Ignacio Martín-Baró estaba tocando guitarra horas antes de que los soldados ingresaran a la residencia del Centro Monseñor Romero (CMR), en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Esto lo confirma Lucía Barrera de Cerna, en declaración rendida frente a la Audiencia Nacional de San Fernando de Henares, España. La música y las risas de Martín- Baró amenizaron la última cena de los jesuitas. Poco después de escuchar a Martín-Baró cantar, Barrera de Cerna se fue a dormir.
Según el Manual de Guías del CMR, los vecinos de la calle del Cantábrico escucharon rezos y salmos en voz alta que aparentemente provenían de la residencia de los jesuitas. Ahí permanecían tendidos boca abajo, sobre el suelo del jardín, Ignacio Martín-Baró, Ignacio Ellacuría, Juan Ramón Moreno, Segundo Montes y Amando López. Los sacerdotes rezaban y cantaban en los que sabían serían sus últimos momentos de vida.
El teniente José Ricardo Espinoza Guerra llamó al subsargento Antonio Ramiro Ávalos Vargas y le preguntó: «¿A qué horas va a proceder?». El subsargento declara que entendió esa frase «como una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo». Ávalos Vargas se acercó al soldado Óscar Mariano Amaya Grimaldi y le dijo: “Procedamos”.
Amaya Grimaldi mató a tiros a Ellacuría, Martín-Baró y Montes. El subsargento Ávalos Vargas en contra de López y Moreno.
Mientras asesinaban a los que habían llevado al jardín, el subsargento Tomás Zarpate Castillo custodiaba a Elba y Celina Ramos en una habitación ubicada a pocos pasos del acceso que comunicaba a la Capilla “Jesucristo Liberador” con la residencia.
Al escuchar la orden dada por Ávalos Vargas desde afuera, Zarpate disparó en contra de Elba y Celina. La primera se abalanzó sobre su hija para protegerla de los balazos.
Después de esta secuencia de disparos, cuando volvió el silencio a la residencia, apareció por la puerta de acceso Joaquín López y López, que había salido de su escondite para confirmar si los soldados ya se habían retirado.
Al advertir su presencia, los soldados del patio lo llamaron y él respondió “no me vayan a matar, porque yo no pertenezco a ninguna organización”. Al ver los cadáveres de sus compañeros se dio la vuelta y entró en la residencia. Los soldados desde afuera le dijeron: “Compa, véngase”, pero él no hizo caso e intentó entrar a una habitación. Estaba en la puerta del cuarto cuando los soldados, entre ellos el cabo Ángel Pérez Vásquez, le dispararon por la espalda.
Cuando López y López cayó abatido hacia dentro de la habitación, los soldados se acercaron a inspeccionar y el sacerdote logró aferrarse a la pierna de uno de los efectivos. El soldado retrocedió y lo fulminó con cuatro disparos.
Consumados los asesinatos, un soldado lanzó una bengala para dar la señal de retirada a los anillos de seguridad establecidos dentro del campus. Ya iban de salida cuando el subsargento Ávalos Vargas escuchó gemidos. Eran Elba y Celina Ramos que aún estaban vivas y agonizaban sobre un sillón. Ávalos dio la orden al soldado Jorge o José Alberto Sierra Ascencio de que las rematara y este descargó una ráfaga como de 10 cartuchos sobre las mujeres, hasta que ya no pujaron.
El teniente Espinoza Guerra pidió a los soldados que ejecutaron a los jesuitas del patio, que metieran los cuerpos de los asesinados a la residencia. Ahí fue cuando Juan Ramón Moreno fue llevado a la habitación número 3. El soldado no movió más cuerpos y los dejó en el patio.
Según la declaración judicial del teniente Yusshy René Mendoza Vallecillos, después del lanzamiento de la bengala los efectivos “empezaron a disparar para todos lados”. El informe “De la locura a la esperanza” elaborado por la Comisión de la verdad para El Salvador, creada por Naciones Unidas, también recoge este hecho, agregando que el grupo también ametralló la fachada del Centro Monseñor Romero y lanzaron cohetes y granadas.
