Categoría: Opinión

  • El futuro en juego: todos somos responsables

    El futuro en juego: todos somos responsables

    El futuro es algo que está por hacer, siempre lo ha estado; y así, en cada aurora, se nos presenta abierto a nuestros propósitos. En consecuencia, la obligación de cada ciudadano, no es profetizar el mal ante el aluvión de preocupaciones que se nos presentan en el camino a diario, sino más bien pelear por un mundo más humano y mejor. Esta es la verdadera valentía, el valor de la lucha, que nos lleva a ir más allá de una existencia tranquila, al menos para no dejar que la vida de los pueblos se reduzca a un juego de los poderosos. Sin duda, hoy más que nunca tiene que prevalecer el diálogo y la cooperación, el entendimiento entre sí, comenzando por una alianza global que contribuya a mantener un nuevo orden estético en el centro de la vida pública.

    En efecto, los derechos humanos nos conciernen a todos y son para todos. Por tanto, debemos asegurarnos de que guíen las decisiones, determinantes de nuestro porvenir; máxime en un momento de cambio social, con nuevas herramientas tecnológicas que permiten simular las capacidades humanas, pudiendo utilizarse fácilmente de modo indebido. Sin duda, las decisiones deben recaer en nosotros, manteniendo el control afable sobre el uso de la fuerza, creando marcos normativos globales coherentes, protegiendo la identidad y la integridad del ser con el estar, así como la información, cerrando la brecha de capacidad en materia de inteligencia artificial entre los países ricos y los pobres. Todo debe quedar en manos de los seres pensantes, no de las máquinas.

    Lógicamente, el mañana es mucho más de los corazones que de las mentes. Nuestro gran sustento pendiente de ser llevado a buen término, es hacer realidad la sana conjugación del amor de amar amor, que es lo que nos enternece y nos colma de eternidad. Reitero, pues, mi esperanza; a que los rápidos avances de la ciencia y la tecnología impidan el deplorable empleo de armas de todo tipo; justo en este año, en el que se conmemora el centenario del Protocolo de Ginebra de 1925. Hace un siglo, tras ser testigo de las terribles y temibles consecuencias de las armas químicas utilizadas durante la Primera Guerra Mundial, la comunidad internacional se unió para prohibir que se emplearan como instrumento de absurdas contiendas.

    Lo importante radica en no dejarse amedrentar por nada ni por nadie; al fin y al cabo, todos tenemos una misión que cumplir, la de ser gentes de verbo transparente y verso embellecedor, lo que conlleva el ejercicio de ser personas sencillas e inermes, cansadas de la violencia, para que quienes tienen responsabilidades por el bien colectivo no sólo se comprometan a condenar las contiendas, sino también a crear las condiciones para que no se expandan las guerras. El destino desde luego es nuestro, hay que cultivarlo en comunión y en comunidad. Luego, si hay individuos que quieren dividir y crear enfrentamientos, nosotros creemos en la importancia de caminar unidos por la paz, unos con otros, pero jamás unos contra otros. Sinceramente, nos necesitamos entre sí.

    Sea como fuere, lo venidero tiene que resplandecer en sanación, no podemos continuar enfermos de dejadez y olvido, precisamos del acercamiento de latidos para participar en el cultivo de sueños para lo que está por llegar, lo que nos llama a una implicación distintiva y comunitaria. Activar ese calor de hogar, va a ser vital tanto para reencontrarnos como para conciliar la reconciliación, estar a la altura de los vínculos y salir de las polarizaciones, que nos deshumanizan por completo, impidiendo afrontar los desafíos. De lo contrario, condenaríamos a la humanidad a un futuro sin anhelos, en el caso de que quitáramos a alguien la capacidad de decidir por sí mismo y por sus vidas, condenándola a depender de lo material. Pondríamos en entredicho, la misma dignidad humana.

  • Entre pantallas y libros: ¿Qué está leyendo la mayoría de los salvadoreños hoy?

    Entre pantallas y libros: ¿Qué está leyendo la mayoría de los salvadoreños hoy?

    En El Salvador estamos viviendo un fenómeno silencioso, pero muy poderoso: cada vez más personas pasan horas enteras deslizando la pantalla del celular sin parar. Es un hábito tan común que ya ni lo notamos.

    Bajamos y bajamos, sin llegar nunca al final. La pantalla se renueva sola: siempre hay un meme nuevo, un chisme más, un video rápido que nos hace reír… y nada más.

    Esa lectura instantánea entretiene, sí, pero no alimenta. Es como comer solo comida chatarra: llena, pero no nutre. El verdadero escándalo cultural es que muchos compatriotas pasan días, y a veces años, consumiendo contenido vacío, mientras un buen libro, capaz de abrir la mente y ensanchar el corazón, queda relegado en un rincón.

    La escena se repite en buses, en aulas, en oficinas, en mercados y hasta en reuniones familiares: pantallas moviéndose sin descanso, ojos atentos a nada. Eso es “deslizar sin fin”, una especie de hipnosis moderna donde siempre aparece algo más, aunque lo de abajo sea igual a lo de arriba.

    Lo triste es que esa práctica va moldeando nuestra forma de pensar: lo rápido nos parece suficiente, y lo profundo nos parece cansado.

    Basura digital vs. riqueza literaria

    Internet está lleno de frases vacías, noticias falsas, chismes, insultos disfrazados de opiniones y videos que duran menos de un minuto. Todo se consume sin pensar.

    Sin embargo, la literatura sigue ahí, ofreciendo historias profundas, personajes que enseñan, palabras que transforman.  El problema es que muchos se conforman con lo fácil y dejan lo valioso.

    Leer solo basura digital es renunciar a la riqueza que los libros nos regalan: imaginación, criterio, sensibilidad y capacidad de reflexión. Y esa renuncia tiene consecuencias.

    El costo social de no leer

    Quien no lee piensa menos, se deja engañar más fácil y pierde oportunidades. La falta de lectura afecta la manera en que trabajamos, en que votamos y en que convivimos.

    Un país que no lee es un país que decide sin reflexionar, que discute sin argumentos y que se cree cualquier cosa que aparezca en la pantalla. Leer no es un lujo intelectual: es una defensa. Una herramienta para no vivir en la ignorancia, para cuestionar, para elegir mejor y para construir un futuro más digno.

