Categoría: Opinión

  • Leer o desaparecer: la crisis silenciosa de la lectura

    Leer o desaparecer: la crisis silenciosa de la lectura

    Sí, Alfonso, tengo varios libros en mi casa, aunque para serle sincero, están acumulando polvo. ¿Y eso, por qué? Le pregunte a mi amigo, quien vive en San Miguel. En realidad, no leo libros, me dijo, sino solamente sus resúmenes que encuentro en el internet. Pero entonces lo que usted lee es la interpretación del autor del libro por otra persona, le contesté, no hay una comunicación directa entre usted y el escritor, lo cual me parece una verdadera lástima.

    A nivel global, las tendencias recientes muestran un declive en la lectura por ocio en muchos países, con un promedio aproximado de 6 libros por persona al año (en un rango plausible de 4 a 8). En Latinoamérica —incluyendo Centroamérica— el promedio anual oscila entre 3 y 5 libros, por lo que un valor razonable para toda la región podría situarse alrededor de 4 libros por persona. En el caso específico de Centroamérica, aunque no existen datos recientes y sólidos que abarquen todos los países, es probable que el promedio se ubique en la parte baja del rango (2 a 4 libros al año), debido a factores como el menor acceso a materiales, las bajas tasas de lectura habitual y otros condicionantes.

    En contraste, países con una tradición lectora más consolidada, como España, registraron en 2023 un promedio de 10.2 libros leídos por persona de 14 años o más. En ese mismo grupo, alrededor del 64–65% declaró leer libros por placer en su tiempo libre.

    En lo personal, me apasiona la lectura: sentir su música y su ritmo, grabar en mi mente lugares, personajes, sentimientos y emociones. Leer es viajar con la imaginación a otras épocas y culturas, en un vuelo de letras que despiertan la mente. Suelo leer cada tarde, a veces acompañado por una copa de vino tinto, añejo y profundo, de sabores y colores nacidos en la Ribera del Duero. Sabor, música y color: qué deliciosa es la lectura.

    ¿Por qué es importante la lectura?

    Los sabios y pensadores coinciden en que la lectura es fundamental para el desarrollo humano. Escritores como Umberto Eco y Pablo Neruda, así como pensadores como Joseph Addison, han resaltado sus múltiples beneficios para el crecimiento personal y la comprensión del mundo. Leer fortalece las conexiones neuronales y mantiene la mente activa, lo que ayuda a prevenir el deterioro cognitivo. En una población que envejece, como la salvadoreña, la lectura debe convertirse en una herramienta esencial para mantener la mente del adulto mayor ejercitada y despierta.

    La lectura también mejora la concentración y la memoria; amplía la capacidad crítica al enfrentarnos con distintas ideas y perspectivas, y potencia el análisis al comparar y reflexionar. Al mismo tiempo, enriquece el vocabulario, mejora la ortografía y refuerza la gramática. Leer bien se traduce en escribir y hablar mejor.

    Pero la lectura no solo impulsa el desarrollo cognitivo, también estimula el desarrollo emocional y la empatía. Al entrar en la mente de otros personajes o culturas, el lector comprende mejor las emociones y perspectivas ajenas.

    A nuestros políticos —con su evidente falta de cultura y su profundo énfasis en el dorianismo del buen vestir y los lujos— les convendría leer un poco más. Es evidente, por su forma de pensar y debatir, por su léxico y su discurso frenético, que su promedio de lectura está por debajo de la media nacional.

    La lectura, amigos políticos, fomenta el pensamiento crítico y democrático, al mismo tiempo que promueve la tolerancia. Es una lástima que el debate político en nuestro país se reduzca con frecuencia a insultos y descalificaciones mutuas. Leamos más, señores, y transformemos el discurso hacia uno constructivo, por el bien de El Salvador.

    “La lectura no solo enseña a pensar, sino a sentir y a ser libre.”

    Recuerdo mi niñez observando a mi héroe con un libro entre las manos. Mi padre, desde muy temprana edad, fomentó en mí el hábito de la lectura. Aún guardo en la memoria las páginas de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, con su enigmático y misantrópico capitán Nemo. Cómo olvidarlo. Mi padre me rodeó del autor francés y sus obras, y a través de ellas viajé a lugares insospechados, llenándome de sus miedos, aventuras y emociones, hasta volverme un adicto a la música de las letras.

