Categoría: Opinión

  • La exclusión del PARLACEN un ente sin resultados reales

    La exclusión del PARLACEN un ente sin resultados reales

    El 28 de octubre de 1991 hizo plenaria por primera vez el Parlamento Centroamericano (PARLACEN) en Guatemala, donde tiene su sede. Fue creado como parte del impulso promovido desde 1983 por el Grupo Contadora integrado por los cancilleres de Panamá, México, Colombia y Venezuela. Contadora buscaba, en aquel entonces, una solución negociada al conflicto centroamericano.

    El Grupo Contadora, con la anuencia de la Unión Europea, buscaba intervenir a través de la autodeterminación de los países del Istmo Centroamericano, la no intervención extranjera en los conflictos, la desmilitarización y la democratización de la región. Fue impulsora de procesos de diálogo entre partes confrontadas.

    La creación del Parlamento Centroamericano, sin Costa Rica, pero con la participación de República Dominicana, tuvo como objetivo principal actuar como un órgano de representación política y democrática del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), era como perseguir el sueño de la integración del área con objetivos claros que generaran y sustentaran políticas de estabilidad, unidad y desarrollo para los países que integraban el parlamento.

    En las entrañas del PARLACEN, de forma ideal, se discutirían a fondo temas políticos, económicos, culturales, sociales y de seguridad dela región con la finalidad de fortalecer los procesos democráticos, promover la paz y generar mejores condiciones de los habitantes centroamericanos de manera sostenible.

    Nadie habló nunca de fortaleza u obligación vinculante de los países miembros. Las discusiones de los diputados del PARLACEN son desconocidas, triviales o de poco o nulo efecto sobre las políticas nacionales de los países que lo integran. A veces sus acuerdos o resoluciones no llegan tan siquiera a recomendaciones. Da la sensación que aran sobre el mar.

    Desde un principio el PARLACEN no aportó mucho o casi nada a sus países miembros. En El Salvador se tomó por costumbre que los partidos políticos decidieran candidatear a los cargos de diputados al Parlamento a políticos de no muy buena notoriedad, popularmente hasta fue conocido como el “cementerio de los políticos”, para colmo se convirtió en una especie de protector de corruptos y morada de expresidentes y ex vicepresidentes que apenas dejaban el cargo en sus respectivos países se refugiaban en dicha entidad.

    Un diputado del PARLACEN recibe al mes aproximadamente $7,500, más fuero y otros beneficios de primer nivel, por hacer nada de beneficio notorio. En la actualidad, verbigracia, ni siquiera ha habido un pronunciamiento colegiado de interés centroamericano contra la política de deportación que ejecuta la administración de Donald Trump.

    Pese a la existencia del PARLACEN, considerado por muchos como un “elefante blanco” que devora millones de dólares en burocracia pura, siguen las “trabas” administrativas en las fronteras, no hay unificación de esfuerzos regionales, ni criterios que se encaminen al unionismo de los pueblos. En términos coloquiales este PARLACEN tiene más observadores que una final del mundial de fútbol y hasta Rusia está en la lista.

    Desconozco si en el resto de países el PARLACEN les ha generado beneficios a sus poblaciones, pero en El Salvador no se palpan o pasan desapercibidos.  El país aporta alrededor de 2 millones de dólares anuales a dicho ente, más los gastos en que se incurren para la elección interna de cada país. Es una millonada de dinero que se despilfarra en un ente que no nos genera beneficios.

    Costa Rica no es miembro del PARLACEN y es el país con más desarrollo en Centroamérica, lo que refleja que las buenas intenciones que en un principio se tuvo con la creación de este ente, fue letra muerta o frases que nadie quiso entender, mucho menos aplicar de manera correcta. Podemos decir que el PARLACEN fue una buena intención que nunca dio resultados, al menos para El Salvador.

    La semana pasada el Asamblea Legislativa, de manera expedita, reformó la Constitución para excluir a El Salvador del PARLACEN al considerar que no le acarrea ningún tipo de beneficios reales a la población salvadoreña. Para aprobar la exclusión, con dispensa de trámite, los diputados oficialistas reformaron los artículos 80 y 133 de la Constitución. El primero se refería a que los diputados del PARLACEN son electos popularmente y el segundo a que tienen iniciativa de ley. Asimismo, los diputados también justificaron la exclusión en el hecho que dicho ente da inmunidad a políticos vinculados a casos de corrupción. Esto último es muy cierto y muchos han encontrado en el Parlamento Centroamericano su modo de vida y su resguardo legal. Algunos o la mayoría de diputados salvadoreños que nos representan en el PARLACEN ni siquiera son conocidos porque literalmente fueron candidateados en calidad de “rellenos” y me imagino que en el resto de países centroamericanos y República Dominicana ocurre algo similar.

    Personalmente creo que la mayoría de salvadoreños consideramos al PARLACEN como un ente improductivo, protector de políticos sin probidad notable y con objetivos distorsionados que obedecen a partidos políticos y no a intereses unionistas. Sin embargo, pienso que faltó debate y fundamentación. Se debió legitimar de mejor forma la decisión, el tema debió exponerse en la palestra de la discusión nacional y el resultado muy probablemente hubiese sido el mismo; es  decir, el desconocimiento de los diputados del PARLACEN y del organismo en sí.

    *Jaime Ulises Marinero es periodista

     

     

     

     

  • Ciencia sin ética: El dilema permanente del conocimiento y la destrucción

    Ciencia sin ética: El dilema permanente del conocimiento y la destrucción

    Un día como hoy, hace ochenta años, la humanidad fue testigo de uno de los acontecimientos más estremecedores de la historia moderna. El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana hora de Hiroshima, el bombardero estadounidense B-29 Enola Gay lanzó sobre la ciudad japonesa una bomba de uranio conocida como Little Boy. En cuestión de segundos, el artefacto arrasó todo en un radio de tres kilómetros, provocando la muerte instantánea de unas 145,000 personas y dejando otras 50,000 víctimas fatales en los días siguientes, producto de la exposición a la radiación. Tres días más tarde, Fat Man, una bomba de plutonio, destruyó Nagasaki y cobró otras 70,000 vidas. En medio del horror, Japón firmó su rendición, marcando el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la era nuclear.

