los aranceles de Estados Unidos?

    Con una participación del 15.6% en el PIB mundial ajustado por paridad de poder adquisitivo (PPA), Estados Unidos es la mayor economía del planeta. Además, es el principal importador global, concentrando alrededor del 17% de las importaciones mundiales de mercancías, y el segundo mayor exportador, con cerca del 8.8%. No obstante, su balanza comercial ha sido estructuralmente deficitaria desde la década de 1970, con una tendencia al alza. En los últimos años, el valor de sus exportaciones de bienes ha representado apenas entre el 50% y el 60% de sus importaciones.

    Cerca del 70% de las importaciones estadounidenses provienen de China, México, Canadá y la Unión Europea, países con los que mantiene los mayores déficits comerciales. En 2023, Estados Unidos importó mercancías desde China por $436,000 millones, mientras que sus exportaciones a ese país fueron de apenas $154,000 millones. En el caso de México, importó $475,000 millones y le exportó $322,000 millones, mientras que con Canadá la relación fue de $405,000 millones en importaciones y de $322,000 millones en exportaciones. Finalmente, las importaciones desde la Unión Europea fueron deaproximadamente $623,900 millones, frente a exportaciones por un valor de $367,900 millones.

    En este contexto, la Administración Trump ha decidido aumentar en un 25% los aranceles a las importaciones de acero y aluminio provenientes de distintos países, además de aplicar un arancel del 20% a productos chinos. Asimismo, ha amenazado con extender estos incrementos a un mayor número de bienes y países, lo que podría generar efectos significativos en el comercio global y, por ende, en economías como la salvadoreña.

    Si las amenazas de aumentar los aranceles a China, México, Canadá y la Unión Europea se materializan, es probable que se desate una guerra comercial con estos países, generando efectos como la reducción del comercio bilateral, el incremento de la inflación y la reorientación de flujos de comercio e inversión.

    Esta reorientación de flujos podría beneficiar a países como El Salvador, siempre que logren negociar con Estados Unidos la continuidad del libre comercio. Un argumento clave, como se muestra en el gráfico, es que, desde la entrada en vigor del TLC entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos, el déficit comercial de El Salvador (y el de toda la región) con este país no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado, a diferencia de lo ocurrido con sus principales socios comerciales. Según cifras del Banco Central de Reserva de El Salvador (BCR), en 2024 las exportaciones salvadoreñas a Estados Unidos alcanzaron los $2,134 millones, mientras que las importaciones desde ese país sumaron $4,423 millones, resultando en un déficit comercial de $2,288 millones. En consecuencia, no habría justificación para extender al país los incrementos arancelarios anunciados.

    Sin embargo, para que esta oportunidad impulse el crecimiento de la inversión nacional y extranjera en El Salvador, es fundamental identificar qué sectores y empresas, ya establecidas o con capacidad de instalarse rápidamente en el país, podrían reemplazar a los proveedores de otros países afectados por el proteccionismo estadounidense. También es crucial reconocer los principales obstáculos que enfrenta el país —como la calificación y disponibilidad de mano de obra, la infraestructura y la burocracia— y, a partir de ahí, diseñar e implementar políticas sectoriales efectivas.

    El Salvador necesita con urgencia políticas que aumenten de manera sostenida la productividad y rentabilidad de su agricultura y su industria. Paradójicamente, el resurgimiento del proteccionismo liderado por Estados Unidos podría representar una oportunidad. Sin embargo, esta ventana también podría cerrarse en cualquier momento. Actuar con rapidez es fundamental.

    No hay que olvidar que el proyecto MAGA (Make AmericaGreat Again) también incluye disposiciones que podrían poner fin al modelo de exportación de mano de obra que ha caracterizado al país en los últimos 35 años. Urge que distintos sectores de la sociedad —gobierno, empresarios, trabajadores, académicos y otros actores clave— se unan para analizar a fondo las implicaciones globales de esta estrategia y definir cómo aprovechar sus oportunidades y mitigar sus amenazas para El Salvador.

    • William Pleites, director de FLACSO El Salvador

  • El uso del cuaderno y la escritura ayudan al aprendizaje significativo

    El uso del cuaderno y la escritura ayudan al aprendizaje significativo

    El siguiente artículo de opinión hace a un lado la tecnología. El uso del cuaderno, los dictados deben de volver. Con ello, se tendrá a alumnos pensantes, que apliquen el pensamiento crítico y desarrollen el aprendizaje significativo.