    El hogar, la escuela y la comunidad son los espacios donde se cultiva el hábito de leer. Ahora que contamos con un nuevo liderazgo en el Ministerio de Educación, sería importante formular estrategias y planes concretos para fomentar la lectura entre nuestros niños y jóvenes. Es una tarea esencial para el desarrollo intelectual y cultural de nuestro país.

  • Halloween: el disfraz de las maldiciones espirituales

    Halloween: el disfraz de las maldiciones espirituales

    Cada 31 de octubre el mundo entero celebra con entusiasmo una de las fiestas más difundidas de la cultura moderna: Halloween. Las calles se llenan de niños disfrazados, luces naranjas, calabazas talladas y un aire de aparente inocencia. Pero detrás de esa fachada colorida y comercial se oculta una realidad espiritual que pocos se atreven a reconocer: Halloween no es una fiesta inofensiva, sino una estrategia de las tinieblas para activar maldiciones espirituales bajo el disfraz de tradición y cultura. El apóstol Pablo advirtió que Satanás “se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14)

    Y precisamente en ello radica su astucia: hacer pasar por inocente lo que tiene raíces en la oscuridad. Halloween proviene del antiguo festival celta “Samhain”, dedicado a honrar a los muertos y a celebrar la supuesta conexión entre el mundo espiritual y el terrenal. Con el paso del tiempo, esa conmemoración se mezcló con otras prácticas paganas y fue absorbida por la cultura occidental. Lo que alguna vez fue un ritual de invocación se transformó en una “fiesta infantil”, pero su esencia permanece intacta: abrir puertas espirituales a fuerzas contrarias al Señor Jesucristo.

    La Biblia enseña que las maldiciones no llegan sin causa: “Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa” (Proverbios 26:2). Cuando una persona se asocia con símbolos, prácticas o celebraciones que exaltan la muerte, el miedo o la brujería, se alinea con los valores del reino de las tinieblas. Esa alineación —aunque parezca trivial o cultural— crea un punto de contacto espiritual que otorga legalidad al adversario para operar. Deuteronomio 18:10-12 es contundente al advertir que toda forma de hechicería, adivinación o invocación de muertos es abominación para Dios. No existe versión “inofensiva” del ocultismo.

    El enemigo, sin embargo, ha logrado vestir el mal de cultura, el pecado de diversión y la idolatría de entretenimiento. Así, muchos padres, sin mala intención, permiten que sus hijos participen en esta festividad, creyendo que es un simple juego, cuando en realidad están introduciendo sus hogares en una atmósfera de tinieblas. Las maldiciones operan en distintos planos. Primero, contaminan la mente, porque todo acto simbólico tiene una repercusión espiritual. El que se disfraza de demonio o de muerto no solo adopta una imagen, sino que asume temporalmente una identidad simbólica contraria a la de un hijo de Dios.

    En el ámbito espiritual, esa identificación concede terreno al enemigo, pues lo que el hombre celebra, termina modelando su espíritu. En segundo lugar, las maldiciones pueden arraigarse generacionalmente. Cuando los padres normalizan la oscuridad, sus hijos crecen creyendo que lo macabro es divertido y lo sagrado es aburrido. El Señor advirtió en Éxodo 20:5 que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que le aborrecen. Esa herencia no es solo moral, sino espiritual. Introducir Halloween en el hogar es sembrar semillas de confusión que pueden florecer en formas de temor, depresión o fascinación por lo oculto.

    Finalmente, las maldiciones también se manifiestan a nivel territorial. Cada año, mientras muchos celebran sin discernimiento, en diversas partes del mundo los grupos satánicos realizan rituales de consagración, invocación y sacrificio. Halloween es para ellos una fecha de poder espiritual. Es un tiempo de “reclamación”, donde buscan fortalecer su influencia sobre regiones enteras. No es casualidad que después de estas fechas aumenten los reportes de suicidios, violencia, y perturbaciones espirituales. Donde se celebra la muerte, se debilita la vida; donde se glorifica la oscuridad, la luz se apaga.