    Detrás de este hito militar se encuentra uno de los esfuerzos científicos más colosales de la historia: el Proyecto Manhattan. Una constelación de científicos de renombre internacional participó directa o indirectamente en su desarrollo. Las bases teóricas, sentadas por Albert Einstein con su teoría de la relatividad especial, fueron solo el comienzo. A lo largo de las décadas previas, la física nuclear había avanzado rápidamente: Ernest Rutherford propuso el modelo nuclear del átomo; James Chadwick descubrió el neutrón; Enrico Fermi exploró la capacidad de los neutrones térmicos para inducir reacciones nucleares; y el trío compuesto por Lise Meitner, Otto Hahn y Fritz Strassmann logró la primera fisión del átomo de uranio.

    En Estados Unidos, científicos como Harold Urey, Ernest Lawrence, Edward Teller, Niels Bohr y John von Neumann se unieron al proyecto. Al frente del esfuerzo estuvo el general Leslie R. Groves, quien designó como director científico al brillante y carismático J. Robert Oppenheimer, figura clave en el desarrollo de la bomba.

    Desde el punto de vista científico, la bomba atómica puede considerarse un prodigio del ingenio humano: un salto cualitativo en la comprensión y manipulación de las fuerzas fundamentales de la naturaleza. Sin embargo, desde una perspectiva ética, es difícil no considerarla una monstruosidad: un instrumento de destrucción masiva que convirtió el conocimiento en tragedia y muerte.

    Este contraste plantea preguntas que siguen siendo profundamente actuales: ¿puede el avance de la ciencia representar un retroceso en términos de humanidad? ¿Debe la ciencia imponerse límites éticos? ¿Puede el propio método científico valorar moralmente los fines a los que se orienta?

    Estas no son cuestiones meramente históricas. En pleno siglo XXI, el desarrollo tecnológico militar continúa por caminos igualmente inquietantes. Drones autónomos, enjambres robotizados, misiles hipersónicos imposibles de interceptar, vehículos no tripulados con capacidad ofensiva, e incluso sistemas de defensa aérea como el Iron Beam en israelí, basado en láseres de alta potencia, evidencian una tendencia hacia la automatización, la velocidad extrema y la precisión quirúrgica en el arte de la guerra. El problema no es únicamente técnico: es, sobre todo, ético.

    Y este dilema no se limita al ámbito bélico. También lo encontramos en áreas como la inteligencia artificial, la edición genética y biotecnológica, la medicina personalizada, la eutanasia eugenésica, el cambio climático y las propuestas de geoingeniería. A esto se suman las fake news y la manipulación mediante tecnologías como los deepfakes, capaces de suplantar la voz, la imagen o los gestos de una persona para hacerla decir lo que nunca dijo.

    Cada nuevo avance reaviva el dilema del poder sin control, de la ciencia sin conciencia. Nos enfrentamos a desafíos que ya no pueden abordarse únicamente desde la ingeniería o la física, sino que exigen una reflexión profunda sobre el sentido del conocimiento mismo. Aquí es donde la filosofía, y más concretamente la metafísica y la ética, adquieren un papel imprescindible.

    Debemos preguntarnos por el modo en que establecemos contacto con la realidad, por los fundamentos últimos de nuestros métodos, y por los principios éticos que deben guiar nuestras decisiones. Es en estos momentos de crisis —cuando se tambalean teorías aceptadas, cuando emergen nuevas disciplinas o cuando el poder del conocimiento amenaza con volverse contra nosotros— que se hace imprescindible un pensamiento que vaya más allá de los datos y las fórmulas.

    Ochenta años después de Hiroshima y Nagasaki, seguimos enfrentando el mismo interrogante fundamental: ¿qué clase de humanidad queremos construir con la ciencia que desarrollamos?

    * El padre Fernando Armas Faris es sacerdote católico

  • Doce días con piedad

    Doce días con piedad

    Kenneth Waltz explica claramente cómo se construye una rivalidad duradera: “La tensión constante y la oposición mutua, en una plétora de pequeños conflictos en la periferia, previenen conflictos mayores al dejar clara la intención de resistir la agresión”.

    Israel e Irán han ido desarrollando esta dinámica, el primero partiendo de una base incisivamente defensiva y el segundo intentando rodear a través de subsidiarios. No obstante,  el desgaste sufrido por los grupos árabes patrocinados por Irán y el abandono ruso a sí mismo en esta región han permitido traspasar una línea anteriormente infranqueable: los ataques directos, al menos si de misiles se habla. 

    Más difícil de imaginar era que Estados Unidos hiciera lo mismo: sus bombarderos y submarinos causaron severos daños al potencial nuclear iraní. Así entonces, Washington subraya lo que venía haciendo Israel, cuyos ataques además habían matado a cargos altos de la Guardia Revolucionaria Islámica y a destacados científicos nucleares.

    La guerra de los Doce Días entre Irán e Israel, como parte de un conflicto bastante más dilatado y con la participación de Estados Unidos, se ha desarrollado a través de medios quirúrgicos y simbólicos; las armas hablaron y en la mayoría de los casos avisaron previamente para advertir.

    El mensaje parece ser que Irán tendrá que elegir por fin entre petróleo y uranio, como si fuera entre ayatolá y sah de Persia. A fin de cuentas, la isla de Kharg sigue intacta y el estrecho de Ormuz se mantiene fluido.

