Categoría: Opinión

  • Con la Iglesia hemos topado

    Con la Iglesia hemos topado

    En 1974 la Editorial Plaza&Janez publica 12 crónicas escritas entre 1957 y 1959 por quien sería décadas después laureado con el Nobel de literatura, Gabriel García Márquez. Crónicas que viajaban entre lo fantástico y el hecho real reseñado como periodista, mientras trabajaba para la revista Bohemia de Venezuela (originalmente de origen cubana, pero editada posteriormente por sus propietarios, a raíz del triunfo de la revolución cubana).

    Fueron doce, escritos que presagiaban obras mayores convertidas en novelas y cuentos que le haría famoso a nivel universal. Dos de ellas, son de lacerante y emocionante actualidad: “El clero en la lucha” y “Caracas sin agua”. Digo emocionante, pero en realidad pareciere escritas para repetirse una y otra vez, cuan si fuera un Sísifo.

    Escribe el autor, que una vez  mirando Caracas desde el balcón de su apartamento, en medio de una crisis de ausencia de agua en toda la ciudad que ya se prolongaba por más de una semana, su vecino, se la pasaba mirando el cielo desde su balcón, para desaparecer en  breves minutos, y volver a repetir su acción hasta que el sol se iba en el horizonte.

    Una mañana el novel periodista al dirigirse a la sala de redacción de la revista, observó el mismo fenómeno de la acción de su vecino, el del balcón; en la calle, vio que este fenómeno se repetía, muchas personas al detenerse en la esquina antes de cruzar alzaban su mirada al cielo, y movían la cabeza. Fue intrigante para él, ¿qué le pasaba a los caraqueños?, se preguntaría el novel periodista. Seguramente oraban para que pronto cayera la dictadura del General Pérez Jiménez, respondería para sí.

    Al atardecer al regresar a su hogar, se asomó de nuevo al balcón y allí estaba de nuevo el vecino, estático, absorto, mirando al cielo; no resistió la impertinencia y se decidió a preguntarle ¿por qué usted y todo el mundo en la calle mira tanto al cielo?. El vecino ladeó su rostro, le miró detenidamente y le dijo: no se ha dado cuenta que tenemos más de una semana sin agua, sin poder lavar los trastos, bañarnos, poder bajar el retrete o tan siquiera asearnos? Me asomo a ver si ya va a llover, le contestó.

    La otra crónica que relaciono con la anterior, fue la del “El clero en la lucha”. En esta, García Márquez narra las peripecias, posturas y acciones que asumió el clero venezolano frente a la dictadura de Pérez Jiménez y las amenazas de Pedro Estrada Director de la Seguridad Nacional, de su mano derecha Miguel Silvio Sanz, y del propio Ministro de Relaciones Interiores Laureano Vallenilla-Lanz Planchart.

    Allí quedaron para la historia venezolana y la reciedumbre de sus sacerdotes. Quizás por lo importante de su pastoral debemos comenzar por nombrar al Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias, inquieto, luego de muchas peripecias, decidió que se debía leer en todos los templos de Venezuela, el mismo día y a la misma hora, la misma Pastoral que debería estar en cada parroquia el 29 de abril de 1957, para ser leída el 1 de mayo, el Día del trabajador. Y así se hizo, y allí se desencadenó el hostigamiento al clero en la lucha.

    Monseñor Rafael Arias, autor de la Pastoral, el padre Hernández Chapellín, director del diario La Religión, el padre José Sarratud, el padre José Osiglia, Monseñor Moncada, el padre Rafael María Alvarez, y cientos más de ellos, esparcidos en todo el territorio, en Caracas como centro de accionar que  desencadenaron el primero de enero de 1958 y luego el 23 de enero de ese mismo año, el fin de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez. “Con la Iglesia hemos topado, Don Sancho”, le susurraría Pedro Estrada al General Pérez Jiménez.

    Cincuenta años después, de nuevo la tiranía, esta vez no de militares nacionalistas, graduados en Francia o en la famosa Academia Militar de Chorrillo de Perú, como fue el caso del General Marcos Pérez Jiménez, sino por militares y civiles admiradores de Fidel Castro y su revolución marxista y por antiguos guerrilleros venezolanos de la década de los sesenta, que quisieron edulcorar sus intenciones aviesas con el estrambótico nombre de Socialismo del Siglo XXI, pero que quedó finalmente atrapado por el narcotráfico, los “bolichicos” que transformaron ilusiones en euros y dólares a buen resguardo, y terminaron conformando la organización criminal más poderosa del mundo, dueña total de un estado  gobernado  actualmente Cartel Internacional del Crimen Organizado, instalado en el Palacio de Miraflores y en Fuerte Tiuna.

    Verdadero enemigo de la humanidad, que finalmente se ha topado con la Iglesia. Ya no son nuestros héroes del púlpito con su constante denuncia de violación de los derechos humanos, desde que el felón Teniente Coronel Hugo Chávez Frías traicionó su juramento militar y razón de ser, de defender la Constitución y leyes de la República, así como la soberanía nacional (entendida como territorio y ciudadanía), hasta esta insólita ocupación territorial, ideológica y económica que sufre y soporta Venezuela, con el ignaro Nicolás Maduro y sus cómplices que usurpan el poder y martiriza a sus ciudadanos.

    *Juan José Monsant Aristimuño es diplomático venezolano retirado, fue embajador de Venezuela en El Salvador

  • Practiquemos las relaciones humanas para ser más exitosos

    Practiquemos las relaciones humanas para ser más exitosos

    Este escrito va para todos los lectores, es que los seres humanos somos sociables por naturaleza, tal como lo manifestó Aristóteles. Un niño, por ejemplo, no le pregunta a otro ser humano por su edad, en dónde vive, qué posición social tiene, qué cargo ostenta en un determinado empleo, un niño no discrimina, no tiene diferencias. El adulto es el que pone barreras. Por lo tanto, un infante es más sociable.