    ¿Qué es el aprendizaje significativo? El psicólogo y pedagogo, David Ausubel, manifiesta sobre el aprendizaje significativo: «se caracteriza por edificar los conocimientos de forma armónica y coherente, por lo que es un aprendizaje que se construye a partir de conceptos sólidos». No se trata solo de memorizar cuando se lee un texto, se trata de que el estudiante sepa interpretar lo escrito.

    De las características del aprendizaje significativo, es importante destacar que fomenta la participación y el debate. Un niño escribe, dibuja, y su imaginación se incrementa. Con las tecnologías les dejamos a las máquinas que piensen por ellos. Los maestros deben de aplicar estrategias didácticas a temprana edad en educación preescolar.

    El uso del cuaderno ayuda a organizar mejor las ideas, estructura los conocimientos y ayuda al aprendizaje significativo. Por eso, siempre debe de haber cuadernos y libros de texto. Cuando el alumno escribe, le ayuda a analizar y sintetizar mejor las ideas.

    Un aspecto importante al escribir es que se ocupan los cinco sentidos. Pedagógicamente, se aprende mucho mejor escribiendo. Existe un proceso mental; esto beneficia especialmente a los infantes; ya que, les ayuda a tener una letra legible, aprenden a interpretar lo que están escribiendo. En Chile, se les dijo a los niños que escribiesen, que separan cada palabra con un espacio. Eso ayuda mucho a comprender mejor lo que escriben.

    Por lo tanto, escribir ayuda mucho, y es el docente que debe de enseñarle a los estudiantes a explicarles lo que han escrito, a ayudarles a que ocupen el razonamiento y sepan para qué les servirá en la vida lo que están aprendiendo.

    Según Germán Gómez, director general del Lycée Jean Mermoz Alianza Francesa, de Curicó: «Numerosos científicos del campo de las neurociencias han venido verificando experimentalmente las cualidades beneficiosas de esta práctica, destacando que los escolares adquieren un desarrollo más cabal de sus capacidades a causa de la estimulación y desarrollo neuronal que genera la escritura a mano». Es acá donde se aplica la neurociencia.

    Recordemos que la caligrafía se ha perdido. Cuando el docente le dice a un alumno que escriba en la pizarra, se evidencian los errores ortográficos y una letra poco legible. Además, cuando un docente pasa a un alumno a leer enfrente de sus compañeros, se corrobora que le cuesta seguir la secuencia de la lectura, se corrobora que le cuesta leer. Otro problema que surge al no leer o no comprender los textos. Cuando alguien escribe, hace que su cerebro trabaje mejor. Entre más se lea, más se logra comprender los textos.

    Por lo tanto, redactar con papel y lápiz ayuda a desarrollar las habilidades motoras finas. No se puede enseñar en parvularia con tablets y computadoras. Desde pequeños se les debe enseñar a escribir en cuadernos de caligrafía. En países como Francia, Finlandia y Estados Unidos volvieron a utilizar libros impresos y a escribir a mano. La tecnología pasó a un segundo plano.

    No se quiere decir que al leer a través de pantallas electrónicas no se aprenda. Este no es el caso de este tema. Lo que se comprueba es que un estudiante, al leer y escribir, hace que su cerebro trabaje mucho mejor y los aprendizajes sean más efectivos.

    En conclusión, se debe fomentar el uso del cuaderno y libros de texto. Con las pruebas internacionales como PISA, se comprueba que hace falta mucho por mejorar la comprensión lectora. Es recomendable volver a la didáctica anterior, la tecnología ayuda; sin embargo, no son los mismos resultados cuando se escribe. No dejemos que la tecnología distraiga a los infantes y jóvenes.

    • Fidel López Eguizábal, Docente Universidad Francisco Gavidia
    flopez@ufg.edu.sv

  • Contemplación en gris

    Contemplación en gris

    Una de los efectos del bombardeo mediático, en cualquiera de los tópicos que estén presentes, es el de sugestionar a tomar una postura; la que fuere. Ya sea a favor o en contra, pero situarse en una posición que, si esta no va de los extremos, se verá en términos medios, de un tono sombrío o gris.