    El mundo moderno ha convertido Halloween en un producto cultural. Se le ha despojado de su significado original y se ha revestido de marketing, dulces y películas infantiles. Pero detrás de cada símbolo —la calabaza iluminada, la escoba, el gato negro, la sangre falsa— subsiste una burla hacia realidades espirituales que toman en serio sus invocaciones. El objetivo de Satanás no es que el hombre adore abiertamente a los demonios, sino que los trivialice; que el mal parezca inofensivo, y que la santidad parezca exagerada. El apóstol Juan escribió: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

    Participar de Halloween, por inocente que parezca, es cooperar con ese sistema. Por eso la exhortación bíblica es clara: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:11). La Iglesia de Cristo no puede ser espectadora pasiva de esta deformación espiritual. Debe ser luz, voz profética y muro de contención frente al avance de la oscuridad. Lo único que puede contrarrestar esa maldición es la sangre del Señor Jesucristo. Él “nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13).

    Esa redención rompe toda cadena heredada y toda influencia demoníaca. Pero la redención no se conserva participando en las obras del mundo, sino separándose para Dios. La santidad no es restricción: es una muralla espiritual que protege. Este tiempo demanda discernimiento. El cristiano no puede servir a dos señores ni jugar con aquello que el Señor Jesucristo vino a destruir. La llamada “noche de brujas” es, en realidad, una noche de tinieblas espirituales, y quienes la celebran inconscientemente declaran pacto con lo que aborrece Dios.

    Frente a esa realidad, el pueblo de Dios debe despertar. No basta con no participar; es necesario interceder, enseñar y proclamar la verdad. Que en cada hogar cristiano se levante un altar de adoración, una lámpara de oración y una palabra de autoridad que declare: “Jesucristo es Señor sobre nuestra casa, sobre nuestra ciudad y sobre esta generación”. Halloween es el disfraz con que las tinieblas buscan entrar a los hogares del siglo XXI. Pero donde hay luz, la oscuridad huye. Que esta fecha no te encuentre disfrazado de muerte, sino revestido de vida, proclamando que ninguna maldición puede prevalecer donde el nombre del Señor Jesucristo ha sido entronizado.

  • La paz de los vencedores

    La paz de los vencedores

    Las fuerzas militares de Israel han obtenido dos victorias y una derrota en cuanto a Gaza se refiere. Derrotaron a Hamás y por eso exigen su rendición, en boca de Netanyahu o de Trump, que es casi lo mismo.

    También han obtenido la victoria en su guerra contra los palestinos en Gaza. Los han ametrallado, los hanbombardeado, les han cortado los suministros, hanrealizado toda clase de hechos criminales para llevar a los palestinos a la edad de piedra. Sin embargo, la derrota de los palestinos en Gaza sabe a amargo, porque haber asesinado a tantos niños, haberlos dejado mutilados, haberles causado lesiones mentales de por vida no es algo de lo que puedan sentirse orgullosos los militares israelíes. Esa factura queda ahí, entre los escombros, pero en algún momento habrá que pagarla. Netanyahu se imagina que no, y argüirá que son gajes del oficio de guerrear. Pero no. Ese atropello es injustificable.

    Y por esa ‘gran’ victoria contra las niñas y los niños palestinos de Gaza que han sido inmolados es que el proyecto aniquilador de los militares israelíes ha alcanzado una derrota política. Que se niega y se negará Netanyahu a aceptar, pero que no se podrá quitar de encima.

    La solución de los dos Estados (Palestina e Israel)es el único camino que existe para alcanzar la estabilidad en Medio Oriente.

    El Plan de Paz que Trump ha enarbolado, en una cabriola de última hora, ―porque él apoyó y apoya el proceder del ejército israelí en Gaza, es decir, formaba parte del bando de los que aplastaron a los gazatíespalestinos― tiene sus luces y sus sombras. Y cuando ya la condena mundial contra los halcones israelíes toma vuelo, pues el presidente norteamericano salta la barda y aparece con un Plan de Paz bajo la chistera.

    ¿Ese Plan de Paz conducirá a la solución de los dos Estados? Sí, si no estuvieran ausentes los plazos y losmecanismos concretos para la constitución del Estado palestino desde el primer momento. Este Plan de Paz, que en realidad habría que llamar el Plan de Trump, huele a oferta de almacenes en liquidación.

    Está explícito en ese plan la disolución de Hamás, y parece que no hay mayor discusión sobre eso. El asunto es que Trump, en su plan, está dejando para nunca jamás, ¡en el aire!, la conformación del Estado palestino. Que es por donde se debería comenzar.

