La decisión del Departamento de Estado de Estados Unidos de designar al llamado Cartel de los Soles como organización terrorista extranjera marca un nuevo punto de inflexión en la ya larga y enconada confrontación entre Washington y el régimen ilegítimo de Nicolás Maduro.
Más que un movimiento aislado, la medida se inserta en una lógica de escalada política, militar y simbólica que transforma un conflicto diplomático en un escenario de creciente riesgo bélico regional.
La categoría de organización terrorista extranjera no es un tecnicismo: tiene consecuencias jurídicas y políticas profundas. Autoriza sanciones más severas, persecución penal internacional y —sobre todo— construye un marco narrativo donde Venezuela deja de ser solo un adversario político para convertirse en un actor equiparado al terrorismo global. Estados Unidos sostiene que el grupo está vinculado directamente con Maduro y con figuras de su círculo militar.
La decisión no llega sola. Se combina con un despliegue militar sin precedentes en años recientes: la llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford al Caribe, ejercicios conjuntos en aguas estratégicas, y una serie de ataques letales contra embarcaciones acusadas de transportar drogas.
La crisis venezolana es real, compleja y profundamente humana. No se puede olvidar el escandaloso fraude electoral que impuso Maduro en 2024 en el que robó descaradamente las elecciones a Edmundo González. La oposición buscaba una salida civilizada y la dictadura de Maduro prefirió la brutalidad, la imposición, la barbarie. Estos son los lodos de aquellos polvos.
