El avance tecnológico en inteligencia artificial, internet de las cosas, robótica, impresión 3D y biotecnología, conocido como la cuarta revolución industrial, ofrece oportunidades inéditas, pero también desafíos en materia de empleo debido a los cambios radicales que provoca. De momento, es posible identificar cuatro grandes cambios en el empleo derivados de la cuarta revolución industrial: La virtualización del trabajo, el auge de la “gig economy”, el uso extendido de inteligencia artificial y la democratización del conocimiento. A continuación, examinaremos cada uno de estos cambios.
1. Virtualización del trabajo: ¿motor de desarrollo o puerta a la precariedad?
La virtualización del trabajo ha permitido que millones de personas trabajen de forma remota o híbrida, disminuyendo costos de transporte y habilitando el acceso a ofertas laborales internacionales sin migrar físicamente. Los salvadoreños que gozan de estos empleos no solo ahorran tiempo y combustible, sino que suelen percibir salarios superiores al del resto de connacionales en el mismo rubro.
No obstante, la virtualización también debilita los sistemas de protección social en nuestro país, pues quienes logran acceder a los codiciados empleos virtuales pueden carecer de aportaciones patronales al ISSS o AFP, planteando riesgos a la sostenibilidad financiera de estas instituciones y a la seguridad social de los trabajadores cuando estos se retiren o tengan problemas de salud.
2. La economía de pequeños encargos: ¿ingresos extra o ganancias miserables?
Plataformas digitales como “Uber” han consolidado la llamada economía de pequeños encargos o “gig economy” en inglés. Bajo esta modalidad de trabajo, los ingresos se generan a partir de tareas puntuales, muchas veces bajo demanda inmediata. Para algunos trabajadores esta forma de trabajar representa una vía de entrada al mercado laboral, con flexibilidad de horarios y oportunidades de ingresos extra.
Sin embargo, la economía de pequeños encargos también difumina lo que significa ser un empleador y un trabajador. Por ejemplo, “Uber” considera a sus conductores “socios” y no empleados, argumentando que ellos —y no “Uber”— aportan su equipo, deciden horarios laborales y no dependen de supervisores directos de la compañía. Esta recategorización de empleados a “socios” permite a las plataformas de pequeños encargos ajustar precios (y, en efecto, salarios) de manera dinámica y sin negociación, reducir costos al dejar de ofrecer seguridad social y beneficios, y operar con una mínima infraestructura administrativa. En países sin regulaciones específicas como El Salvador, esto crea un vacío legal que pone en situación de vulnerabilidad a quienes trabajan con estas plataformas, además de abrir la puerta a estrategias de precios predatorios que podrían eliminar la competencia local.
3. Inteligencia artificial: ¿Automatización o potenciación de actividades?
La IA está revolucionando sectores enteros, desde la manufactura hasta el análisis de datos, la salud y la educación. Lo más sorprendente, desde la perspectiva económica, es cómo esta tecnología con un potencial transformativo y desconocido tan grande, está siendo asimilada sin conflictos sociales (como sí ocurrió con la introducción de “Uber” en los mercados de taxis mundiales). Esto podría deberse a que la IA no solo mejora, sino que facilita la productividad laboral mediante la automatización y optimización de tareas y procesos, creando una coincidencia de intereses para su adopción entre empleadores y trabajadores.
Sin embargo, la adopción tecnológica suave no implica la ausencia de ganadores y perdedores. En el largo plazo, el incierto impacto de la IA probablemente dependerá de sus efectos netos en la automatización o potenciación de las actividades laborales, así como en la capacidad de los trabajadores y empleadores de apropiarse de las ganancias en productividad. Si la IA tiende a automatizar o sustituir más actividades de las que potencia, entonces la demanda de empleo se reducirá. En cambio, si la IA sigue una dirección que complemente las actividades laborales, entonces la demanda de empleo aumentará. Por otra parte, si la capacidad de negociación de los trabajadores se deteriora y no es contrarrestada por tendencias demográficas que reduzcan la cantidad de trabajadores, entonces los salarios reales podrían disminuir.
Según el Banco Mundial, la IA complementaría las actividades laborales de un 13 % de los empleos salvadoreños, aunque automatizaría un 4 % y tendría un impacto incierto en un 15 %. Esta realidad obliga a repensar lo más pronto posible la política educativa y económica. La apuesta de hace unos años de convertir a El Salvador en un centro de servicios global debe repensarse o reenfocarse ante el riesgo de estar compitiendo en un mercado cuyos precios se están reduciendo producto de la automatización.
4. Democratización del conocimiento, software y herramientas digitales: ¿Reducir brechas a bajo costo u otra oportunidad desaprovechada?
El acceso abierto a cursos en línea, bibliotecas digitales, software libre y herramientas de colaboración ha reducido las barreras para emprender y aprender de forma autodidacta. Esto abre oportunidades especialmente a países pobres para competir exitosamente en la economía global y reducir décadas de retraso.
Lamentablemente, todavía persisten brechas de conectividad, idioma y capital cultural que limitan el acceso real a estos recursos; especialmente a los que tienen un enfoque productivo y no uno de consumo. Si bien es cierto el censo de 2024 indica que ocho de cada diez salvadoreños tienen algún nivel de acceso a internet y un 93.4 % de los hogares cuenta con al menos un teléfono celular, solo cuatro de cada diez salvadoreños pueden conectarse a la red mediante internet residencial o tener una computadora. Además, apenas un 7 % de salvadoreños mayores de 3 años saben hablar inglés. De no corregir esta situación, la juventud salvadoreña y el país podría desaprovechar una gran oportunidad.
5. Redefiniendo la política laboral y educativa.
En los albores de la cuarta revolución industrial los economistas comenzaron a discutir sobre “el futuro del trabajo” y los posibles cambios que esto traería a la economía mundial. Considerar estas discusiones en su sentido literal puede ser un error mayúsculo, pues los desafíos del progreso tecnológico ya no son un ejercicio de futurología o del campo estrictamente teórico.
En un entorno donde el empleo se fragmenta y se rige por algoritmos creados para maximizar la ganancia de empresas extranjeras, es fundamental actualizar la legislación y las políticas educativas y laborales para garantizar el futuro de los trabajadores salvadoreños. Es necesario evaluar la idoneidad de una protección social universal y colectiva (independiente del tipo o modalidad de empleo), mejorar los niveles de digitalización y exigir transparencia en la gestión algorítmica y de datos personales de las gigantes tecnológicas que busquen operar en el país.
La cuarta revolución industrial representa tanto una oportunidad histórica como un riesgo de exclusión si no se adoptan políticas activas de formación, regulación y protección social adaptadas al nuevo contexto. El reto no es solo crear empleos, sino garantizar que esos empleos —virtuales, híbridos, o fragmentados — permitan ingresos justos y seguros que garanticen protección social a los trabajadores y sus familias, además que brinden oportunidades de desarrollo personal y profesional que permita un futuro donde los trabajadores lleven una vida plena. De momento, el alargamiento de la edad efectiva de retiro, las menores tasas de fecundidad, el debilitamiento de la negociación colectiva y el alza en los precios de los bienes raíces sugieren que “el futuro del trabajo” está dejando a los trabajadores atrás.
*Gabriel Pleités, Ph.D. en economía por la Universidad de Utah.