    ¿Qué es la sociabilidad? La sociabilidad es un término que se usa para describir la predisposición innata de los seres humanos a asociarse, interactuar y formar relaciones con otros. Esta definición la podemos llevar hasta en la era en donde los humanos tenían que asociarse en grupos para poder cazar animales grandes.

    En la actualidad, el ser humano ha cambiado, tal parece que los teléfonos inteligentes le han anulado, casi en su totalidad, las relaciones humanas. Byung-Chul Han manifestó en su discurso como ganador del premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades que: “Es el teléfono inteligente el que nos utiliza a nosotros, y no al revés. No es que el smartphone sea nuestro producto, sino que nosotros somos productos suyos. Muchas veces sucede que el ser humano acaba convertido en esclavo de su propia creación”.

    En la casa se ha evidenciado que cada quien está como atalaya vigilando su celular, está pendiente de las notificaciones, las cuales no cesan. El celular es muy importante; sin embargo, no cuesta nada saludar a las personas, en una oficina, por ejemplo, alguien entra y saluda y notamos que nadie le contesta el saludo. Todos están hipnotizados con el celular. Recuerdo que en una ocasión, en unos restaurantes en Francia les decían a sus clientes que tenían que conversar y no estar usando los celulares. Estas tecnologías están haciendo que las personas sean asociables.

    La pandemia fue un ejemplo de volver a la socialización. De conversar entre familia. Es importante recalcar que la sociabilidad inicia en el hogar. A la hora de ingerir nuestros alimentos, es momento oportuno para que inicie la conversación, que nos preguntemos qué tal nos fue en la faena diaria. En otro contexto, en algunas familias hubo conflictos; ya que, no lograron conectar después de estar sin relaciones humanas por mucho tiempo.

    Es importante practicar las relaciones sociales, las cuales son cruciales para el aprendizaje y el bienestar emocional. Mientras tanto, una persona que se aísla tiende a ser apática y se le nota la tristeza. Según la psicología, las personas asociables no son emocionalmente capaces de enfrentar los retos, pierden el sentido de pertenencia y son ansiosas. La soledad es dañina para la salud mental.

    En mis cátedras les exhorto a mis alumnos que la clave del éxito de todo ser humano son las relaciones humanas. Entre más amistades tengamos nos irá mejor en la vida. Es importante hasta socializar en las redes sociales. Si alguien, por ejemplo, anhela una plaza laboral, que mejor hacerlo a través de Linkedln. Las redes sociables son una red en donde se nos posibilita acrecentar más las amistades.

    Recordemos el título de la canción del brasileño Roberto Carlos, “Un millón de amigos”. Nos deja un mensaje en donde todos somos capaces de abrir los brazos, ser empáticos y tener muchas amistades. Acá se corrobora la hipótesis, mientras más amistades se tengan, incrementa la posibilidad de poder conseguir los propósitos en la vida.

    Una persona exitosa es la que practica las relaciones humanas, es la que no busca pretextos o impone barreras. En conclusión, para tener excelentes relaciones humanas, se debe ser amable, generoso, comunicativo, carismático y servicial.

     

    *Fidel López Eguizábal es docente e investigador Universidad Nueva San Salvador

    fidel.lopez@mail.unssa.edu.sv

     

  • Un enemigo sin fronteras: el auge del narcotráfico en la era digital

    Un enemigo sin fronteras: el auge del narcotráfico en la era digital

    Pete Hegseth, secretario de Guerra de Estados Unidos, encabeza actualmente una campaña militar intensificada contra redes de narcotráfico en el Caribe y en zonas cercanas a Venezuela, bajo la administración Trump. Hasta este 24 de octubre, la operación ha dejado un saldo de 43 personas muertas en 10 ataques contra embarcaciones sospechosas de mantener vínculos con grupos como el Tren de Aragua, catalogados por EE. UU. como organizaciones terroristas.

    El gobierno de Trump sostiene que estas acciones reducirán de forma significativa el tráfico de narcóticos hacia el país del norte. Sin embargo, expertos en narcotráfico advierten que la campaña tendrá un impacto limitado, cuando no nulo, sobre el flujo ilícito de drogas.

    En los últimos quince años, el negocio de las drogas ilegales ha experimentado una transformación profunda. Hoy, las redes de narcotráfico operan como corporaciones globales, utilizando criptomonedas, la “dark web” y complejos sistemas financieros internacionales. La producción de estupefacientes ya no está centralizada en los grandes carteles tradicionales ni se limita a América Latina o Asia. Actualmente, las drogas sintéticas —como el fentanilo— se fabrican en laboratorios pequeños y móviles distribuidos en diversos países, incluidos algunos centroamericanos, como Honduras, Guatemala y Belice.

    África Occidental y los Balcanes se han consolidado como corredores estratégicos hacia Europa. Los nuevos carteles emplean inteligencia artificial, drones y submarinos para evadir la vigilancia de las autoridades. El narcotráfico, cada vez más tecnificado y flexible, logra adaptarse con mayor rapidez que las políticas antidrogas, manteniendo una rentabilidad estimada en más de 500 mil millones de dólares anuales.

    La producción de drogas ilícitas ha pasado de depender de cultivos agrícolas en regiones específicas a una industria química globalizada, impulsada por la tecnología y los mercados digitales. El control se ha dispersado: ya no hay “grandes carteles” dominantes, sino redes flexibles y transnacionales que adaptan la producción según la demanda y la presión de las políticas antidrogas. La tendencia global de producción de drogas ilícitas es claramente ascendente. Por ejemplo, la producción de cocaína aumentó cerca de un 50 % entre 2021 y 2023, alcanzando más de 3 000 toneladas en 2023, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). El mercado más grande para la cocaína ilícita continúa siendo el de las Américas, especialmente Estados Unidos, seguido por Norteamérica, Europa Occidental y Central, y Sudamérica, que en conjunto conforman los principales centros de consumo a nivel mundial. Simultáneamente, aunque la producción asciende, debido al aumento de la demanda el precio al consumidor también se ha elevado. Así un kilo de cocaína en Estados Unidos oscila entre $28 mil y $70 mil dólares, En Australia, el precio por kilogramo puede llegar hasta los $240 mil dólares y en Irlanda el precio al por mayor ha subido a mas de $40 mil dólares por kilogramo.