    Teherán sale tocado en cuanto a lo militar y a su orgullo exterior, pero al mismo tiempo con algo de aire en lo político. La amenaza de sus dos grandes enemigos se hace física: la invitación a que calme su ímpetu, ante una competición difícil de ganar, podría cohesionar a la población persa de cara a un antagonismo más real.  

    Nasser, mucho más humillado que Alí Jamenei, luego de la derrota en la guerra de los Seis Días con Israel, permaneció en el poder de un Egipto menos influyente. Aunque aquel fue otro junio, en esa contienda Israel creció y en esta intenta avanzar hacia una presencia más amplia y segura en una región muy distinta, en donde al debilitamiento persa se suman los Acuerdos de Abraham y la idea del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa.

    Sin embargo, el Estado judío, aún enredado en el deterioro de su reputación en Gaza y en la inexorable culpabilidad exclusiva que tantos le otorgan, debe recordar que, a pesar del aparente cambio en el ambiente y su innegable superioridad militar o tecnológica, no es inmune a la paradoja del almirante (por las peculiaridades que hicieron a Cristóbal Colón líder en el mar y lo perjudicaron como político en tierra firme): las mismas características y capacidades que le permiten distinguirse, podrían impedirle ejercer un liderazgo regional.   

    • Augusto Manzanal Ciancaglini es politólogo

                                                                              

  • El autoengaño de algunos denominados cristianos

    El autoengaño de algunos denominados cristianos

    En El Salvador, durante los primeros días del mes de agosto, las calles se llenan de luces, desfiles, ferias y procesiones que conmemoran una de las solemnidades religiosas más reconocidas en el calendario nacional: la fiesta en honor al Divino Salvador del Mundo. Esta celebración, cargada de simbolismo y tradición, rememora el momento de la Transfiguración del Señor Jesucristo en el Monte Tabor, evento registrado por los evangelios sinópticos (Mateo 17:1-9; Marcos 9:2-8; Lucas 9:28-36), en el cual el Hijo de Dios manifestó su gloria eterna a tres de sus discípulos. 

    En ese monte, por unos breves momentos, la carne fue transformada por la gloria, y los ojos de los Apóstoles que se encontraban ahí contemplaron a Jesús que vendrá en majestad. Sin embargo, en medio del bullicio festivo, de los actos litúrgicos y de las manifestaciones culturales, se corre el riesgo de perder de vista el mensaje central de salvación: y que solo aquellos que estén preparados —no en religión, sino en comunión viva— serán partícipes de ese glorioso acontecimiento. Esta esperanza bienaventurada se conoce como el “arrebatamiento de la Iglesia” y su inminencia es más urgente que nunca.

    La Transfiguración fue un anticipo celestial, una revelación momentánea de la majestad del Señor Jesucristo. Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Fue una manifestación gloriosa de su deidad y una confirmación de su identidad como el Hijo amado del Padre. En este sentido, la Transfiguración no fue un espectáculo religioso, sino una preparación escatológica para lo que ha de venir: el retorno glorioso del Salvador del Mundo. El apóstol Pedro, testigo ocular de ese momento, lo conectó directamente con el regreso del Señor.

    “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16). Así como el Salvador fue transfigurado ante sus discípulos, así también la Iglesia será transformada en un abrir y cerrar de ojos (1 Corintios 15:52), cuando suene la trompeta final y seamos arrebatados para encontrarnos con el Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4:16-17). La Transfiguración, entonces, es una sombra anticipada de la que había de ser con el retorno del Señor Jesucristo en gloria. 

    El Salvador del Mundo no busca devotos tradicionales, ni fervor efímero en agostos festivos. Él busca una Iglesia santa, vigilante y sin mancha, preparada como una esposa ataviada para su Esposo (Apocalipsis 19:7-8). Es aquí donde debemos confrontar una dolorosa realidad: la vida cristiana a medias no alcanza para el arrebatamiento. En tiempos de celebraciones religiosas, muchos se congregan, marchan, visten túnicas, levantan imágenes y proclaman con los labios que Jesús es el Salvador. Pero la Escritura advierte con severidad: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí.” (Mateo 15:8)

    Un cristianismo cultural, heredado, ritualista o superficial no transforma el corazón. Y si el corazón no ha sido regenerado por el Espíritu Santo, esa persona será dejada atrás cuando el Salvador venga por los suyos. La parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13) nos recuerda que todas esperaban al Esposo, pero solo las prudentes entraron. Las otras llegaron tarde, no por falta de religión, sino por falta de comunión verdadera. De modo que el arrebatamiento es el acto soberano de Dios para librar a la Iglesia verdadera del juicio venidero (cf. Apocalipsis 3:10; 1 Tesalonicenses 5:9). 

    Este evento será repentino, glorioso e irreversible. Y sucederá antes del derramamiento de la ira divina sobre el mundo impío durante la Gran Tribulación. En el contexto salvadoreño, donde se celebra cada 6 de agosto al Salvador del Mundo, deberíamos preguntarnos con honestidad: ¿Estamos preparados para encontrarnos con ese Salvador cara a cara? ¿O solo le damos honor en actos públicos, mientras en lo íntimo vivimos para nosotros mismos?

    Muchos celebran la Transfiguración de Jesús, pero rechazan ser transformados por Él. Lo quieren glorioso en la imagen, pero no como Señor en su conciencia y decisiones. 

    Lo veneran en procesión, pero lo niegan en sus acciones diarias. Las fiestas pueden ser ocasión para el ocio, pero también pueden ser puertas abiertas a la reflexión espiritual. Hoy más que nunca, El Salvador —la nación toda— necesita volver al Señor Jesucristo— no como íconoreligioso, sino como Redentor personal. El llamado no es a conmemorar un evento pasado, sino a prepararse para un evento futuro: Su venida inminente. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.” (Mateo 24:42)

    Ser cristiano no es portar una túnica un día al año, sino vivir crucificado con Cristo cada día (Gálatas 2:20). El Salvador del Mundo merece más que una fiesta anual: merece una vida entera rendida a su voluntad, bajo la guía del Espíritu Santo, y esperando su regreso con anhelo. Mientras El Salvador se viste de fiesta y eleva la mirada hacia una imagen del Señor Jesucristo transfigurado, los cielos están a punto de abrirse para una transformación mayor: la del arrebatamiento de la Iglesia fiel. La venida del Señor está cerca, y la pregunta que cada alma debe hacerse no es si participará en la procesión, sino si participará en la gloria.