    Leer: ¿privilegio o derecho?

    En El Salvador, para muchos leer no es fácil. Faltan bibliotecas, los libros son caros y el apoyo cultural es limitado. Pero también hay apatía. Muchos prefieren lo fácil de las pantallas antes que la aventura interior de un cuento o una novela.

    La lectura debería ser un derecho básico, no un privilegio. El escándalo está en que, como país, dejamos pasar la oportunidad de crecer cuando despreciamos la palabra escrita.

    La Biblia nos recuerda un principio profundo: “El corazón del entendido adquiere sabiduría, y el oído de los sabios busca conocimiento” (Proverbios 18:15). Esa búsqueda no se encuentra deslizando sin fin, sino leyendo con intención.

    El lector: un ciudadano consciente

    Leer no es solo entretenimiento; es aprender a pensar. Un lector desarrolla criterio, no se deja manipular, reconoce la mentira disfrazada de verdad y participa mejor en la sociedad.

    Ser lector es ser ciudadano consciente, responsable, capaz de defender sus ideas y respetar las de los demás. El escándalo es que muchos prefieren quedarse con lo superficial y no aprovechar el poder de un buen libro.

    Pero siempre se puede empezar. Basta una historia corta, una biografía, un cuento salvadoreño, un clásico breve. Leer es abrir una puerta. Y una vez que se abre, es difícil volver a ver el mundo con los mismos ojos.

    Leer no solo informa: despierta. Y un país despierto siempre tiene futuro.

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    * Alfredo Caballero Pineda, es escritor y consultor empresarial. 

    alfredocaballero.consultor@gmail.com  

  • Siete pasos para “asolar” una democracia

    Siete pasos para “asolar” una democracia

    Se dice que para perder una democracia no se debe actuar de la noche a la mañana. Es más parecido a quedarse dormido con la ventana abierta mientras una tormenta avanza lentamente: cuando despiertas, ya no sabes en qué momento el viento arrancó las cortinas.

    La escritora turca Ece Temelkuran (2019) advirtió que los regímenes autoritarios modernos no llegan con tanques, sino con aplausos, planteó una serie de pasos para establecer una dictadura con aplausos. Desde entonces, muchos han aprendido que destruir la democracia no es un golpe, sino un proceso metódico, casi pedagógico. Por lo que es pertinente analizar los siete pasos invisibles para instalar un autoritarismo cotidiano, con sonrisas y “memes”.

    Paso 1. Construye un movimiento

    Comienza por convencer a todos de que tú no eres un político, sino un salvador, una “golondrina” incapaz de hacer verano por sí sola, pero que con el apoyo de todos, te convertirás en el mejor gobernante. Diles a todos que vienes del pueblo y que lo que haces no es política, sino “limpiar la casa” con un genuino sentido de transformar al país. Es necesario convertir el desencanto y la decepción provocada por “los mismos de siempre” en una devoción: que cada crítica a tu poder suene como una traición al país, como aquellos que quieren el mal y volver al pasado. Puesto que las instituciones serán tus primeras víctimas, asegúrate de llamarlas “viejas”, “corruptas” u “obsoletas”, y el público pedirá su intervención o demolición .

    Paso 2. Deforma el lenguaje

    La gente te apoya y te ama y esta susceptible a apoyar ciegamente tus iniciativas, en este momento debes romper el sentido común. Cambia las palabras hasta que dejen de significar lo que significaban. Llama “reformas” a los golpes institucionales o “modernización” a la censura ala falta de transparencia y “voluntad popular” a tu propio deseo materializado en leyes que tus legisladores aprueban sin cuestionar. Conviértete en “verbo”. Usa el sarcasmo como escudo, la burla como espada. Que nadie entienda exactamente qué está pasando, pero que todos crean que tú sabes lo que haces y que eso, es lo mejor para todos.

    Paso 3. Exalta la emoción, desprecia la verdad

    No necesitas datos, solo historias que conmuevan. Usa a tus mercenarios con títulos universitarios y “expertos” para que respalden tus propuestas y que repitan mil veces como una caja de resonancia el mismo discurso aunque éste carezca de fundamento. Sustituye la verificación por el fervor. Todo el mundo está saturado de información, el ciudadano cansado preferirá tu relato antes que leer una estadística. Haz que la mentira parezca sincera y que la verdad suene arrogante. La posverdad no es una herramienta: es un perfume, y debe impregnarlo todo.

    Paso 4. Vacía los contrapesos

    Las democracias se sostienen con frenos. Pero eso quita tiempo, y limita tu forma de resolver los problemas del país; basta con llamar “enemigos” a quienes frenan tus iniciativas, a quienes exigen transparencia, a quienes denuncian la corrupción y  a quienes exigen derechos. Cambia jueces, legisla deprisa, reforma la constitución, nombra aliados en los órganos de control y cambia las reglas a tu conveniencia. Luego proclama que lo haces por la eficiencia, por el bien del pueblo. La democracia es lenta; el autoritarismo, eficaz. Y todos aman lo eficaz. La gente quiere problemas resueltos, no libertad.

    Paso 5. Crea al ciudadano ideal

    Las democracias toleran la disidencia; tu nuevo “modelo” no. Diseña un ciudadano obediente, alegre, que repita tus consignas. Comienza en las escuelas, invade las redes sociales. Divide al país entre “los que creen” y “los que estorban”. Repite que la unidad es la salvación, pero únicamente bajo tu liderazgo. Todos los demás;  los críticos, los periodistas, las organizaciones sociales, los defesores de derechos o los que preguntan demasiado… ellos ya no serán parte del pueblo, sino su amenaza. Los “otros” son el enemigo.

    Paso 6. Convierte el horror en rutina

    Cuando encierres, acuses, detengas, censures o humilles, asegúrate de que el público se ría. Y que tu error nunca sea percibido, La dureza de tu régimen debe ser capaz de ordenar sin aplicar fuerza para todos, solo a aquellos que seran “ejemplificantes”. Que el miedo sea chiste, que el abuso sea “meme”. La risa es el mejor sedante cívico: cuando el horror provoca carcajadas, ya nadie siente vergüenza. Poco a poco, el ciudadano aprenderá a no mirar, a no preguntar, a no recordar y a no criticar. Así se domestica una sociedad: con humor.

