Categoría: Opinión

  • Cuba: El exilio como catalizador

    Hace muchos años llegue a la conclusión que salir de Cuba genera en numerosas personas transformaciones de personalidad muy importantes. He apreciado cambios tan radicales que conozco de jefes de familias, otrora voluntariosos, exigentes, firmes con su medio, que han cedido los espacios que en el pasado defendían con celo, teniendo que asumir alguien de su estirpe el protagonismo abandonado, lo que deja apreciar el gran potencial de todo ser humano para remontar su existencia y la incapacidad de otros para enfrentar los cambios.

    Sobre esto converse casualmente con el periodista Rolando Nápoles, un excelente reportero. Nápoles me dijo que esas modificaciones espontáneas se podían identificar como el Síndrome de Miami, porque él también había apreciado que personas que en Cuba tenían una postura determinada sobre la realidad insular y otra forma de llevar la vida, cambiaban por completo en el exterior con independencia del contexto en el que se desenvolvía y ajeno a los compromisos políticos que hubiera podido haber tenido.

    «Saltar el charco» como le dice el escritor Jose Antonio Albertini a salir de Cuba, en verdad ejerce una influencia muy grande sobre los expatriados. La vida cambia radicalmente, el paternalismo abusivo del estado totalitario desaparece y el individuo asume por primera vez a plenitud sus responsabilidades ciudadanas lo que demanda una notable habilidad para la reinvención, en particular, cuando la persona tiene mas de cuarenta años y una familia que sostener.

    El cubano de la Isla al no tener un usufructo pleno de sus derechos padece de una indefensión social que emigrantes de otros sistemas de gobierno no sufren. Las limitaciones impuestas por el control que ejerce el sistema sobre la persona son tan intensas e insondables, que la capacidad de gestión individual es prácticamente nula.

    Las relaciones del sujeto con su entorno en una sociedad libre son abiertas, de responsabilidad en el más mínimo detalle, en Cuba no, el ciudadano insular esta lastrado por la condición de que solo lo explícitamente autorizado puede acometerse, un simple pensamiento, ni hablar de una acción, puede significar un delito.

    Existen otras muchas características que pueden incidir en los emigrados de Cuba sin considerar sus valoraciones ideológicas o políticas como es el cambio de actividad económica para ganarse el sustento suyo o de la familia. Muchos profesionales se ven impedidos de desempeñar las funciones para las que se prepararon y se ven obligados a realizar tareas que tal vez nunca sospecharon, a otros le surgen oportunidades laborales y sociales que no estaban en sus planes y hasta cambios en la salud que no eran imaginados.

    Conozco individuos que tenían hacia el totalitarismo una visión comprensiva culpando a factores extranjeros y hasta a quienes abandonaron el país previamente, de la corrompida e inepta acción del régimen insular, sin embargo, los nuevos conocimientos y experiencia les hicieron cambiar de parecer asumiendo una posición de condena y rechazo del sistema. Este profundo cambio de óptica lo he apreciado particularmente entre los que dejaron a Cuba por motivos económicos y entre los sectores que en la Isla se desenvolvían entre las artes y la academia, o desarrollaban actividades gubernamentales.

    No obstante, no faltan quienes lejos de su país y a pesar de haber sido tratados como borregos por el régimen, siempre están prestos a justificarle y servirle. Desgraciadamente hay sujetos que usan sus franquicias de ciudadano libre para defender la dictadura y el despotismo, para justificar sus depredaciones por horribles que estas sean, aunque son los más, en base a los conocimientos adquiridos, los que cambian sus perspectivas por muy ciegos que hayan sido.

    Por otra parte, y en honor a la verdad, todos cambiamos, y la mayoría sentimos una cercanía a la Isla que alimenta una nostalgia que no cesa de crecer. Estar fuera del país natal, ofrece a quien pueda estar interesado, una visión panorámica de la vida nacional pasada y presente casi ilimitada. El emigrante o exiliado que ama a su país procura atesorar las tradiciones patrias y se esfuerza porque las nuevas generaciones conserven la lengua materna, ama lo que dejo atrás, con la esperanza martiana de un día decirles adiós a las playas del destierro.

    • Pedro Corzo es periodista cubano

  • Literatura y Medicina (III)

    El 19 de julio de 1972 el gobierno de los militares conservadores (bajo la casaca del PCN) se mostraron en plenitud de intenciones y tomaron por asalto la Universidad de El Salvador y capturaron a sus autoridades y a parte del profesorado que consideraban ‘peligroso’ y que se hallaban dentro del recinto universitario o fuera. Pues bien, uno de esos capturados fue Melitón Barba.

    Cerca del mediodía del 19 de julio fue capturado por elementos de la Guardia Nacional cuando ingresaba con su vehículo Mazda blanco a su casa de la 19 avenida norte #1644. Se lo llevaron a pie, esposado, varias cuadras y después lo subieron a un vehículo tipo panel y por tres días no se supo de su paradero.

    Por fin, se supo que estaba en la Guardia Nacional y que a las autoridades universitarias y profesores (Rafael Menjívar Larín ―rector―, Miguel Sáenz Varela ―secretario general―, Fabio Castillo Figueroa ―decano de la Facultad de Ciencias y Humanidades―, Luis Arévalo ―fiscal―, Mario Flores Macal …) y los demás capturados de la comunidad universitaria iban a ser expulsados hacia Nicaragua de inmediato. Y así fue.

    En Managua, el grupo de exiliados, quizás unos 15, después de un mes tomaron la decisión de salirse de Nicaragua, por razones obvias (Anastasio Somoza Debayle era quien regía). Unos se fueron para México. Y otros, para Costa Rica. Melitón Barba optó por Costa Rica.

    De esa experiencia, el médico-escritor, rápido, emborronó cuartillas e hizo un relato titulado ‘La celda No. 9’. Texto narrativo que se extravió entre tantos ires y venires del autor.

    Gracias a sus vínculos personales con excompañeros costarricenses que estudiaron en El Salvador (los médicos Álvaro Castro y Maynor Briceño), Melitón Barba pudo establecerse como médico y fue a parar al puerto del Pacífico, Puntarenas, al Hospital San Rafael, que se hallaba situado en el centro de la ciudad de Puntarenas y que venía funcionando desde 1852.

    Años después, en 1989, cuando se publicó en San Salvador, bajo el sello Istmo Editores, su cuarto libro de cuentos titulado ‘Cartas marcadas’, el cuento con el que se abre el volumen, ‘El Lecumberri’, es una reminiscencia de su estancia en Puntarenas que duró hasta mediados de 1973. En las primeras líneas da cuenta del escenario: ‘En toda la zona, incluyendo los que estaban presos en San Lucas, no había nadie que hubiera purgado un delito en la famosa penitenciaría de México’. San Lucas era una isla frente a Puntarenas que servía como presidio.

