El desafío de reconstruir la confianza en Bolivia tras el desastre socialista

La asunción de Rodrigo Paz Pereira como nuevo presidente del Estado Plurinacional de Bolivia marca un punto de inflexión político y simbólico en la historia reciente del país sudamericano. Su discurso, cargado de diagnóstico y reproche, dibuja un escenario devastador heredado de los gobiernos de Evo Morales y Luis Arce, del Movimiento al Socialismo (MAS), pero también abre una ventana de expectativas sobre un posible cambio de rumbo.

Paz llega al poder con una narrativa de ruptura: promete transparencia, eficiencia y una reconciliación con la comunidad internacional, en contraste con los años de aislamiento y confrontación diplomática. Sin embargo, el tono de su mensaje inaugural —duro, acusatorio y emocional— revela la magnitud de la fractura política que deja el MAS, y la dificultad de construir gobernabilidad sobre las ruinas de un sistema que él mismo califica como “monstruo burocrático”.

Más allá de las metáforas, la situación económica descrita por el nuevo mandatario no es menor. Las reservas internacionales en mínimos históricos, la inflación y el endeudamiento marcan el punto de partida de una administración que deberá equilibrar urgencia con prudencia. El anunciado “plan de rescate económico de emergencia” y la búsqueda de apoyo del BID y el FMI apuntan a una estrategia pragmática, pero también reabren viejos temores sobre la dependencia financiera externa.

No menos significativa es la restitución del vínculo con Estados Unidos, roto desde 2008. Este gesto político va más allá de lo diplomático: simboliza una voluntad de reintegrar a Bolivia en la esfera de cooperación global y el alejamiento de la influencia de las dictaduras de Nicolás Maduro, Miguel Díaz Canel y Daniel Ortega.

Paz asume con legitimidad institucional, pero su mayor reto será construir legitimidad social. Gobernar un país “devastado” implica algo más que administrar crisis: requiere tender puentes, reconstruir confianza y evitar que la promesa de cambio se convierta en un nuevo ciclo de desencanto.

Su frase final, “Vamos a reconstruir Bolivia desde los cimientos”, resuena con fuerza. Pero toda reconstrucción comienza por la reconciliación: con la historia, con los errores del pasado y, sobre todo, con los bolivianos que aún esperan que el Estado, al fin, les sirva.