    Hoy, en esta tierra llamada “El Salvador”, no basta con celebrar al Salvador del Mundo. Es necesario obedecerle, amarle, servirle y esperarlo. 

    Que este tiempo de festividad se convierta en un clamor de santidad, un altar de arrepentimiento y una vigilia de esperanza. Porque la trompeta está por sonar, y solo los transformados verán su gloria. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro.” (1 Juan 3:3)

     

  • Sobre estatuas y monumentos

    Sobre estatuas y monumentos

    La señora Alessandra Rojo de la Vega, alcaldesa de Cuauhtémoc, localidad considerada el corazón de Ciudad México, decidió desalojar las estatuas del tirano Fidel Castro y del asesino en serie Ernesto “Che” Guevara, colocadas en un parque de la localidad, 2017, por decisión de un funcionario mexicano partidario de la dictadura cubana y político importante de la administración de la actual presidenta.

    Ambos símbolos de abusos y crueldades infinitas fueron removidos en el año 2018 por falta de autorizaciones gubernamentales, después de haber sido objeto de vandalismo en señal de protestas y de manifestaciones de vecinos en su contra.

    En consecuencia, la alcaldesa, con las facultades que le confiere su cargo arguyó que los monumentos habían generado controversias y que la alcaldía consideraba que no estaba justificado que ocuparan el espacio público asignado, además de que se habían producido irregularidades en su emplazamiento, sin aludir los treinta y dos mil dólares de los fondos públicos gastados en la construcción y al hecho de que se le rendía tributo a dos sujetos que representaban valores contrarios a lo que la sociedad mexicana y su gobierno dicen enaltecer, agregando públicamente “Ni el Che ni Fidel pidieron autorización para instalarse en Cuba y tampoco en la Tabacalera”.

    Las estatuas colocadas sobre un banco del parque representaban a Fidel Castro y a Guevara, con un libro y una pipa de tabaco, respectivamente, en vez de un fusil de asalto o un artefacto explosivo, las verdaderas afinidades de esos sujetos que durante toda su existencia lo que aportaron a la sociedad fueron desgracias, miserias e incalculable cantidad de damnificados y muertos.

    Esta faena ha suscitado numerosos comentarios, pero, sin dudas, los más llamativos han sido las acotaciones de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien dijo que la alcaldesa Rojo de la Vega había actuado ilegalmente al desalojar los monumentos a la vez que acuso a la funcionaria de “una intolerancia tremenda”.

    Por otra parte, la señora presidenta, siguiendo las pautas del castrismo de intentar descalificar a sus adversarios y enemigos, expone que la alcaldesa fue a Cuba de vacaciones lo que evidenciaba, en su opinión, que no estaba en contra del régimen, ignorando que no todos los que visitan la isla lo hacen por amor a la dictadura, muchos, van a informarse o asistir a la digna oposición que ella y sus aliados como Luis Inacio Lula da Silva han escogido ignorar por motivos ideológicos.

    En honor a la verdad no soy partidario de la destrucción de estatuas y monumentos. Cada día que transcurre me convenzo de que existen valores indelebles representados en ocasiones por imágenes y monolitos dedicados a insignes personalidades o acontecimientos de la historia, aunque las perspectivas que tiene cada quien sobre los mismos sucesos y personas pueden ser radicalmente opuestas, lo que debe motivar una apropiada reflexión de parte de los involucrados.

    Por ejemplo, rechazo que las estatuas dedicadas a Cristóbal Colón y demás descubridores y conquistadores de nuestra América sean retiradas de los lugares públicos en que se encuentran. No creo en los argumentos demonizadores de quienes promueven su remoción. Cierto que los personajes que representan muchas de esas estatuas cometieron innumerables abusos y crímenes, pero también fueron quienes hicieron posible el choque de dos mundos y el enriquecimiento de ambos, siendo el resultado de su gestión de vida altamente positivos.

    Eso no se puede argüir en lo que atañe a Castro y Guevara, tampoco a los jenízaros que los acompañaron en la destrucción de Cuba y en su frustrado intento de desestabilizar a todo un continente para imponer el poder totalitario.

    Considero que los monumentos y estatuas representan episodios trascendentes de la historia y su construcción o remoción deben ser objetos de detalladas investigaciones cuyo resultado no debe estar influenciado por simpatías sino por la contribución que los encartados y sucesos haya hecho a la humanidad.

    Por mi parte, conociendo la gestión de estos criminales me parece bien la destrucción de monumentos similares en cualquier parte del mundo que representen a sujetos como estos, en particular, el dedicado al “Che” en la ciudad de Santa Clara, porque lo que dijera la alcaldesa Rojo de la Vega el pasado lunes 21 de julio, es una verdad irrebatible: “Fidel Castro y El Che fueron asesinos. El asesino no es menos asesino si es de izquierda”.