    Paso 7. Construye tu propio país

    Una vez cumplidos los pasos anteriores, el país dejará de ser plural, ya no tienes oposición. Las decisiones ya no serán de todos, sino tuyas. Podrás rediseñar la historia, los símbolos, incluso el sentido de la libertad. Los que no encajen emigrarán o callarán. El silencio será la prueba de tu éxito: no porque todos estén felices, sino porque ya no quedarán palabras para decir lo contrario.

    Epílogo para quienes aún dudan

    Seguir estos pasos no requiere maldad, solo convicción. Todo puede hacerse en nombre del bien, de la seguridad, del progreso. Así se pierden las democracias: aplaudiendo. Si al leer esto sientes un leve escalofrío, es posible que aún estés a tiempo, y si estás de acuerdo con todo pues ya no hay mas que decir. Pero cuidado: el viento ya se ha levantado, y la ventana sigue abierta.

  • Cada 25 de noviembre

    Cada 25 de noviembre

    Cada 25 de noviembre, el “Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres” nos recuerda una verdad urgente: vivir libres de violencia no es un privilegio, es un derecho humano básico. Sin embargo, millones de mujeres alrededor del mundo continúan enfrentando agresiones físicas, psicológicas, sexuales, económicas y simbólicas que niegan su dignidad y su autonomía. Este día no solo convoca a la reflexión, sino también a la acción colectiva para transformar una realidad que persiste a pesar de los avances normativos y sociales.

    El derecho a una vida libre de violencia está reconocido en instrumentos internacionales como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y la Convención de Belém do Pará, entre otros. Estos marcos establecen que los Estados tienen la obligación de prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. No se trata solamente de atender las consecuencias, sino de modificar las condiciones estructurales que permiten y perpetúan la violencia. Esto implica combatir la desigualdad de género, los estereotipos y las normas culturales que asignan a las mujeres roles subordinados.

    A pesar de los compromisos asumidos, las cifras demuestran que la violencia sigue siendo una pandemia silenciosa. La violencia doméstica continúa siendo la forma más extendida y la causa más común de los feminicidios en El Salvador, aunque no es la única. También existen la violencia digital, la trata, el acoso en espacios públicos y laborales. Los feminicidios representan el extremo más brutal de un continuo de violencia. Cada caso no es un hecho aislado: forma parte de un sistema de desigualdad que normaliza la agresión, que perpetúa el odio o la discriminación hacia las mujeres y que, de forma perversa, responsabiliza a las víctimas.

    Tomando como ejemplo estadísticas recientes sobre la modalidad de violencia más grave que sufren las niñas y mujeres en el mundo producidas por organizaciones especializadas o medios de prensa, en el transcurso de 2025, en El Salvador se han registrado 23 feminicidios, en Francia 88 y en México 388. A las mujeres nos siguen matando en todas partes del mundo.  Según el informe “Feminicidios en 2023” de ONU Mujeres y UNODC, en 2023 se estimaron 85.000 mujeres y niñas asesinadas intencionalmente, de las cuales unas 51.100 (60 %) fueron víctimas de sus parejas íntimas o familiares. En promedio, esto equivale a 140 mujeres asesinadas cada día por alguien muy cercano (pareja o familiar).  Muchas de estas muertes podrían haber sido evitadas, ya que la data disponible para ese informe también indica que muchas de estas mujeres ya habían denunciado ser víctimas de violencia o amenazas de parte de sus verdugos.

    Garantizar una vida libre de violencia implica fortalecer sistemas de protección estatales que realmente funcionen: fondos suficientes, personal capacitado y comprometido, leyes efectivas, instituciones sólidas, acceso a la justicia sin revictimización, refugios seguros, educación con enfoque de igualdad y políticas públicas sostenidas. Sin embargo, también resulta indispensable un cambio cultural profundo. La violencia no se erradica solo con normas; se elimina transformando actitudes, reconociendo y evitando la reproducción de patrones dañinos y fomentando relaciones basadas en el respeto y la equidad.

    La participación activa de la sociedad es esencial. Las comunidades, las escuelas, los medios de comunicación y las familias tienen un papel clave en la prevención. Romper el silencio, creer en las sobrevivientes y promover modelos de convivencia igualitarios son pasos indispensables para construir entornos seguros. La educación en derechos humanos y en igualdad de género desde edades tempranas constituye una herramienta poderosa para prevenir futuras violencias. La educación de los varones tiene una importancia clave para evitar que se conviertan en adolescentes y hombres adultos perpetuadores de ciclos de violencia en contra de niñas, adolescentes y mujeres.

    El 25 de noviembre no debe ser un recordatorio pasajero, sino un compromiso permanente. Defender el derecho de las mujeres a vivir libres de violencia es apostar por sociedades más justas, democráticas y humanas. Mientras una sola mujer siga viviendo con miedo, la tarea no estará completa. Garantizar este derecho es una responsabilidad colectiva que exige voluntad política, recursos suficientes y, sobre todo, una convicción profunda de que la vida y la libertad de las mujeres merecen ser respetadas y protegidas.

     

     

     

     

  • ¿Puede una ciudad reordenarse sin apagar la compasión?

    ¿Puede una ciudad reordenarse sin apagar la compasión?

    Hay sentencias bíblicas que no requieren comentarios teológicos profundos para revelar su peso moral; bastan por sí mismas para poner en evidencia el verdadero pulso espiritual de una sociedad. Una de ellas es: “El ojo misericordioso será bendito, porque dio de su pan al indigente” (Proverbios 22:9). No habla de ideologías, ni de colores políticos, ni de ordenanzas municipales. Habla de humanidad, de compasión y de ese deber eterno de ver en el rostro del desamparado la imagen de un ser que merece dignidad. Y es precisamente en tiempos como los actuales, donde decisiones administrativas generan tensión.

    Entre el orden urbano y el deber moral de asistir al necesitado, cuando este pasaje bíblico se vuelve más que una frase inspiradora: se convierte en un espejo que nos obliga a evaluar si nuestras políticas públicas avanzan hacia una sociedad más humana o hacia una sociedad más indiferente. No se trata de negar el valor del orden, sino de recordar que dicho orden no puede ser alcanzado a costa de la compasión, porque entonces dejaría de ser orden para convertirse en un silencio incómodo ante el sufrimiento ajeno. En los últimos días se ha generado un debate en torno a la decisión municipal.