    Con el fraude electoral de febrero de 1972, el fallido golpe de Estado del 25 de marzo y, sobre todo, con la intervención militar de la Universidad de El Salvador, en julio, la situación política del país quedó trastocada. De facto, los partidos políticos opositores (PDC, MNR y UDN) se encontraron acorralados en la marginalidad y casi en la ilegalidad.

    El Salvador quedó, después del 19 de julio de 1972, frente a un cuadro de tensión política y militar de gran explosividad, del que no podrá salir hasta 1992, cuando la guerra finalizó por medio de una negociación estratégica con supervisión internacional.

    Eclipsados y sacados a patadas de la escena política los partidos políticos opositores, pues los militares conservadores, que manejaban el PCN, impusieron su férula. Es en este contexto de asfixia política que el incipiente movimiento guerrillero, constituido por dos pequeños agrupamientos debilitados e ideologizados en exceso (las Fuerzas Populares de Liberación ―FPL― «Farabundo Martí» y el Ejército Revolucionario del Pueblo ―ERP―), pudo abrirse paso. Si a la UNO se le hubiese dejado ganar las elecciones de febrero de 1972 es probable que no se habría dado la generalización de la guerra. Pero la tozudez, las ambiciones de poder y el desprecio por la vida en democracia marcaron la ruta del descarrilamiento nacional.

    Melitón Barba, el médico-escritor, hubo de asumir una postura frente a todo esto. Desde el exilio en Puntarenas, tomó una decisión arriesgada, y es que se planteó la posibilidad de regresar a El Salvador. Eso implicaba varias cosas: seguir ejerciendo la profesión médica en su clínica particular, como ortopeda y traumatólogo; distanciarse de la vida política partidaria tradicional ―que de todos modos había sido aplastada― a la que había estado adherido desde 1966 hasta julio de 1972 como dirigente del MNR y dejar de estar visible, de cualquier modo, en la política nacional. Y previo a eso, que era como su plan personal de retorno, envió adonde correspondía un mensajero extraordinario para conocer de primera mano si había alguna acusación específica contra él. Puesto que el mensajero retornó con una respuesta favorable a su regreso, pues armó maletas y a mediados de 1973 se trasladó a Guatemala, para preparar su ingreso por tierra a El Salvador. Todo de manera personal, y solo con el apoyo de amigos y de familiares.

    • Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones

  • Oriente Medio y la retórica incendiaria

    Desde un ángulo meramente discursivo, la actual situación en Oriente Medio no tiene precedentes. Si los análisis geopolíticos se hicieran sobre la base de las declaraciones de los bandos enfrentados, hoy deberíamos estar hablando de la extinción de la especie humana, pues así de catastrofistas han sido las narrativas y hasta algunas intervenciones de sesudos analistas internacionales. Por fortuna no son las palabras, sino los hechos concretos, los que merecen la mayor atención de parte de quienes observan la política global con seriedad y prudencia.

    Ejemplos de retórica barata los tenemos a montones. El régimen chiita de Irán asegura que su doctrina le prohíbe desarrollar armas de destrucción masiva y que, por consiguiente, su programa nuclear solo tiene fines pacíficos. En la esquina contraria, Israel y Estados Unidos afirman como un hecho que el Gobierno de los ayatolás estaba en vísperas, casi hasta ayer, de conseguir el suficiente uranio enriquecido para construir bombas.

    Tras los sorpresivos ataques americanos del pasado 21 de junio, Trump dijo que las instalaciones nucleares iraníes habían sido totalmente destruidas, algo que fue negado por Teherán y luego minimizado por un informe preliminar de las propias agencias de inteligencia de EE UU. El líder supremo de Irán, Alí Jamenei, había amenazado a Washington con «un daño irreparable» si se entrometía en el conflicto, pero la primera reacción militar de su país, sobre la base estadounidense en Catar, tuvo un carácter más bien testimonial.

    La pregunta que debemos hacernos, primero, es si algún dirigente político involucrado en este embrollo se ha atrevido a decir la verdad. Y lo que arroja cualquier análisis desapasionado del asunto es que, lamentablemente, acusamos una alarmante carencia de liderazgos confiables.

    Es cierto que el ayatolá Jamenei, en 2003, emitió una fetua (decisión jurídica) prohibiendo las armas nucleares en el islam. Pero esta interpretación es endeble, doctrinalmente hablando, y se encuentra vinculada a consideraciones políticas que pueden cambiar en el tiempo, pues solo los principios coránicos son considerados inmutables. La trayectoria diplomática iraní, por otra parte, revela su naturaleza embustera. La cantidad de veces que el régimen de Teherán ha mentido sobre sus acciones militares bastaría para descalificar cualquier supuesta voluntad pacifista. Desde hace varios años, además, Irán está señalado de violar sistemáticamente el Tratado de No Proliferación Nuclear, aparte de haberse ya comprobado su constante respaldo a grupos terroristas.

    Lo de Irán, pues, como amenaza real para la estabilidad de Oriente Medio, está lejos de ser una anécdota; pero Israel, que jamás ha desmentido los rumores sobre su propio arsenal nuclear, lleva por los menos tres décadas afirmando que los ayatolás están «próximos», «a punto», «a las puertas» de construir sus bombas. Como en el viejo cuento del pastorcito que gritaba «¡Ahí viene el lobo!» hasta que nadie le creyó, Benjamin Netanyahu desea que ahora sí hagamos caso a las advertencias. Las mentiras de Teherán, por tanto, han tenido sus réplicas en Tel Aviv.

    ¿Y qué decir de Donald Trump, el más fantasioso e hiperbólico gobernante de nuestra época? Nada nuevo en realidad: exagera el riesgo atómico iraní para poder así atribuir a su nación —y a él, por supuesto, como comandante en jefe— unas habilidades estratégicas y una contundencia militar que quizá merezcan bastante menos elogios.

    Dado el carácter confidencial de cualquier carrera armamentística, nadie puede saber a ciencia cierta qué tan cerca haya estado Irán de una ojiva nuclear. Lo que sí resulta evidente es que el régimen chiita está completamente solo en su cruzada contra Israel y Estados Unidos. Ni Rusia ni China, por encima de sus propios polvorines retóricos, parecen dispuestos a atizar el fuego. Esa amenaza de desatar el «infierno» en la región, por el momento, se encuentra fuera de la capacidad real de los ayatolás, que con ese bombardeo inofensivo a Catar han tenido suficiente para decir, mintiendo otra vez, que le propinaron una «dura bofetada» a EE UU.