    * Pedro Corzo es periodista cubano

    Pedro Corzo
    Periodista

  • Mortalidad Vial en El Salvador: La Epidemia Silenciosa que Mata Más que las Pandillas

    Mortalidad Vial en El Salvador: La Epidemia Silenciosa que Mata Más que las Pandillas

    Sí amorcito, te lo prometo, le dijo Julio a su hija Carmina de 7 años. Cumplía años ese día, y su madre le partiría un pastel después de cena. Estaba oscureciendo cuando Julio arrancó su motocicleta, una Yamaha XTZ250. Miró su reloj, eran las 6:15pm. Tenia exactamente 45 minutos para llegar a su casa y cumplir su promesa. Un grupo de nubes amenazantes se cernían sobre el horizonte, ojalá y no llueva, pensó. Pero pasados 15 minutos, comenzó el diluvio, típico de los meses de julio en nuestro país. Las nubes ocultaron el sol, y la lluvia abundante le dificultaba la visibilidad. Julio conducía, más rápido de los usual, su motocicleta por la 25 Avenida, una de las vías más transitadas de la ciudad. La lluvia hacía que el asfalto estuviera resbaladizo y la visibilidad disminuida, pero Julio iba atento y con precaución. Sin embargo, a su lado, un conductor de automóvil, apresurado y distraído por su teléfono móvil, invadió el carril de Julio sin darse cuenta. El impacto fue súbito. La moto de Julio derrapó sobre el pavimento mojado, lanzándolo violentamente contra el bordillo de la acera. A pesar de que llevaba casco y equipo de protección, la fuerza del golpe le provocó heridas graves en la cabeza y el torso. Los testigos llamaron rápidamente a emergencias, pero Julio perdió la conciencia antes de que llegaran. Julio falleció en el hospital debido a un trauma craneoencefálico severo y hemorragias internas. Era un sábado, y su hija Carmina lo esperaría toda su vida.

    El Salvador se encuentra entre los países con mayor mortalidad vial de Centroamérica, con una tasa de 22 muertes por cada 100,000 habitantes, aproximadamente un 30 % por encima del promedio regional. Junto con Honduras, lidera esta trágica estadística en la región. Según datos del Ministerio de Salud (MINSAL), los accidentes de tránsito ocupan el sexto lugar entre las principales causas de fallecimiento en el país, una cifra alarmante que ha permanecido elevada durante la última década, con más de 1,000 muertes anuales de forma constante. Se trata de una tragedia sostenida, no solo por su magnitud, sino porque afecta principalmente a la población adulta en edad económicamente activa. El perfil más común de las víctimas fatales es el de un hombre joven o de mediana edad (71 %), en su mayoría motociclistas (39 %) y peatones (41 %). En conjunto, estos grupos vulnerables representan más del 80 % de las muertes por accidentes. En términos generales, el 68 % de los fallecidos son hombres, mientras que las mujeres constituyen el 22.8 %.

    Entre las principales causas identificadas en 2025 por el Viceministerio de Transporte (VMT) se destacan: Distracción al conducir (224 muertes), Exceso de velocidad (135 muertes),Invasión de carril (86 muertes). San Salvador continúa siendo el epicentro de la siniestralidad vial, aunque en 2025 ha mostrado una ligera reducción en el número de fallecidos. A nivel departamental, se observan diferencias significativas: mientras en San Salvador y La Libertad las cifras bajan, en Chalatenango los accidentes y muertes han aumentado. De acuerdo con reportes de la Policía Nacional Civil y medios locales, la mayoría de los siniestros fatales ocurren entre las 21:00 y la madrugada. Estudios internacionales respaldan que los horarios más críticos suelen ser entre las 18:00 y las 21:00 horas, particularmente al atardecer y en las primeras horas de la noche. En cuanto a los días de la semana, el domingo (19 %) y el sábado (16 %) concentran la mayor parte de las muertes, mientras que el viernes presenta la menor frecuencia (12 %).

    El Salvador lleva una década siendo golpeado por el flagelo de los accidentes de tránsito, y en todo ese tiempo, ningún gobierno —por incapacidad o indiferencia— ha logrado proteger efectivamente a la ciudadanía. El actual gobierno, que ya suma seis años en el poder, concentró sus primeros esfuerzos en combatir otro grave problema: el de los grupos terroristas o pandillas. Sin embargo, a estas alturas, resulta inaceptable que no exista una justificación clara sobre por qué los accidentes viales continúan siendo una de las principales causas de muerte en el país. Se trata, sin duda, de un problema grave de salud pública. No obstante, el gobierno ha delegado el liderazgo en materia de tránsito y seguridad vial al Viceministerio de Transporte (VMT), dejando en un papel secundario al Ministerio de Salud (MINSAL), cuya intervención debería ser clave dada la magnitud del impacto sanitario y humano que estos siniestros provocan. Aunque podría ser que nuestro ministro de salud prefiera seguir jugando con sus robots.

     

     

  • La necesidad de una nueva política agrícola

    La necesidad de una nueva política agrícola

    Frente al establecimiento de un impuesto del 10 % a las exportaciones salvadoreñas y al abrupto debilitamiento del mecanismo migraciones/remesas —consecuencia directa de las políticas proteccionistas y antiinmigratorias adoptadas por la administración del presidente Trump—, se vuelve urgente no solo la formulación de una nueva política industrial, sino también el diseño de una política agrícola renovada, capaz de dinamizar de manera sostenida el sector agropecuario y devolverle su papel clave en la economía nacional.

    Apostar por el turismo y por la construcción de un paraíso cripto-fiscal puede contribuir a diversificar la economía y atraer inversiones, pero estas apuestas, por sí solas, son claramente insuficientes para generar la cantidad de empleos decentes que el país necesita. Ninguna economía pequeña y abierta, como la salvadoreña, puede crecer de manera robusta y sostenida sin una base productiva sólida, capaz de generar niveles altos de valor agregado, aumentar las exportaciones, reducir los niveles de dependencia y absorber mano de obra de forma masiva. Para ello, tanto la agricultura como la industria son sectores esenciales y complementarios. Ignorarlos o seguir marginándolos equivale a renunciar a cualquier posibilidad real de desarrollo inclusivo y sostenible.

    Durante la vigencia del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (MISI) —el periodo de mayor crecimiento económico en la historia del país, con una tasa promedio anual del 5.5 %—, la política agrícola fue impulsada con retraso, y ese rezago tuvo consecuencias graves: el abandono del campo, el estancamiento rural y la creciente exclusión social se convirtieron en caldo de cultivo para el conflicto armado que estallaría más adelante. Repetir ese error en el contexto actual, marcado por el debilitamiento de los flujos migratorios, la disminución del FODES y la creciente vulnerabilidad alimentaria, sería no solo imprudente, sino francamente irresponsable.

    Aun así, la experiencia del MISI ofrece lecciones valiosas. Durante ese periodo, el gasto público agropecuario se incrementó notablemente, llegando a representar cerca del 15 % del presupuesto nacional en 1974. El Ministerio de Agricultura y Ganadería fue reestructurado, y se crearon o fortalecieron instituciones claves como el Instituto Regulador de Abastecimientos (1953), la Escuela Nacional de Agricultura (1956), el Instituto Salvadoreño de Investigaciones del Café (1955), el Departamento Nacional del Café (DNC), la Dirección General de Investigaciones Agronómicas (DGIA), transformada en 1975 en el Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal (CENTA), y el Banco de Fomento Agropecuario (BFA) en 1973. Estas entidades promovieron la investigación científica, la transferencia tecnológica, el desarrollo de semillas mejoradas, la formación de técnicos y productores, y el acceso a crédito en condiciones favorables, lo que permitió ampliar la superficie cultivada y mejorar significativamente los rendimientos en rubros clave como el café, el algodón, la caña de azúcar y los granos básicos.

    Como resultado, entre 1960 y 1980, El Salvador logró avances notables en materia de seguridad alimentaria. Los coeficientes de dependencia alimentaria —es decir, la proporción del consumo nacional cubierta con importaciones— se redujeron de forma sustantiva: en maíz, del 16.1 % al 3.7 %; en frijol, del 51.6 % al 3.4 %; en arroz, del 16.4 % al 8.9 %; en carne de res, del 3.8 % al 0 %; en huevos, del 0.6 % al 0.1 %; y en carne de aves, del 1.9 % al 0.2 %. El único rubro donde la dependencia aumentó fue el de los productos lácteos, cuyo coeficiente pasó de 21.3 % a 30.5 %. Estos logros no fueron casuales, sino fruto de políticas públicas coherentes, inversiones sostenidas y una institucionalidad que acompañó activamente a los productores.

    Sin embargo, con el inicio de la guerra civil y, posteriormente, durante más de tres décadas de gobiernos orientados por principios neoliberales, la modernización y diversificación del agro dejaron de ser prioridad. El gasto público agropecuario cayó primero al 7 % durante el conflicto y luego se desplomó a apenas el 1 % en los últimos 25 años. A ello se sumó el desmantelamiento de las políticas de fomento productivo: se abandonaron los programas de investigación y extensión, se eliminó la prioridad de garantizar precios atractivos para los productores y justos para los consumidores, y se cancelaron las líneas de crédito a tasas preferenciales. En su lugar, se impulsaron programas como el “Paquete Agrícola” —centrado en la entrega de insumos mínimos— y más recientemente, la creación de “agromercados”, orientados más a aliviar la pobreza urbana que a reactivar la producción agropecuaria. El resultado ha sido el desvanecimiento de los avances en seguridad alimentaria y el registro de niveles de dependencia alimentaria sin precedentes.

    La reconstrucción del aparato productivo nacional exige, sin ambigüedades, una nueva política agrícola. Esta debe ser ambiciosa en su alcance, moderna en sus instrumentos, inclusiva en su enfoque territorial y sostenida en el tiempo. Requiere de una institucionalidad fuerte, de una nueva generación de técnicos y extensionistas, de políticas crediticias específicas y de un marco regulatorio que proteja al productor y al consumidor. Más aún, debe estar alineada con una visión de país que reconozca que no hay desarrollo posible sin un agro dinámico, productivo y digno. En un contexto en el que las fuentes tradicionales de ingresos externos pierden fuerza, en el que el mundo experimenta crisis alimentarias cada vez más frecuentes y en el que la desigualdad territorial se profundiza, renunciar a una política agrícola transformadora sería condenar a amplias regiones del país a una marginalidad perpetua. El momento de actuar es ahora. Y el agro debe volver a ocupar el lugar que le corresponde en la agenda nacional.

    *William Pleites es director de FLACSO El Salvador

     

  • La batalla silenciosa: Por qué el discurso del Fiscal en GAFILAT es un Hito Criminológico

    La batalla silenciosa: Por qué el discurso del Fiscal en GAFILAT es un Hito Criminológico

    El discurso del señor Fiscal General de la República licenciado Rodolfo Delgado Montes en el marco del LI Pleno de GAFILAT, celebrado en San Salvador la semana anterior, ha marcado un hito que va más allá de la simple retórica diplomática o técnica fiscal. Desde la perspectiva de la criminología, este evento no es un foro más de tecnócratas financieros, sino una declaración de guerra estratégica contra las arterias del crimen organizado. Su mensaje resuena con una verdad fundamental que la ciencia criminal ha validado: la desarticulación de las estructuras criminales no se logra solo con capturas, sino con la asfixia financiera de sus redes de poder.

    Tradicionalmente, la criminología se ha centrado en el estudio del delincuente y el delito, a menudo desde una perspectiva de «delito de calle». Sin embargo, la evolución del crimen hacia organizaciones transnacionales sofisticadas nos obliga a ampliar el enfoque. La criminología corporativa y financiera nos enseña que el verdadero poder de una estructura criminal reside en su capacidad para generar, mover y legitimar capital ilícito. El dinero no es solo el fin; es el medio para corromper instituciones, armar a sus miembros, expandir sus operaciones y, en última instancia, socavar el Estado de derecho.

    El discurso del señor Fiscal General muy categórico y potente, pone de manifiesto que El Salvador ha comprendido esta lección. Las estrategias de las que habló, centradas en la persecución de los activos ilícitos, el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo, son la esencia de una política criminal moderna. Esto demuestra un salto cualitativo desde el combate frontal a las pandillas en las calles, hacia la batalla invisible contra sus financistas, testaferros y cómplices de cuello blanco.

    Implicaciones Criminológicas de la estrategia fiscal

    1. Enfoque en la Criminología del poder: La estrategia expuesta por el señor fiscal Delgado Montes no persigue al eslabón más débil, sino que apunta a los cerebros detrás de las operaciones. Esto es un cambio fundamental, ya que ataca la capacidad de liderazgo y de resiliencia de las organizaciones criminales. Al golpear el poder económico de estas estructuras, se envía un mensaje claro: la impunidad no está garantizada ni siquiera para quienes operan desde la sombra.

    2. Uso de la inteligencia financiera como herramienta criminológica: La capacidad de seguir el rastro del dinero —a través del análisis de transacciones, criptomonedas y complejas estructuras de inversión— es la nueva ciencia forense del crimen organizado. El trabajo de la Fiscalía en esta área se convierte en una criminología de la evidencia digital y financiera, que permite mapear la red completa de una organización, desde sus líderes hasta sus colaboradores externos.

    3. Prevención general y especial: Al despojar a los criminales de sus ganancias y bienes, se envía un poderoso mensaje de prevención general a la sociedad: el delito no paga. Esto desincentiva a quienes podrían verse tentados a colaborar o a emular estas conductas. A su vez, para los criminales ya activos, la pérdida de sus activos es una forma de prevención especial que debilita su capacidad para seguir operando.

    4. Fortalecimiento del control social formal: El éxito en la lucha contra el lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo es un indicador clave del fortalecimiento de las instituciones de un país. Refuerza la confianza de la ciudadanía en que el sistema de justicia es capaz de enfrentar a los criminales más poderosos, restaurando la credibilidad en el control social formal y el Estado de derecho.

    El mensaje del señor Fiscal General Rodolfo delgado Montes en este cónclave del GAFILAT en la ciudad capital de San Salvador, por lo tanto, no es solo un compromiso técnico. Es un reconocimiento de que, para ganar la guerra contra el crimen, debemos librarla en los foros internacionales y en las esferas económicas, siguiendo el rastro del dinero. Este enfoque proactivo y sofisticado es la única vía para garantizar que la paz alcanzada en nuestras comunidades sea duradera y que el poder del Estado prevalezca sobre el poder de las estructuras criminales. Y para ello el señor fiscal cuenta con un equipo de fiscales especializados bien capacitados, adiestrados y con tecnología de punta, y se confirma el compromiso del licenciado Delgado Montes en materia de prevención del lavado de activos, financiamiento del terrorismo, otras amenazas, pero además el compromiso de la FGR con los valores de: integridad, cooperación, fortalecimiento del talento humano, combate a la impunidad yla justicia. 

    * Ricardo Sosa, Doctor y máster en Criminología 

    @jricardososa 

     

  • Del juicio a Uribe a Palestina

    Del juicio a Uribe a Palestina

    Me detengo a leer con curiosidad, y algo de extrañeza, un titular de un diario bogotano del pasado 29 de julio, donde la juez Sandra Heredia titular del 44 Penal del Circuito con Función de Conocimiento,  le responde a un periodista, algo así como “…no es posible creer que Uribe no tenía conocimiento de lo que hacía su abogado…”.
    Leo de nuevo y sí había leído e interpretado bien. Entonces la primero que se me vine a la cabeza, quizá por ser abogado, y sobre todo por haber tenido  como profesores a los más ilustres juristas venezolanos de aquél entonces, que esa declaración de la juez anulaba el juicio, o en todo caso la apartaba del caso.
    Había adelantado opinión del caso antes de sentenciar, y para sentenciar, no se sentencia en lo que el juez cree o presiente sino en lo probado en actas, no se puede condenar a Uribe por complicidad o autoría. Así de sencillo es. Desde el Derecho romano hasta el presente. Lo contrario debe ser como los jueces rusos o venezolanos.
    Al día siguiente, Sandra Heredia investida con la toga negra de juez, rodeada de periodistas y curiosos, lee la sentencia en su Tablet electrónica. Tartamudea, se equivoca, se le corre el texto, se detiene, lo vuelve a encontrar y reinicia la lectura de la sentencia en una Tablet que una hoja de papel tamaño oficio.
    La juez no es juez, es como militante del petrismo o del “wokismo” que ejerce esa investidura, como igual la hubieren designado a vender pan de bono  en alguna esquina del centro de Bogotá.
    Así se pierden las repúblicas, cuando los golpes de estado, no lo hacen los militares, sino los populistas de cualquier signo, como lo hizo Chávez, como lo hace Pedro Sánchez contra España y los españoles. Penetran los poderes del Estado, colocan militantes y no juristas en los juzgados, en la Fiscalía, en la Tesorería; se violenta el principio de la soberanía nacional diluida en la temeridad delictiva y complicidad del ejecutante.
    Lo de Colombia es inaceptable, en medio de sus traspiés históricos como buen país hispanohablante, Bolívar en su misiva titulada Contestación de una Americano Meridional a un caballero de esta isla (Carta de Jamaica,1815), ese instrumento epistolar del cual se valió para hacer un análisis antropológico de Hispanoamérica, y las causas de la pérdida de la Segunda República, señalaba a Nueva Granada como el país de las leyes, Ecuador como un convento y a Venezuela como un cuartel.
    Y así la hemos tenido siempre, en medio de sus guerras intestinas entre liberales y conservadores del siglo XIX, entre las guerrillas marxistas y el estado democrático en el XX, y ahora entre inadaptados alzados en armas y traficantes de toda especie, el Poder Judicial en Colombia era una virtud republicana como objetivo nacional a alcanzar y sostener. Y observen que no me pronuncio sobre si Uribe tenía o no, conocimiento de lo que su abogado trataba con el detenido para cambiar su versión de los hechos, sino de la acción inaceptable de la juez designada.
    La idea es, en general, debilitar las instituciones republicanas y derivar la percepción del electorado hacia una poder central eficiente y cercano a la población, a diferencia de la permeabilidad del resto de los poderes públicos.
    En el hecho que nos ocupa, la sentencia fue apelada; pero no es el caso, lo que se debe es anular la sentencia pronunciada  y reabrir el juicio en otro tribunal.
    Ahora, de dónde parte esta lacerante realidad que invade como si fuere una variante política del Corona virus,  a las sociedades occidentales tradicionalmente cobijadas bajo diferentes expresiones republicanas, sostenidas en la separación de los poderes públicos, la alternancia en el poder, y la soberanía popular que se expresa mediante el voto, la consulta al soberano.
    Este debilitamiento de los poderes públicos republicanos, lo observamos aún en los Estados Unidos, donde una aparente urgencia por corregir desviaciones y entuertos acumulados el Ejecutivo entabla una juego de fuerza con el Poder Judicial. Se habla entonces de “mis jueces”  o de cuántos jueces son demócratas y cuántos republicanos. Lo cual causa desconcierto en la población, en el magisterio judicial y académico. Hasta el presente la tradición republicana  se ha mantenido firme, y la mayoría de los magistrados apegados al espíritu constitucional de pesos y contrapesos.
    Se presiente, y en mi caso estoy convencido, que ese debilitamiento del orden republicano democrático enmarcado en lo que se conoce como cultura y valores occidentales, obedece a una estrategia no coordinada en su inicio, pero cada vez más coherente entre sí, que se coordina e identifica en sus objetivos finales.
    El estrepitoso fracaso social y económico que significó el establecimiento del comunismo en la extinta Unión Soviética y en sus países satélites, entre ellos Cuba, dejó un vacío alternativo a la economía de mercado y al ejercicio activo de la democracia que no ha  podido ser sustituido por otro, alterno o cercano al original.
    * Juan José Monsant Aristimuño, diplomático venezolano, fue embajador en El Salvador. 
  • El patrimonio cultural salvadoreño