    De no permitir que las iglesias y personas particulares entreguen alimentos en el Parque Libertad, en San Salvador Centro. Las razones de reordenamiento urbano son válidas y comprensibles: toda ciudad moderna aspira a la limpieza, la armonía y la seguridad. Nadie podría oponerse sensatamente a que la capital avance hacia mejores condiciones. Sin embargo, la preocupación emerge cuando el orden comienza a interpretarse como la ausencia del vulnerable; cuando la solución parece consistir en desplazar al necesitado sin ofrecerle una salida real; cuando el mensaje implícito es que alimentar al hambriento constituye una forma de “desorden”.

    La discusión no debe quedarse en la superficie. Más allá de la regulación del espacio público, está el desafío de equilibrar el progreso urbanístico con la responsabilidad ética de no invisibilizar a quienes viven al margen de la sociedad. Una ciudad puede modernizarse sin sacrificar la empatía; puede embellecer sus plazas sin endurecer su corazón. En esto, conviene recordar que ni las iglesias evangélicas ni la Iglesia católica pusieron en el Parque Libertad a aquellos hombres y mujeres en situación de calle, muchos de ellos atrapados entre el alcohol, las drogas, la soledad y el abandono.

    No los colocó ahí la compasión cristiana. Llegaron ahí por un entramado complejo de pobreza histórica, ruptura familiar, salud mental desatendida y oportunidades negadas. Culpar a quienes dan un pan caliente, una taza de café o una frazada, como si sostuvieran una dinámica de caos, sería tan impreciso como injusto. Nadie elige vivir en la intemperie, y nadie que se preocupa por un ser humano debería ser tratado como generador de “desorden”. Es necesario comprender que la presencia de personas sin hogar en el centro histórico no es consecuencia de un acto voluntario ni de un hábito tolerado por las iglesias.

    Sino el resultado acumulado de décadas en las que el país careció de políticas preventivas, programas de salud mental accesibles y oportunidades laborales reales para los sectores más vulnerables. La labor de asistencia no provoca el fenómeno; apenas lo mitiga. Es importante subrayar, con absoluta diplomacia y respeto institucional, que la labor que hacen las iglesias —evangélicas y católicas por igual— no es un simple acto asistencial: es una extensión natural del mandato bíblico. No es activismo callejero, es obediencia espiritual. “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis” (Mateo 25:35).

    Esta enseñanza no prescribe la misericordia según reglas urbanísticas; la manda ejercer donde haya un ser humano necesitado. Y por ello, reducir estas acciones a un “estorbo” para el orden urbano pasa por alto que durante décadas han sido precisamente estas comunidades de fe las que han suplido vacíos donde el Estado, por limitaciones estructurales, no ha podido llegar. Su presencia no es casual ni improvisada; es constante, es organizada y es profundamente humana. Tampoco se trata de confrontar con las autoridades, sino de unirnos frente a un fenómeno que no se resuelve, impidiendo la ayuda.

    Toda autoridad merece respeto, y toda autoridad debe velar por el bienestar general. El llamado, más bien, es a la reflexión serena: el orden y la misericordia no son conceptos opuestos; pueden, y deben, convivir. Reordenar la ciudad es importante, pero ordenar no significa invisibilizar; embellecer no significa desalojar humanidades; limpiar espacios públicos no debe confundirse con barrer los dolores ajenos hacia rincones cada vez más inaccesibles. El verdadero liderazgo urbano no consiste únicamente en administrar plazas, sino en articular soluciones que no sacrifiquen la dignidad de los más frágiles.

    Los mejores modelos de ciudades modernas en el mundo han demostrado que la convivencia entre desarrollo urbano y programas de asistencia integral es no solo posible, sino necesaria para construir comunidades más inclusivas y resilientes. Lo que hoy sucede en el Parque Libertad debería ser visto como una oportunidad, no como un obstáculo. Si el problema es el desorden, la solución no es prohibir la solidaridad, sino encauzarla. En países donde se han logrado avances significativos con población en situación de calle, el modelo no se ha basado en sancionar la ayuda.

    Sino en integrarla a un programa más amplio: centros de atención integral, programas de rehabilitación, albergues temporales, oportunidades formativas y laborales, articulación con la empresa privada y, sobre todo, colaboración cercana con las iglesias, que durante décadas han sido un motor silencioso de misericordia. Este enfoque no solo ordena el espacio físico, sino que ordena las oportunidades y reconstruye las vidas. Se logra un equilibrio entre el urbanismo y la compasión, entre la estética y la justicia social. Creer que la entrega de alimentos es el problema equivale a confundir el síntoma con la enfermedad.

    La verdadera necesidad no está en la pan y el café que se entrega todas las semanas en las calles, sino en la vida rota que se intenta sostener con un pedazo de pan. Impedir ese acto no elimina la pobreza, solo la vuelve más silenciosa y más cruel. Cuando se deja de alimentar a alguien, no se corrige una conducta; se profundiza un abandono. Y cuando una sociedad permite que la indiferencia sustituya a la misericordia, pierde más que el necesitado: pierde su alma colectiva. La compasión no desordena; lo que desordena es no tener una estrategia estructural para atender la marginalidad.

    Como país, debemos superar la idea de que la persona en situación de calle está ahí porque quiere. Los testimonios son múltiples: jóvenes expulsados de su hogar, ancianos sin familia, personas con trastornos psiquiátricos sin tratamiento, víctimas de violencia, trabajadores que perdieron todo a causa del alcoholismo. La respuesta no puede ser cerrar los ojos, ni prohibir un plato de comida, sino abrir rutas para que esas vidas encuentren alternativas reales. Y esas rutas solo serán posibles si se construyen desde una alianza estratégica entre instituciones gubernamentales, municipalidades, sector privado e iglesias.