Los soldados utilizaron un lanzallamas para destruir cuadros, libros, enseres domésticos y mobiliario universitario que se encontraban al interior de las instalaciones del CMR, fuera de la residencia. El vidrio protector de un retrato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero se conserva fundido por las llamas, así como otro cuadro montado sobre metal presenta una marca provocada por impacto de bala en el área del pecho.
El batallón Atlacatl se llevó de la escena un maletín con fotos, documentos y los cinco mil dólares del premio Alfonso Comín que Ellacuría resguardaba en su habitación.
Los militares salieron por la calle del Cantábrico y en los portones de la entrada peatonal escribieron “El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir. FMLN”.
Pasarían unas cuantas horas para que se supiera de la masacre y unas cuantas más para que, entre las 2:00 y 3:00 de la tarde del día 16 de noviembre de 1989, el arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Rivera y Damas, y su auxiliar monseñor Gregorio Rosa Chávez, escucharan desde los altavoces de un vehículo militar: “Seguimos matando comunistas. Ya han caído Ellacuría y Martín-Baró (…)”. Los Ignacios, rector y vicerrector de la UCA, jesuitas y amigos, habían sido asesinados.

Un futbolista apodado “el rey sol”
Ignacio Ellacuría Beascoechea nació el 9 de noviembre de 1930 en Vizcaya, España. En 1947 ingresó a la Compañía de Jesús y al año siguiente llegó a El Salvador.
Después de realizar estudios de teología en Innsbruck, Alemania, viajó a Madrid para realizar su doctorado y conoció al filósofo español Xabier Zubiri. Zubiri sería maestro y amigo de Ellacuría, además de considerarlo su sucesor en la rama de la filosofía.
A partir de 1967 empezó a ser docente en la UCA, además de convertirse en jefe y catedrático del departamento de Filosofía. En 1979 se convirtió en rector de la UCA.
A Ellacuría le encantaba el fútbol y era un gran deportista. En la Sala Memorial de Mártires del Centro Monseñor Romero se conservan álbumes de estampillas deportivas de la marca Panini que Ellacuría rellenaba a menudo. Cuando estudiaba en Innsbruck formó junto a sus compañeros hispanos, austriacos y un alemán, un equipo con el que ganó el campeonato de la Universidad de Innsbruck.
Según su biografía oficial, compartida por la UCA en su página web, también ganaron el campeonato nacional universitario en Viena pero “el éxito deportivo no fue bien visto por los superiores de Innsbruck y Roma” que disolvieron el equipo alegando que “jugar al fútbol en público no era algo propio de la vida religiosa”.

Sobra decir que era sumamente inteligente. Toda su producción teórica sobre teología de la liberación, filosofía, antropología y política dan cuenta de su capacidad. En su años de estudiante, algunos de sus compañeros lo consideraban arrogante y excluyente.
Sus propios maestros escribieron en el informe de sus cuatro años en Innsbruck que “al lado de ser altamente talentoso, su carácter es potencialmente difícil, su espíritu propio de juicio crítico es persistente y no está abierto a los otros; se separa de la comunidad con un grupo pequeño en el cual ejerce una fuerte influencia”. Su carácter provocó que algunos le llamaran “El rey sol”.
Fue profesor de teología en la UCA y fundó el Centro de Reflexión Teológica. Hasta el día de hoy se organizan anualmente las Jornadas de Reflexión Teológica “Ignacio Ellacuría”, donde distintos exponentes de esa disciplina debaten alrededor de los escritos de Ellacuría así como de las teorías más contemporáneas.
La reforma agraria de 1976, impulsada por el régimen militar marcó el inicio de la incidencia pública de Ellacuría en los asuntos de la sociedad salvadoreña. A partir de ahí aportó a cada crisis del país análisis críticos y propuestas creativas.