    Impacto global de la guerra contra las drogas:

    La llamada guerra contra las drogas, iniciada formalmente en 1971 por el presidente estadounidense Richard Nixon, buscaba erradicar la producción, tráfico y consumo de drogas ilícitas a través de políticas de represión, militarización y criminalización. A pesar de las enormes inversiones —estimadas en billones de dólares— los resultados han sido limitados y, en muchos casos, contraproducentes. Si bien algunos gobiernos lograron debilitar temporalmente a grandes carteles, la producción y el consumo de drogas no han disminuido. Por el contrario, la industria del narcotráfico se ha adaptado y expandido. Uno de los efectos más notorios ha sido la militarización y el aumento de la violencia, especialmente en países productores o de tránsito como Colombia, México y Honduras.

    La ofensiva antidrogas ha generado cientos de miles de muertes, desplazamientos y violaciones de derechos humanos. Al mismo tiempo, la criminalización del consumo ha provocado una crisis carcelaria mundial, con millones de personas encarceladas por delitos menores, en su mayoría jóvenes y de bajos recursos.

    La guerra contra las drogas también ha debilitado instituciones, fomentado la corrupción y erosionado la confianza ciudadana, mientras que las políticas de erradicación forzada han causado daños ambientales y afectado gravemente a comunidades rurales. Ante estos resultados, y aunque el gobierno de Trump mantenga su cerco ante Venezuela, varios países se han replanteado este enfoque represivo, adoptando estrategias centradas en salud pública, la prevención, y la reducción de daños. Modelos como los de Portugal, Canadá y Uruguay muestran que las políticas alternativas pueden reducir la criminalización y los daños sociales sin aumentar el consumo.

    * El Dr. Alfonso Rosales es médico epidemiólogo y consultor internacional.

  • Mensajes secretos, discursos públicos

    Mensajes secretos, discursos públicos

    Los escenarios de guerra son proclives para los sinceramientos. Lo que ‘no se puede decir’ en público, en los mensajes secretos, durante las guerras, aparece con claridad y retrata al personaje. Y esto aplica quizá para cualquier guerra.

    Durante la segunda guerra mundial hubo a diversos niveles mensajes secretos, que examinados ahora arrojan luz sobre perspectivas, propósitos y talantes.

    Un poco antes del estallido de la segunda guerra mundial, Stalin y sus mariscales y sus confidentes quisieron pasarse de listos y gestaron un pacto de no agresión con Hitler y su gendarmería. Y, por un momento, parecía que sí, esas dos potencias enemigas era posible que interpusieran un muro. El cabo Hitler, en un arranque de ansiedad, les ordenó a sus generales lanzarse contra la Unión Soviética, quizá sin haber estudiado un poco lo que le pasó a Napoleón Bonaparte cuando en el siglo XIX se dispuso a avanzar sobre Moscú. Y, claro, pronto llegó el empantanamiento de las tropas alemanas y los jerarcas nazis a lo mejor no lograron comprender a tiempo que se habían descuadrado y habían ―por empeñarse en llegar a Moscú― comprometido sus otros frentes de batalla.

    Así, la correspondencia secreta entre Stalin y Churchill comenzó con un mensaje personal que el primer ministro inglés le envió al ‘Sr. Stalin’, y que fue recibido el 8 de julio de 1941, es decir, apenas solo unos días después de que Alemania inició su invasión a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941.

    De algún modo, para los soviéticos, aquello fue sorpresivo, puesto que el pacto Ribbentrop-Mólotov (‘tratado de no agresión’) se había firmado el 23 de agosto de 1939.

    Si se sopesa con cuidado ese giro de timón de Alemania, es fácil descubrir la ausencia de elementos de peso para provocarlo. Solo en la enfebrecida mente del cabo Hitler semejante dislocación de fuerzas y recursos podía tener un saldo favorable para el proyecto de dominación mundial pretendido por los nazis.

    Pues bien, una vez roto el pacto entre Alemania y la Unión Soviética, sir Churchill se adelantó a ponerle la alfombra ‘roja’ a Stalin, quien después de  dudas / consultas / elucubraciones le respondió el 18 de julio de 1941.

    Son bastantes mensajes secretos los que intercambiaron Stalin y Churchill. Hay uno que para los pelos ―fue recibido el 10 de abril de 1942―, y no porque lo dijera Stalin (que a esas alturas venía de ganarse la fama de matarife de sus compatriotas; y es que los Procesos de Moscú son solo un capítulo de aquel pandemónium de liquidación de opositores), sino porque lo escribió Churchill, a quien años después se le concedería el Premio Nobel de Literatura.

    Dice así esa joya de sinceramiento: ‘Contesto a su mensaje del 29 de marzo [de 1942]: 1) A principios de mayo haré una declaración por la que los nazis quedarán advertidos de que emplearemos gases tóxicos en respuesta a ataques análogos a su país. La advertencia, claro está, concerniría también a Finlandia con el mismo motivo y también se la mencionará, aunque no veo la forma de que lleguemos hasta allí [¡!]; 2) Tenga la bondad de enviar su especialista en cuestiones de defensa y contraataque anti químicos para valorar exactamente qué materiales necesita recibir de Inglaterra el gobierno soviético. Haremos entonces todo lo que de nosotros dependa para atender sus deseos.; 3) Naturalmente que, si le precisa incluso antes de que se nos entregue el comunicado de su especialista, podemos proporcionarle a usted, por el primer barco que zarpe, un mínimo de mil toneladas de iperita y mil de cloro. La aspersión de iperita representa mayor peligro para las tropas en campo abierto que para los habitantes de las ciudades’. [¡!]