    El Parque Libertad, símbolo histórico de encuentro, no debería convertirse en un símbolo de exclusión. Si algo enseña la Escritura es que la dignidad humana no se negocia. El pan que se comparte no desordena; ordena conciencias. El evangelismo predicado no ensucia plazas; limpia el alma de quien la recibe y de quien la ofrece. Reordenar la ciudad es legítimo, pero reordenar la misericordia es imposible. Porque la misericordia no se decreta: se vive. Y una ciudad que renuncia a la misericordia se vuelve estéticamente hermosa, pero espiritualmente vacía.

    Que esta discusión no nos haga olvidar que el verdadero desarrollo urbano no solo se mide en adoquines nuevos, sino en corazones capaces de detenerse ante el dolor ajeno. Y que siempre será bendito —ayer, hoy y mañana— aquel que da de su pan al indigente. “El ojo misericordioso será bendito”. Esa sigue siendo, en cualquier geografía y bajo cualquier administración, la regla de oro de toda ciudad verdaderamente cristiana.

  • Destierro y Exilio

    Destierro y Exilio

    El totalitarismo castrista y sus asociados de Nicaragua, Venezuela, Bolivia y Ecuador han obligado a muchos de sus connacionales a abandonar sus respectivas patrias, forzando al destierro a quienes se les oponen. Millones de personas no han tenido más alternativas que dejar en el pasado su quehacer cotidiano por tal de no ir a prisión o vivir en condiciones que ningún ser humano merece, convirtiéndolos en exiliados o emigrantes, en base, a la conducta que cada uno asuma.

    La vida en el exilio, para quien lucha por el retorno, es dura, cargada con innumerables retos, aunque sin dudas es mucho mejor que la que enfrentan quienes no tuvieron esa oportunidad o decidieron no elegir ese camino para continuar luchando en su tierra por la libertad y los derechos de todos.

    En principio un exiliado es un perseguido, un opositor, un individuo que pudo ser encarcelado por el gobierno que combatió y que se vio precisado a huir de su país, no obstante, es justo decir que el exilio no es cuestión de veteranía, sino de la conducta que asume el individuo cuando se llega a otra nación.

    No importa los años de vida en el extranjero. El exiliado tiene que estar comprometido con la contienda que le lleve de regreso si esa es su voluntad. Dejar de trabajar por retornar a la patria, coloca la condición de exiliado en pasado, mutando el individuo a inmigrante.

    Entre el exiliado y el inmigrante hay diferencias de causas y conducta. El exiliado ha sido perseguido por sus ideas o acciones de carácter político. Exiliarse nunca fue el objetivo de los que enfrentaron un gobierno, sino una opción para continuar la lucha en otras latitudes.

    El exilio o el destierro, como gustaba decir José Martí, confiere la oportunidad de luchar por el regreso y saber, como afirmaba el Maestro, «que nunca son más bellas las playas del destierro que cuando se les dice adiós», aunque desgraciadamente, muchos no tendrán ese privilegio por mandatos ineludibles del tiempo que se nos agota, sin embargo, podemos tener la certeza de que el ostracismo, por extenso que sea, en algún momento termina y que más de uno podrá decirle adiós a los litorales que les acogieron.

    En el exterior hay que luchar contra el desencanto, las inevitables cosechas de fracasos, desengaños y hasta traiciones, pero cuando la meta es cumplir con el deber, no hay obstáculo insuperable ni tiempo que no pueda ser acumulado, mientras la dulce nostalgia por lo lejano nos acompañe y la morriña nos aprese con más severidad que cualquier carcelero.

    Los latinoamericanos en general hemos padecido del exilio de manera crónica, la realidad política de muchos de nuestros países ha determinado que a través de más de 200 años de vida republicana el exilio haya sido la única vía para salvar la vida o evitar la crueldad del encierro, cuando un déspota llega al poder y busca perpetuarse.

    No hay generación de iberoamericanos en la que más de unos de sus miembros no hayan tenido que refugiarse en el extranjero. Los cubanos tenemos esa dolorosa experiencia, aun en democracia, la falta de seguridad por la vehemencia criminal de cualquier esbirro obligó a muchos al exilio.

    Sin embargo, el número de exiliados y desterrados en América Latina desde que los Castro tomaron el poder en Cuba no tiene paralelo.

    La Nicaragua sandinista tiene numerosos exiliados y cientos de desterrados como los causados en el 2023, cuando presos políticos, sacerdotes, periodistas y opositores, fueron expulsados por Daniel Ortega y Rosario Murillo y despojados de su nacionalidad.

    Venezuela que tantos exiliados recibió se convirtió a partir de Hugo Chávez y Nicolas Maduro en el principal gestor de exiliados y desterrados de este hemisferio

    Rafael Correa en Ecuador también provocó la partida de cientos de sus compatriotas y la Bolivia de Evo Morales obligó a salir al extranjero a muchos buenos ciudadanos por una cruenta persecución política, situación que esperamos se enmiende bajo el gobierno de Rodrigo Paz.

    Sin embargo, el país que más ha practicado el destierro ha sido el totalitarismo castrista, razón por la cual el exprisionero político cubano Ángel de Fana lleva años organizando vigilias, demandando a la dictadura insular, la libertad sin destierro de sus prisioneros políticos

  • La doble jornada que frena a las MYPES y la oportunidad de crear un nuevo sector económico

    La doble jornada que frena a las MYPES y la oportunidad de crear un nuevo sector económico

    El trabajo doméstico y de cuidado sigue siendo una de las restricciones menos visibles pero más severas para el crecimiento de las MYPES en El Salvador. Cada día, gran parte del empresariado enfrenta una doble jornada que resta horas al negocio, limita la rentabilidad y reduce la capacidad de invertir en formación, innovación y expansión. Aunque este esfuerzo no aparece en los balances contables, su costo económico y social es inmenso.

    Según el informe sobre El Estado de la MYPE 2025. La otra cara de la economía, elaborado por el Observatorio MYPE de FUSAI y FLACSO, más de seis de cada diez empresarios MYPE realizan tareas domésticas sin recibir ningún tipo de remuneración. Un tercio cuida de personas dependientes en las mismas condiciones. En total, esta carga representa 4.1 horas diarias que se restan al tiempo que podría destinarse a gestionar clientes, mejorar productos, abrir nuevos mercados o planificar el crecimiento. Para miles de microempresas de subsistencia y de acumulación simple, este sobrecosto de tiempo termina siendo la línea que separa la viabilidad de la vulnerabilidad.

