El pulpo

No hablaré del animal definido como un “molusco cefalópodo dibranquial, octópodo, que vive de ordinario en el fondo del mar y a veces nada a flor de agua”; este, “muy voraz” pero “comestible”, “se alimenta de moluscos y crustáceos”. Tampoco mencionaré a Juan Gualberto Fernández Rivera, aquel legendario deportista nacido en Honduras quien fuera guardameta en diversos e históricos equipos de la primera categoría del fútbol salvadoreño –cuando acá realmente había fútbol respetable– e integrante de la selección nacional clasificada a los Juegos Olímpicos de 1968, en los que fue protagonista; este arquerazo, bautizado desde cipote como “el Pulpo”, también cuidó las redes del “equipo de todos” durante las épicas jornadas en la contienda por participar en el Mundial de 1970 celebrado en México; pese a ser el titular en dicha eliminatoria, épica además por todo lo que se tejió alrededor de la “guerrita” con Honduras en julio de 1969, no jugó ni un minuto en el Estadio Azteca durante dicho torneo.

Me encantaría recordarlo, pero no. Mejor hablaré de una real y tremenda “especie devoradora”; una de esas que tragan con ansiedad desmedida, sin freno y con apetito del todo insaciable. En su caso, el plato servido y apetecido es el poder político y económico dentro de esta nuestra parcela centroamericana. Y los “tentáculos” de tal versión “novedosa” de un pulpo que navega en estas intranquilas aguas ya atraparon también, de hecho, hasta la regencia oficial del mencionado “deporte de las mayorías”; el “deporte rey” desde hace ratos venido bastante a menos en El Salvador.

No digo que antes alcanzó niveles de excelencia, no obstante destacadas y rutilantes figuras que surgieron en el campo de juego; ciertamente tuvo, además, momentos de brillantez regional en el ámbito de “clubes” y selecciones. Pero ahora, solo el fútbol guanaco puede presumir dos penosos “récords” universales: aquel marcador con el que Hungría derrotó al equipo nacional en 1982 y el no haber asistido desde entonces a una “justa mundialista”. Sumando la que tendrá lugar en América del Norte el 2026, se cumplirán 44 años de esa prolongada ausencia que cala en lo más profundo de la ‒por no llamarla de otra forma‒ “noble afición”.

A esta, ansiosa huérfana de triunfos y satisfacciones de otro tipo en el ámbito deportivo, hoy quieren encasquetarle una fantasía “bukeleana” para embaucarla una vez más. A menos que Dios baje el dedo para ordenar que no se realice, es un hecho consumado la toma de la Federación Salvadoreña de Fútbol dentro de unas pocas semanas por parte del pulpo oficialista que no se cansa de justificar sus desmanes con la misma cantaleta: hoy todo es posible en el “país más seguro del hemisferio occidental”, de la mano de su omnipresente e inigualable “líder” siempre acuerpado por su “clan” familiar de cuyo interior ya fue escogido y prácticamente ungido el futuro presidente de la entidad rectora del balompié salvadoreño: el hermano de Nayib, quien es o era el mandamás de la Federación Salvadoreña de Baloncesto y del Instituto Nacional de los Deportes de El Salvador.

Al contemplar esa puesta en escena, no queda más que volver la vista a lo ocurrido en Nicaragua donde Daniel Ortega, Rosario Murillo y familia –instaurada como la nueva dinastía que nada debe envidiarle a la somocista– finiquitaron el secuestro del entretenimiento más popular en ese país vecino: el béisbol. Para ello había que “darle en la nuca” a otro “histórico” y muy cuestionado, por turbio, dirigente político sumamente cercano a dicha camarilla hasta hace poco: el nada sencillo Bayardo Arce, capturado por el régimen dictatorial el recién pasado junio. Este era el poderoso dirigente de la liga profesional de dicha actividad deportiva, desmantelada hace poco para crear la llamada Asociación Profesional de Béisbol Nicaragüense bajo el absoluto control de la familia presidencial.

Para ello, la jaranera “Chayo” ya movió hábilmente sus tentáculos. Así garantizó que el excomandante mochado no le estorbara en su camino hacia la toma del trono dinástico, que aspira ocupar cuando su marido se haya despedido de este mundo. Y en esa puesta en escena, ya le cayeron al “deporte rey” chocho. Pareciera que una conjura similar está por completarse acá en El Salvador, para manipular las frustraciones futboleras de nuestro pueblo en función de los intereses oficialistas y sus jugosos negocios. Así se mueven estos “dioses del Olimpo” centroamericano que, como parte de su desenfrenada ambición de poder, no pueden negar lo que está a la vista: sin vergüenzas de por medio, terminan hermanados en sus enfermizas y lucrativas  confabulaciones en medio de las cuales no sobresalen ni el honor ni la lealtad.