    La respuesta de Stalin, el 22 de abril de 1942, es alucinante, porque dice que muchas gracias por la oferta de la iperita y el cloro, pero que él quisiera mejor hipoclorito de calcio y cloramina, y si eso no se puede, pues cloro líquido en bombonas. Todo eso es un desvarío químico de dementes que saben que morirán miles de personas como consecuencia del uso de esos preparados.

    Si Stalin o Churchill hubieran dicho esto en una conferencia de prensa, por ejemplo, habría sido un escándalo, y por eso lo hacen por medio de mensajes secretos. En público guardaban las apariencias, pero en el marco del ‘top secret’ desataban sus demonios.  En el discurso público trataban de ser pundonorosos, pero debajo de la mesa no se andaban con chiquitas.

    *Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones

     

  • La respuesta está… 

    La respuesta está… 

    No ha faltado entre la gente que me quiere bien –la hay, aunque no lo crean– más de alguna que me haya cuestionado por qué evoco recurrentemente ciertos hechos transcurridos a lo largo de la historia, tanto de la nuestra como de las de otras tierras. Debo admitir que es una de mis manías cuando me lanzo a redactar mis atrevidas incursiones mediáticas; atrevidas, valga la aclaración, más por libres que por valientes. Pues bien, ese habitual ejercicio que me interesa recrear semanalmente  responde a una enraizada y comprometida convicción: es algo necesario y sano, pues a partir de este podríamos intentar y quizás hasta lograríamos evitar tropezar una y otra vez con las mismas piedras. No se trata, claro está, de una ocurrencia mía. Para nada. Pero duele tanto caer repetidamente en las mismas aberraciones, que deberíamos tenerlo siempre presente. Y es que si su práctica fuese más extendida en El Salvador y el mundo, quizás “otro gallo nos cantaría”.

    Pero no. Hay quienes no ven más allá de sus egoístas y cortoplacistas intereses. Así las cosas, por no conocer nuestro pasado o al descartarlo sin tener en cuenta sus lecciones, tendemos a regarla de manera irresponsable muy de vez en cuando. Es el caso lastimoso, por ejemplo, del ejercicio del poder autoritario y su sumisa aceptación por cierta parte de una población poco educada y lastimosamente por momentos abundante. Sin embargo, existe la otra cara de la moneda: el de las desafiantes expresiones de rebeldía popular organizada, a veces hasta armada, en pie de lucha dentro de tal escenario. También deberían estar presentes en nuestro imaginario, las altas facturas sociales que por esas vueltas de nuestro acontecer nacional hemos debido pagar. De ese devenir histórico tendríamos que rescatar, como algo meritorio y necesario, la defensa de la educación superior pública por ser parte esencial de la vigencia de los derechos humanos reconocidos para el beneficio de nuestras mayorías populares a partir de su desarrollo integral.

    Pero en el contexto de la actual regresión política e institucional en el país después de tanto sufrir durante la preguerra, la guerra y la posguerra, lamentablemente vemos cómo la Universidad de El Salvador está siendo asfixiada por los enemigos de la inteligencia y el saber; son estos quienes pretenden sumirnos en la ignorancia ciega y el fanatismo idólatra. En ese marco, dentro de su seno emergieron dos de las figuras históricas más insignes y representativas de la lucha por la dignidad humana individual y colectiva; son parte del legado de nuestra alma mater y continúan más vigentes que nunca: su rector mártir y un ejemplar alumno de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Sus nombres: Félix Ulloa Morán y Herbert Anaya Sanabria. Su permanencia física en este mundo fue truncada hace 45 y 38 años respectivamente, casi en la misma fecha a finales de octubre; asimismo, los responsables de estos hechos criminales permanecen protegidos por la rancia impunidad estatal.

    Para Herbert, la posibilidad cierta de su asesinato era algo que tenía bien presente; sabía que en algún momento llegaría de forma abrupta, producto de su opción consciente en favor del pueblo sufriente. “La preocupación de no seguir trabajando por la justicia ‒declaró este‒ es más fuerte que la posibilidad cierta de mi muerte; esta es sólo un instante, lo otro constituye la totalidad de mi vida”. Félix, el grande, de igual forma pensaba más en la existencia de nuestra máxima casa de estudios que en la propia. “La Universidad de El Salvador se niega a morir ‒proclamó este‒ y nosotros estamos aquí para que viva por siempre”.

    Herbert y Félix, Félix y Herbert… Enormes seres, inolvidables ejemplos de vida plena, hijos predilectos de la sabia y guerrera diosa Minerva. ¿Renunciaremos a su legado de sapiencia, entrega y heroísmo así, sin más? ¿Podrá la mediocridad oficialista dominante hoy por hoy en nuestra tierra, imponerse sobre este par de protagonistas históricos y emblemáticos que deberían brillar por siempre con luz propia? Las “luces led” de unos corrientes “semiconductores” prepago, ¿terminarán ensombreciendo y hasta ocultando el esplendor de estos héroes reales que ni la muerte pudo matar?

    Las respuestas a esas interrogantes existen. Solamente debemos buscarlas, pienso, en los  vientos de octubre romerianos impregnados en el presente y para el futuro por la  rebeldía de nuestro buen pastor, también mártir por la fe y contra la injusticia; rebeldía de la buena, que fuera santificada hace siete años por el papa Francisco y que acaba de ser ratificada por su sucesor en el trono pontificio. “¿Cuántos años pueden existir algunas personas ‒cantó Dylan‒ antes de que se les permita ser libres?”. Las respuesta están ahí…

  • Delincuentes disfrazados de aficionados

    Delincuentes disfrazados de aficionados

    Al menos siete delitos se le pueden atribuir a los fanáticos de Alianza F. C. que atacaron a pedradas de manera irracional y delictiva a aficionados de FAS que el sábado pasado se dirigían en un autobús, sobre la carretera Panamericana, hacia el estadio Oscar Quiteño de Santa Ana a presenciar el partido entre FAS y Alianza.