    Pero tampoco Israel ha ganado demasiado. Su principal socio, Trump, no parece convencido de iniciar un conflicto que conduzca a un cambio de régimen en Teherán, una de cuyas implicaciones sería otra desgastante intervención de largo plazo en la zona, aún frescos los malos recuerdos de Irak y Afganistán. Con su país exhausto, a Netanyahu debería bastarle con haber trepado algunos puntos en las encuestas, equivalentes a varios meses de magra sobrevivencia política.

    Aunque falta por ver qué tan destructivos fueron los misiles especiales estadounidenses en Irán, lo que al final lleguemos a saber estará siempre al arbitrio de cada emisor de información. Donald Trump empleará su acostumbrada terminología grandilocuente, Netanyahu seguirá hablando de mantener a raya las amenazas y Jamenei especulará sobre la inminente destrucción de sus enemigos.

    Los cambios reales que sobrevendrían a partir de esta reciente escalada de violencia dependerán de los disensos internos en la cúpula chiita, la estabilidad del Gobierno de coalición en Tel Aviv y la terquedad de Trump en aferrarse a la idea de que negociar con el resto del planeta se define por la fuerza y la arrogancia. Todos estos factores desencadenan hechos que ninguno de los líderes mencionados en esta columna podrá controlar, más allá de su verborrea incendiaria.

  • «El Hombre en Busca del Sentido»: Una brújula para el docente universitario

    Estimados colegas y educadores universitarios:
    Hace unas semanas recibí una recomendación de las más apreciadas en mi vida en relación con la literatura y era sumergirme en la obra cumbre de Viktor Frankl, «El Hombre en Busca del Sentido» (originalmente de la «experiencia de un campo de concentración») por parte del doctor Christian Aparicio quien es Director Nacional de Educación Superior en El Salvador en una interesante y orientadora ponencia sobre la política nacional de educación superior.

    Debo reconocer que la lectura de este libro, que documenta la aterradora experiencia como prisionero en campos de concentración nazis y el desarrollo de la logoterapia, va más allá de una simple asignación o sugerencia; es una sacudida existencial y una fuente inagotable de lecciones para nuestra labor educativa que ha sido mi principal aplicación a la lectura. No es un texto más de psicología, sino un manual de supervivencia para el espíritu humano que tiene profundas resonancias en el aula y en la vida del educador y por supuesto como persona.

    Objetivo del libro desde la mirada de un docente
    El objetivo central de Viktor Frankl en mi opinión es demostrar que, incluso en las circunstancias más inhumanas y degradantes, el ser humano posee la libertad de elegir su actitud y, lo que es más importante, la capacidad de encontrar un sentido a su existencia. Para nosotros, educadores del nivel superior y postgrados, esto se traduce en la imperativa de no solo impartir conocimientos, sino de guiar a nuestros estudiantes en la búsqueda y construcción de su propio sentido, especialmente en un mundo que a menudo parece carecer de él. Nuestro propósito no es solo formar profesionales, sino individuos resilientes, ciudadanos comprometidos a transformar los problemas sociales, con un propósito y capaces de trascender la adversidad.

    Aproximación a enseñanzas claves para el ámbito universitario
    • La importancia de la actitud: Frankl observó que quienes sobrevivieron no siempre fueron los más fuertes físicamente, sino aquellos que lograron encontrar un propósito, una razón para seguir viviendo, a veces insospechable. Esto nos enseña que debemos fomentar en nuestros estudiantes una actitud proactiva y resiliente ante los desafíos académicos y de la vida, más allá de la mera adquisición de información.
    • La trascendencia del sufrimiento: El sufrimiento, aunque inevitable, puede ser transformado si se le encuentra un sentido. Para el docente, esto implica reconocer las dificultades que atraviesan nuestros estudiantes (personales, académicas, sociales) y ayudarlos a verlas no como callejones sin salida, sino como oportunidades para el crecimiento, el aprendizaje y la reafirmación de su propósito.
    • La responsabilidad de la libertad: Frankl enfatiza que, aunque las condiciones externas nos limiten, nuestra última libertad es la de elegir nuestra respuesta. Debemos inculcar en nuestros universitarios la responsabilidad que conlleva su libertad académica y personal, motivándolos a tomar decisiones conscientes y éticas que impacten positivamente su vida y su entorno.
    • La identidad de cada ser humano: La logoterapia se basa en la idea de que cada persona es única y tiene una misión específica. En el aula, esto se traduce en la necesidad de reconocer y valorar la individualidad de cada estudiante, sus talentos, sus luchas y su potencial único para contribuir al mundo. Por lo que debemos afirmar la identidad de cada estudiante, en muchos casos llegan a la universidad sin disponer de un claro criterio de ¿cuál es su propósito?

    Algunas aplicaciones prácticas en nuestra labor docente universitaria
    • Fomentar el pensamiento crítico y reflexivo: no solo qué pensar, sino cómo pensar sobre la vida, el propósito y los valores.
    • Diseñar experiencias de aprendizaje con propósito: conectar el contenido académico con problemas reales, con el diario vivir de nuestra sociedad, proyectos de impacto social o dilemas éticos que resuenen con la búsqueda de sentido de los estudiantes.
    • Ser mentores de resiliencia: compartir nuestras propias experiencias de superación y servir como guías, un orientador, para que los estudiantes desarrollen su capacidad de afrontar la adversidad.
    • Promover el diálogo sobre principios, valores y ética: crear espacios seguros para discutir temas profundos que ayuden a los estudiantes a clarificar sus prioridades y su lugar en el mundo, sin olvidar que primero es un ciudadano, no un académico como prioridad.
    • Enfatizar la contribución social del conocimiento: inspirar a los estudiantes a ver su profesión como un vehículo para ser de bendición, servir al más próximo, a la sociedad y encontrar sentido en esa contribución.

    Mensaje final para el educador
    Estimados colegas docentes, «El Hombre en Busca del Sentido» no es solo un libro sobre la supervivencia, sino sobre la ponderación del valor y la representación del alma. Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia búsqueda de sentido como educadores y, crucialmente, nos equipa con una perspectiva invaluable para acompañar a nuestros estudiantes. En un mundo a menudo fragmentado y ansioso, nuestra misión de formar profesionales se eleva a la de formar seres humanos, personas extraordinarias, con una vida con propósito, capaces de encontrar luz, incluso en las circunstancias más oscuras. Este libro es de obligatoria lectura para todo docente de educación superior, un recordatorio poderoso de que nuestra labor va más allá de las aulas, de enfocarnos solo en la excelencia académica, estamos construyendo sentido, esperanza y futuro.