    Si Trump quisiera de verdad hacer una contribución decisiva a la paz debería dejar que Naciones Unidas se encargara, eso sí, que los gobiernos de Estados Unidos, Francia y demás monitorearan el proceso. De lo contrario, se estaría dejando en manos de los vencedores el Plan de Paz. Y eso significaría que los palestinos serían testigos mudos y resignados de las decisiones que Trump (y Netanyahu por descontado) adopte. Ya antes Trump había dicho que quería convertir Gaza en una ribera, donde florecerían el comercio y el turismo. Obvio, Trump es un comerciante y solo de ese modo puede pensar.

    ¿Se puede confiar en Trump? No. Porque cambia de opinión según el humor con el que amanece. Un día se va a Alaska y le pone la alfombra roja a Putin y al siguiente día está despotricando contra él.

    Seguir postergando la solución de la conformación del Estado de Palestina sería el mayor yerro que se pueda cometer en este momento. Estados Unidos lo puede hacer porque Hamás ha sido derrotado, los palestinos de Gaza han sido apabullados y aniquilados de un modo indiscutible y porque los palestinos de Cisjordania están paralizados y porque los países árabes dejaron solos a los palestinos.

    Que sea Donald Trump quien ponga la mesa, sirva a los comensales y además deguste los platos, ¡y todo al mismo tiempo!, no deja de ser anómalo en el caso de la situación de los territorios correspondientes a Palestina. Casi que Trump, en una recreación del modelo colonial, sería una suerte de ‘rey’ en Palestina, y por eso quiere nombrar al ‘virrey’ (para que vea el día a día), y todo indicaría que eso recaería en la persona de Tony Blair.

    Con ese Plan de Trump, donde los palestinos no han sido consultados y más bien se limitan a reaccionar casi con automático optimismo (puesto que salir de ese infierno que ha generado el ejército israelí resulta de una urgencia impostergable), no es seguro alcanzar la paz firme y duradera. Sin embargo, no hay que dejar de señalar que la paz para Palestina no podrá alcanzarse si solo los vencedores (y sus patrocinadores) son los que decidan todo y donde los asuntos cardinales quedan flotando en el aire.

    *Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones

  • El “modelo”

    El “modelo”

    Cuando se firmó el acuerdo inicial de la negociación entre las partes beligerantes para terminar el prolongado conflicto militar que tuvo lugar en nuestro país de enero de 1981 a enero de 1992, aún estaba fresca la sangre derramada por la población civil no combatiente y las tropas de los bandos enemigos durante la mayor ofensiva insurgente lanzada en noviembre de 1989.

    Antes de comenzar esa confrontación armada, El Salvador había sido escenario de una guerra sucia estatal contra su gente –organizada o no– y de la guerra de guerrillas desatada por grupos rebeldes durante la década de 1970, previo a su unificación en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Sumido en esa crecida vorágine de dolor y muerte sucedida hace 36 años, un hecho crucial para definir el rumbo del país fue sin duda la masacre consumada por miembros del ejército gubernamental en la residencia jesuita ubicada dentro de la casa de estudios superiores de dicha congregación.

    En ese entonces yo residía en México. Nunca hubiera imaginado que llegaría a ocupar el lugar de Segundo Montes, uno de los seis curas asesinados durante ese repudiable suceso aún impune, en la dirección del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (IDHUCA). Pero así fue. Tomé posesión del cargo el 6 de enero de 1992, diez días antes de suscribirse el compromiso final de paz en el Castillo de Chapultepec ubicado en el fenecido Distrito Federal del país hermano. Con este concluía la discusión de los temas sustantivos fijados para alcanzar el alto al fuego en nuestra tierra.

    El primero de dichos convenios fue suscrito en Ginebra, Suiza, el 4 de abril de 1990. Hace ya más de 35 años, en presencia del entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas: Javier Pérez de Cuéllar. Respondiendo a la solicitud de los presidentes centroamericanos de la época y por mandato del Consejo de Seguridad del organismo internacional que encabezaba, este diplomático peruano asumió ser el auspiciador de un proceso que tendría como objetivos esenciales –además de poner fin a los combates entre los bandos enfrentados– democratizar el país, garantizar el irrestricto respeto de los derechos humanos y reunificar nuestra sociedad, sin precisar cuándo había estado “unida” ni cuándo se rompió tal condición.