    Los delincuentes disfrazados de aficionados pueden ser acusados de agrupaciones ilícitas, daños materiales, desórdenes públicos, lesiones, homicidio en grado de tentativa, limitación a la libertad de circulación y amenazas.  Se agruparon para atacar y es evidente que actuaron de manera planificada y con alevosía; le quebraron vidrios y focos de luces al autobús donde iban las víctimas;  generaron desórdenes en la vía pública lo que provocó zozobra y angustia a sus víctimas y a quienes circunstancialmente transitaban por el sector; causaron golpes y heridas a más de un aficionado de FAS; lanzaron piedras con saña y la finalidad de matar a alguien tal como se aprecia en los video; su intención era que el bus y los aficionados del otro equipo ya no continuaran su viaje, restringirles el paso; y gritaron amenazas de muerte generando pánico entre sus potenciales víctimas (en su mayoría mujeres y niños, según los videos).

    A los que resulten culpables fácilmente se les puede acumular más de 25 años de cárcel y la responsabilidad civil por los daños materiales causados. Eso sí, la Fiscalía General de la República (FGR) debe investigar a profundidad y acusar de manera firme e individualizada únicamente a los que participaron en el bochornoso ataque. Sí hay inocentes, hay que dejarlos en libertad.

    Hasta ahora la Policía Nacional Civil (PNC) ha asegurado que luego de un “intenso operativo” detuvo a 20 sospechosos los cuales ya presentó a la población como los autores del ataque ocurrido la tarde-noche del sábado pasado en el carril de San Salvador hacia Santa Ana, en la jurisdicción de San Juan Opico; sin embargo, las investigaciones de la FGR aún no individualizan a los imputados.

    En ese suceso las víctimas hicieron videos y al difundirlos a través de redes sociales han facilitado la identificación de algunos de los detenidos como autores materiales del ataque. Otros aparentemente no tienen mayor participación, pero insisto, debe ser la Fiscalía la que investigue e individualice para no castigar a inocentes. A los que resulten involucrados y culpables se les debe aplicar con todo rigor las leyes. La justicia debe ser implacable con los delincuentes aunque actúen disfrazados de fanáticos aficionados.

    No es la primera vez que fanáticos albos se ven envueltos en hechos delictivos. Hace varios años, cuando regresaban del oriente del país, saquearon una tienda de conveniencia sobre la carretera Panamericana, en San Vicente. Años después generaron desórdenes en los alrededores del estadio Jorge “Mágico” González. Esta vez la PNC hizo una redada y detuvo a todo aquel que portaba playera con los colores del Alianza, mientras que quienes originaron los desórdenes lograron escapar.

    En la mayoría de desórdenes de barras de aficionados se encuentran involucrados seguidores albos. Recientemente unos pocos fueron a provocar desórdenes a la ciudad de Antigua, Guatemala, declarada patrimonio cultural de la humanidad, donde macharon con grafitis algunas viviendas. Otras veces se les ha visto lanzado piedras y provocando pleitos con otras barras.

    Desde luego, no solo Alianza tiene malos y problemáticos aficionados, también los hay en otros equipos como FAS, Águila y Luis Ángel Firpo, equipos mal llamados grandes de la deficiente liga salvadoreña. Malos aficionados los tiene hasta la Selección Nacional, donde nos sancionan por racistas e intolerantes tal como ocurrió recientemente en el juego contra Surinam.

    Mis respetos para los verdaderos y buenos aficionados de Alianza porque son mayoría, pero a esos pocos que se disfrazan de fanáticos para saciar sus bajos y malos instintos, su intolerancia, amargura y frustración se les debe castigar con dureza, aunque antes hay que probarles su culpabilidad siguiéndoles el debido proceso.

    La actuación negativa de los malos aficionados es un problema de cultura estructural. Las drogas, el alcohol, las malas influencias, las frustraciones sociales, las convivencias deficitarias, la mala fundamentación de valores en el seno de la sociedad y particularmente en el sistema educativo y el núcleo familiar, es entre muchos factores, causas de los malos y nefastos comportamientos. En todo caso, las personas tienen libre albedrío y, salvo en pocos y especiales casos, la posibilidad de diferenciar el bien del mal. Es decir, el culpable de sus actos es el propio individuo.

    La prensa deportiva, las instituciones y la sociedad en general no debe pasar desapercibido este hecho y debemos mantenernos atentos y exigir dureza con justicia. Los dirigentes del futbol nacional deben activarse y evitar el acceso de fanáticos revoltosos a los escenarios deportivos, tomar medidas disciplinarias estrictas y justas con los delincuentes disfrazados de fanáticos. Que alguien pague su entrada no le da derecho a protagonizar desórdenes ni fuera ni dentro de los escenarios.

    La prensa deportiva está obligada a fomentar valores y a promover la sana convivencia entre aficionados y a no promover malinchismos idiotizantes. Conozco a personas que ni siquiera son capaces de ubicar a España en un mapa, pero que dicen “Mi Barcita” y que se declaran “enemigos a muerte” de quienes dicen “Mi Madrid” y viceversa. Salvadoreños que siguen a Messi y que son capaces de liarse a golpes con seguidores de Cristiano y viceversa.  A veces veo o escucho programas deportivos donde se fomenta el divisionismo, incluso supuestos periodistas que dejan a un lado el profesionalismo y se desenvuelven como aficionados.

    En definitiva, a juzgar por los resultados a nivel de selección nacional y la primera división, nuestro fútbol pasa por una de sus peores crisis, acentuada por los comportamientos de unos pocos cafres que disfrazados de aficionados son en realidad delincuentes peligrosos a los cuales hay que aplicarles todo el peso de la ley, pero con justicia.

    Que se haga justicia y que a estos pseudoaficionados se les  investigue a fondo para que los que resulten culpables paguen con cárcel sus fechorías y que jamás se les permita ingresar a un escenario deportivo. Los demás fanáticos deben poner sus barbas en remojo. Ser aficionado a un equipo es derecho respetable de cada salvadoreño, atentar contra un aficionado rival es un acto delictivo… de terrorismo.