    Y a mí parecer, el gris, es un tono hermoso porque no es absolutamente oscuro ni claro. En un negro o en un blanco cualquier otro color rompe con la totalidad de los mismos, pero en el gris podemos apreciar ambas tonalidades fusionadas. En el podemos dejarnos llevarnos hacia una contemplación; por ejemplo, hay días grises hermosos, algunas fotografías en esta gama nos evocan nostalgia, sobriedad, etcétera.

    Por supuesto, que hay posturas que no admiten reflexiones grisáceas, por vulnerar la dignidad humana, sin importar el género.

    Es de esta manera, que entre posiciones de tira y jale, pero también de consensos y con miras a seguir avanzando, denunciando y educando, se conmemora en este mes el día de la mujer. Lo cual es sumamente importante, conocer la historia de mujeres que nos antecedieron y que allanaron el camino que hoy recorremos, que se desarrollaron ya sea en sus profesiones, deportes o artes y sus nombres están escritos en la historia como un referente de educación; la que se traduce a evolución de pensamiento, y no de un mal interpretado fanatismo en blanco y negro; postergando una desgastante lucha que no quita del foco a un enemigo permanente, que viene siendo el sexo opuesto y una afrenta que envuelve un estilo de ser, de pensar. Recientemente leí que el fanatismo ideológico o religioso, usualmente termina convirtiéndose en los cables de un verdugo, que al contacto emanan electricidad ajusticiadora hacia toda opinión o postura que no arda como su corriente.

    Creo, que si mujeres y hombres sabemos reconocernos en nuestra humanidad, en nuestra dignidad y vernos con respeto por el solo hecho de ser personas, evolucionaríamos tantos sesgos retorcidos. Sesgos que han fortalecido masculinidades mal orientadas, que no conectan con su esencia. Uno de tantos sesgos erróneos, como el pensar que una mujer es vulnerable por vivir sola, por no tener a su lado a un hombre. Creyendo que la presencia de un compañero la librara de todo mal o que su casa merece el respeto por dicha imagen masculina. Pobres concepciones idealizadas sobre el mantener compañías que en otras situaciones, trágicamente, resultaron siendo los principales verdugos del mismo núcleo familiar.

    La vulnerabilidad ciertamente se inclina hacia al aspecto físico, pero surge primariamente en el pensamiento de quien ha decido sobrepasar los límites, de considerar el poco valor que merece alguien y que no se encuentra en disposición de reconsiderar su aprovechamiento ni de respetar la integridad de cualquier persona.

    Pienso que el enfoque para avanzar en esta temática es y debe continuar siendo la educación. Si como mujeres nos educamos, podremos educar a nuestros hijos, nuestros nietos; explicarles que no hay un drama por ser mujer, solo hay dramas humanos. Que ninguna persona debe ser quien defina la libertad y realización de ninguna otra, por el motivo de estar en relación sentimental o convivencia.

    Que la historia de nosotros las mujeres, va más allá de cualquier vínculo emocional y sentimental, que no debemos pensar que hay héroes que nos darán luz o nos rescataran.

    Cada una de nosotras tenemos una cosmovisión muy propia que nadie puede quitárnosla ni destruir, la cual nos da sostén para aprender, compartir y amar.

    * Ivette María Fuentes es licenciada en Ciencias Jurídicas

  • La pandemia y yo

    La pandemia y yo

    Todo comenzó el viernes 31 de enero de 2020. Los medios de información de España nos anunciaron ese día a la primera persona contagiada por la pandemia originada unos meses antes en Wuhan, en la República Popular China. A partir de ese momento, era cuestión de días o semanas para que el coronavirus se expandiera por el resto de la Península Ibérica. Para esos momentos, muchos quizá no alcanzábamos a dimensionar la tragedia a la que nos enfrentábamos.

    En las siguientes semanas, empecé a ver signos de lo que estaba por llegar. Varios bares y negocios de ciudadanos chinos comenzaron a estar cerrados, con las persianas bajadas y un extraño rótulo común pegado. En resumen, todas esas cartulinas blancas decían que se habían marchado de vacaciones a su patria y que retornarían en unos quince días. Comencé a ver eso alrededor de la pequeña escuela de mi hija, en un barrio obrero situado a una media hora de distancia en metro de nuestra casa, en el centro de la capital catalana.