    La situación es todavía más pesada para las empresarias. Ellas dedican en promedio cinco horas diarias al trabajo doméstico y de cuidado, frente a las 2.5 horas de los hombres. Esta diferencia no solo reduce su disponibilidad para el negocio, sino que profundiza brechas de ingreso y limita su capacidad de competir. El resultado es claro: menor crecimiento, menores ingresos y una participación más restringida en los sectores con mayor productividad.

    Este fenómeno no ocurre en el vacío. Forma parte de una transición social profunda: la sustitución del modelo de un solo proveedor de ingresos por hogares donde trabajan dos personas o, en un número creciente de casos, donde una sola mujer sostiene la economía familiar. Sin embargo, cuando la incorporación de las mujeres al mercado laboral se suma a las responsabilidades no remuneradas sin que estas se redistribuyan, el efecto es contraproducente. La jornada laboral se vuelve interminable, el agotamiento aumenta y el bienestar no mejora. En términos de desarrollo humano, es un retroceso.

    Para que este cambio represente una verdadera oportunidad, el Estado y el mercado deben asumir parte del trabajo de cuidado. Cuando esto ocurre, se libera tiempo para que las personas puedan estudiar, emprender, innovar y mejorar sus ingresos. También se distribuyen mejor las responsabilidades familiares y se reduce un conjunto de desigualdades que siguen frenando el crecimiento económico. Liberar tiempo es, en este sentido, una política pública con efectos directos en la productividad y el bienestar.

    El vínculo entre cuidado y desarrollo es decisivo. Ningún país puede aspirar a un crecimiento sostenido si limita la expansión de las capacidades de su población. El cuidado en la primera infancia es la base que permite que futuras generaciones se incorporen al mercado laboral con mayores destrezas, mejor salud y mejores oportunidades. Sin esta inversión temprana, las naciones quedan atrapadas en un círculo de baja productividad, escasas oportunidades de empleo, insuficiente inversión y presiones fiscales que aumentan con el envejecimiento de la población. La evidencia internacional es contundente: donde hay sistemas sólidos de cuidado, hay más productividad, más empleo de calidad y mayores niveles de bienestar.

    El Salvador, sin embargo, continúa cargando el cuidado casi por completo sobre las familias. La empresa privada participa poco y la ausencia de una red pública o de programas gubernamentales que liberen tiempo limita tanto el progreso social como la productividad empresarial. Esto contrasta con los países de alto desarrollo humano, que han expandido y profesionalizado sus sistemas de cuidado como parte de su estrategia de crecimiento. No es un gasto: es una inversión que genera retornos económicos sostenidos.

    Pero esta carencia también abre una oportunidad para las MYPES salvadoreñas. Existe un campo fértil para nuevos emprendimientos vinculados al cuidado. Según el informe elaborado por FUSAI y FLACSO, más de la mitad del empresariado MYPE considera posible incursionar en este sector, aunque solo una cuarta parte estaría dispuesta a hacerlo de inmediato. Las principales barreras son la falta de financiamiento, de capacitación especializada y de reglas claras. Si el país impulsa una estrategia que combine incentivos financieros, apoyo técnico y un marco regulatorio adecuado, esta demanda latente podría transformarse en un motor de crecimiento. Guarderías, servicios para personas mayores, atención especializada y soluciones de apoyo en el hogar representan actividades económicas con potencial para generar empleo, liberar tiempo y elevar la productividad de todo el sistema empresarial.

    El costo oculto del cuidado no remunerado ya está limitando el desarrollo del país. Transformarlo en un sector económico dinámico y en un servicio público básico es una decisión crucial que puede elevar la competitividad, mejorar el bienestar y reducir desigualdades que hoy parecen inamovibles. Dar este paso no solo beneficiará a las MYPES: beneficiará al conjunto de la sociedad salvadoreña.

    *William Pleites, director de FLACSO El Salvador

  • De Franco a Bukele: la evolución de los líderes fuertes y su impacto político

    De Franco a Bukele: la evolución de los líderes fuertes y su impacto político

    Hace 50 años, España se vistió de luto o celebró con la muerte de Francisco Franco, el generalísimo que gobernó el país durante 36 años (1939-1975). Su dictadura militarista y autoritaria se caracterizó por la represión, la centralización del poder y una ideología nacionalista y católica. Aunque Franco murió, su legado sigue presente: según encuestas, uno de cada cinco españoles considera que la dictadura franquista fue «buena» o «muy buena». Un porcentaje similar, el 21%, opina que el sistema democrático actual es «igual», «peor» o «mucho peor» que aquella dictadura. Curiosamente, estos sentimientos son más comunes entre los mayores de 75 años y los menores de 24, quienes miran con mejores ojos ese controvertido régimen. Españoles, Franco ha muerto…pero no del todo.

    El historiador griego Polibio desarrolló hace siglos la teoría de anaciclosis, que describe una sucesión cíclica de regímenes políticos basada en la tendencia de todo sistema político a degenerar con el tiempo. Según esta teoría, el ciclo político consta de seis etapas que se suceden cuando un régimen se corrompe o entra en crisis: monarquía (gobierno de un líder virtuoso), que degenera en tiranía (abuso de poder); aristocracia (gobierno de un grupo virtuoso) que se convierte en oligarquía (gobierno en beneficio propio); democracia (gobierno del pueblo que intenta corregir excesos), que degenera en oclocracia (gobierno de las masas o demagogia). Finalmente, la oclocracia entra en crisis y el ciclo comienza de nuevo con una monarquía.

    Siguiendo esta teoría, el actual gobierno socialista y marcado por la corrupción en España parece estar en una oclocracia en desmoronamiento, evidenciado en las frecuentes noticias sobre corrupción y la desconfianza y vergüenza del ciudadano.

    En nuestro país también se perciben los efectos de una crisis democrática, reflejada en el debilitamiento institucional, la desconfianza social y la afectación a la gobernabilidad. En ocasiones, parece que más que un régimen democrático, gobierna un reinado. Líderes no convencionales han logrado convencer a sus conciudadanos de que un líder fuerte debe concentrar el poder estatal para el bien del país. Esta nueva generación de líderes, que ha emergido en la última mitad del siglo XX y consolidándose en los primeros veinte años del nuevo siglo, son los «nuevos reyes».