    A estas alturas de nuestra historia, es posible asegurar que el primero de esos componentes del proceso pacificador se cumplió casi impecablemente. Que yo sepa, nunca se disparó un proyectil desde uno de los bando enfrentados  contra alguien hasta hacía poco considerado enemigo. No obstante, hubo asesinatos de algunos dirigentes políticos de izquierda como –por ejemplo– el de Francisco Velis el 23 de octubre de 1993 y el de Mario López el 9 de diciembre del mismo año; también se registraron un par de atentados contra María Marta Valladares, más conocida como Nidia Díaz. Estas víctimas eran dirigentes del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), una de las organizaciones integrantes del FMLN, lo que generó la sospecha de que dichos actos criminales tuvieron que ver con venganzas de ciertas familias pudientes afectadas por ese grupo guerrillero durante el conflicto materializadas por “escuadrones de la muerte”.

    Pero los otros tres ingredientes de la fórmula pacificadora no se concretaron y por eso falló el “modelo”, pues la democratización y el respeto de los derechos humanos ayer y hoy debe trascender las formas. No basta que periódicamente la gente acuda a votar por candidatos impuestos desde la cúpulas de los partidos políticos y los dueños de estos, para hablar de lo primero. Eso fue lo que ocurrió en El Salvador de la posguerra y ocurre aún. Tampoco debimos darnos por bien servidos con el cese de las prácticas sistemáticas de graves violaciones de los derechos humanos por razones políticas, tanto estatales como guerrilleras. Su respeto irrestricto –tal  como se formuló en el Acuerdo de Ginebra– abarca también los derechos económicos, sociales y culturales así como los llamados derechos de “la tercera generación”, entre los cuales cabe mencionar el derecho a un medio ambiente sano y ecológicamente equilibrado.

    En los años más recientes, las muertes violentas intencionales se redujeron tras el baño de sangre de aquel último fin de semana de marzo del 2022; luego se instaló, para quedarse, el régimen de excepción del “bukelato” que ya sobrepasó los tres años y medio de “normalidad”. ¿Es ese el “modelo” bajo el cual deberemos subsistir o será más bien el de Romero, descrito en algún momento por “Chema” Tojeira? El “estructuralmente solidario, comprometido con la justicia y el cambio social, precisamente en estos nuestros días de desprecio y olvido de los pobres”. Este última es, en definitiva, el gran desafío.

  • El café y su legado en El Salvador

    El café y su legado en El Salvador

    Gracias a la Organización Internacional del Café (OIC), cada 1 de octubre se celebra el Día internacional del café. En esta ocasión hago reflexión sobre la importancia del café en el territorio salvadoreño.

    Es de reflexionar que los cafetales representan uno de los pocos bosques que nos quedan. Si fuimos uno de los exportadores pujantes de la región, sería recomendable que haya políticas públicas para empoderar más a la caficultura salvadoreña. El gobierno actual está haciendo su esfuerzo. Sin embargo, ¿qué se puede hacer si un finquero decide vender su finca o termina lotificándola?

    La caficultura ha tenido discursos de odio y de bonanzas, exhorto de odio debido a que hubo un momento histórico en el que pocas familias, exactamente 14, tenían el control político y económico en todo el territorio nacional. Luego, con las reformas políticas, vino la reforma agraria y todo cambió. De una forma u otra, la caficultura significó y continúa, aunque en menor escala, siendo el bastión del desarrollo económico del país.

    Gracias al café se construyó el emblemático Palacio Nacional, el Teatro de Santa Ana, el hospital Rosales, entre otros. La economía salvadoreña estaba bien, especialmente en los años en el que se bautizó al café como “Grano de oro”. Lástima que muchos cafetales estén desapareciendo.

    Son seis cordilleras cafetaleras que serpentean con su magia el territorio salvadoreño. Cuando visitaba La Unión; ya que, mi esposa es de esa ciudad, pregunté si en las faldas del volcán de Conchagua cultivaban café, eso debido a la altura. Me comentaron los oriundos del lugar que existió una finca grande en ese lugar.

