Mensajes secretos, discursos públicos

Los escenarios de guerra son proclives para los sinceramientos. Lo que ‘no se puede decir’ en público, en los mensajes secretos, durante las guerras, aparece con claridad y retrata al personaje. Y esto aplica quizá para cualquier guerra.

Durante la segunda guerra mundial hubo a diversos niveles mensajes secretos, que examinados ahora arrojan luz sobre perspectivas, propósitos y talantes.

Un poco antes del estallido de la segunda guerra mundial, Stalin y sus mariscales y sus confidentes quisieron pasarse de listos y gestaron un pacto de no agresión con Hitler y su gendarmería. Y, por un momento, parecía que sí, esas dos potencias enemigas era posible que interpusieran un muro. El cabo Hitler, en un arranque de ansiedad, les ordenó a sus generales lanzarse contra la Unión Soviética, quizá sin haber estudiado un poco lo que le pasó a Napoleón Bonaparte cuando en el siglo XIX se dispuso a avanzar sobre Moscú. Y, claro, pronto llegó el empantanamiento de las tropas alemanas y los jerarcas nazis a lo mejor no lograron comprender a tiempo que se habían descuadrado y habían ―por empeñarse en llegar a Moscú― comprometido sus otros frentes de batalla.

Así, la correspondencia secreta entre Stalin y Churchill comenzó con un mensaje personal que el primer ministro inglés le envió al ‘Sr. Stalin’, y que fue recibido el 8 de julio de 1941, es decir, apenas solo unos días después de que Alemania inició su invasión a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941.

De algún modo, para los soviéticos, aquello fue sorpresivo, puesto que el pacto Ribbentrop-Mólotov (‘tratado de no agresión’) se había firmado el 23 de agosto de 1939.

Si se sopesa con cuidado ese giro de timón de Alemania, es fácil descubrir la ausencia de elementos de peso para provocarlo. Solo en la enfebrecida mente del cabo Hitler semejante dislocación de fuerzas y recursos podía tener un saldo favorable para el proyecto de dominación mundial pretendido por los nazis.

Pues bien, una vez roto el pacto entre Alemania y la Unión Soviética, sir Churchill se adelantó a ponerle la alfombra ‘roja’ a Stalin, quien después de  dudas / consultas / elucubraciones le respondió el 18 de julio de 1941.

Son bastantes mensajes secretos los que intercambiaron Stalin y Churchill. Hay uno que para los pelos ―fue recibido el 10 de abril de 1942―, y no porque lo dijera Stalin (que a esas alturas venía de ganarse la fama de matarife de sus compatriotas; y es que los Procesos de Moscú son solo un capítulo de aquel pandemónium de liquidación de opositores), sino porque lo escribió Churchill, a quien años después se le concedería el Premio Nobel de Literatura.

Dice así esa joya de sinceramiento: ‘Contesto a su mensaje del 29 de marzo [de 1942]: 1) A principios de mayo haré una declaración por la que los nazis quedarán advertidos de que emplearemos gases tóxicos en respuesta a ataques análogos a su país. La advertencia, claro está, concerniría también a Finlandia con el mismo motivo y también se la mencionará, aunque no veo la forma de que lleguemos hasta allí [¡!]; 2) Tenga la bondad de enviar su especialista en cuestiones de defensa y contraataque anti químicos para valorar exactamente qué materiales necesita recibir de Inglaterra el gobierno soviético. Haremos entonces todo lo que de nosotros dependa para atender sus deseos.; 3) Naturalmente que, si le precisa incluso antes de que se nos entregue el comunicado de su especialista, podemos proporcionarle a usted, por el primer barco que zarpe, un mínimo de mil toneladas de iperita y mil de cloro. La aspersión de iperita representa mayor peligro para las tropas en campo abierto que para los habitantes de las ciudades’. [¡!]

La respuesta de Stalin, el 22 de abril de 1942, es alucinante, porque dice que muchas gracias por la oferta de la iperita y el cloro, pero que él quisiera mejor hipoclorito de calcio y cloramina, y si eso no se puede, pues cloro líquido en bombonas. Todo eso es un desvarío químico de dementes que saben que morirán miles de personas como consecuencia del uso de esos preparados.

Si Stalin o Churchill hubieran dicho esto en una conferencia de prensa, por ejemplo, habría sido un escándalo, y por eso lo hacen por medio de mensajes secretos. En público guardaban las apariencias, pero en el marco del ‘top secret’ desataban sus demonios.  En el discurso público trataban de ser pundonorosos, pero debajo de la mesa no se andaban con chiquitas.

*Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones