Categoría: Opinión

  • Caos Trumpiano en la salud pública internacional

    Caos Trumpiano en la salud pública internacional

    “Esta tarde hemos recibido la orden de paralización de las obras (stop work order). Estamos trabajando con la dirección para determinar los próximos pasos y los requisitos específicos del proyecto. Por ahora, me gustaría compartir la información que tenemos.” Así comenzaba la comunicación electrónica de la directora del proyecto multinacional de salud pública financiado con fondos de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID por sus siglas en ingles). Aquellos que recibimos dicha comunicación sabíamos que, a partir de ahora, TODO el trabajo debe detenerse.

    Eso significaba que no podíamos participar en ninguna reunión o evento relacionada con el proyecto, ninguna discusión con las misiones de país del USAID o el gobierno del país donde se ejecutaban acciones. Adicionalmente, no se permite viajar con fondos del gobierno de los EE. UU., excepto para regresar a casa si ya se estaba de viaje. De la noche a la mañana el mundo del trabajo de salud pública internacional había cambiado. Entrabamos en un mundo de confusión, incertidumbre, miedo para muchos de perder sus trabajos. Para muchos colegas, sus vidas ahora eran dominadas por tonos fríos verdes y azules, melancólicos y sombríos. Si, todavía reinaba el invierno en la nación del norte, y sus días proponían una monotonía gris.

    La nueva administración, que había tomado posesión una semana antes, no había perdido el tiempo en implementar sus amenazas de un cambio revolucionario, de una “Nueva América” más grande y más fuerte que nunca. Y esa tromba magnánima y poderosa engullía todo a su paso, comunicaciones, data, contrataciones, itinerarios de viaje, todo lo pertinente al trabajo internacional fue afectado. Un alto consejero federal me dijo: «Bienvenido al partido fuera de casa». En otras palabras, el panorama ha cambiado: estamos en un campo de juego diferente, con árbitros diferentes. La conmoción, la agresividad y la rapidez parecen ser tácticas estratégicas sólo hipermotivadas por un historial de cuestionamiento del papel de la ciencia y la salud pública.

    La gran pregunta es… ¿por qué?

    Con cada administración cambiante es normal que se produzca un periodo de transición, donde los nuevos lideres, muchas veces tienen vacíos de conocimientos sobre el rol y responsabilidades de algunas agencias gubernamentales. En ciertas ocasiones no se han nombrado los lideres actuales de estas agencias y por ello decisiones importantes, cambios de políticas y de rumbo muchas veces se dilatan. Sin embargo, otros movimientos importantes y deliberados podrían estar insertados en un cambio de valores. Es fácil asumir, en base a la experiencia con la primera administración de Trump, que, si estamos en un nuevo juego, y que las reglas fundamentales del juego son totalmente diferentes. Por ello, la mayoría de los salubristas en todo el mundo, estamos confundidos. Pero hoy más que nunca no tenemos que desesperar, hay que llenarnos de paciencia y comenzar a comprender las nuevas reglas y así poder jugar nuestros partidos importantes. Según la nueva administración, durante 90 días, todos y cada uno de los proyectos financiados por el USAID serán revisado. Algunos continuarán, otros serán finalizados.

    ¿Qué proyectos podrían verse afectados?

    Congelamiento de Fondos: La administración Trump ha congelado casi todos los fondos para programas de ayuda en el exterior, incluidos aquellos gestionados por USAID, con algunas excepciones como la asistencia alimentaria de emergencia. Esto podría impactar proyectos de salud pública que dependen de estos fondos.

    Programas Regionales: El Programa Regional de USAID para Centroamérica y México apoya varios objetivos de salud pública, pero no se ha anunciado específicamente que estos programas estén en riesgo de terminación. Sin embargo, cualquier cambio en la política de ayuda exterior podría influir en su financiamiento futuro. Respuesta Sostenible al VIH en Centroamérica, que incluye a El Salvador, podría también verse afectado.

    Proyectos en Guatemala: En Guatemala, proyectos de salud como «Promoviendo resultados a través de políticas y palancas económicas (PROPEL) salud» y «Traduciendo Datos Para Implementación» están congelados temporalmente debido a la revisión de objetivos políticos.

    El Salvador: USAID colabora con el Ministerio de Salud de El Salvador en varios proyectos, incluyendo el apoyo a la Agenda Nacional de Seguridad Sanitaria. Cualquier reevaluación de la ayuda podría afectar estos esfuerzos. Así también los programas de salud materno-infantil, donde históricamente el USAID ha destinado fondos significativos a reducir la mortalidad infantil y materna en El Salvador.

    La reevaluación de la ayuda exterior es un hecho. Al momento no existe información suficiente que nos guie sobre las nuevas políticas de ayuda en el campo de la salud pública. Tampoco sabemos si esta área realmente será una prioridad para la nueva administración. Como decía Tácito: pero… ¿quién piensa en eso? Tú, espera. Sé paciente y trabaja, es decir, sonríe y juega.»

  • Biden, Trump y el estrés global

    Biden, Trump y el estrés global

    Como ya se ha dicho en esta columna de opinión, parte del legado de la Administración de Joe Biden será el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Por lamentable o injusto que sea para los presidentes salientes, la gestión de quienes les suceden en el cargo es también un trozo —a veces bueno, otras indigesto— de su herencia política. En el caso de Biden, desde luego, su responsabilidad detrás del fortalecimiento del trumpismo es gigantesca e inocultable.

    Así como al desastroso periodo de Jimmy Carter (solo cuatro años) le sobrevino el aluvión de 12 años de presidentes republicanos, a la pésima gestión de Joe Biden puede remplazarla una fase incierta de nacionalismo y discordia, aciertos e incongruencias, fuerza justificada y tensiones gratuitas, una fase que durará el tiempo que lleve al movimiento MAGA (Make America Great Again) acabar con la paciencia de los votantes americanos. ¿De qué dependerá? De lo que este personaje disruptivo, Donald Trump, vaya a hacer, y, muy importante, con quién y contra quién lo haga.

    Al trumpismo se le juzga racionalmente por la retórica de su vocero principal, pero no suele distinguirse la razón de fondo por la que esa retórica —tan agresiva y divisionista— tiene éxito en Estados Unidos. Cuando el fenómeno de un líder incendiario aparece en el panorama político, la mera irrupción de ese liderazgo no es más que el síntoma de algo que debe medirse de otra manera, con mayores elementos antropológicos e históricos.

    Mi abuelo materno, salvadoreño de ascendencia alemana e italiana, vio a Hitler vociferar en una plaza de Berlín durante un viaje y le pareció, sencillamente, que estaba presenciando el suicidio político de un loco. Su sorpresa fue enorme cuando se puso a hablar con los transeúntes berlineses y ellos le dijeron que confiaban en las palabras “esperanzadoras” de aquel hombre estrafalario. “¿Cómo puede inspirarles confianza un tipo que dice estas cosas sin ninguna vergüenza?”, preguntó mi abuelo, Federico Aguilar. “Porque la verdad es a veces desvergonzada”, le respondió un sujeto de traje sastre, quevedos en la nariz y sombrero de fieltro que luego se identificó como catedrático de la Universidad de Heidelberg.

    No estoy sugiriendo comparación alguna entre Hitler y Trump. Donald Trump, de hecho, no es Adolf Hitler, y el Estados Unidos de 2025 no es la República de Weimar de 1933. Alemania, sumida en el caos económico y la desmoralización social, no tenía forma de detener el avance de un demagogo hábil, entre otras cosas porque existía un ánimo colectivo dispuesto a dar crédito a esa demagogia. Como se ha dicho hasta el cansancio, puestos en una batidora el Tratado de Versalles, el masivo sentimiento de humillación, la mediocridad política de entreguerras, el mal manejo de la economía, una eficaz maquinaria propagandística, la arraigada tradición antisemita y ese no siempre bien disimulado sentido de superioridad característico de ciertas etnias de origen indoeuropeo, todo eso, bien mezclado, produjo ese engendro del nacionalsocialismo. Pues ningún tirano se impone y ningún despotismo triunfa por generación espontánea.

    En el Estados Unidos que atraviesa el primer cuarto del siglo XXI, las causas de la tiranía deben ser muchas más que las apuntadas arriba para prevalecer. Si en verdad quisiera convertirse en dictador, Trump la tendría muy difícil. Todo lo cual no significa que no vaya a someter al continente americano y al mundo entero a un enorme estrés —el discurso de toma de posesión de Trump fue calificado por El País como una “prueba de estrés para la democracia”, creo que con puntería. Pero si se quiere entender el éxito del trumpismo y adelantarse a sus posibles efectos, los grandes medios de comunicación —como El País, sin ir muy lejos— deben iniciar urgentes y dolorosos exámenes de introspección que apunten a algo más que los síntomas del problema.

    El sano ejercicio de tomar el espejo con ambas manos para ver qué refleja, fue siempre una característica del periodismo honesto y riguroso. Pero este ejercicio, admitámoslo, ya brilló demasiado por su ausencia. Los grandes consorcios noticiosos deben volver a practicarlo sin miedo, con absoluto apego a esa integridad que reclaman en los políticos pero que ellos han dejado de asumir en sus redacciones.

    La misma capacidad de autocrítica cabe esperar de la industria de entretenimiento, de las más importantes universidades, de los organismos internacionales de cooperación y de los principales centros de difusión científica. Ante la realidad que viene, todos estos conglomerados, poderosos como son, no pueden darse el lujo de seguir ignorando que esa apuesta —facilona y acrítica— que con pocas e ilustres excepciones ejecutaron a favor de un progresismo elitista e intolerante, muy proclive a la censura y la cancelación, tuvo efectos nocivos en casi cada dimensión humana: desde la familia hasta la escuela, desde el arte hasta el deporte, de la igualdad de los ciudadanos ante la ley al derecho de un padre o una madre a ser informados de que su hijo de siete años pide cambiar de sexo. ¿Es que no existe la suficiente honradez intelectual y el más elemental sentido común para admitir que hace rato se cruzaron líneas que nunca debieron cruzarse?

    La Administración de Joe Biden, por eso, tiene tan grande e intransferible responsabilidad en la vuelta de Donald Trump al poder. No dejemos de señalarla cuando las futuras generaciones se pregunten cómo es que alguien con las características morales, intelectuales y retóricas del actual inquilino de la Casa Blanca consiguió estresar al mundo por cuatro años más.

  • La Victimología: Más Allá del Delito, el Rostro Humano del Sufrimiento

    La Victimología: Más Allá del Delito, el Rostro Humano del Sufrimiento

    En el intrincado tapiz del sistema de justicia, donde el foco se centra en el delincuente y el delito, emerge una disciplina crucial, pero a menudo relegada: la victimología. Esta rama de la criminología, cual faro en la oscuridad, ilumina el lado más humano y vulnerable de la ecuación criminal: la víctima.

    La victimología no se limita a identificar a la víctima, sino que profundiza en su experiencia. Estudia el impacto del delito en su vida, las secuelas físicas y psicológicas que perduran mucho después de que el eco del crimen se desvanece. Analiza la victimización primaria, aquella que surge del acto delictivo en sí, pero también la secundaria, la que se deriva de la interacción con el sistema de justicia, a menudo indiferente o incluso revictimizante. Y la terciaria que es cuando la víctima y los delincuentes luego de cumplir una condena regresan a la comunidad y son etiquetados.

    Benjamin Mendelsohn, considerado mayoritariamente el «padre de la victimología», definió a la víctima como: la personalidad del individuo o de la colectividad en la medida que se encuentra por las consecuencias sociales de un sufrimiento determinado por factores de muy diverso origen que puede ser físico, psíquico, político o social, así como el ambiente natural o técnico.

    Una definición que en lo personal me parece brillante porque no se limita a las víctimas de delitos, sino que incluye a quienes sufren las consecuencias de diversos factores, como desastres naturales o accidentes. Expone una dimensión social ya que la víctima no es solo un individuo, sino que también puede ser un colectivo o grupo social. Experimenta un sufrimiento que puede ser de diversa índole y este origen del sufrimiento puede ser variado, incluyendo factores sociales, políticos, ambientales, entre otros.

    El objeto de estudio de la victimología es multifacético: la víctima individual, su vulnerabilidad, su relación con el victimario, los factores que la predisponen a ser víctima, las consecuencias del delito en su vida y su proceso de recuperación. Pero también la víctima colectiva, grupos o comunidades que sufren las consecuencias de un delito, como el terrorismo o los desastres naturales.

    La victimología es relevante para el sistema de justicia porque aporta una visión más completa y humana del delito, permite comprender las necesidades de las víctimas, diseñar políticas públicas de prevención y atención, y mejorar la respuesta del sistema judicial. Una justicia que ignora a la víctima es una justicia incompleta, ciega ante el sufrimiento humano que el delito inflige.

    Pero la victimología no se limita al ámbito judicial. Tiene una dimensión social que trasciende los tribunales y las leyes. Nos habla de la responsabilidad de la sociedad en la prevención del delito, en la protección de las víctimas y en la construcción de un entorno más seguro para todos. Nos invita a reflexionar sobre nuestras propias actitudes y prejuicios, aquellos que a veces nos hacen culpabilizar, condenar, criticar y juzgar a la víctima en lugar de ofrecerle apoyo.

    La victimología es un llamado a la empatía, a reconocer en el otro el dolor que nosotros también podríamos sentir. Es un recordatorio de que detrás de cada estadística, de cada titular de periódico, hay una persona con una historia, con sueños rotos y heridas que tardan en sanar.

    En definitiva, la victimología nos invita a mirar más allá del delito, a ponerle rostro humano al sufrimiento. Nos recuerda que la justicia no se trata solo de castigar al culpable, sino también de reparar integralmente el daño causado a la víctima y de construir una sociedad más justa y solidaria. Trabajemos porque las victimas recuperen su proyecto de vida y que existan garantías de no repetición.

    *Por Ricardo Sosa, Doctor y máster en Criminología
    @jricardososa

  • Veteranos: un saludo de soldado a soldado

    Veteranos: un saludo de soldado a soldado

    En los países civilizados hay un denominador común: el respeto, agradecimiento, reconocimiento y admiración por sus veteranos. Es muy característico en las sociedades modernas y a la vanguardia del desarrollo; lo cual es entendible, por el servicio militar a su patria. Le rinden tributo a sus veteranos ya fallecidos, y a los que aún disfrutan de su retiro del servicio activo; lo hacen para homenajear a los que en su momento defendieron su país. Cada gobierno honra a sus veteranos por el servicio en sus fuerzas armadas, y les asigna sus beneficios y prestaciones según el marco legal que los rige.

    El Salvador no es la excepción, cuenta con miles de veteranos que han servido en la Fuerza Armada en estos 200 años. Un bicentenario que ha legado veteranos leales y valientes; a los de grata recordación la historia les reconoce un lugar privilegiado, por haber aportado, en su momento, al fortalecimiento institucional y nacional. Cada 31 de enero es el “DIA NACIONAL DEL VETERANO DE LA FUERZA ARMADA”, ocasión que es propicia para reconocer su protagonismo en la evolución del país, y para valorar su labor mientras estuvieron de alta en la institución armada. Según decreto legislativo se conmemora este día; el pueblo salvadoreño también se solidariza con sus veteranos en esta fecha especial.

    Es muy honorable su legado, algunos como veteranos de guerra. Todos estuvieron presentes cuando el país los necesitó y cumplieron con la misión constitucional. Se adiestraron para defender al estado como un todo, de manera activa mientras estuvieron de alta, y de manera pasiva como parte del cuerpo de reservistas. Veteranos que hoy guardan valiosos recuerdos de su vida militar, ya sea en el Ejército, Fuerza Aérea, Marina Nacional, o en los Cuerpos de Seguridad Pública de antaño.

    Por ley, los grados militares alcanzados son de por vida, por esa razón vemos veteranos a quienes se les identifica con el ultimo grado con el que estuvieron de alta. Entre ellos, capitanes, sargentos, coroneles, por nombrar algunos ejemplos. La cortesía militar causa un impacto positivo en el respeto mutuo, y se ve reflejado en las relaciones de camaradería entre veteranos; son una legión, toda una hermandad, y es que hay fuertes vínculos de solidaridad, unión y amistad, fruto de un pasado, glorioso y honorable, en que se vistió el uniforme militar. Lo que hace más relevante ese trato con los veteranos, es el respeto que les guarda la población salvadoreña, quienes les reconocen que su servicio fue abnegado y trascendental. Sin embargo, lo mejor, es la magnífica relación entre personal activo de la Fuerza Armada y veteranos, quienes les han legado una institución honorable, leal, valiente, gloriosa y eficaz. En su momento, cada veterano, puso su grano de arena para construirla así como es hoy: granítica, respetable, profesional, y, orgullosa de un pasado irreprochable como el brazo armado al servicio del pueblo salvadoreño y respetuoso de la Constitución de la República.

    Esta fecha es apropiada para rendir tributo a los héroes caídos en cumplimiento del deber, quienes juraron defender el país y cumplieron, ofrendando su vida para salvaguardar la libertad, la defensa y la soberanía de El Salvador. Loor a cada uno de estos héroes, la patria les reconoce su sacrificio. Juramentar bandera es un hito en la vida de cada veterano, marca el compromiso de ofrendar la vida de ser necesario por el país.

    Un saludo a cada uno de los veteranos de la Fuerza Armada, y a sus dignas familias, quienes conocen de la noble labor de los que han estado de alta en tan vital institución. Es un orgullo contar con veteranos leales y valientes. Especialmente quienes participaron en la Campaña Militar 1980-1992, a 33 años de haber dado “Parte a la Nación”, cuando a viva voz se dijo “Misión Cumplida” el 31 de enero de 1992. Asimismo, aquellos veteranos de la guerra en Irak, artesanos de la paz en ese lejano país, que cumplieron a cabalidad con la misión humanitaria y de reconstrucción. Además, de la guerra de 1969 aún hay veteranos que recuerdan el sacrificio hecho en defensa de nuestros connacionales. Veteranos todos, un saludo en este día especial.

    • Eduardo Mendoza es general retirado.

  • Hay trenes y trenes

    Hay trenes y trenes

    Leo con interés la nota este diario del pasado miércoles 29 sobre los desmanes extraterritoriales de la mara venezolana denominada El tren de Aragua. Hay otros trenes con otros nombres provenientes de otras regiones del país.

    El Mundo ya explicó muy en detalle el origen de ese curioso nombre que identifica a una vulgar pandilla de criminales sin control, que ya traspasó las fronteras territoriales para internacionalizarse y asentarse en determinados países del continente, incluyendo a los Estados Unidos de América.

    Hace algunos años, me llamó la atención que las maras salvadoreñas y hondureñas no se hubiesen extendido a Nicaragua, y un amigo nica me explicó con cierta sonrisa de complicidad «Es que aquí no vienen, porque aquí desaparecen, y ellos lo saben». Y no fue más explícito, no había necesidad. Solo acotó para finalizar la conversación: recuerda que el primer deber de un gobernante es proteger a sus ciudadanos y garantizarles su seguridad.

    En medio de la hambruna e inseguridad desatada en Venezuela, desde el mismo inicio del gobierno de Hugo Chávez, y luego profundizado por Nicolás Maduro, el dejar actuar libremente a los tradicionales delincuentes de todo tipo, fue una política de estado. Ellos consideraban que la delincuencia era un producto de una sociedad capitalista y burguesa, en consecuencia había que reparar la injusticia y dejarlos actuar libremente para saldar esa deuda social, que arrastraba Venezuela, y mantener temerosos a la «burguesía», a quienes despreciaban, aún por exteriorizar formas educadas de convivencia.

    De modo que los delincuentes (no los de cuello blanco) fueron «reeducados» para direccionarlos hacia el combate social, darles sentido al resentimiento que pudiere culminar en el paraíso socialista; más en esencia, como fuerza de choque irregular pero direccionada hacia el combate civil. Llegar allí, enfrentar y reprimir donde no fuere conveniente la presencia de uniformados policiales o militares. Todo muy bien diseñado, entrenado y dirigido para el mal, la contención y eliminación; una especie de «tonton macoute» motorizados, pero con la misma violencia y objetivos que diseñó Papa Doc, en su momento en Haití.

    El caso es que esta estrategia se les escapó hasta cierto punto, de las manos, y llegaron a someter territorios en las ciudades, y ocupar instalaciones policiales, incapaces de neutralizar el asalto de las pandillas, armados con armas automáticas, que ellos mismos no poseían. Se llegó al punto que tuvieron que enfrentarlos con el ejército y negociar con ellos. Así que crearon las «zonas de paz» o territorios urbanos, donde las pandillas se abstienen de señorear en ellas, a cambio de no perseguirlos y mantenerlos provistos de armas. Eso fue en Caracas, la ciudad capital y en las principales ciudades de Venezuela.

    En los primeros años del gobierno de Chávez, cuando ya había decidido convertir el país en una colonia de Cuba, crearon el Frente Francisco Miranda, no la Misión Miranda, que tenía o tiene otro alcance. Este Frente tuvo como objetivo entrenar jóvenes venezolanos en inteligencia y contrainteligencia. Cursos de 45 días continuos que dirigen los comandos de élite las «Avispas Negras» cubanos, expertos en la lucha armada regular e irregular. Llegaban en avión desde Venezuela y desde La Habana eran trasladados a las instalaciones del litoral de Jaimanitas, no lejos de la ciudad capital.

    No solo cursos apresurados de inteligencia y contrainteligencia, sino de lucha irregular urbana, listos para contraatacar en sus motocicletas y sus mañas, a la población civil concentrada para manifestar o reclamar sus derechos constitucionales. Son efectivos, iban allí, donde no era conveniente la presencia policial uniformada. Esa es su misión. Por supuesto su vocación delictiva tenía bandera blanca, mientras cumplieran su macabro mandato.

    Cuando la migración venezolana se trasladó a países de la región como Chile, Colombia, Perú, Ecuador e incluso a los Estados Unidos, y sus gobernantes manifestaron su rechazo al régimen venezolano, allí fueron enviados los motorizados del régimen, los trenes venezolanos, como el de Aragua, para desestabilizar y molestar al país y sus gobernantes. Fue y es una invasión irregular diseñada y preparada para desestabilizar el país que acogía a refugiados venezolanos, quienes normalmente se reagrupan y organizan para mantener viva la llama de la lucha por la democracia y los derechos humanos, en el país receptor.

    Chile ha sido uno de los países más afectados, allí circulan envalentonados, fuera de ley, enfrentan al gobierno, a su presidente, toman las calles, asesinan, y dejan atónita una ciudadanía no acostumbrada a los embates delincuenciales caribeños. Seguido por los mismísimos Estados Unidos, donde señorean desde Miami a Texas. A El Salvador, a pesar del odio que siente Maduro y su entorno por el presidente Bukele, no se atreven a ir. Saben cómo y dónde terminaron las maras, con sus crímenes horrendos y sus tatuajes a cuestas, pero hay que tener cuidado. Hay muchas formas de hacer daño, sin andar en motos.

  • El harakiri guanaco

    El harakiri guanaco

    Enero de 1832: el cura Felipe Vides encabezó el descontento popular en Tejutla y Chalatenago; igual pasó en enero de 1833. Entonces, El Salvador como república no existía; pero la opresión sí reinaba. Ese año, también en enero, liderando los pueblos nonualcos Anastasio Aquino organizó su ejército rebelde. Un siglo después, el 22 de enero de 1932, inició el levantamiento indígena y campesino principalmente en el occidente del país. Esa misma fecha, pero de 1980, organizaciones populares en lucha contra la dictadura de la época inundaron la capital en un escenario nacional que podría definirse como preinsurreccional. «Nunca se había visto algo así y yo, honestamente, pensé que con esa manifestación iban a intentar tomarse Casa Presidencial»; eso dijo Héctor Dada, quien renunció a la segunda Junta Revolucionaria de Gobierno días después de esa protesta. Y el 10 de enero de 1981 estalló la guerra.

    Lo ocurrido en la explosiva década de 1970 y parte de la siguiente, lo viví intensamente; sobre los sucesos anteriores a estas, la historia me nutrió con su conocimiento. Como sea, hablo de casi dos siglos en los cuales destacan esos cinco eventos terribles ocurridos durante el primer mes del calendario anual respectivo, todos propios de una realidad injusta. Más allá de lo anecdótico de este dato, me interesa destacar tres denominadores comunes de dicho acontecimientos que anteriormente he considerado como tales: el hambre, la sangre y la impunidad.

    El hambre invariablemente aguantado por una población obligada a enfrentar una y otra vez la iniquidad estructural en condiciones desfavorables, la sangre derramada en recurrentes y desventajosos intentos por desatarse ese yugo y la impunidad oficial protectora de los ejecutores de dichas atrocidades. Ahora me referiré a esta última. También lo he hecho antes, pero en esta ocasión pretendo enfocarla desde el desperdicio de tres oportunidades notables para superarla y las consecuencias que hoy sufrimos por esas regadas.

    La primera tuvo lugar tras la renuncia de Maximiliano Hernández Martínez, déspota del siglo pasado. Lo ocurrido de punta a punta en los trece años y meses que duró el «martiniato», comenzando por la matanza de 1932 y culminando con los fusilamientos de abril de 1944, no fue enfrentado y castigado por la justicia. Sus responsables se libraron de esta, primero con una amnistía rubricada por este general golpista; así fue «presidente» convertido en tirano. Luego, tras la renuncia de este, por la continuidad de los militares al frente del aparato estatal que ‒no obstante haber perdido las elecciones presidenciales en 1972 y 1977‒ siguieron gobernando por la fuerza. No hubo, pues, justicia para las víctimas.

    El segundo chance también fue desaprovechado. Inmediatamente después del golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, la primera Junta Revolucionaria de Gobierno creó una comisión especial para buscar personas detenidas y desaparecidas por razones políticas. Tres abogados la integraron: Roberto Lara Velado, Luis Alonso Posada y el fiscal general Roberto Suárez Suay. Su labor fue impecable y encomiable, esencialmente por haberla desarrollado sin mayores recursos y conocimientos tanto teóricos como prácticos; pero les sobraba ética, rectitud y valor.

    En su informe incluyeron nombres de víctimas cuyos restos humanos encontraron y la ubicación de varias cárceles clandestinas. Arriesgando sus vidas, recomendaron juzgar al presidente derrocado ‒el general Romero‒ y a su antecesor, el coronel Molina; también a los exdirectores y subdirectores de los cuerpos represivos. Los integrantes de esta comisión especial renunciaron finalizando 1979, tras el giro de 180 grados que dio ese prometedor proceso del todo desnaturalizado. Su desempeño no solo incomodó a militares responsables de graves violaciones de derechos humanos; también a sus amos ricachones que los utilizaban para mantener el terror fascista a su favor.

    Así las cosas, se desperdició la posibilidad de evitar la guerra iniciada en enero de 1981. Tras esta, las partes beligerantes acordaron superar la impunidad partiendo del juzgamiento de los perpetradores de la barbarie ocurrida durante más de una década. Pero no cumplieron; mejor se amnistiaron. Esa fue la tercera y mayor cagada.

    Ciertamente, no se trata solo de aplicar la ley sino de hacer justicia. Acá, lo primero ocurre históricamente dependiendo quién es el victimario y quién la víctima; por tanto, lo segundo es ficción. Una sociedad que no combate y destierra la impunidad de su seno ‒aseguró Luis Pérez Aguirre hace tres décadas‒ «se está haciendo un harakiri político, está transitando por un despeñadero hacia una suerte de suicidio ético y social». Eso es lo que ha ocurrido acá y se está profundizando con un «bukelato» haciendo lo que está haciendo con total impunidad. Y buena parte de nuestra población no solo se queda viendo, sino que hasta está aplaudiendo.

  • Entramos en la era del tecnofeudalismo

    Entramos en la era del tecnofeudalismo

    Cuando inicié impartiendo las cátedras de teorías de la comunicación, me enmarcaba en el poder que poseían los medios tradicionales de comunicación, la televisión, radio y la prensa escrita.

    En la actualidad existen otros medios de comunicación los que manipulan al mundo y lógicamente a las masas. Actualmente, entramos en la era del tecnofeudalismo. Tal parece que entramos de la era del capitalismo a un control total. Ha surgido la era de los gigantes tecnológicos.

    Antes de analizar el tecnofeudalismo es meritorio definir qué es feudalismo: Según la Real Academia Española (RAE), el feudalismo es el sistema social y político de la Edad Media que se basaba en los feudos. El feudo era un contrato entre un soberano o gran señor y un vasallo, por el que el señor concedía tierras o rentas al vasallo. A cambio, el vasallo se comprometía a prestarle servicios, como el militar, y a guardar fidelidad. Por cierto, en la RAE aún no hay una definición sobre el tecnofeudalismo.

    El tecnofeudalismo es un concepto relativamente nuevo que busca describir la estructura de poder que emerge en nuestra sociedad digital. Es una analogía que compara el sistema económico y social actual con el feudalismo medieval. Los propietarios de las empresas tecnológicas tienen controlados a sus siervos. Parece que entramos a una nueva era del postcapitalismo, eso según economistas. El tecnofeudalismo tiene el control de nuestros datos.

    Hacer una comparación entre feudalismo y tecnofeudalismo es complejo; va más allá de un simple trabajador que labora en una empresa tecnológica. El interés de los propietarios de las empresas tecnológicas es dominar al mundo, como es el caso de lo que hacen las redes sociales de Estados Unidos, Facebook y la de China, TikTok. Es más, a los propietarios de estos medios les interesa hacerse dueños de los medios de comunicación tradicionales, con ello, podrán dominar mucho mejor al planeta.

    Tal parece que el tecnofeudalismo tiene como objetivos concentrar el poder, tener el control de la tecnología en manos de pocas personas, vigilancia masiva; además, busca que los usuarios sean dependientes. Con este nuevo pensamiento moderno se evidencia el monopolio y una más influencia política. Por eso, Trump es amigo de Elon Musk. Han sabido mover las piezas.

    En el mundo moderno estamos supeditados a la Inteligencia Artificial (IA), a los chatbots, a tecnologías como Alexa, Siri, etc. Los algoritmos nos tienen entretenidos durante todo el día; el usuario no necesita buscar, las redes sociales y otras tecnologías ya saben lo que les gusta y agrada. Mientras tanto, los bulos, fake news, la desinformación, son parte de la cotidianeidad del ser humano que se acostumbró a la nueva forma de dominar a las masas.

    En la campaña electoral y toma de posesión de Donald Trump se vio muy de cerca al propietario de la red social “X”, Tesla, SpaceX. Además, tiene participación en: Neuralink, The Boring Company, Zip2, PayPal, SolarCity y OpenAI.

    ¿Quiénes son los que conforman el tecnofeudalismo? El propietario de Amazon, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg (Facebook), Elon Musk (Tesla), Larry Page (Google), Zhang Yiming, (TikTok), etc. Tal parece que los gigantes tecnológicos (Big Tech) tienen el poder en sus manos. Es parte de la nueva era de la globalización. En la actualidad están luchando quién tiene el control a través de las IA. Mientras escribía esta columna surgió la nueva IA de China DeepSeek.

    La manipulación de las masas es el tema que siempre abordo con mis alumnos. En la actualidad, el tecnofeudalismo vino para tener más control en todos los sentidos. Control en el marketing, la publicidad, la política y en las noticias. Cada plataforma tecnológica sabe cómo manipular. Sin duda alguna, el ser humano es fácil de manipular.

    • Fidel López Eguizábal, Docente Investigador Universidad Francisco Gavidia flopez@ufg.edu.sv

  • Idiotas útiles

    Hace muchos años, en los albores de la tiranía castrista, se escuchaba hablar en Cuba, con relativa frecuencia, sobre personas que eran calificadas como «tontos útiles» o «compañeros de viaje», en relación con sujetos que defendían las propuestas marxistas y a sus voceros, sin que integraran esa horda que tanto daño ha hecho a la humanidad.

    Conocí a varias de esas personas, entre ellos, familiares, hombres y mujeres de buena fe que se creyeron todos los cuentos del castrismo por un periodo de tiempo, algunos, se incorporaron a la lucha armada contra el régimen. También los hubo que sin ninguna buena fe se prestaron al juego de la dictadura hasta que sintieron que el fuego podía quemarlos, decidiendo emigrar.

    Algunos de estos, a pesar de estar lejos, jamás dejaron de servir al castrismo, ya fuese espiando en su beneficio o simplemente lavándole el rostro al régimen al organizar, en otros países, particularmente desde Estados Unidos y Puerto Rico, viajes y conferencias a favor de la tiranía.

    Otros crearon instituciones con el objetivo de hacer potable el totalitarismo a extranjeros dispuestos a cumplir el rol de idiotas a favor del castrismo, función en la que han cumplido un rol importante los servicios de inteligencia y diplomático de Cuba, ya que han facilitado recursos a quienes desde la emigración les han servido.

    El castrismo para ampliar esa asistencia fundó el Instituto de Amistad con los Pueblos, una entidad que se dedica a captar políticos, dirigentes sociales, intelectuales y a cualquiera que, como consecuencia de su frustración, este dispuesto a servir en el infierno. El ICAP y la Casa de las Américas fueron instrumentos que prestaron grandes servicios a la dictadura cubana porque sirvieron para encubrir su gestión subversiva y a sus espías.

    El liderazgo castrista rápidamente se percató que no solo los cubanos se distinguen por la disfuncionalidad de apoyar gobiernos tiránicos. Asumieron conciencia que, en todos los países, incluidos los más avanzados en derecho, hay idiotas útiles o compañeros de viaje prestos a servir como hemos podido apreciar a través de los años.

    Hace unas semanas atrás, mi amigo, el capitán en condición de retiro del ejército de Estados Unidos, Luis Rolle, me dijo que tenía la convicción que el gobierno del presidente Joe Biden se aprestaba a tomar medidas a favor del régimen cubano. Escuché su comentario con mucha atención, así que no me tomó por sorpresa que el totalitarismo cubano, una sempiterna amenaza a la seguridad de Estados Unidos, fuera una vez más favorecido por quienes algunos consideran el continuador de la política hacia Cuba de Barack Hussein Obama.

    Es incomprensible que quienes promueven políticas favorables a regímenes de fuerza, a pesar del cúmulo de fracasos de esas autocracias, aun disfruten del favor público y puedan seguir facilitando a los infractores de los derechos ciudadanos una cobertura que les favorece, gestión que los convierte, al menos, en «compañeros de viaje».

    Desgraciadamente encontramos a muchas personalidades que disfrutan ser compañeros de viaje de autócratas. Los topamos en la industria del espectáculo, la academia, corporaciones poderosas y en la política estadounidense, como se demostró con la exclusión del régimen de Cuba de la lista de Estados terroristas, por suerte, reincorporada a esa sombría relación por el presidente Donald Trump el mismo día que asumió la conducción del país.

    Es penoso, pero evidente también, que 66 años después sobran idiotas a plenitud que, a pesar de haber abandonado a Cuba, siguen añorando las piltrafas del régimen dejándose manipular de diferentes maneras por las autoridades castristas, sin que estén ausentes, los infaltables pescadores de rio revuelto, siempre listos para hacer negocios con la dictadura por tal de ganar dinero, aunque este esté manchado con la sangre de sus compatriotas.

    Aclaro, no apunto a la nostalgia por Cuba y lo cubano, una herida que muchos tenemos abierta. Escribo sobre las personas que, a pesar de haber tomado la decisión de dejar su país, defienden la gestión del nefasto gobierno que les obligó a partir, así que sugiero que ambos términos, «tontos útiles y compañeros de viaje» sean sintetizados en «idiotas útiles»porque después de tanta devastación, habría que ser más categórico en estas calificaciones que demuestran que miles de años de evolución no impiden que todavía haya seres humanos con genes de rata.

  • El Impacto de las Políticas de Salud en la Esperanza de Vida en El Salvador

    El Impacto de las Políticas de Salud en la Esperanza de Vida en El Salvador

    A pesar de las afirmaciones del actual gobierno de El Salvador, especialmente del ministro de Salud, Francisco Alabi, la salud de la población ha mostrado un deterioro en la última década.

    La esperanza de vida en el país ha disminuido ligeramente, pasando de 71.83 años en 2012 a 71.48 años en 2022. Este leve cambio es preocupante, ya que se esperaría una mejora significativa en un periodo de diez años. El aumento promedio de la esperanza de vida en el mundo entre 2012 y 2022 fue de 1.7 años, pasando de 70 años en 2012 a 71.7 años en 2022 según datos de la División de Población de las Naciones Unidas.

    Comparado con otros países de Centroamérica, El Salvador se encuentra rezagado. En 2022, solo superó a Guatemala, que reportó una esperanza de vida de 68.67 años. Costa Rica lidera la región con una expectativa de vida que supera a la de El Salvador por 9.4 años.

    Los datos indican que, aunque se han realizado inversiones en infraestructura y servicios de salud, principalmente de segundo y tercer nivel, estas no se han traducido en mejoras notables en la salud pública ni en la creación de una fuerza laboral de salud robusta, lo cual es crucial para el desarrollo del país. La población enfrenta desafíos significativos como el acceso limitado a servicios de salud y condiciones socioeconómicas precarias, lo que contribuye a una alta tasa de mortalidad materna y enfermedades prevalentes entre los más vulnerables.

    Las políticas de salud implementadas por el liderazgo del MINSAL desde 2019 reflejan una profunda falta de atención a la evidencia proporcionada por las plataformas que recopilan datos sobre la salud del pueblo salvadoreño. A menos que el gobierno salvadoreño introduzca cambios drásticos para abordar factores de riesgo como la obesidad, diabetes, hipertensión y tabaquismo, se prevé que la clasificación de la esperanza de vida continúe descendiendo. Estos factores son las principales causas de mala salud y muerte prematura en cada departamento y municipalidad del país.

    La expectativa de vida en El Salvador presenta diferencias significativas entre los departamentos y municipalidades, reflejando desigualdades en desarrollo humano y acceso a servicios de salud. Según datos de los informes sobre desarrollo humano de 2017 y el almanaque de 2007, hay una diferencia de 4 años en la expectativa de vida entre el departamento con la tasa más alta y el que tiene la más baja.

    El departamento con la expectativa de vida más alta es San Salvador, con 74.9 años, similar a la de Uruguay, mientras que Sonsonate muestra la expectativa más baja, con 70.9 años, comparable a la de Belice. Esta disparidad se acentúa al analizar las municipalidades, donde se observa una diferencia mayor de 6.52 años entre la municipalidad con la expectativa más alta y la más baja. La municipalidad de San Salvador Centro tiene una expectativa de vida de 76.3 años, contrastando con el municipio de Sonsonate Este, que presenta la tasa más baja del país con 69.8 años.

    A nivel distrital, la brecha es aún mayor: el distrito de Nuevo Cuscatlán cuenta con una expectativa de vida de 79.3 años, superando por más de 10 años al distrito con menor expectativa, Caluco, que tiene 69.0 años. Estas cifras evidencian no solo las disparidades en salud pública, sino también las desigualdades socioeconómicas que afectan a diferentes regiones del país.

    El presupuesto de salud para el ejercicio fiscal de 2025 se establece en $184.21 por persona al año. Aunque este monto supera el gasto mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que es de $86 USD, un análisis más profundo revela preocupaciones sobre su distribución.

    De acuerdo con los datos, el Ministerio de Salud (MINSAL) destina únicamente el 27% del total del presupuesto a servicios esenciales de salud, lo que equivale a $49.73 USD por persona al año. Este monto representa solo el 57% del mínimo recomendado por la OMS, lo que indica que las prioridades del MINSAL no están alineadas con la mejora del acceso a servicios esenciales de salud en El Salvador.

    Además, el presupuesto general para 2025 ha sido objeto de críticas debido a recortes significativos en las asignaciones para salud y educación, lo que ha generado protestas por parte de organizaciones de la sociedad civil y trabajadores del sector salud. La reducción en los fondos destinados a estos sectores podría tener un impacto negativo en la calidad y acceso a los servicios de salud para la población salvadoreña.

  • Jorge Lanata, periodista sobre todas las cosas

    Jorge Lanata, periodista sobre todas las cosas

    Cada vez que estallaba una crisis política o económica, su frase recurrente era: “No nos preocupemos. Este país va a estar peor en cinco años y mucho mejor en veinte”. Era su forma de recordar que el inconsciente colectivo de los argentinos se habituaba con facilidad a las contingencias, entre otras cosas porque también se había acostumbrado a la cuidadosa elaboración de futuribles —esa propensión tan nuestra, tan hispanoamericana, de alegrarnos por los resultados de un proceso antes de tiempo, sin poner atención a las condiciones que se necesitan para echar a andar ese proceso.

    Pero así era Jorge Ernesto Lanata, el gran periodista marplatense fallecido el pasado 30 de diciembre a los 64 años, una de las edades provectas de los verdaderos profesionales del periodismo, hombres y mujeres que solo envejecen bien —sin afeites, injertos de cabello o liposucciones— cuando aprenden a observar con humor y sagacidad el pedazo de historia que transcurre frente a ellos. “Yo soy periodista porque necesito saber qué es cierto”, resumió una vez, con muy elegidas palabras. Y en otra ocasión, como para dejarlo claro, afirmó con estructurada decencia: “Soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político, religioso o crítico. Ellos están llenos de respuestas y están dispuestos a aplicarlas. No es mi caso. Soy periodista porque no sé”.

    Todo lo que ignoramos, claro, es inexistente para nosotros. Pero este enunciado, válido para el ciudadano promedio, en el caso de alguien que convierte su ignorancia en ansiedad por saber —justo lo que sucedía con Lanata— transforma el hecho noticioso en un bello pretexto. No en balde otro ilustre hombre de prensa y compatriota de Jorge, Martín Caparrós, hoy muy enfermo, aseguraba: “Siempre hemos creído que el periodismo consistía en contarle a muchos aquello que pocos sabían; ahora el periodismo consiste cada vez más en contarle a muchos aquello que al parecer no quieren saber”.

    Y escribir “contra el público”, como aconsejaba su colega Caparrós, es una de las cosas que mejor sabía hacer Jorge Lanata. Por eso se rehusaba a dejar de pensar. Por eso mantuvo a lo largo del tiempo una lucha encarnizada contra la banalidad. Se tomaba en serio su papel de zarandeador de conciencias: entendía su obligación mostrarle a la gente la podredumbre que él veía en la política, porque en ese agujero negro se disipaban los últimos asomos de dignidad de los pueblos.

    Con analogía tragicómica, explicaba así uno de los grandes males que aqueja a nuestras sociedades: “La corrupción es como el aire acondicionado. Cuando lo prendés, escuchás el ruido, pero al tiempo dejás de escucharlo y convivís con él como si hubiera silencio. La corrupción, después de percibida, pasa a ser parte de la lógica de la vida”. Y como tamaña connivencia es, bien mirada, trágica, Jorge prefería denunciarla sin paliativos, a contrapelo del poder, a beneficio del inventario social, aunque la pestilencia que resultara de remover los excrementos anegara las fosas nasales de todos. Era mejor el estruendo de la batalla que el silencio sepulcral del oscurantismo y la anomia.

    Luis Majul, su amigo y biógrafo, describió a Lanata como “el periodista más odiado y más amado de la Argentina”. Y a él le pareció adecuado que con esa frase se subtitulara su libro, exactamente debajo de su sonoro apellido y de las tres cosas suyas que la obra prometía al lector: “Secretos, virtudes y pecados”.

    Y de pecados (propios y ajenos) Jorge sabía mucho, así el hombre como el periodista. Estuvo a punto de quitarse la vida dos veces, se casó tres y por diez años hizo su trabajo intoxicado de cocaína. Dilapidaba dinero con la misma transgresión con que vomitaba epítetos contra los funcionarios corruptos. A los 45 años, cuando ganaba reconocimiento por sus polémicas en radio y televisión, Lanata ya había agotado más experiencias autodestructivas que un drogadicto en Kensington. Pero se rehacía, una y otra vez. Volvía de sus padecimientos y revolvía el ambiente. La opinión pública le debía a él, más que a cualquier otro, la emoción del pitazo inicial en la carrera que define la libre expresión.

    De todos los premios que recibió, el más improbable fue el que le entregó la Fundación Libertad, en 2015, tal vez porque venía de una institución calificada en Argentina de “derechista”. Lo que dijo en aquella velada, sin embargo, tiene mucho fondo: “A mí me gustaría ser recordado como un tipo libre. O más exactamente: como un tipo que trató de ser lo más libre que pudo… En mi profesión, ganar libertad es también ganar independencia: las dos cosas van juntas. En el periodismo, como en la literatura, ser libre es desplegar el yo, ser cada vez más vos. Pero no entiendan esto como una cosa egocéntrica, sino que se trata de poder ser lo que uno siente dentro de sí que es”.

    Solo en contra de lo que suele llamarse “conservadurismo” se declaraba liberal, aunque luego no ahondara demasiado en ambos términos. Hablaba y escribía, empero, como alguien que ha hecho de la libertad una consigna y una forma coherente de entender la vida. A Víctor Hugo Ghitta, en una profunda conversación para La Nación, le admitió su fascinación por ciertos principios de la religión de su infancia: “Con los años he sido cada vez más católico… Admiro a los hombres de fe. Me inspira respeto su coherencia. Su compromiso también. Hay que tener coraje para llevar adelante esos valores. No es fácil vivir de acuerdo con lo que pensás. A veces estoy en situaciones en las que no quiero estar. No me siento enteramente libre. Son pocos los tipos que viven de acuerdo con sus ideas”.

    Al perder a Jorge Lanata es probable que el periodismo en español haya perdido a uno de sus provocadores más enérgicos y amenos. Estas líneas, en todo caso, solo pretenden agradecer la trayectoria de un tipo que luchó por ser, dentro del difícil arte de hablar del presente, un versátil faro de libertad contra la tiniebla.