La herencia que tal vez más le enorgullecería si estuviera vivo, sería la radio YSUCA. El impulsó su creación antes de su muerte. Carlos Ayala Ramírez recoge en su artículo “YSUCA: 19 años con voz” la visión de Ellacuría sobre la incidencia de la UCA en los medios de comunicación.
“Si la UCA pretende incidir en transformación de la sociedad, entre otros medios, a través de la formación de la conciencia colectiva, es obvio que necesita echar mano de los medios de comunicación social».
Ignacio Ellacuría, rector de la UCA
Fundada en 1991, la YSUCA celebró este año su 34 aniversario, reafirmando, según un comunicado de prensa “su propósito de ser una voz fiel a la verdad, la dignidad humana y la transformación social, manteniendo vivo el sueño de una comunicación al servicio del pueblo salvadoreño”.
En septiembre de 1989, en la víspera de celebrar los 25 años de la UCA, Ellacuría se dirigió al público reunido en el auditorio que hoy lleva su nombre. Una grabación inédita recuperada por el Centro Cultural Universitario de la UCA nos permite escuchar el llamado que Ellacuría hace a los jóvenes estudiantes.
Entre otras cosas, los insta a nunca perder “el sentido de la fiesta”. El rector invitaba a que, a pesar de las dificultades que se vivían en El Salvador de entonces, “respetando el dolor ajeno, hay que tener sentido de la fiesta, entonces ¡organicen fiestas!”. Con aquellas palabras daba paso a la participación del coro universitario.
Un jesuita, muy amigo suyo, siempre hizo caso de ese llamamiento a organizar fiestas. Se llamaba Ignacio Martín-Baró y murió asesinado junto a él, por los mismos verdugos.

El psicólogo al que le gustaba cantar
Ignacio Martín-Baró nació el 7 de noviembre de 1942, en Valladolid (España). En 1959 entró al noviciado de la compañía de Jesús de Orduña, su segundo año de noviciado lo hizo en Santa Tecla, El Salvador, éste lo concluyó a finales de septiembre de 1961.
Entre 1961 y 1970, Martín-Baró pasó por Quito (1961), Bogotá (1962–1965), Bélgica/Alemania para estudiar teología (1967–1970). Su primer paso por El Salvador fue entre 1966 y 1967 como docente del Externado de San José y en la UCA. Regresó definitivamente a El Salvador en 1970 para terminar su último año de teología.
Al regresar a San Salvador, tras sus estudios de posgrado en EE.UU, terminó sus estudios de teología y luego se dedicó de lleno a la psicología, obteniendo la licenciatura en 1975.
A Martín-Baró siempre le gustó cantar. En su tiempo libre, siempre tocaba guitarra y cantaba para el disfrute de sus compañeros de trabajo en la UCA. Según el testimonio de varios exalumnos suyos, a veces se le podía encontrar en la cafetería central de la universidad, donde tocaba y cantaba para sus estudiantes, que se reunían a su alrededor.
De estas tertulias culturales espontáneas, nació el festival “Catártico” una iniciativa de Martín-Baró que retomó después el departamento de psicología de la UCA. En el Catártico, los estudiantes de la carrera de psicología se reúnen para transformar sus experiencias personales y colectivas en arte.
El festival Catártico debe su nombre a la catarsis, un proceso en el que, según Aristóteles, los espectadores experimentan al presenciar un espectáculo. En él logran purificar y liberar tensiones emocionales, especialmente a través de la compasión y el temor. Martín-Baró lideró este festival por creer fervientemente en el poder liberador de la cultura y el arte, pensamiento que compartía con su amigo Ellacuría.
Entre ambos se apoyaron no solo dentro de la universidad, donde Martín-Baró fue vicerrector académico y Ellacuría rector, sino también en su lucha por la justicia social, por trabajar en una iglesia que liderara cambios positivos en las comunidades, inspirada en la teología de la liberación y en el Concilio Vaticano Segundo.
Motivado por su interés en estas vertientes teológicas contemporáneas, Martín-Baró crea la psicología de la liberación, un enfoque psicológico desprendido de la psicología social que propone ayudar a los pueblos oprimidos a entender su realidad y transformarla.