    El martes 15 de febrero, los medios catalanes de información difundieron que el SARS-Cov-2 ya estaba presente en el territorio autónomo de Cataluña. En pocas horas, los supermercados y farmacias de Barcelona habían agotado sus existencias de mascarillas quirúrgicas, gel hidroalcohólico, guantes y demás elementos sugeridos para evitar el contagio. Los estantes lucían vacíos y una extraña sensación colectiva se percibía en las calles.

    Esa tarde, fui a buscar a mi hija de diez años a su escuela, en su horario habitual. Le dije a mi esposa que compraría otros botes de alcohol gel y guantes en alguno de los supermercados o farmacias de los alrededores. Dimos varias vueltas por aquel barrio y sólo en una farmacia accedieron a vendernos un bote grande de gel a un precio mucho más alto del habitual, pero que no me vendería ninguno más. Para entonces, el pánico era más que evidente en las calles, plazas y transportes.

    El jueves 12 de marzo nos confinaron dentro de nuestros hogares, en cumplimiento del estado de alarma emitido por el gobierno español. Mi hijo de dos años llevaba una semana que le habían quitado el yeso de una operación en su pie derecho, que le practicaron dos meses antes y que le había impedido ir a su guardería municipal. Aún le costaba caminar, con su pierna plegada hacia atrás. Por las mismas fechas, mi esposa había terminado un contrato laboral y entraba a la inmensa red de desempleados. A partir de ese momento, la casa pasaba a depender de nuestros ahorros y algunos ingresos ocasionales. En nuestro hogar, a partir de ese momento no había lugar para las dudas ni las desesperanzas.

    El viernes 13 quise ir al supermercado a hacer una compra mayor para varias semanas, pero desistí por la cantidad de personas que entraban y salían del recinto, bastante cerrado. Por eso, fui hasta el sábado 14, al mediodía. El tropel humano era impresionante. La mayor parte de la gente no usaba ni guantes ni mascarilla. Más de alguna tosía. Yo ya llevaba tres días de sentir que mi cuerpo alojaba un resfrío y me dolía, pero no tenía fiebre ni otros síntomas. La cola para pagar era inmensa y se lo dije a mi esposa en un WhatsApp. Regresé a casa hacia las 4 de la tarde.

    Al día siguiente, un extraño cansancio se apoderó de mi cuerpo. Nunca había sentido algo así antes.

    El lunes 16 de marzo, me desperté con una fuerte opresión en el pecho. Me levanté de la cama y caminé los tres metros que separan a nuestro dormitorio del cuarto de baño. Me senté en la taza del inodoro. Mi cuerpo se tardó una media hora en encontrar una bocanada de aire. Vi cómo mis pulmones se movían adentro de tórax grueso. Parecía tener un ataque crónico de asma, como los que le daban a mi hermano cuando era niño. El dolor de cabeza era punzante y ya tenía algunas décimas de fiebre. La preocupación vino anexa a la diarrea. Parecía que hasta el agua que bebía me producía evacuaciones intensas y de muy mal olor, como si una pescadería completa se me hubiera podrido en las entrañas.

    Le escribí un mensaje de WhatsApp a mi esposa y le dije que no saldría más, que me aislaría en el dormitorio. Estuvo de acuerdo. A partir de ese momento, pasaría varios días y noches ella sola con los niños. Adentro de nuestra recámara, yo libraría una lucha por mi vida y las de ellos, sin ningún tratamiento conocido y sin vacunas. En mi cabeza rondaban las escenas dantescas de decenas de camiones militares con cientos de ataúdes de ancianos fallecidos en Italia.

    Tirado sobre nuestra cama matrimonial, sólo quería dormir. Como me había dado de alta en una app de los servicios catalanes de salud, me reporté y me comenzaron a dar seguimiento. Mientras, mis hijos jugaban en la sala o veían sus programas en la televisión. Yo no tenía ánimos para nada, ni siquiera para comer. Sólo quería cerrar los ojos y que todo ese malestar se fuera así de rápido como había llegado. Mi esposa me decía que no dejara que la fiebre avanzara, que me duchara y que me levantara. Cada movimiento implicaba buscar aire para respirar y mis pulmones no lo encontraban.