    Pero ¿cómo se define esta nueva raza de reyes modernos?

    Una de sus principales características es la centralización del poder en una sola persona, responsable última de las decisiones políticas importantes. Sin embargo, el rey moderno y la democracia no son excluyentes. El sistema puede mantenerse, pero cambia la forma en que se distribuye el poder.

    Otra característica clave del rey moderno es su imagen. Lee Kuan Yew, uno de los primeros reyes modernos y primer ministro de Singapur (1959-1990), construyó una imagen de líder fuerte, eficaz y visionario, capaz de transformar su país. Esta imagen generó confianza interna y externa, consolidando su autoridad. La imagen del poder influye en la percepción social y aceptación.

    Al pensar en la imagen del rey moderno vienen a la mente líderes como Trump, Milei y Bukele. Estos proyectan un liderazgo decidido y accesible, con una narrativa de «lucha del pueblo contra el sistema». Utilizan memes, contenido viral y respuestas rápidas para gestionar crisis y consolidar popularidad en el espacio digital. La exaltación del liderazgo personal, la escenificación del poder con elementos simbólicos y mediáticos, y la reducción de la competencia política y alternancia democrática, son rasgos del rey moderno, donde el líder se presenta como indispensable para la estabilidad y el orden frente a “enemigos” internos, consolidando una hegemonía política que tiende a ser excluyente y autoritaria.

    Finalmente, el legado es esencial para el rey moderno. El rey moderno quiere ser recordado como un líder que cambió el rumbo político y social, marcando un antes y un después. El legado es un activo político fundamental, no solo para su permanencia en el poder sino también para garantizar que su estilo y políticas perduren en la historia política de sus naciones. Pero cuidado, estos «reyes modernos» coquetean con la línea frágil que separa la democracia de la dictadura. No son dictadores en el sentido clásico, pero su concentración de poder es una señal de alerta.

  • Una selección nacional de futbol sin identidad y amor propio 

    Una selección nacional de futbol sin identidad y amor propio 

    La eliminación de El Salvador en la ruta hacia el Mundial 2026, culminada bajo la dirección de Hernán Darío  Gómez, no es solo un resultado deportivo, sino la confirmación de un fracaso que duele en lo más profundo del sentir cuscatleco. La expectativa de ver a nuestra Selecta regresar a la máxima cita, alimentada por la trayectoria mundialista del técnico colombiano, se ha desvanecido en una serie de resultados que él mismo ha calificado de «pésimos». Y no es que sea un iluso que esperaba una clasificación a la fase final del Mundial 2026 pero me parece increíble que con ese salario mensual y sus prestaciones el técnico no trabajara lo suficiente por desempeñarse de mejor manera.

    Los números de esta eliminatoria son fríos y lapidarios. Con solo tres puntos sumados en seis partidos y una diferencia de gol adversa, El Salvador terminó en el último lugar de su grupo. Más allá de las derrotas, lo que más preocupa es la imagen desdibujada de un equipo que, pese a los esfuerzos y el compromiso de los jugadores, nunca logró encontrar una identidad de juego sólida. Cinco derrotas consecutivas y ningún punto de local en el Cuscatlán es el reflejo del mal trabajo del entrenador. Desde que pidió la reducción de nuestra cancha local y nuestra dirigencia no pudo utilizar el sentido común era de esperarse que estábamos ante un invento sin ningún fundamento y como era petición de un extranjero se vio como la panacea.

    Gómez, conocido por su experiencia y capacidad para clasificar a selecciones con menos historia, no pudo replicar su magia en el banquillo salvadoreño. Es comprensible que existan problemas estructurales que trascienden al entrenador como la falta de desarrollo del fútbol local, la poca infraestructura y la intermitente ausencia de fogueos de alto nivel. De hecho, el propio entrenador ha señalado que los rivales han demostrado «mucho más trabajo» y «más capacidad». Pero cuantos meses paso sin trabajar y se fue para Colombia cobrando su salario. Cambio su discurso a medida inicio la eliminatoria.

    Si bien las lesiones, suspensiones y un calendario apretado pueden ser atenuantes, la gran crítica a la gestión de Gómez se centra en la falta de progreso visible del equipo. Después de un tiempo considerable al mando, la Selecta siguió mostrando las mismas falencias: un sistema ofensivo sin creatividad, dificultades para mantener la concentración y una fragilidad defensiva en momentos clave. Experimentamos un claro retroceso futbolístico, finalizando la eliminatoria haciendo un gran papelón. Incluso sus declaraciones posteriores a la eliminación, al negarse a hablar del equipo salvadoreño en la conferencia de prensa, añadieron una nota de controversia que tensó aún más el ambiente sin que a la fecha la FESFUT se pronuncie de semejante falta de profesionalismo como persona y como representante de la selección salvadoreña. Fue nefasto ver al entrenador y presidente de la comisión normalizadora del futbol celebrar el pase de Panamá al mundial. Ambos no le dejan nada al fútbol salvadoreño. La eliminación debe servir como un punto de inflexión. El Salvador necesita mirar más allá del nombre del próximo entrenador y enfocarse en una reestructuración profunda del fútbol nacional, desde las ligas menores hasta la gestión federativa, eliminar la corrupción y tanto vividor de la estructura del futbol.

    Ahora los jugadores no se encuentran libres de responsabilidad, se les vio dentro del terreno de juego sin amor por la azul y blanco, sin identidad como jugadores, sin ambición de esperar al menos un contrato individual. Goles en contra dignos de juegos intramuros de colegios. Jugadores sin alma y sin sangre más pendientes de cobrar sus viáticos.

    Desde esta columna siempre expreso mi opinión de manera categórica y contundente, la contratación de Gómez fue un error, no se puede vivir de glorias pasadas. Un entrenador salvadoreño le hubieran pagado menos y hubiera hecho un mejor papel, los pocos exitos internacionales nos lo han brindado salvadoreños, excepto México 1970. ¿No es el entrenador, que proyecto y planificación tenemos para los próximos veinte años? Se requiere un plan de desarrollo y esperar resultados a largo plazo. No para el mundial 2030. Continuar con Gómez sería continuar con un absurdo. Existe una indignación colectiva ante la actitud del entrenador Gómez, quien no dudo que ya alista las maletas para viajar a Colombia cobrar diciembre 2025 sin trabajar.

