Cuando la tranquilidad en las calles choca con la angustia en los hogares

Es cierto que la seguridad ha mejorado sustancialmente en nuestro país. Aquí en oriente, donde vivo, se puede salir tranquilamente a cualquier hora del día, con una seguridad cercana al 100% de no estar expuesto a ningún tipo de delito o peligro, lo que genera gran tranquilidad para las familias y fomenta la convivencia ciudadana.

Sin embargo, también es cierto que la seguridad física de la ciudadanía no está en sintonía con la seguridad económica familiar. Actualmente, es evidente que existe una discrepancia entre seguridad y economía. Esta situación no solo es percibida por la ciudadanía, sino que también está reflejada en los índices económicos.

El último reporte del Banco Central de Reserva, publicado la semana pasada, señala que la deuda pública de nuestro país está progresivamente alcanzando al producto interno bruto (PIB). La deuda pública actualmente suma $32.2 billones de dólares, lo cual equivale al 88% del PIB, de los cuales al menos el 25% vence en un plazo de uno a cinco años. Y para hundir nuestras expectativas aún más, hace dos semanas se confirmó que El Salvador tiene la tasa de crecimiento económica más baja de la región Centroamericana, con proyecciones futuras que auguran males mayores. Además, es uno de los países menos atractivos para la inversión extranjera directa y ocupa el último lugar de la región en términos de acumulación de capital.

Crecimiento bajo, salarios estancados, inflación en bienes básicos. ¿Qué significa para el ciudadano de a pie que la deuda pública este en esa magnitud hoy?

Se sigue dando prioridad a la seguridad y al orden. Cada día se nos exhiben sus logros: “Cero homicidios en tantos días”, nos dicen. Sin duda, es un logro que se agradece. Pero ¿no será que otras dimensiones del desarrollo nacional están siendo desplazadas?

Temas como la participación ciudadana, la transparencia o el pluralismo político parecen haber quedado en segundo plano. Toda información relacionada con los contrapesos en el país está bajo “reserva” por muchos años venideros. Solo conocemos lo que el gobierno quiere que conozcamos. Incluso mandos medios de importantes instituciones públicas, como el Ministerio de Salud, carecen de acceso a información esencial. Navegan un barco a ciegas, haciendo tanteos a diestra y siniestra con la intención de tomar decisiones acertadas para el bien de la población. Pero así no se gerencia una empresa, así no se dirige una institución, y mucho menos así se gobierna un país.

A menos, claro, que el objetivo sea concentrar el poder en una sola persona o partido político; aumentar la corrupción y la impunidad —basta recordar la reciente publicación de El Faro sobre las compras de insumos para el Ministerio de Salud durante la pandemia—; controlar el relato público y difundir propaganda gubernamental; debilitar el Estado de derecho; y desmovilizar a la ciudadanía. En otras palabras, debilitar profundamente nuestra democracia.

Es cierto: este gobierno cuenta con un apoyo popular sin precedentes. Pero también la Revolución Cubana gozó de una euforia similar hasta mediados de los años sesenta. En la década de los setenta comenzó la represión del disenso y la emigración masiva de críticos y de las clases medias. En los noventa, el apoyo popular se desplomó, y para 2021 el rechazo al régimen cubano era generalizado, con una economía nacional completamente en bancarrota.

Hoy, nuestro país ha aprobado reformas constitucionales que permiten la reelección indefinida del presidente, extienden el mandato a seis años y socavan cada vez más los controles institucionales. ¿Cuáles son los riesgos a largo plazo a los que se expone nuestro país?

Quiero ser honesto: he apoyado el plan de seguridad de este gobierno, y lo sigo apoyando. No deseo un regreso a la violencia de años anteriores. Sin embargo, al observar la situación económica de la población, los presuntos casos de corrupción y la impunidad que se perciben a flor de piel, así como las millonarias inversiones en infraestructura que no se traducen en mejoras reales en educación o salud, me cuesta ver un verdadero desarrollo social en nuestro país.

Y aunque me siento más seguro en las calles, el futuro, sinceramente, me angustia.