Antonio se levantó esa mañana con malestar general y dolor de garganta. Pensó que era un leve resfriado; la noche anterior había salido de fiesta con sus amigos. Ese día el dolor de garganta aumentó y se acompañó de fiebre leve y sensación intensa de cansancio. Al final de la jornada decidió descansar y acostarse temprano.
Durante la noche la fiebre se intensificó y aparecieron síntomas claros de una infección respiratoria alta: abundantes secreciones nasales, tos y dolores musculares. Dos días después del inicio del cuadro gripal comenzó a sentirse muy cansado. “Me cuesta respirar un poco”, pensó. “¿Será neumonía esta cosa?”. Antonio era un adulto joven, aparentemente sano, sin factores de riesgo para una gripe grave, como edad avanzada, embarazo o inmunodepresión. Por eso, en su primera consulta, cuatro días después de iniciados los síntomas, el médico lo diagnosticó con una infección respiratoria aguda probablemente causada por el virus de la influenza. Indicó tratamiento ambulatorio y sintomático.
Al séptimo día de inicio de los síntomas, Antonio sintió que se ahogaba y que no podía respirar. Su piel se tornó violácea, la fiebre era intensa y presentaba dolor en el pecho. Sus familiares lo llevaron a un centro hospitalario privado de la ciudad. Al llegar a la emergencia, lo subieron a una camilla y le colocaron un suero, pero lo dejaron casi tres horas tirado allí, sin más atención que la de su familia. Su piel ya no era solo violácea, sino francamente cianótica por la baja saturación de oxígeno: aquel cuadro de gripe se había convertido en una neumonía severa. Angustiados, los familiares exigieron la presencia de un médico, quien al examinarlo indicó que era necesario intubarlo de urgencia. Ese mismo día, Antonio murió por una falla multiorgánica (renal, cardiovascular y neurológica), muy probablemente causada por el virus de la influenza y agravada por el retraso en la administración del tratamiento adecuado.
En este contexto, se ha hablado mucho últimamente de una nueva variante del virus de la influenza A H3N2, el subclado K. Esta variante se ha vuelto predominante en la temporada 2025‑26 en varios países. Se trata del mismo virus A(H3N2) que circula en humanos desde 1968, pero con un conjunto de mutaciones nuevas en la hemaglutinina que lo distinguen de los H3N2 recientes (subclado J.2.4). Desde mediados de 2025 se ha detectado en todos los continentes y ya representa alrededor de un tercio de todos los H3N2 secuenciados globalmente, y casi la mitad en la Unión Europea y el Espacio Económico Europeo. En países como Reino Unido y Japón llegó a representar cerca del 90% de las muestras de gripe, y se observa una circulación creciente en Norteamérica y otras regiones.
Hasta ahora, no se ha documentado un aumento claro de la gravedad clínica: hospitalizaciones, ingresos a UCI y mortalidad se mantienen en rangos esperados para temporadas dominadas por H3N2. Los síntomas son los típicos de la gripe estacional (fiebre, mialgias, tos, cefalea, malestar general), sin un perfil clínico distintivo atribuible al subclado K. Organismos internacionales estiman que el riesgo para la población general es moderado, pero mayor en grupos de alto riesgo (personas de 65 años o más, personas con comorbilidades, embarazadas y personas inmunocomprometidas). Por ello se enfatiza la importancia de mantener y reforzar la vacunación estacional (especialmente en grupos de riesgo), la vigilancia virológica con subtipificación y las medidas habituales de prevención respiratoria (higiene de manos, uso de mascarilla en contextos de alta transmisión y quedarse en casa si se está enfermo).
Los análisis genéticos y antigénicos de la vacuna de la influenza utilizada este año muestran una divergencia importante entre el H3N2 K y la cepa H3N2 incluida en la formulación, lo que se traduce en una posible menor efectividad frente a la infección sintomática. Sin embargo, las estimaciones tempranas indican que la vacunación sigue reduciendo de forma importante el riesgo de visitas a urgencias y de hospitalización, sobre todo en niños y, en menor medida, en adultos mayores, sin evidencia de resistencia a antivirales estándar como el oseltamivir.
Cada año la gripe o influenza causa, en promedio, al menos 290 000 muertes en el mundo. La nueva variante, a pesar de predominar globalmente, no aparenta tener mayor gravedad ni mortalidad que las cepas previas en los casos identificados. El caso de Antonio probablemente fue causado por esta nueva variante, que con toda seguridad ya circula en nuestro país. La gripe es, y siempre ha sido, una enfermedad de cuidado. Por ello, es altamente recomendable vacunarse: todas las personas que puedan hacerlo, pero con especial urgencia aquellas pertenecientes a grupos de alto riesgo, como los adultos mayores de 65 años.
*El Dr. Alfonso Rosales es médico epidemiólogo, consultor internacional.