    * Ricardo Sosa, Docente de educación superior certificado
    @jricardososa

  • Literatura y Medicina (II)

    En Centroamérica no ha habido muchos médicos-escritores, pero uno de ellos fue el salvadoreño Melitón Barba (‘Puta vieja’, 1987), quien nació en 1925.
    A mediados de la década de 1940 inició sus estudios de medicina en la universidad estatal y el 12 de noviembre de 1954 se graduó de médico con la tesis ‘Cuarenta casos de eclampsia, su estudio y su terapéutica’. A partir de ahí no dejó de escribir, aunque por un tiempo sus temas fueron de estricto rigor médico. Entre mayo de 1955 y agosto de 1956 fue a especializarse al Instituto Ortopédico Rizzoli, en Bolonia, Italia.

    Ya de regreso, publicó en Archivos del Colegio Médico de El Salvador (vol. II, No. 4, diciembre de 1958) un trabajo de su especialidad, pero que ya tenía una sonoridad literaria: ‘Banco de huesos’.

    Aunque es hasta la publicación de su primer libro de cuentos, ‘Todo tiro a jon’ (Managua, 1984) que se cree que Melitón Barba comenzó a escribir, lo cierto es que en las décadas de 1960 y de1970 hay registro bibliográfico de su labor de escritura. Hay un par de ficciones (aún no reunidas en libro) y lo que más abunda son los artículos de opinión (en El Diario de Hoy, sobre todo) y los ensayos de enfoque médico-social.

    Además, a mediados de la década de 1960 inicia su actividad política como uno de los fundadores del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), una pequeña formación partidaria de corte ‘radical-democrático’ y quizás un tanto inspirada en la experiencia de la primavera guatemalteca de 1944-1954, con los gobiernos de Juan José Arévalo primero y de Jacobo Árbenz, después.

    En ningún momento dejó de ejercer la medicina y más bien la amplió porque pasó a ser profesor de la Facultad de Medicina en una época marcada por la reforma universitaria, circunstancia que sacudió para bien al establecimiento universitario.

    En 1972, un año marcado por tres hechos decisivos (en febrero, fraude electoral contra la candidatura opositora; en marzo, frustrado golpe de Estado de inspiración constitucionalista y, en julio, intervención militar de la Universidad de El Salvador) impactaron de forma directa ―o como él gustaba decir: en el puro plexo― al médico-escritor Melitón Barba.

    La elección presidencial del 20 de febrero fue amañada por el ‘partido oficial’ de aquel entonces (el Partido de Conciliación Nacional, PCN) y arrebatada la victoria a la coalición opositora, la Unión Nacional Opositora (UNO), que la integraban tres partidos políticos de diferente orientación ideológica. El Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR, que después de esa fecha se declararía socialdemócrata) y la Unión Democrática Nacionalista (UDN, con vasos comunicantes con el Partido Comunista de El Salvador). La UNO era algo más o menos parecido a la Unidad Popular, de Chile, que llevó al médico Salvador Allende a la presidencia, solo que en El Salvador esa coalición estaba retobada por una red de sectores cristianos de base (sacerdotes diocesanos y seglares), una red de militares retirados y por la relevante organización magisterial denominada Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños ―ANDES― ’21 de Junio’.

    En la conducción de aquel empeño electoral hubo un organismo al que se integraron dirigentes de cada uno de los tres partidos políticos. Melitón Barba formaba parte de ese organismo en representación del MNR. El candidato presidencial (Napoleón Duarte) le correspondió al PDC, que contaba con el caudal electoral mayoritario. El candidato a la vicepresidencia fue adjudicado al MNR (Guillermo Manuel Ungo) y el programa de la UNO, una oferta política moderada y realista de cambio, fue hechura de los tres partidos políticos y demás adherentes.

    Al producirse el fraude electoral contra la UNO el mapa político del país se complicó, y ahora, años vista, está claro que con esa desatinada acción se abrió la posibilidad de la guerra que a partir de 1981 se generalizó.

    En un esfuerzo, desesperado y descoordinado, un grupo de militares constitucionalistas y civiles, encabezados por Benjamín Mejía (coronel, y ‘masferrereano’ de toda la vida) el 25 de marzo de 1972 intentaron restablecer la legalidad rota, pero en menos de 24 horas aquello fue aplastado. El golpe de Estado del 25 de marzo no fue una respuesta fraguada desde la UNO, sino una iniciativa tangencial, pero a título personal, el candidato opositor, Napoleón Duarte, por medio de la radio hizo un llamado a la población en general a que se sumara a respaldar la acción restauradora de la constitucionalidad. También, a título personal, el vocero de ese golpe de Estado, René Glower Valdivieso (teniente retirado ―quien se salvó de la pena de muerte por su participación en el levantamiento militar contra Maximiliano Hernández Martínez en abril de 1944― e ingeniero civil) era miembro activo del MNR. Y activistas de la UDN realizaron acciones de calle para impedir el paso en diversos puntos de la capital.

    Abril y mayo de 1972 fueron meses de calma chicha. La represión comenzó a articularse contra toda tentativa opositora y solo esperaba el banderillazo de salida con un hecho simbólico que mostrara su hoja de ruta.

    • Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones

  • Controversia

    Leo con interés una confrontación de ideas, conceptos y afirmaciones y sentencias que se emiten en torno a la calificación de la gestión gubernamental del presidente Nayib Armando Bukele Ortez, quién aparentemente se ha venido inclinando hacia el ejercicio de un régimen autoritario. Esto nos plantea varias interrogantes sobre qué se entiende por régimen autoritario, si se ejerce en este caso, si se ha optado por darle la espalda el régimen legal establecido, visualizado en la Constitución Nacional. Venezuela, por ejemplo, no es un régimen autoritario, tampoco lo es Nicaragua, Cuba o Irán. Estos países están gobernados por tiranos, donde la ley, la Constitución son ellos, sus ideas políticas y religiosas.

    No existe en ellos seguridad jurídica civil, penal o administrativa; ni siquiera la elemental de sus ciudadanías y terceros, por aparentar un orden legal común para todos y cada uno de sus habitantes. En consecuencia, el Estado de Derecho, con lo que ello conlleva en su alcance y significado concreto, simplemente es inexistente.

    La pirámide de Kelsen que describe tan bien el orden y prevalencia de la norma jurídica una e igual para todos, que parte de una ordenanza municipal, por ejemplo, y llega la hasta cúspide de esa pirámide donde se encuentra la Constitución, nos otorga la seguridad jurídica necesaria para la convivencia humana, y entre las instituciones públicas o privadas, laicas o religiosas.

    Por ello la Constitución es tan importante en la vida común y diaria de los ciudadanos entre sí y, entre estos y la estructura legal, sea en una república como El Salvador o en una monarquía constitucional como en España.

    La Constitución salvadoreña del 20 de diciembre de 1983, fue una de las más avanzadas del continente; quizá por su fecha de presentación, que pauta un equilibrio total y adecuando entre los tres poderes (no tuvo la necesidad de crear tres o cuatro poderes más, como hizo Chávez en su Constitución del 2001, realizada a su imagen y semejanza, donde el poder el Poder Ejecutivo tiene prevalencia sobre el resto de los poderes, de una manera abierta o encubierta.

    Los siete primeros artículos de la Constitución salvadoreña prácticamente define los fines inherentes a su espíritu, propósito y razón. Y este no es otro que la protección de su ciudadanía, de su pueblo, en todos los aspecto. En el 168, ordinal 3, se le atribuye al Presidente la obligación de «Procurar la armonía social, y conservar la paz y tranquilidad interiores y la seguridad de la persona humana como miembro de la sociedad».

    Esta es una atribución mandatoria que se encuentra escrita en todas la constituciones existentes en el orbe, pues la primera obligación de un presidente es la protección de su pueblo. De ella se derivan todas las otras atribuciones para sí o por medio de las organizaciones administrativas. En ese mismo sentido se alinean los tres clásicos poderes republicanos: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial; en sistema conocido de pesos y contrapesos.

    Luego de una de las guerras internas más cruentas que haya conocido el continente hispanoamericano, la de El Salvador, culminada en los Acuerdos de Paz de Chapultepec firmados el 16 de enero de 1992, entre el FMLN y el gobierno salvadoreño, representado por Alfredo Cristiani, presidente del país por aquél entonces, se inició a partir de esa fecha, un lento pero constante y creciente conflagración interna tan cruenta, pero más tenebrosa, como la que acababa de concluirse.

    Fue una curiosa guerra civil innecesaria, injusta y destructiva, que tuvo su origen en el hecho mismo de la guerra pasada, y en la exteriorización de bandas criminales organizadas de altísimo nivel de efectividad, graduadas en el exterior, concretamente Estados Unidos, donde emigrantes salvadoreños se vieron en la necesidad de agruparse para defenderse de bandas locales.

    A su regreso, trasladaron a El Salvador sus operaciones criminales organizadas en carteles denominadas localmente como «maras». No hay mucho que decir, las conocí. De hecho asesinaron, desaparecieron a un buen amigo en los alrededores de Ilopango. Leí sobre sus crímenes horrendos, supe de los sitios donde no se debía circular, conocí los diferentes diálogos del gobierno con las maras; incluso el fatídico y ridículo presenciado y firmado por el inefable Secretario General de la OEA, de ingrata recordación, José Miguel Insulza. Donde prácticamente el gobierno negoció su soberanía territorial y jurídica.

    De allí que el haber rescatado el ejercicio de la soberanía nacional, para el pueblo salvadoreños; garantizar la libre circulación por el territorio nacional a propios y extraños ha sido uno de los logros indiscutibles, del actual presidente. Ya no solo los domiciliados en el país pueden ir y venir, con sus hijos y familia por sus Departamentos, sino que inversionistas extranjeros se sienten tentados invertir en un país que asegura sus inversiones, la libertad y seguridad del personal instalado en el país.

    Hasta el presente, observo que hubo una ruptura generacional con el languideciente y acartonado pasado; recuperado la libre circulación no solo en la capital sino en las regiones y, un hecho intangible: el respeto, el amor propio, el orgullo sustentado del ser salvadoreño, que forma parte de un algo, de un proyecto histórico compartido.

    No dudo que pueden aparecer manifestaciones que pudieren asimilarse a autoritarias, pero debemos asumir, reconocer que la totalidad de la Asamblea Nacional ha sida elegida por el electorado salvadoreño, quien le otorgó no solo legalidad sino legitimidad a las actuaciones presidenciales. Poder Legislativo, donde reposa la soberanía nacional que designa sus jueces y autoridades pertinentes.

    Esta realidad, por supuesto que trae consigo la tentación autoritaria, es una debilidad humana que todos poseemos, y la sociedad debe estar atenta para evitarla. Lo que debemos en no caer en la tentación, por diversos motivos, de sembrar dudas en el futuro, porque la búsqueda de la inclusión, de la superación nacional en todos los rincones del territorio, la puesta al día de las instituciones, y visiones sobre el deber ser de la sociedad nacional e internacional, es un hecho irreversible.

    El solo hecho de haber sacado del juego político real a un partido comprometido ideológicamente con organizaciones y países totalitarios, terroristas, unipartidistas como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Irán, Hamás, Hezbollá, ETA, el Socialismo del Siglo XXI, donde no existen derechos humanos, entre ellos la libertad, ha sido un paso gigantesco para la paz y el desarrollo interno.

    Los partidos tienen la obligación, al igual que las organizaciones republicanas de diversas índoles, la obligación dentro la realidad y autenticidad, de mantener ese equilibrio, ese control que se exige de los pesos y contrapesos en cualquier actividad humana pero no perder la objetividad ni los fines nacionales propuestos. Así como interiorizar que el pasado, tal como lo conocimos está en plena salida tanto en lo humano como en lo institucional. Los partidos políticos tal como los conocimos y luchamos por ellos, ya no es suficiente, la actitud ante la ciencia y la tecnología, los medios de comunicación son diferentes y de un alcance inimaginables.

    Es lo que conocemos como «cambio epocal», en una dimensión tan intensa y generalizada como lo fue la Edad Media del Renacimiento; hay que estar alertas, abiertos para entender y guiar la conducción de nuestras vidas y la de las sociedades, sin perder nuestra personalidad, ni valores. Es asumir para contrapesar.

    • Juan José Monsant Aristimuño, diplomático venezolano, exembajador en El Salvador

  • Literatura y Medicina (I)

    La literatura y la medicina han estado siempre vinculadas. Son islas paralelas con puentes discretos por los que algunos escritores han ido y venido. No todos los médicos podrían ser escritores, no, ni mucho menos. Pero si hay escritores en ciernes entre los médicos, el territorio de la medicina les es propicio para la ficción.

    El contacto diario y ‘profundo’ (cuando el médico se compromete con la situación de sus pacientes) depara muchas sorpresas para los médicos que aspiran a ser escritores.

    El médico es un conversador nato, habría que precisar, o debería serlo, porque por esa puerta puede llegar con mayor precisión al diagnóstico, herramienta clave de la intervención médica. Muchos médicos quizá no lo sepan, pero su cercanía con el paciente se asemeja mucho a la labor del antropólogo. Ambos escuchan, observan, ponderan, evalúan en un cara a cara.

    Las historias están ahí, pasando y pasando, hasta que un médico se pone ‘la bata’ de escritor y empieza a emborronar cuartillas.