    La afición salvadoreña merece una selección que compita con dignidad y que refleje un trabajo serio y constante, no solo la esperanza que se deposita en una figura. El fracaso de este ciclo es la prueba más clara de que sin cimientos sólidos, cualquier castillo de naipes, por más experimentado que sea su arquitecto, está condenado a caer.

    * Ricardo Sosa, Doctor y máster en Criminología 

    @jricardososa 

  • Rosalía 

    Rosalía 

    Alguna vez, de pasadas, leí una crónica sobre una cantante de origen catalán que cantaba flamenco; acompañaba la nota una fotografía en blanco y negro de una joven bien plantada, con cierto aire pop, en estudiada pose de promoción.

    Así que, como el flamenco, el cante jondo y en general todo lo relacionado con Al-Andalus, el Sefarad, Maimonides, el cantejondo, las bulerías, Manitas de Plata, Gipsy Kings, García Lorca, Manolete, Gitanillo de Triana, Lola Flores me son tan íntimo, me dio curiosidad por oírla cantar, ya que la presentaban como la expresión contemporánea del flamenco.

    Y vaya que es expresión contemporánea del flamenco, según los tradicionalistas, que manifestaron su molestia. Cómo si el flamenco tuviese carta de inamovilidad, porque de ser así, pues no habría bulería; además, a partir de cual momento se hizo inamovible, porque el flamenco es una evolución arrastrada con los gitanos y su errante dolor.

    No obstante mi curiosidad, por azar oí unas estrofas de Rosalía que tuve que poner toda mi atención porque no la entendía, me pareció rap, ese estilo urbano desgarbado, sin musicalización surgido en las grades urbes americanas, y luego en algunas ciudades hispanoamericanas siguiendo el compás. El rap, el reguetón lo identifico como una expresión humana básica comercializada y musicalizada, de mal gusto y totalmente vulgar.

    Además, absolutamente irrespetuoso con la mujer, inaceptable; aunque muchos defensores de los derechos humanos lo dejaron pasar, por aquello de la inclusión, el igualitarismo y el wokismo que excluye la dignidad de lo femenino. De modo que cambié la emisora con cierta decepción.

    Más estaba equivocado en mi prejuicio inicial. Rosalía es fenómeno musical, rompe paradigmas, reta lo convencional sin el recurso facilista de lo comercial o chabacano. Experimenta en los diferentes géneros, cuando canta flamenco lo hace con las tonadillas y golpeteo de las manos original, introduciendo sonoridades musicales del momento que le toca vivir, el pop y la llamada música urbana (ritmo latinoamericano surgido en Nueva York) con esa voz de soprano que posee bien cultivada y controlada, a tono con el rasgueo de las cuerdas de la guitarra que le acompaña.

    Y sí, cursó ocho años, desde su trece,  en la Escuela Superior de Música de Cataluña, vocalización, escritura, guitarra, piano, posturas y flamenco. ¿Y por qué el flamenco en la Coruña? Pues por la cantidad de emigrados de Andalucía y su entorno, de los cuales todos sus amigos de infancia y juventud procedían de la tierra del flamenco, y algo se le pego, por fortuna para ella, y sus seguidores.

    El hecho es que para atrapar mi atención y echar por tierra todos mis prejuicios iniciales, leo unas declaraciones del Cardenal José Tolentino de Mendoza de la Iglesia católica de Portugal, donde afirma  “Rosalía revela la sed espiritual del arte contemporáneo. Su obra, capta la necesidad que existe en la sociedad de «fomentar una vida interior y de valorar la experiencia religiosa”.  Y agregó, “Cuando una creadora como Rosalía habla de la espiritualidad quiere decir que ella capta una necesidad profunda de la cultura contemporánea de acercarse más a las razones espirituales, de fomentar una vida interior, de valorar la experiencia religiosa como una experiencia fundamental, un ingrediente fundamental en la construcción de lo humano”.

    Declaración que hizo al referirse a la presentación que hizo la artista a su ultimo disco que tituló LUX, entre el cual destaca Berghain, cantada en cuatro idiomas,  acompañada por la Orquesta y Coro de la Sinfónica de Londres.

    Fue allí donde nació mi verdadera curiosidad sobre la joven artista, no solo de la voz, sino en la creatividad en la escena y la letra de sus canciones compuestas en cortante juego de palabras que narran episodios, sentimientos, bajezas y grandezas de lo humano. Poesía, poesía de nuevo cuño, diría. Juego de palabras acusatorias, redimidas, espirituales, ansiedades, dudas, lo humano y lo divino, lo blanco y lo negro, el bien y el mal. La necesidad de lo espiritual ante el vacío existencial.

    Las trascendencia divina que es la perfección, ante la realidad de su creación que es imperfecta, débil, transgresora, sometida a tentaciones, negaciones e incomprensiones, pero humana. La religión no como regla de conducta rígida, inapelable y de obediencia, sino interpretada o asumida como relación de lo humano con lo divino, lo espiritual con lo carnal, sin exclusión. Todo ese conjunto que ha conmovido los cimientos de la propia fe, la existencia de lo divino, donde aparece un Sigmund Freud al lado de San Francisco para intentar explicar la naturaleza el hombre.

    A esta joven catalana de temple andaluz hay que escucharla detenidamente, gozar su ritmo y disfrutar del espectáculo con el que se rodea en cada uno de sus conciertos, casi con vida propia,  seguirle la pista; porque además, no ha dejado de ser la joven sencilla que fue en su infancia que ahora a sus 33 años y juventud, revoluciona  el concepto mismo de la interpretación, es   igualmente una empresaria estupenda que sabe lo que es y representa. Vale la pena no solo oírla y observar musicalizar su poesía a ritmo de pop o de flamenco contemporáneo, sino aceptar el reto de reflexionar sobre lo divino frente a lo humano, que ha sido una constante en el hombre desde su creación.

    *Juan José Monsant Aristimuño, diplomático venezolano, fue embajador en El Salvador