    El patrimonio cultural salvadoreño

    El Salvador se caracteriza por tener en un reducido territorio una diversidad amplia con respecto al patrimonio. Por lo tanto, hay una clasificación con respecto al patrimonio, el primero se refiere al patrimonio natural, el cual incluye paisajes, flora y fauna. Es importante mencionar a los bosques El Imposible y Montecristo. El patrimonio cultural tangible se refiere a bienes materiales como edificios históricos y obras de artistas, ejemplo de ello es el Palacio Nacional, el teatro de Santa Ana, etc. El patrimonio cultural intangible se refiere a tradiciones y expresiones, ejemplos de ellos son las danzas de El Tigre y el Venado, el Santo Entierro de Izalco y los Talcigüines en Texistepeque. 

    Con respecto a los bienes materiales, curiosamente la iglesia colonial de Tacuba en Ahuachapán, sufrió daños por los sismos del pasado 29 de julio. Hace 252 años, en la misma fecha, la iglesia de Tacuba se derrumbó por el terremoto de Santa Marta ocurrido en Antigua Guatemala. 

    La iglesia colonial de Tacuba es un patrimonio cultural que pocos conocen, la cual fue construida entre los siglos XVII y XVIII (1600–1700). Su arquitectura es un gran legado para el patrimonio cultural del país. La iglesia fue declarada Monumento Nacional en 1978. 

    Los datos históricos fueron encontrados en Guatemala en el Archivo General de Centroamérica. Según información, Don Jacinto Jaime fue el iniciador, contratando a los que llamaban alarifes. Para 1769, la iglesia ya poseía un retablo y un órgano, pero un terremoto llamado “Santa Marta” lo destruyó en 1773. Su estilo barroco y neoclásico, aún se admira y está siendo conservado, por esa razón empezó a repararse con la ayuda de un arquitecto español; sin embargo, otra desgracia natural ocurrida en 1982 destruyó la fachada.

    En El Salvador, el único Patrimonio de la Humanidad declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) es Joya de Cerén. Las ruinas arqueológicas son llamadas también la Pompeya de América. 

    ¿Cómo puede una persona empoderar a un país con respecto al patrimonio cultural intangible? Uno de los personajes más emblemáticos de El Salvador es el poeta Roque Dalton, quien es considerado un patrimonio literario y cultural. Tan grande es su legado que su legado literario y sus objetos personales fueron depositados y resguardados en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes en Madrid, España, en este año. Es un símbolo de la memoria histórica y de la identidad salvadoreña.

    Es importante que el Ministerio de Cultura proteja toda la variedad de patrimonios que se encuentran en el país. El Salvador cuenta con seis patrimonios que son muy visitados por los turistas nacionales e internacionales, estos son los parques arqueológicos: Casa Blanca, Cihuatán, Joya de Cerén, San Andrés, Tazumal, además el Palacio Nacional. 

    Mientras tanto, la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado instaurada en 1954, permite marcar los bienes culturales excepcionalmente importantes que están bajo protección especial. “El escudo azul” está colocado en todo monumento que se considere bien cultural. El objetivo es proteger los bienes culturales como: obras de arte, monumentos, sitios arqueológicos, museos, bibliotecas, entre otras. Lamentable que algunos monumentos nacionales no han sido respetados o protegidos.

    Cada distrito debe de identificar si cuenta con un patrimonio nacional. Si lo hay, debe de protegerlo y aprovecharlo hasta para promocionarlo turísticamente. El patrimonio cultural salvadoreño es variado y se debe de visitar; ya que, se aprende de historia e identidad cultural.

     

    *Fidel López Eguizábal es docente e investigador

    fidel.flopez@gmail.com