    Una trabajadora social que le daba seguimiento a mi hijo me llamó por videoconferencia. Me vio tan mal en la pantalla de su teléfono que me dijo que mejor lo dejáramos para otro día. No recuerdo si alguna vez cumplimos con esa tarea.

    En la mañana del martes 17 sentí que las fuerzas me abandonaban. Mis pulmones parecían perder la batalla. Marqué entonces al teléfono de la app. La chica que me atendió me dijo, a gritos, que pidiera una ambulancia para que me llevaran de emergencia al hospital de referencia para nuestro barrio. En los siguientes minutos, viví un ataque de pánico. Me aterroricé como nunca. Yo, sobreviviente de una guerra, terremotos, huracanes, pobreza y más, esa mañana le vi demasiado cerca el rostro a la muerte, mientras me faltaba el aire (llegué a oxigenar hasta 84), la diarrea no me daba tregua y la fiebre tendía a incrementarse.

    En los siguientes minutos tomé una decisión. No fue nada fácil. Y quizá hasta fui irresponsable. Lo reconozco. Pero en aquellos minutos pensé en que, si me iba al hospital, me iban a meter directamente a la UCI, me entubarían y quizá me moriría, sin volver a ver a mi familia ni que ellos tuvieran la oportunidad de despedirse de mi cadáver. En esos días, morir en una sala hospitalaria europea implicaba que los tuyos jamás te volvieran a ver, porque te metían en un ataúd sellado y te llevaban a una fosa en el cementerio o al crematorio municipal. Y me dio terror pensar en esas escenas que veíamos días antes por la televisión. Y decidí no llamar a la ambulancia, continuar aislado en nuestro dormitorio y que mi cuerpo diabético presentara la que podría ser su batalla final.

    De común acuerdo con los médicos que me monitoreaban por la app, tomé pastillas para el dolor de cabeza y la diarrea y mantuve mis dosis diarias de metformina e insulina, que entonces todavía me aplicaba dos veces.

    Gracias al servicio de entregas a domicilio de varios supermercados y tiendas, mi esposa preparó alimentos sanos y nutritivos. Eso y dormir casi 16 horas al día comenzó a hacer un impacto beneficioso en mi cuerpo.

    Por órdenes del gobierno de Cataluña, la beca de comedor escolar de mi hija fue transformada en dinero, depositado en una tarjeta de débito. Mi esposa fue a reclamarla a la escuela, en un transporte público vacío y con gentes algunas sin mascarillas y otras ataviadas con botes de agua cortados para que les sirvieran como máscaras. Regresó a casa con un profundo impacto de lo que vio, como si a nuestro alrededor se había desatado alguna de las variantes de un mundo distópico tantas veces advertido por las películas y las series de streaming.

    En uno de esos días de recuperación, descansaba en nuestra cama cuando mi esposa me escribió para decirme que la pequeña televisión de casa se había fundido. Era un aparato de segunda mano, comprado hacía unos años atrás mientras vivíamos en otro apartamento y sólo existía nuestra hija como única descendiente. Cinco años después, me da risa pensar en que yo pensaba en cómo comprar una televisión para mis hijitos encerrados, mientras yo sufría los embates de una pandemia, algo no visto en la humanidad desde el azote de la mal llamada gripe española o influenza, que causó unos 100 millones de decesos entre 1917 y 1919.

    Mientras pensaba en cómo resolver esa necesidad, cayó un mensaje en mi cuenta de correo electrónico. Una persona me decía que había reactivado un proyecto que yo le había presentado unos años antes y que me había depositado dinero en mi cuenta bancaria. En efecto, al abrir la app allí estaba la cantidad. Me dediqué unos minutos a buscar una televisión en la web de El Corte Inglés y encontré una, de buena marca, con inteligencia artificial y muchos adelantos para ese año. Lo mejor era que estaba a mitad de precio y que la entregaban al día siguiente en casa. La compré de inmediato. Me sentí muy agradecido por ese gesto que la vida me otorgaba para mis hijitos. Se lo comenté a mi esposa por un mensaje y me tumbé a descansar. Mi existencia no daba para más en esos momentos en que las fuerzas no me daban para leer, escribir ni ver programas de ningún tipo en mi viejo teléfono chino.