    No soy ingeniero agrónomo; sin embargo, estudié un diplomado en Mayordomo de fincas cafetaleras en el extinto PROCAFÉ; además, realicé una investigación titulada: La caficultura de El Salvador y su resiliencia ante el cambio climático, precios internacionales y la falta de apoyo. Una crisis anunciada que se debe superar, la cual está en el repositorio del Instituto Salvadoreño del Café y en el repositorio de la Universidad de Sevilla (https://idus.us.es/items/f9a074f3-7e1d-45c2-9dec-b7d1b2f5b6ff).

    Quizá en estos momentos los precios del café a nivel internacional dan un respiro para los que nos dedicamos a la caficultura; aunque, hay factores como: las plagas, el encarecimiento de los pesticidas y fertilizantes, y el cambio climático que dificultan tener una finca bien cuidada. Nos ha tocado ser resilientes.

    Vuelvo a felicitar al Ministerio de Agricultura y Ganadería por el programa de Resiliencia Climática el cual beneficia a miles de pequeños agricultores, caficultores y hortícolas. Muchos cafetaleros con fincas pequeñas han revitalizado sus propiedades.

    En otro contexto, es de preocuparse el impacto negativo que está haciendo el cambio climático, en LA PRENSA GRÁFICA (3/04/2025) publiqué lo siguiente: El cambio climático está avisando que, en el futuro, será difícil cultivar café en las zonas bajas del país. Según Coffee Under Pressure (CUP): “… para 2050 las áreas aptas para el cultivo se concentrarán entre los 1,200 y 1,700 metros sobre el nivel del mar.…”.

    Cada año se va perdiendo el bosque cafetalero, somos menos de 19 mil caficultores según la Asociación Cafetalera de El Salvador. Lo importante es que contribuimos al medio ambiente, a la protección de la flora y fauna. En conclusión, ayudamos al ecosistema. Según datos, el café va perdiendo terreno, en el 2010, se cultivaban 217,000 manzanas. En el ciclo 2022-2023, el Instituto Salvadoreño del Café reportaba que el parque cafetalero era de 170,569 manzanas.

    Es momento de creer en la caficultura, en darle la oportunidad para que vuelva a ser uno de los principales rubros de la economía del país. Hemos sido resilientes, y todos los que estamos en el rubro de la caficultura sabemos de la importancia que tiene (…); además, el Gobierno está colaborando y, sin ver colores políticos y los diferentes sectores de la caficultura, le está dando respiro a este sector.

    Felicidades a todos los caficultores salvadoreños que hacen un gran esfuerzo para mantener uno de los pocos bosques que nos quedan.

    *Fidel López Eguizábal es docente e investigador Universidad Nueva San Salvador

    fidel.lopez@mail.unssa.edu.sv

     

     

  • Ante un mundo cambiante, la fragilidad nos vuelve humanos

    Ante un mundo cambiante, la fragilidad nos vuelve humanos

    Todo está cambiando, nada permanece, es norma de vida. Por sí mismo, vivir es mudar de aires. Está bien anidar recuerdos que potencian la cátedra viviente, pero tampoco podemos quedarnos en el pasado, hay que hallarse en el presente para reencontrarnos con el futuro. Ciertamente, somos frágiles, pero el potencial es inmenso, además de que podemos compartir mutuamente las debilidades con nuestros análogos. Este acompañamiento puede ser fructífero sí, todas las partes, han experimentado la filiación y la fraternidad de pulsos. Por cierto, cuidar a los cuidadores va a ser esencial, ante el cúmulo de soledades impuestas; precisamente, es el darse y el donarse lo que nos hace actuar bien y sentirnos mejor.

    La sociedad debe apresurarse a atenderse y a entenderse, sobre todo a sus ancianos y niños. Indudablemente, estamos llamados a acoger el magisterio de la fragilidad, al menos para realizar una reforma indispensable en nuestra civilización, pues la exclusión afecta a todas las etapas de la vida. Sin duda, tenemos que ser más corazón que coraza y, de igual forma, más poesía que poder. Únicamente así, podremos reivindicar la necesidad de invertir en una economía del cuidado resiliente e inclusiva, incluido en el desarrollo de sistemas de cuidados y apoyo sólidos. En efecto, el crecimiento de la población y su envejecimiento, cuando menos debe hacernos repensar sobre la prestación de asistencia y acogida, favoreciendo una promoción humana integral de la persona.