Para él, la psicología tradicional hablaba desde libros y teorías importadas, pero no desde lo que vive la gente en países como El Salvador.
Para Martín-Baró la psicología debía:
- Escuchar a la gente común, especialmente a los pobres y víctimas de la violencia.
- Entender cómo la injusticia, la guerra y la opresión afectan la mente y la vida cotidiana.
- Ser una herramienta de cambio social, no solo un acompañamiento individual.
- Ayudar a desideologizar, es decir, quitar las mentiras o ideas que el poder mete en la mente de las personas para que acepten la injusticia.
En su libro “Acción e ideología” Martín-Baró resume el fundamento de su teoría en simples palabras.
“La psicología social que aquí (en Acción e ideología) se presenta surge en una situación muy concreta. La situación de El Salvador, en los momentos en que todo un pueblo lucha organizadamente por liberarse de una opresión popular. Esta psicología toma partido por ese pueblo, por sus luchas y aspiraciones, y pretende ser un instrumento para que el pueblo pueda tomar sus decisiones con mayor claridad, sin dejarse llevar por espejismos o resabios de su conciencia tradicionalmente manipulada”.
Ignacio Martín-Baró en Acción e Ideología (1985)
Para este Ignacio, su enfoque no trataba de decirle al pueblo lo que tiene que hacer, sino de “incorporar el quehacer científico a una praxis social liberadora, que desenmascare y destruya la manipulación”.

Parte de esos intentos por liberar al pueblo de la manipulación fue fundar el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) en 1986. Este instituto hizo encuestas muy importantes sobre la población salvadoreña —temas como la guerra, la polarización, la religión y la negociación política— y se convirtió en una herramienta poderosa para dar voz a las mayorías y analizar críticamente la realidad social.
Martín-Baró creó lo que él llamaba “el espejo social”; es decir, las encuestas como instrumento a través del cual la población podía ver reflejada su realidad.
En su servicio pastoral, combinó su labor universitaria con una profunda cercanía a la gente: atendía los fines de semana en la parroquia rural de Jayaque, La Libertad. Para él la atención de la iglesia era un escape donde podía descansar de sus quehaceres diarios y conectarse aún más con la gente.
Julio César Pérez, encargado del Centro Ignacio Ellacuría de la UCA y originario de la UCA, contó a Audiovisuales UCA para el documental “El legado de Martín-Baró” (200) cómo Ignacio llegaba a su comunidad los fines de semana.
“Él siempre usaba guayabera, y en las bolsas de la guayabera andaba muchos dulces. Los niños lo rodeábamos y él nos empezaba a repartir dulces y a jugar con nosotros”.
Julio César Pérez, encargado del Centro Ignacio Ellacuría de la UCA.
Teresa Pérez, vecina de Jayaque siente que Ignacio Martín-Baró “nunca se va ni se irá de su mente”. Así como Teresa, algunos sectores dentro de la UCA, varias comunidades rurales de todo El Salvador, algunos miembros de la diáspora e incluso extranjeros que nunca han venido a este país, tienen a los Ignacios, Ellacuría y Martín-Baró, siempre en sus mentes.
Es por eso que la UCA celebra año con año una vigilia que conmemora a sus mártires. Entre palmas, alfombras de sal y un gran despliegue logístico, la universidad abre sus puertas para que todos los llamados por el testimonio martirial se reúnan, y canten y bailen recordando a los Mártires del 16N.
Lea nuestra última entrega – Mártires del 16N: Una vigilia del “pueblo crucificado” en pleno centro de Antiguo Cuscatlán
Lea la primera entrega – Mártires del 16N: Elba y Celina, las mujeres asesinadas por «Diosidencia» en la masacre de la UCA
Lea la segunda entrega: – Mártires del 16N: La memoria histórica y los derechos humanos del Dios crucificado
Lea la tercera entrega: – Mártires del 16N: Los López, misioneros de fe, alegría y fraternidad centroamericana