    *Jaime Ulises Marinero es periodista

  • La palabra que sale de nuestro ser: la literatura salvadoreña y su voz en el mundo

    La palabra que sale de nuestro ser: la literatura salvadoreña y su voz en el mundo

    La literatura salvadoreña es más que un conjunto de libros: es una patria invisible donde vive la memoria del pueblo. En sus páginas se escucha el murmullo de la historia, los desafíos, las heridas, el dolor y también la esperanza que nos sostiene.

    Leer a nuestros escritores es escucharnos a nosotros mismos, reconocernos en nuestras alegrías y sufrimientos, y descubrir que cada palabra escrita por un salvadoreño es una forma de vida, de fe y del caminar del pueblo.

    Desde los primeros tiempos, Francisco Gavidia abrió el camino. Maestro, poeta, traductor y soñador, enseñó que la palabra puede elevar al hombre por encima de su miseria. Fue el primero en comprender que un país sin letras es un país sin alma. Su ejemplo fue semilla que germinó en otros escritores que, a su tiempo, dieron forma al espíritu nacional.

    Después vino Salarrué, con su pluma tierna y profunda, que recogió el habla y el corazón del campesino. En sus Cuentos de barro se siente el olor de la tierra mojada y la voz sencilla del pueblo que nunca deja de soñar.

    Alfredo Espino, reconocido por poetizar la realidad salvadoreña y sus paisajes, es considerado uno de los autores clásicos más leídos de la literatura centroamericana. Claudia Lars, poeta y educadora, fue una figura central de la literatura salvadoreña del siglo XX, caracterizada por una poesía lírica, romántica y de métrica refinada.

    Luego, Roque Dalton, con su fuego y su rebeldía, transformó la poesía en un grito de justicia. Su verso no buscaba aplausos, sino despertar conciencias. Nos dejó una amplia producción literaria y múltiples reconocimientos internacionales, como el Premio Casa de las Américas en 1969.

    David Escobar Galindo, con su palabra limpia y filosófica, nos recordó que la poesía también puede ser oración, y que escribir es una forma de reconciliación.

    Manlio Argueta, con Un día en la vida, mostró la dignidad del campesino salvadoreño y la fuerza de las mujeres que, aun en medio del dolor, siguieron sembrando esperanza. Su novela llegó a cientos de países, traducida a doce idiomas.

    Horacio Castellanos Moya, con su mirada aguda, retrató los desencantos del poder, el exilio y la ironía de nuestra historia. Traducido a quince idiomas, recibió, entre otros reconocimientos, el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas (2014).

    Y en tiempos más recientes, Claudia Hernández ha llevado nuestra literatura a escenarios internacionales, hablando de la fragilidad humana y de los silencios que deja la violencia. Traducida a tres idiomas, fue ganadora del Premio Juan Rulfo en 1998 y del Premio Anna Seghers en 2004.

    Cada uno de ellos, y muchos otros que hoy quedan en el tintero, con estilos distintos, ha sido una antorcha encendida. Gracias a ellos, El Salvador tiene un rostro en el mundo literario y un corazón que late en el idioma español.

    Pero la literatura no pertenece solo a los escritores. Pertenece a quien la lee, a quien se deja tocar por una historia y vuelve a creer en el poder de la palabra. Leer a nuestros autores es un acto de amor a la patria; es reconocer que seguimos vivos en la memoria de sus páginas.

    La Biblia dice: “La boca del justo habla sabiduría, y su lengua expresa justicia” (Salmos 37:30). Así también, el pueblo que ama las palabras sabias de sus escritores prospera, y aquel que las olvida, pierde su voz en el ruido del mundo.

    Nuestra tarea es sencilla y grande a la vez: seguir leyendo, para seguir existiendo.

    * Alfredo Caballero Pineda, es escritor y consultor empresarial. 

    alfredocaballero.consultor@gmail.com

     

     

     

  • Lo sustancial es trabajar con el ahora, en la dignidad humana

    Lo sustancial es trabajar con el ahora, en la dignidad humana

    Lo que importa, no es encandilarse con el pasado ni con el futuro, sino con el presente e intentar mantener firme la confianza de que, si se vence la injusticia, la concordia será terreno fértil para que nazca el espíritu conforme, sustentado en el bien colectivo y en la bondad como lenguaje. De este modo, se acabará con un contexto de dignificación humana, que suele vociferarse mucho, pero hacerse poco. Sólo hay que adentrarse en el ambiente, y ver que, cada día, es más complicado lograr una mejora sostenida en el bienestar individual y otorgar beneficios a todos. Sea como fuere, cualquier ser humano tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del temor, de manera que se pueda reducir significativamente el afán dominador que no sólo corrompe, también esclaviza. ¡Liberémonos!

    Uno realmente tiene que sentirse digno de sí mismo, para que nuestras sociedades sean verdaderamente honestas, pacíficas, sanas y, en suma, auténticamente humanitarias. El ahora nos llama, pues, a que no persistan los privilegios indebidos o las diferencias extremas de riqueza; al menos, para que no fracase el desarrollo en su propósito esencial. A mi juicio, la comunidad internacional debe hacer frente al reto de la era actual de oportunidades sin precedentes que ofrecen la ciencia y los avances tecnológicos, de manera que puedan ser compartidos equitativamente por todas las naciones y, a su vez, puedan contribuir a la aceleración del desarrollo económico en todo el orbe planetario.  ¡Socialicémonos!

    Indudablemente, las tecnologías de la información y las comunicaciones son las que pueden aportar nuevas soluciones a los retos del ahora, especialmente en el contexto de la globalización, y pueden fomentar el crecimiento económico, la competitividad, el acceso y el conocimiento a la información, la erradicación de la pobreza y la inclusión social, lo que contribuirá a activar la integración de sus moradores, siempre que la brecha digital se subsane para no dejar a nadie en la exclusión. La realidad requiere de la sanación del aluvión de patologías sociales, que hacen una visión distorsionada de la persona, una mirada que, en multitud de ocasiones, ignora su natural decencia y su carácter relacional. ¡Fraternicémonos!