    Ojalá nos ponga en acción el gesto humilde de la donación, un espíritu donante que parte y comparte. Tal vez, sería curativo, volvernos poetas en guardia permanente para revolvernos contra el egoísmo, poder salir de nosotros mismos e inclinarnos con amor hacia toda fragilidad. Desde luego, a poco que nos adentremos en nuestro interior, percibiremos que, si damos aliento, nosotros incluso hallaremos níveos soplos en los desalientos. De hecho, precisamente en la flaqueza, descubrimos quién nos vela y quién está con nosotros; máxime en un momento en que la impunidad ha permitido décadas de atrocidades. Bajo esta sombra nos hacemos fuertes, no con la ilusoria pretensión dominadora o de autosuficiencia, sino con la fortaleza de hacer humanidad y de sentirnos humanitarios.

    No tengamos miedo a la novedad, tan sólo ama, y verás que el mundo es distinto. Si a esta innata pasión auténtica, la completamos con reformular la enseñanza como una profesión colaborativa, respaldada por políticas, prácticas y entornos que valoran el apoyo mutuo, la experiencia participada y la responsabilidad conjunta, además de percibir que el ser humano vive de los cambios, nos daremos cuenta de que el mayor hallazgo pasa por hacer familia. Por ello, es vital conocerse y reconocerse en los lazos de unidad, porque ninguno puede desligarse realmente de nadie. Nada, por consiguiente, de lo que ocurra a las personas nos debe resultar ajeno, en un orbe cada vez más dominado por la dimensión tecnológica, desfigurando el encuentro entre corazones.

    Quizás debamos volver a la mar a reparar las redes vivenciales, volverlas menos virtuales y más físicas, para que nuestras propias miradas acaricien los vocablos del alma y donen luz, que nos liberen de las sombras. Hoy más que nunca, nos hacen falta mallas, que nos hagan redescubrir la belleza de lo auténtico, por vías menos digitales y más de escucha, donde ninguna burbuja de filtros pueda apagar la voz de los más indefensos. No olvidemos que el trabajo humanitario es una obligación moral, que todos debemos ejercitarlo, como hoja de servicio, de nuestro paso por este mundo injusto, que arde de inhumanidad y deshumaniza vínculos. Hacerse cargo, pues, del presente en su situación más angustiante, y ser capaz de injertarle dignidad, es la mejor opción a cultivar. ¡Hagámoslo!

  • Día del Niño

    Día del Niño

    La infancia no solo es la mejor época de nuestra existencia, sino también es la etapa que marca para siempre nuestras vidas. Los psicólogos aseguran que es en la (primera) infancia cuando los niños comienzan a moldear su personalidad y a acumular experiencias y recuerdos inolvidables, por lo cual sus vivencias deben ser positivas e idealmente llenas de amor y comprensión en un contexto social idóneo.

    Técnicamente la infancia llega hasta los 17 años. Desde que somos concebidos hasta el fin de nuestra niñez, la familia, la sociedad y el Estado están obligados a proteger y llenar de valores a los futuros ciudadanos, garantizando el acceso a la salud, educación, alimentación, techo, abrigo y sano esparcimiento.

    Los adultos estamos obligados por deber y humanidad a llenar de gratos momentos la vida de los niños. El periodista y pensador estadounidense Robert Brault dijo alguna vez: “La risa de un niño es la música más hermosa del mundo” y vaya que tuvo razón. Los adultos estamos obligados a convertir en un carrusel de alegría la vida de los niños para que ellos, como futuros ciudadanos, lleguen a ser personas valiosas para la sociedad.

    La destacada novelista de suspenso, la inglesa, Agatha Christie señaló que a todo adulto útil lo mejor que le sucedió es haber tenido una afortunada infancia feliz, lo cual es un derecho con el que nacemos.  Idealmente ningún niño debe vivir la frustración de ser infeliz. Su mundo debe estar lleno de sueños e ilusiones, deben desarrollarse sin preocupaciones y con la seguridad de un futuro promisorio, donde prevalezca la paz, la libertad, la justicia y las oportunidades de una vida llena de calidad.