    En los días siguientes, descansé mucho y comencé a dar paseos cortos por la habitación. Hacia fines de marzo, pude salir de la habitación y di paseos por el apartamento, con mascarilla permanente en mi rostro para reducir las posibilidades de contagio. Si a mis hijos los pude contagiar, sólo hubo testimonio en un pañal del pequeñito, con una deposición de color extraño. Fuera de eso, nadie más presentó ningún síntoma entonces. Y así siguen, hasta ahora. Mi esposa sostiene que ella tuvo coronavirus en noviembre de 2019, cuando hubo unos días en que una gripe le cortó varias veces la respiración, pero no pasó a más y aquel malestar se le fue de la misma forma en que se alojó en su cuerpo. Tiempo después, un estudio clínico de las aguas residuales de la ciudad de mostró que el SARS-Cov-2 ya estaba presente en ese tiempo en la ciudad.

    Paso a paso, comencé mi recuperación durante las siguientes semanas. Buscaba maneras de respirar mejor, hacía tareas del hogar y descansaba. Fue una verdadera lucha para no dejarme vencer, para no ser otra estadística más en un mundo dominado por el terror y la desesperanza. Mi familia me necesitaba tanto entonces como ahora y no estaba dispuesto a perderme la oportunidad de ver crecer a mi hija e hijo y ser felices, a mi esposa doctorarse y soñar con la realización de muchos proyectos más.

    Durante tres meses, la radio, la televisión y las redes sociales se convirtieron en nuestras fuentes de información y entretenimiento. Leímos, escuchamos música, reímos, peleamos, escuchamos, cantamos, bailamos… Hicimos de todo para tratar de no enloquecer ante los embates del encierro y de la apremiante realidad mundial. Cuando nos lo autorizaron, mi condición diabética me permitió salir de casa a tirar la basura o a caminar por las calles y avenidas de Barcelona y no ser detenido por las autoridades policiales y militares, que entonces imponían multas altas a quienes se saltaban el confinamiento sin razón alguna. Algunas veces, después del 2 de mayo, mis hijos me acompañaron en esos paseos cortos por esa ciudad solitaria, sin las acostumbradas hordas de turistas por La Rambla o la Sagrada Familia. Todo eso formaba parte de las órdenes vertidas desde el gobierno central a partir del 28 de abril, cuando iniciaron las cuatro fases para proceder a desconfinar a la población. Para entonces, decenas de miles de personas habían fallecido víctimas de la pandemia en las residencias de mayores, casas y hospitales del territorio español, las islas Canarias y Baleares y las ciudades autonómicas de Ceuta y Meilla.

    A medida que el SARS-Cov-2 se iba de mi cuerpo, sus secuelas afloraron. Una de las más evidentes fue la caída acelerada del cabello y el sangramiento de encías. El debilitamiento y el cansancio me duraron meses, casi tanto como los malos períodos de sueño. Además, solía despertarme sudoroso, pensando que me visitaba un ser exterminador y me entraban nuevos episodios de pánico.

    Desde que resido fuera de El Salvador, esa fue la segunda vez que la vida me ofreció una extensión de mis días sobre este mundo. La primera fue cuando nos salvó a mi hija y a mí de morir en el atentado yihadista de Barcelona, por tan sólo cinco minutos que nos atrasamos en salir de casa y no estuvimos en La Rambla cuando todo ocurrió.

    El gobierno español nos sacó del confinamiento el 21 de junio, tras tres meses y ocho días de encierro. La pandemia aún no había cesado, pero las opciones de contagio eran cada vez más conocidas, las ciencias habían logrado avanzar a marchas forzadas para conocer más acerca del agente causante de la mortandad y ya había tratamientos más definidos, junto con decenas de curanderos y charlatanes que sugerían tomar lejía hasta aplicarse químicos y rayos ultravioletas para evitar ser presas de la Covid-19.

    Tras un duro verano de incertidumbres en torno nuestro, llegó septiembre y el regreso a clases. La niña había estado en clases normales y de inglés mediante Zoom, pero el niño regresaría a su segundo año de guardería tras su operación del pie. Ella necesitaría mascarillas, pero él no, por ser menor de cinco años. Ella estaría organizada en grupos burbuja dentro de su salón de clases. En caso de algún contagio, no encerraban a todo el grupo, sino que sólo hacían análisis clínicos programados en cada grupo burbuja. Además, en la entrada de la pequeña escuela trazaron círculos de colores a una distancia prudencial para evitar que niños y padres o madres de familia se arremolinaran e incrementaran las posibilidades de contagio. Mascarillas y gel fueron los símbolos de esos meses finales de 2020 y de todo el primer semestre de 2021.