    Bajo un ciego andar se fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva, transformando al mortal en un bien de compraventa y consumo. De ahí, la importancia de trabajar en el ahora a corazón abierto, en comunión y en comunidad, al menos para mejorar la condición existencial de todas las gentes, con la promesa viva de traspasar fronteras y de tender puentes. En este sentido, quiero felicitar a las Naciones Unidas y a sus pueblos, que llevan ochenta años trabajando juntos para forjar la paz, combatir la pobreza y el hambre, promover los derechos humanos, suscitando alianzas en un planeta, que es de todos y de nadie en particular. Jamás olvidemos, que todos tenemos, por nacer, los mismos derechos; además, de idénticas obligaciones. Toca, pues, mantenerse humano. ¡Humanicémonos!

    En efecto, la deshumanización y la inhumanidad son manifiestas, dejándonos presos de intereses mundanos, en un letargo de frialdades y desconciertos totales. Ante este mezquino entorno, relegado hasta de sí mismo, porque a una criatura sólo le puede salvar otra, nos conviene mirarnos entre sí y reflexionar, cada cual consigo mismo, junto a los demás. Custodiar la vida sin amor es destruirnos. Este espíritu armónico, es el que nos lleva a reconocer la dignidad humana: fundamento de toda vida, coronada por la justicia, como signo de quietud y esperanza. Al parecer, y a juzgar por los hechos tan leoníferos que se producen y se reproducen por todos los rincones, esta honestidad humanística no estaba prevista en el plan de globalización. ¡Dignifiquémonos!

  • Morir sin haber servido: el fracaso del éxito humano

    Morir sin haber servido: el fracaso del éxito humano

    En las avenidas y callejones de alguna parte de El Salvador, entre los vendedores ambulantes, los mendigos en las esquinas y las madres que cargan a sus hijos bajo el sol, caminan una verdad que duele: somos un país que ha aprendido a admirar el éxito, pero ha olvidado cómo servir. Las vitrinas se llenan de modernidad, los anuncios celebran nuevas construcciones, los discursos hablan de crecimiento económico, pero bajo el ruido de la ciudad hay un murmullo que el progreso no ha podido silenciar: el del hambre. Hay salvadoreños que no piensan en mañana porque no saben si comerán hoy.

    Y lo más trágico no es que existan, sino que nos hayamos acostumbrado a verlos sin sentir. El problema no es únicamente del Estado, ni de los gobiernos que van y vienen con promesas que se desvanecen en el aire. Es más profundo. Es un reflejo de lo que hemos permitido que ocurra en el alma de nuestra nación. La indiferencia se ha vuelto cultura. Hemos normalizado la miseria, hemos espiritualizado el egoísmo, hemos delegado el deber de servir a otros, como si la compasión necesitara permisos o presupuestos. El Salvador no solo ha olvidado servir desde las instituciones; ha olvidado servir desde el corazón.

    El Señor Jesucristo pronunció palabras que no envejecen: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35). No habló a ministerios ni a estructuras, sino a personas. Servir no es una obligación estatal, es una responsabilidad espiritual. No se trata de partidos ni de ideologías, sino de humanidad. Si cada salvadoreño de buen corazón asumiera esa misión, aunque fuera con un plato de comida a la semana, el país cambiaría más que con cualquier plan de desarrollo. No se necesita riqueza para alimentar a otro; solo disposición y amor.

    El Salvador es tierra noble, con un pueblo trabajador, cristiano y solidario. Lo hemos demostrado en los momentos más duros: cuando los terremotos derribaron casas, pero no la esperanza; cuando los huracanes nos azotaron, pero la gente salió a compartir pan y café con los que nada tenían. En esos días de oscuridad, el alma salvadoreña brilló más que cualquier gobierno. Porque en lo profundo de nuestro ser, todavía sabemos servir. Lo que necesitamos no es dinero, sino volver a recordar quiénes somos: un pueblo que se levanta cuando ayuda, que se multiplica cuando comparte, que se bendice cuando da.

    Pero con el paso del tiempo, esa compasión espontánea ha ido siendo reemplazada por la comodidad. Las redes sociales nos permiten ver el dolor desde la distancia, comentar con frases de apoyo y pasar de largo. Nos hemos vuelto observadores de la necesidad, pero no participantes de la solución. La modernidad nos ha enseñado a mirar hacia las pantallas, pero no hacia los ojos del necesitado. Y una nación que deja de mirar al otro, pierde su rostro. El servicio no es un privilegio de los santos, es el llamado de los vivos. No se ejerce desde el poder, sino desde el amor y la compasión hacia las mas vulnerables.

    No depende de cuánto tenemos, sino de cuánto nos atrevemos a compartir. El servicio es un acto profundamente humano que nos iguala, porque en él desaparecen las jerarquías y solo queda la fraternidad. El que sirve entiende que la vida se mide no por los títulos acumulados, sino por las vidas tocadas. Servir es la forma más alta del amor, porque exige entregar algo de uno mismo. Es dar tiempo cuando el tiempo escasea, pan cuando el pan falta, consuelo cuando el alma ajena tiembla. El apóstol Pablo escribió: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:4).

    Ese es el antídoto contra el veneno del egoísmo que nos está consumiendo como sociedad. No hace falta que el Estado sea perfecto si el pueblo decide ser solidario. Si cada familia preparara una porción extra de comida una vez por semana, si cada iglesia abriera sus puertas no solo para predicar, sino para alimentar, si cada empresa entendiera que la prosperidad se multiplica cuando se comparte, El Salvador se transformaría sin esperar a nadie más. Porque servir no empobrece, ennoblece. No resta, multiplica. No agota, renueva. No se trata de caridad, sino de justicia. No es lástima, es amor en acción.

    Servir es entender que el otro también es uno, que la vida del prójimo tiene el mismo valor que la nuestra, y que el pan compartido sabe mejor que el pan guardado. El día que cada salvadoreño asuma esa verdad, ese día el hambre comenzará a retroceder, no por milagro económico, sino por milagro moral. Imaginemos por un instante un El Salvador donde cada domingo, cada barrio, cada colonia, cada comunidad decide preparar una comida para los que nada tienen. Donde los templos sirven tanto como oran. Donde los niños aprenden desde casa que compartir no es perder, sino sembrar.