    A veces los médicos-escritores estrenan armas literarias de forma temprana como el francés Ferdinand Céline (‘Viaje al final de la noche’, 1932), el ruso Antón Chéjov (‘La sala No. 6’, 1893), el brasileño João Guimarães Rosa (‘Gran Sertón: Veredas’, 1956).

    Y hay casos de casos, por ejemplo, el británico William Somerset Maugham (‘El filo de la navaja’, 1944), que se graduó de médico, pero nunca ejerció. O el estadounidense William Carlos Williams (‘Los relatos de médicos’), que siempre estuvo en ejercicio de su profesión y de su especialidad, la pediatría.

    También está el caso del polaco Stanislaw Lem (‘Memorias halladas en una bañera’, 1971), quien comenzó a estudiar medicina, abandonó esos estudios, los retomó después de la segunda guerra mundial y al final se graduó, pero nunca ejerció.

    El argentino Ernesto Guevara (conocido como ‘Che’ Guevara) fue médico y ejerció la profesión un tiempo y cuando la acción política se interpuso en su camino pues la literatura, sin que fuera un plan deliberado, se hizo presente en sus escritos. Sus distintos diarios (en motocicleta por Suramérica, en la guerra en Cuba de 1956 a 1959, en Congo en 1966 y en Bolivia en 1967) son unos de los textos narrativo-testimoniales de mayor calado que se han escrito.

    La rusa Vera Ignátievna Gedroitz, fue médico-cirujana y escritora. También está la egipcia Nawal El Saadawi (‘Memorias de una joven doctora’, 2008).

    Cuando un escritor o una escritora que ejerce la medicina pasa al terreno de las ficciones a veces se cree que trasladan sin más sus experiencias clínicas a la literatura, y quizás eso no es así en todos los casos.

    El privilegio de quien practica la medicina, al tener las confesiones íntimas de sus pacientes, al observarlos en crisis, al evaluar sus mejorías, al constatar sus fobias, sus alegrías y un sinnúmero de factores hace que, al momento de escribir ficciones, esos textos estén ‘bañados’ por ese conocimiento de primera mano.

    En algunas ocasiones del mismo canapé salen personajes a las páginas de un libro de cuentos. Otras, los temas del mundo médico se posesionan de una pieza de teatro o una novela. En la novela ‘Corazón de perro’, del ruso Mijaíl Bulgákov (médico ruso), hay todo un entramado que lleva a que a un perro callejero se le trepane el cráneo, se le implante una glándula pituitaria humana y se le implanten testículos humanos. Una alegoría extraordinaria que en los tiempos de la Unión Soviética fue por supuesto censurada.

    Sin embargo, la literatura de quienes practican la medicina no se reduce a los temas médicos. También tocan otros tópicos, pero no puede negarse que el conocimiento detallado de la naturaleza humana les permite transitar por honduras y recovecos que otros escritores no exploran.

    Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, era médico y su voluminosa obra ensayística podría acreditarlo como un escritor también, a su pesar.

    La relación entre la medicina y la literatura, sin embargo, también es problemática, porque no siempre es posible sostenerse en los dos territorios, el de la ficción y el de la cruel realidad médica, y muchas veces vence la literatura y la profesión médica queda ahí, aparcada, como lo que le pasó al portugués António Lobo Antunes (‘El orden natural de las cosas’, 1985), que solo ejerció como psiquiatra un par de años antes de entregarse por entero a la actividad literaria.

    • Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones

  • La lingüística salvadoreña

    Cuando impartí la cátedra Comunicación Lingüística analizamos los diferentes niveles lingüísticos en donde el ser humano se desarrolla. Estos son: Nivel fonético-fonológico (estudia los sonidos), nivel morfológico (estructura interna de las palabras), nivel sintáctico (combinación de palabras para formar oraciones), nivel semántico (significado de las palabras), nivel léxico y nivel pragmático (el lenguaje en contexto).

    Crecí en Tacuba, Ahuachapán, y en mi léxico logro comprender que tuve influencias del náhuat, en donde, al expresarme, cruzaba algunas palabras provenientes del náhuat. Por ejemplo, huachuma, que significa piscucha, elotasca: rigua; papalota: mariposa, currunco: palabra que se refiere a una especie de escarabajo, etc.

    Para escribir este artículo es importante mencionar que se retoman aspectos sobre la lingüística y la filología; ambas estudian el lenguaje. La lingüística analiza el lenguaje de una forma científica, investiga su estructura, funcionamiento y evolución. Mientras que la filología estudia los textos literarios, históricos y culturales. En El Salvador hay variedad de expresiones, las cuales, son parte de la cotidianeidad. Una cosa es saber cómo hablamos y otra es qué decimos.

    Analizar la lingüística salvadoreña es escudriñar la forma de hablar y de escribir. Un aspecto particular es que los salvadoreños, en su mayoría, ocupan el voseo; además, hay una variedad de modismos, los cuales, a un extranjero, se les debe explicar qué significan. Otro aspecto importante de destacar sobre la lingüística es que, en algunos lugares, donde aún se habla náhuat, como: Santo Domingo de Guzmán, Izalco, Tacuba y Cuisnahuat, Caluco, la entonación es diferente. Se incluye también San Salvador, en donde algunas universidades como: UTEC, UES, UDB y UCA apoyan el náhuat.

    El lingüista salvadoreño Raúl Azcúnaga estudió aspectos sobre el yeísmo y seseo, y otros aspectos en las zonas del oriente del país. El docente Azcúnaga es autor del libro «Atlas lingüístico-etnográfico pluridimensional de El Salvador (ALPES) Nivel fonético», en donde analiza elementos culturales como: hábitos, tradiciones, formas de vida. El resumen del libro es preservar la diversidad lingüística del español salvadoreño, en donde lingüistas, antropólogos y docentes lo pueden tomar de referencia. Es interesante saber que el aspecto social y cultural influye en estas diferencias. Por ejemplo, el seseo se evidencia más en el Oriente de El Salvador. Acá la ese la pronuncian con j.

    ¿Por qué razón en la zona oriental difiere la pronunciación del resto del país? Algunos lingüistas investigaron que pudo haber influencia del español andaluz o canario, que también tiene aspiración de la «s», traído por colonizadores. Podrá decirse que es incorrecto hablar de esa manera; sin embargo, es considerada una variante dialectal válida. Somos un país pequeño, pero con variantes en la forma de hablar. En el área rural es en donde también observamos una variante a la hora de hablar, eso, como se mencionó, se debe a aspectos culturales y sociales. Cabe mencionar que existe, en la lingüística, el aspecto vulgar y culto a la hora de hablar y escribir. Como ejemplos, a la hora de hablar algunos dicen haiga, en vez de haya; más peor, en vez de peor; algotro en vez de algún otro.