    Tras recibir un mensaje del centro de salud de nuestro barrio barcelonés, el 11 de junio de 2021 acudí a un salón dentro de un museo de la ciudad. Por mi condición diabética, fui llamado a colocarme una de las primeras dosis de la nueva vacuna de RNA contra el coronavirus y sus efectos. Fue un momento histórico y biográfico, por lo que le pedí a una de las enfermeras que me tomara una foto con mi teléfono. Tras sobrevivir a la primera ola de la pandemia desprovisto de todo, aquella vacuna -la primera de las seis dosis que porto desde entonces- marcaba mi vínculo personal más estrecho con ese paso gigantesco para la humanidad sufriente. El intercambio científico mundial lograba un hito sin precedentes en un tiempo récord y abría las puertas para lograr más vacunas de ARN contra otras enfermedades de larga data.

    Las tradiciones navideñas y del fin de año llegaron junto con otra ola de la pandemia. Como ocurrió en el verano, las actividades públicas fueron hechas con grupos limitados y con zonas marcadas para la distancia entre un cuerpo y otro. El Cagatió (el Santa Claus catalán, un tronco al que hay que pegarle con un palo para que cague los regalos) fue dejado por el Oncle Buscall en la puerta de nuestro apartamento. Bajo su barretina de colores rojo y negro, traía su mascarilla blanca sobre el rostro.

    Escribo esto al cumplir el quinto aniversario de mi contagio por Covid-19 no para mostrarme como un héroe ni nada por el estilo, sino como una forma de agradecer la vida que se me ha dado y lamentar que tantas personas amigas y parientes hayan sucumbido bajo esta ola trágica que se nos abatió durante meses. Agradezco desde la profundidad de mi ser también todo el apoyo que recibí de mi esposa Patricia y de nuestros hijos Filippa y Bertrand. Sin ellos, esta batalla personal no habría sido posible. Por ellos y para ellos, todo mi amor, mis energías, mis trabajos y mis días. Para mis personas amigas y colaboradoras, gracias por su apoyo y comprensión en ese tiempo. A quienes no entendieron mi situación, me juzgaron y me condenaron, también les extiendo mis agradecimientos y les reitero mi plena creencia en las duras verdades del karma y del destino. Ustedes sabrán si ese saco les queda o no.

    Al finalizar este texto autobiográfico, quiero abrazar los recuerdos de mi primo Iván Aguilera y de mi nunca bien llorado amigo, poeta y editor Luis Borja. Con Luis, ya tendremos ocasión de charlar acerca de nuestras mutuas experiencias con la pandemia. Mientras eso llega en un tiempo futuro, siempre pensaré en sus hijos, en su madre y en sus sueños. Todos debiéramos de tener el derecho de poder cumplirlos antes de marcharnos del reino de este mundo. Por mi familia y por gente valiosa como Luis, yo trataré de que la vida me dé más de sí tras mi infarto del pasado miércoles 18 de septiembre de 2024, cuando estuve muerto durante ocho minutos en una sala de hospital. Las vacunas contra el coronavirus no tuvieron nada que ver con ese accidente cardíaco, sino que a una arteria anterior de mi corazón se le ocurrió jugarme un momento siniestro.

    Mientras pueda hacerlo, prometo continuar con mis locuras para investigar y difundir la cultura salvadoreña. Estoy seguro de que alguien me leerá o escuchará hoy o quizá mañana.

  • Confesión de parte, relevo de pruebas

    Confesión de parte, relevo de pruebas

    Antes de que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales estadounidenses por segunda vez, ya había empezado a masticar la posibilidad de compartir algunas preocupaciones propias sobre política internacional.

    No soy experto pero lo andaba pensado al observar, en dicho escenario, gobernantes y políticos con sus discursos y actos impulsados ‒cada vez más‒ en medio de un creciente conservadurismo visceral y pendenciero difundido ampliamente con mucha habilidad y lamentable éxito a través de las llamadas “redes sociales”.