    Esa sería la revolución más poderosa: la revolución del servicio. Una revolución que no divide, que no destruye, sino que dignifica. Servir es el acto más revolucionario en una cultura del ego. El poder político puede construir carreteras, pero solo el amor puede abrir caminos en el corazón. Los gobiernos pasan, los sistemas cambian, pero el servicio permanece. El Salvador no se levantará únicamente con progreso material, sino con compasión restaurada. Porque una nación que sirve a sus pobres, honra a su Dios. Morir con éxito y sin propósito es la tragedia de nuestro tiempo.

    Acumular bienes y negar pan al hambriento es un fracaso espiritual. Porque la riqueza sin compasión es solo brillo sobre polvo. El que vive solo para sí mismo muere dos veces: cuando su cuerpo se apaga y cuando su nombre se borra del corazón de los demás. Pero aquel que sirve, aunque tenga poco, es rico en eternidad. Sus manos pueden estar vacías de oro, pero llenas de obras que el tiempo no destruye. No deja monumentos, deja almas tocadas. No busca gloria, siembra esperanza. Cuando el polvo cubra nuestros nombres, no quedarán títulos ni cuentas, solo el bien que hicimos.

    En suma, el día en que cada salvadoreño entienda que servir es vivir, ese día esta tierra dejará de llorar. Porque un pueblo que aprende a compartir deja de ser pobre, y una nación que sirve, resucita.

    *Jaime Ramírez Ortega es abogado

  • El trabajo forzado en las prisiones castristas

    El trabajo forzado en las prisiones castristas

    Las penitenciarías del sistema penal cubano tienen claras instrucciones de hacerle la vida lo más difícil posible a los presos y que todos los esbirros que prestan servicio en esas instancias tienen que estar dispuestos a las vilezas más extremas, entre otras, obligar a los sancionados a jornadas de trabajo crueles e inhumanas.

    Tema que aborda en un reciente informe la ONG, Prisoners Defender, una entidad radicada en España que cumple la difícil tarea de mantenernos informados sobre el presidio político cubano sin olvidar los numerosos presos de otras categorías que hay en la Isla por las injusticias propias del totalitarismo castrista.

    El informe en cuestión alude “la alarmante situación del trabajo forzoso en los centros penitenciarios cubanos, revelando y demostrando, sin dar lugar a la duda, la dolorosa y criminal situación de trabajo forzoso ejercido por el Estado, con fines económicos y punitivos sobre un total de 60 mil de entre los 90 mil internos penales y 37.458 sancionados en régimen abierto en el país.

    El documento detalla “que las leyes en Cuba amparan de manera impúdica y explícita el trabajo forzoso de los reos y sancionados. La elaboración de carbón, agrícola, de tabaco o el corte de caña bajo las más inhumanas condiciones de esclavitud, y la producción obtenida de tales labores, es destinada en su totalidad a la exportación, fundamentalmente a países europeos como, por este orden, España, Portugal, Italia, Grecia y Turquía”.

    El pliego certifica, además, la histórica complicidad de la Europa democrática con la dictadura cubana, una relación incomprensible que solo puede justificarse por las añoranzas comunistas o fascistas, de algunos líderes del viejo continente que a través de la Unión Europea subsidian la dictadura insular, como ha denunciado en numerosas ocasiones la Asamblea de la Resistencia Cubana.

    La lectura del valioso informe de Prisoner Defenders conduce inexorablemente al Presidio Modelo de Isla de Pinos, una cárcel en la que el trabajo forzado alcanzó un nivel de sordidez comparable a los campos de trabajo de los gulag soviéticos y chinos, muy próximos a los campos de concentración nazis.

    El Reclusorio para varones de Isla de Pinos, fue, en lo que al trabajo forzado respecta, un centro de experimentación que fracasó en su empeño. La resistencia constante de los presos y el heroísmo de quienes “plantaron” al Plan de Trabajo Camilo Cienfuegos hizo comprender a la tiranía que estaba obligada a clausurar ese reducto de resistencia para lograr alcanzar el control que deseaba, tal y como afirmó en una de sus conferencias el exprisionero político Ramiro Gómez Barruecos.

    En los ominosos planes de trabajo esclavo, el Plan Morejón, que experimento entre otros el desaparecido Francisco “Paco” Talavera, como el Camilo Cienfuegos, que describe en un excelente artículo otro expreso político, Roberto Jiménez, se puede apreciar la maldad del castrismo, porque a las innumerables horas de labor hay que incorporar los asesinatos, lisiados y la demencia de incontables encarcelados que solo cumplían con el deber de amar a su Patria.

    Las condenas que dicta el sistema penitenciario castristas son muy particulares, una de ellas es la confiscación de los bienes del sancionado, incluidas las viviendas cuando ambos cónyuges han sido penados, lo que ha generado siempre un escenario desesperante para la pareja cuando salen de la cárcel sin tener donde vivir, debido a la crónica escasez de habitaciones que sufre el país; a lo que hay que agregar que siempre disponen que el recluso cumpla la sanción lo más alejado de sus familiares en un país donde transportarse es una agonía.

    No obstante, es el trabajo forzoso, en condiciones inhumanas, el castigo más cruel. Largas e intensas jornadas de trabajo, bajo una perenne vigilancia sin que falten abusos y malos tratos, seguido por un ineludible regreso a la soledad carcelaria solo amparada por la espera de la visita familiar que puede ser suspendida por la voluntad de un sicario malhumorado. Esas son las normas en la existencia de un preso en Cuba, sin que importe si es político o de derecho común.

    Al trabajo forzado hay que sumarle el hambre que es mucho menos penosa que el hacinamiento, la ausencia de atención médica o la negación del agua, todos superados, por el conocimiento de los malos tratos y abusos que sufre la familia, lo más devastador que padece un prisionero.

    El autor es periodista cubano.