    En El Salvador, se tiene la lengua materna, náhuat, la cual ha hecho que el castellano, traído por los españoles, tenga variaciones en su pronunciación y en el vocabulario. Recordemos que; ni el mismo castellano es puro; ya que, hay raíces latinas, griegas, entre otras. Algo muy importante de destacar es que, el idioma náhuat es una lengua pura, no tiene intervenciones o fusiones con otras lenguas.

    Con respecto a los modismos y salvadoreñismos, es preciso analizar la riqueza cultural que tiene El Salvador con respecto a otros países. Se han realizado variedad de estudios sobre el uso de salvadoreñismos; en el libro Diccionario de Salvadoreñismos de Matías Romero, se destaca la creatividad lingüística popular de la lengua salvadoreña, la cual tiene infinidad de matices propios.

    • Fidel López Eguizábal, Docente
    fidel.flopez@gmail.com

  • Carta abierta desde una voz femenina: una invitación al mundo masculino

    Hay palabras que no solo se pronuncian. Se habitan. Se heredan. Se discuten. Se transforman. Y hay tres, en particular, que me han acompañado —con mayor o menor conciencia— durante toda mi vida: machismo, feminismo e igualdad de género.

    La primera de ellas la escuché desde siempre. La segunda la fui aprendiendo, escuchando y asimilando observando a mujeres que luchaban (y aún continúan esa lucha) por ser oídas, por abrir caminos. Y la tercera, hace ya algunos años, empezó a sonar con más fuerza, impulsada —entre otros espacios— por la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, que la hizo parte de una conversación más amplia, más global, más urgente.

    Si vuelvo a las dos primeras, las defino desde donde no hay subjetividad: La Real Academia Española:

    • Machismo: Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
    • Feminismo: Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.

    Dos definiciones claras. La primera no sufre cuestionamiento alguno. Arraigadísimo a la sociedad. La segunda ha sido manipulada, manoseada, prostituida, malentendida anque temida. Ambas profundamente necesarias para abrir este diálogo.

    Soy Mariana. 58 años. Madre, emprendedora, trabajadora. Aventurera. Desafiante permanente del status quo, en todos los órdenes de la vida: social, político, económico. Soy católica creyente, feminista, convencida de la dignidad compartida entre los seres humanos. Creo firmemente también, que el mundo se transforma cuando hay intención genuina, conciencia despierta y coraje para mirar más allá de lo dado.

    Cuestionadora comprometida de la distribución desigual de oportunidades en un mundo desbordado de recursos. Y también soy una incansable buscadora: de blueprints, de personas con vocación genuina. De hombres y mujeres que luchan desde la paz. Que regeneran. Que no se rinden. Que intentan, todos los días, crear un mundo más justo.

    Viví en países profundamente machistas y en otros con mayores avances en igualdad. Y desde este lugar, con esta voz que traigo —vivida, sentida, aprendida— es que hoy hago esta reflexión:

    Como cada vez más defensora del feminismo en su más pura expresión, siempre me pregunto por qué cuesta tanto aceptar esta igualdad. Y creo que es porque aún no se logra interiorizar verdaderamente lo que representa. No es una idea, ni un concepto académico, ni un eslogan de campaña. Es una forma de mirar la vida y a la humanidad. Y si no se la habita desde adentro, con honestidad, con preguntas reales, con coraje emocional, no puede transformarse en una verdad compartida.

    Tal vez el mayor desafío es que las mujeres en general hemos evolucionado —sin dejar de lado nuestra esencia, sin perder ternura ni profundidad—, mientras muchos hombres siguen arraigados a costumbres, mandatos, mitos y superficialidades que no logran soltar, porque hacerlo implicaría, creo yo, cuestionar el modelo en el que fueron criados y adentrarse a un espacio que no es fácil. Y personalmente siento que esta bifurcación de caminos de estancamiento y crecimiento nos está apartando abismalmente.

    No escribo esto para enseñar, corregir ni liderar desde arriba. Escribo desde una voz que nace de lo vivido, de lo sentido, de lo transformado. Una voz femenina que no quiere imponer, pero sí decir. Que no busca convencer, pero sí invitar.

    Porque algo profundo ha cambiado en nosotras. No solo en nuestras decisiones laborales o en cómo criamos a nuestros hijos. Cambió la forma de mirar la vida. Cambió el centro. Nos corrimos del hacer constante, del deber ser, de los modelos heredados. Fuimos hacia adentro. Y allí descubrimos otra manera de habitar el mundo: más conectada, más consciente, más espiritual. Mas seguras de nuestras capacidades y de que junto a lo ya logrado podemos ayudar a construir una sociedad más justa, más equitativa, más humana y con mejores oportunidades para todos. Siendo también protagonistas. No ya actrices de reparto.

    Y desde ese lugar, sentimos que llegó el momento de compartir este nuevo lenguaje con quienes han sido educados bajo el mandato de lo masculino. No para que se adapten a nosotras. No para que se repriman ni se culpen. Sino para que despierten, también, a una nueva forma de vivir y estar en el mundo.

    Porque, aunque la sociedad ha evolucionado, muchos hombres aún llevan sobre sus hombros mandatos que los estancan y los frenan de evolucionar hacia una vida más auténtica, más genuina: — el deber de ser fuertes siempre, de no mostrar dudas, de tener el control, de no necesitar a nadie, de jamás mostrarse como son, sin miedo a ser tildados de débiles, de medir su valor por el éxito material y donde no conseguirlo implica ser rotulados como fracasados. Estos mandatos que vienen de siglos pasados, sin duda también duelen. También agotan. Y alejan de lo real.

    Y quizás lo más profundo de todo esto es que, al estar tan atados a esas expectativas externas durante gran parte de sus vidas, quedan tan desconectados de sí mismos: De su verdadero yo, de su sensibilidad, de una espiritualidad que no tiene que ver con religión, sino con sentido, propósito, y con el valor de habitar la vida desde un lugar más verdadero. Y en este paradigma esa conexión interior ya no es una opción: es una necesidad.

    Y estoy convencida que esta nueva autenticidad y desmitificación del verdadero sentido del hombre, puede ser el puente hacia una igualdad más real, más profunda.

    Queremos abrir un espacio nuevo. Donde puedan dejar caer esas capas sin sentir que pierden su dignidad. Donde puedan habitar su sensibilidad, su ternura, sus miedos, sin vergüenza. Que entiendan de una vez por todas que ser vulnerables no es debilidad. Es el acto más valiente de quien se atreve a ser verdadero. Que finalmente entiendan que en la vida puedan sostener y también ser sostenidos. Que puedan liderar y a veces ser guiados. Que visualicen el hogar, esa primera escuela de humanidad, como un proyecto compartido. Porque en un hogar un padre y una madre tienen el mismo valor. Ninguno es más importante que el otro. Cada uno, desde su singularidad, es imprescindible.

