“¿Cómo puede ser que el que se roba una gallina vaya preso un mes y al que robó miles de vidas le regalen amnistías, y lo dejen limpio y suelto esperando que algún día le hagan un monumento?”. Esa interrogante está siempre en mi órbita política y personal. “Ángel del pasado”, se titula la canción surgida de la creatividad de Ignacio Copani. Hoy, irremediablemente, la relaciono con el recién fallecido José María Tojeira: el querido Chema. Aunque ya no está físicamente entre nosotros, rememoramos un escenario muy suyo: un aniversario más, el 36, de la masacre en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. No podía dejar de evocarlo, pues, por tres razones fundamentales. Mi caminar junto a él batallando contra la impunidad en dicho caso, al menos durante buena parte de los procesos desarrollados dentro y fuera del país, es una.
La otra: porque este grande consideraba que por encima de tal atrocidad consumada en el campus de la UCA debía colocarse en un sitial más elevado, por su gravedad, otra aberración mayor cuyos responsables materiales e intelectuales aún no han sido condenados por la “justicia” salvadoreña. Hablo de la matanza en El Mozote, que está por cumplir casi cuatro décadas y media de ocurrida.
Pero además de las anteriores, porque Chema siempre consideró como el mal endémico a superar lo que perversamente aún se mantiene jodiendo adrede a nuestra sociedad: el salvoconducto de la mencionada impunidad maquinada para favorecer a los poderosos, en contraposición con lo que debía prevalecer: la ley. Pero esta, acá, sigue siendo la “culebra” mordelona que ‒tal como aseguró nuestro santo, citando a un “pobrecito”‒ solo le clava sus colmillos al descalzo pueblo salvadoreño de a pie o a quien no se postra de rodillas ante los designios de aquellos que lo oprimen.
¿Tuvimos desencuentros con Chema? No muchos, pero sí uno que otro. El principal tuvo que ver con la querella que sobre el asesinato de Julia Elba Ramos, su hija Celina y los seis jesuitas trabajamos con Almudena Bernabéu, quien junto con Manuel Ollé la presentó en la Audiencia Nacional de España en noviembre del 2008. Al respecto, más allá de dicha iniciativa a la que no se opuso pero no acompañó, según su “opinión estrictamente personal” era más importante “que la institución armada pidiera perdón en este y en otros casos”. “Cuando se comenzó el juicio en España –aseguró en el 2016– al menos varios de los jesuitas que vivimos en El Salvador pensábamos […] que el juicio en el exterior se debía no solo a la impunidad interna, sino a la incapacidad de pedir perdón del Ejército”.
Había que “arreglar las cosas en El Salvador”, sentenció entonces. En eso estábamos de acuerdo, aunque mi participación en el impulso del recurso activado fuera de nuestras fronteras respondía al interés de meterle mayor presión a nuestro deplorable sistema interno, patente y patéticamente defectuoso en detrimento de los intereses de las víctimas ofendidas y del todo interesado en proteger a sus verdugos ofensores. Él opinaba que ese importante paso dentro del país para alcanzar la superación de la impunidad, “podría lograrse con una ley de justicia transicional” que prescindiera “de la penas de cárcel a cambio de la contribución con la verdad y la petición de perdón de los victimarios”.
Ni él ni yo le atinamos. No por culpa nuestra sino por la ya mencionada perversidad de los poderosos, ahora acumulada entre la de los mismos siniestros de antes con la de los actuales; ello, para sacarle provecho a una impunidad no superada sino aún más consolidada. Porque pese a que la Sala de lo Constitucional ‒cuando había‒ anuló la amnistía aprobada el 20 de marzo de 1993, que benefició a los violadores de derechos humanos de uno y otro bando a lo largo de casi un cuarto de siglo, la impunidad fortalecida prevalece de hecho. El próximo 13 de julio cumplirá una década tal sentencia; para entonces, durante un quinquenio la Asamblea Legislativa habrá permanecido absolutamente controlada por el partido de Nayib Bukele que en mayo del 2004 mandó al carajo ‒perdón, al archivo‒ cualquier intento de lograr justicia para las víctimas.
Pero seguiré neceando. “Que me digan que soy ángel del pasado”, como canta Copani, y lo aceptaré gustoso. ¡Con digno orgullo y sincera gratitud! En un ala llevaré siempre “atada la memoria y en la otra los abrazos que le debo a mis hermanos”. A Chema, Ellacuría, Lolo, Montes, Martín Baró, Amando, Juan Ramón y Jon Cortina; también a mis hermanas Julia Elba y Celina. En honor a la verdad, a toda la gente que hizo y sigue haciendo “algo por cambiar la historia”.