    Esa inquietud me “hacía ojitos” y se acrecentó con el surgimiento de personajes como Bukele en mi país, primero, y luego con Milei en Argentina; este último me picó, me estimuló, me incitó aún más tras una de sus últimas ocurrencias: la aprobación de la resolución 187/2025 que definía los “criterios médicos” para estimar la “invalidez laboral”.

    Según información oficial, de esa forma determinaron una escala o tabla para evaluar tal condición en las personas a fin de entregarles ‒a las que se encuadraran dentro del “perfil” fijado‒ “pensiones no contributivas”.

    Como se lee en su anexo, al abordar lo relacionado con los “retardos mentales” según su coeficiente intelectual, aquellas encasilladas en el grupo de cero a treinta se consideraban “idiotas”; en orden ascendente seguían las catalogadas como “imbéciles” y “débiles mentales”, tanto “profundas” como “moderadas” y “leves”.

    De esa manera, les aprobarían una pensión a las que presentasen “debilidad mental profunda o mayor”.

    Así, como se lee, lo establecieron; pero, parafraseando un par de medios, Milei reculó cuando la pronta protesta social organizada se le echó encima y se produjeron otras manifestaciones sociales diversas de repudio.

    Con lo anterior, ya tenía suficientes razones para compartir con ustedes algunas de mis elucubraciones sobre lo que –evocando a “Guaraguao”‒ pasa en algunas partes del mundo.

    Pero lo que definitivamente me hizo decidirme, tiene que ver con la última columna de mi querido colega y fraterno amigo: el colombiano Mauricio Montoya, quien con su hermano Fernando mantienen “un espacio permanente dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras”.

    Así la definen; y la llaman “ALPONIENTE”.

    Su más reciente entrega trata sobre un término muy usado, no siempre de forma correcta: idiota.

    Su origen griego hace referencia al valemadrismo de cara a la política pública y al debate sobre asuntos relacionados con esta; a no tener una posición y menos aportar. Según Platón y Aristóteles ‒citando a los hermanos Montoya‒ ese tipo de idiota “nos arriesgaba a todos a terminar sometidos a un gobernante inepto, incapaz o indeseado”.

    Mauricio y Fernando también recuerdan a Bertolt Brecht cuando este afirmó que el “peor analfabeto” es el político: ese que ni oye, ni habla y no se plantea “que el costo de la vida, el precio del pan, del pescado, de la harina, del alquiler, de los zapatos o las medicinas dependen de las decisiones políticas”; ese que “es tan burro, que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política”.

    “No sabe, el imbécil, que de su ignorancia política ‒finaliza el poeta alemán‒ nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político trapacero, granuja, corrupto y servil de las empresas nacionales y multinacionales”.

    Hoy día, tantos siglos después de las reflexiones delos filósofos griegos, observamos un mundo en el cual existe algo peor que la idiotez del “analfabeto político”; me refiero a la de quienes creen ciegamente, pese alas evidencias, en bocones de la polítiquería contemporánea que como Milei impulsan iniciativas iguales o peores que la antes comentada.

    También como Bukele que, de un día para otro, emite una opinión diametralmente opuesta a la que antes proclamaba como verdad absoluta; que ayer era de izquierda radical y hoy se arropa con la bandera de la derecha capitalista más voraz; que antes era demócrata y ahora no; que para colmo desaparece y vuelve a aparecer su hospital veterinario en menos de veinticuatro horas…

    Y que, además, pretende que nos traguemos esta fumada “pastilla”: solo duerme dos horas diarias para cumplirle a “la población”.

    “Dormir solo dos horas ‒advierte la Inteligencia Artificial‒ no es sano y puede tener consecuencias negativas para la salud”.

    Entre estas aparecen las siguientes: desregulación de los ciclos del organismo; afectación de las funciones cognitivas; mayor intolerancia y menor creatividad; mayor propensión a enfermarse; aumento del riesgo de estrés, ansiedad o síntomas depresivos; disminución de la capacidad de estar alerta; mayor propensión a cometer errores y ‒finalmente‒ desajustes físicos y mentales.

    Ojo con la citada “confesión de parte” del “saltimbanqui” de la política guanaca acerca de su descanso diario, pues nos dispensa la presentación de “pruebas”.