    Y donde amar, acompañar, enseñar valores… no sea «ayudar», sino ser parte.

    La verdadera igualdad de género no se alcanza simplemente al darnos acceso a nuevos puestos laborales ni al prohibir gestos que ya no representan este tiempo. Eso es apenas la superficie. La transformación no es sólo legal o laboral, es cultural y cotidiana.

    No queremos que desaparezca lo masculino, ni que se apague su fuerza. Queremos que esa fuerza se conecte con algo más profundo: con la conciencia, con el alma, con la capacidad de sentir y de darse con autenticidad. Queremos personas verdaderas, completas, con profundidad, no modelos repitiendo guiones antiguos.

    Porque esta nueva etapa no es un enfrentamiento entre géneros. Es una reconciliación. Es el momento de dejar atrás mitos, mandatos, tradiciones que ya no nos representan. Es momento de salir juntos a crear nuevos hitos, nuevas formas, nuevas verdades, nuevos diálogos y nuevos espacios compartidos.

    Desde esta voz femenina —que representa, creo yo, el sentir de muchas mujeres — sin duda estamos listas para construir lo nuevo. Pero como menciono, esto es una tarea compartida.

    La igualdad real, no es un destino que una parte concede y otra alcanza. Es un camino que solo se puede recorrer todos juntos como sociedad, pero nace desde la individualidad de cada uno, desde el convencimiento, con respeto mutuo, con escucha, con coraje.

    Aclaro nuevamente esto no es una lucha, es una invitación a despertar.

  • La insoportable levedad del profesional: ¿Por qué la academia parece valer menos? 

    En la novela de Milan Kundera que inspira el título de este artículo, la «levedad» representa la libertad, el desapego amoroso y la renuncia al compromiso, mientras que la «pesadez» encarna la responsabilidad, el sufrimiento y la necesidad insoportable de buscar sentido. Esta tensión plantea una pregunta fundamental: ¿es preferible una existencia ligera, sin cargas ni anclas, o es precisamente el peso lo que otorga profundidad y significado a la vida? Trasladándonos al ámbito profesional, se manifiesta una dualidad parecida en el ejercicio de las ciencias sociales. La «levedad» puede entenderse como apertura a nuevas ideas, flexibilidad e irreverencia intelectual; la «pesadez», como el compromiso con el rigor académico y la aspiración de conferir un sentido trascendente a nuestra labor. El problema surge cuando adoptamos las formas más degradadasde ambos extremos: una levedad banal, sin fundamentos, y una pesadez dogmática, impermeable al diálogo, que debilita la credibilidad del quehacer profesional.

    Aunque es difícil cuantificar la pérdida de confianza en la academia a nivel nacional, hay evidencia internacional que respalda esta preocupación. Datos del Pew Research Center, muestran que el porcentaje de estadounidenses que consideran que las universidades tienen un impacto positivo en el país cayó del 61% al 53% entre 2021 y 2024; además, durante este último año, un 45% expresó una opinión negativa. Esta disminución refleja, en parte, una creciente desconexión entre las instituciones académicas y las expectativas de la sociedad, así como su vulnerabilidad frente a discursos políticos que las presentan como adversarias. Al mismo tiempo, creadores de contenido sin formación especializada —los llamados «influencers»— han ganado terreno como referentes incluso en temas financieros. Un artículo del Wall Street Journal de 2025 señala que más del 40% de los estadounidenses menores de 35 años consideran los consejos de redes sociales como una fuente válida para tomar decisiones de ahorro e inversión. Esto refleja desconexión entre la voz tradicional del experto y las nuevas formas de autoridad en el espacio público.

    La proliferación de los «influencers» no especializados trae consigo riesgos evidentes: desinformación, falsas correlaciones disfrazadas de causalidad, y una narrativa polarizante que simplifica la complejidad en eslóganes virales y, en algunos casos, fomenta actitudes intolerantes o agresivas en el debate. No obstante, el auge del internet y los creadores de contenido también ha traído al menos dos transformaciones altamente positivas. Por un lado, ha democratizado el acceso al conocimiento: millones de personas se sienten hoy habilitadas para participar en discusiones antes reservadas a élites académicas. Por otro, ha fomentado una desconfianza, en muchos casos saludable, hacia las verdades establecidas, alentando la búsqueda activa de perspectivas alternativas. Ambas transformaciones son relevantes pues la popularización del conocimiento ha sido, históricamente, el motor del progreso científico; mientras que el escepticismo crítico, su combustible más fértil.

    Lamentablemente, desde el interior de la academia, muchas veces hemos respondido a la democratización del conocimiento con soberbia. En lugar de reconocer las limitaciones de nuestros marcos teóricos y asumir con humildad el reto de convencer a nuevas audiencias mediante argumentos sólidos y bien estructurados, preferimos atrincherarnos en la «pesadez» y descalificar opiniones contrarias como ignorantes o populistas. En no pocos casos, incluso llegamos a cancelar voces disidentes —por considerarlas reaccionarias o inconvenientes— sin detenernos a examinar las preguntas legítimas que planteaban. Con ello, lejos de fortalecer el sentido de nuestro quehacer académico, contribuimos a sembrar resentimiento, erosionamos el diálogo y devaluamos la profesión ante quienes buscaban razones, no decretos.

    Bajo esta lógica, creímos que nuestro mensaje sería más persuasivo si lo envolvíamos en una retórica cargada de adjetivos políticamente correctos, subestimando los costos de una comunicación densa, reiterativa y fatigosa. En otras ocasiones, caímos en el automatismo de los diagnósticos-denuncia, asumiendo —sin evidencia suficiente— que nuestras consignas preferidas (llámense género, desigualdad, pobreza o libertad, por mencionar algunas) explican el origen y la solución de todos los problemas. En ese proceso, olvidamos el valor de la «ligereza» en su mejor expresión: la capacidad de distanciarse, dudar y desafiar nuestras propias certezas.

    La lucha por el sentido —personal, profesional, académico— no se gana con irreverencia ni con el aprovechamiento de cualquier oportunidad para promover las agendas que más nos apasionan. La lucha por el sentido requiere buscar el equilibrio entre la»ligereza» y la «pesadez», entre la duda y la convicción, entre la sensibilidad crítica y el conocimiento técnico. Recuperar la credibilidad de la academia no implica ignorar los grandes problemas del mundo, sino resistir la tentación de degradar el abordaje científico por avanzar una consigna.

    • Gabriel Pleités es doctor en Economía por la Universidad de Utah y consultor en temas de desarrollo y política pública.