    El dramaturgo de origen checo Tom Stoppard asegura que la infancia es un estado de ser y no un mero preludio del futuro, e insta a los adultos a no perder la capacidad de asombrarse y alegrarse ni perder la perspectiva de la infancia, pues se debe de llevar siempre la vitalidad y la esencia de uno mismo. “Si se lleva la infancia consigo, nunca se envejece”, acotó.

    Todo adulto debe recordar su infancia con una sonrisa y amor por los suyos. Sacar del baúl de los recuerdos un abanico de experiencias y revivirlas con una mueca de alegría y satisfacción, eso es sinónimo de felicidad vinculada a una sana convivencia. Todo adulto debe recordar los consejos y el trato primoroso de nuestros padres, abuelos y los adultos de entonces, las aventuras fantásticas de nuestro mundo de juegos y creativo, nuestros compañeros y maestros de nuestra primaria y la libertad de nuestros sueños.

    Muchos tuvimos el privilegio de criarnos en hogares estables, con el primor y la protección de nuestros padres y con acceso a la salud, educación, alimentación y todo lo básico. Con carencias, algunas más que otras, pero fuimos felices deseando llegar a adultos. Crecimos con la intrepidez de nuestro ignorancia y atrevimiento. Y sobrevivimos. Fuimos felices y hoy añoramos aquella época que no volverá pero que estamos obligados a replicar en nuestros hijos, nietos y la niñez en general.

    La niñez merece todo lo mejor, nuestro esfuerzo como Estado, sociedad, familia y ciudadanos debe encaminarse a generar mejores las condiciones de vida para estos seres que más que el presente, son nuestro futuro, un futuro inmediato que debemos garantizarles próspero, justo, libre, pacífico, tolerante y con un medio ambiente propicio para vivir.

    En El Salvador, por decreto legislativo, cada 1 de octubre se celebra el día del niño (niñez y adolescencia). La fecha coincide con la conmemoración de la Declaración de los Derechos de los Infantes, aprobada por la Organización de las Naciones Unidos (ONU) el 1 de octubre de 1959. La declaración es el instrumento jurídico de mayor alcance al ser suscrita por 193 países, entre ellos el nuestro.

    Un cartel llevado en una marcha por los derechos de la niñez textualmente nos recordaba “La niñez es para jugar y estudiar… no al trabajo infantil”. A eso yo le agregaría que tampoco es para sufrir discriminación o cualquier forma de maltrato. Los niños no deben ser maltratados por nadie de ninguna forma. El trabajo infantil es un modo de maltrato y en el país, aunque en el sector de la construcción y azucarero ya desapareció el trabajo infantil, todavía hay decenas de miles de niños y adolescentes que viven en el mundo laboral.

    Un informe del Ministerio de Trabajo y del Sistema de Información del Mercado Laboral (SIMEL) señala que hasta 2023 en el país había 79,094 niños y niñas trabajando. De esa cantidad el 70 por ciento en la zona rural. La cifra, según lo estima el mismo informe, está desestimado en el sector del trabajo doméstico. Los datos indican un crecimiento sostenido, ya que alrededor de 3,000 trabajos infantiles se suman por año. Esto hay que revertirlo.

    Obviamente es la pobreza el principal factor que promueve el trabajo infantil. Los niños que trabajan tienen dificultades para acceder a la educación formal y muchos se exponen a los peligros de la actividad que realizan, sin tomar en cuenta la discriminación salarial, el abuso en todo sentido y la pérdida al derecho del sano esparcimiento.

    Hoy, cuando en el país celebramos el Día del Niño (niñez y adolescencia) debemos reflexionar si realmente estamos garantizando a nuestros niños un presente bonancible para un futuro mejor. Los adultos también fuimos niños y nunca debemos dejar de serlo. Recordemos que un adulto que sigue nutriendo a su niño interior trae consigo una luz.

    Un abrazo hoy y siempre a todos los niños de mi país, especialmente a Mateo, Rosita, Matías, Hecmar, Lucca, Angie, Isaac, Fernando, Douglas, Aaron, Estefany, Michelle, Lizzi y Andrea, así como a todos los adultos que nunca dejamos de ser niños… solo evolucionamos.

    *Jaime Ulises Marinero es periodista.

     

     

     

  • Zonas industriales e infraestructura: otro requisito indispensable para la reindustrialización salvadoreña

    Zonas industriales e infraestructura: otro requisito indispensable para la reindustrialización salvadoreña

    La discusión sobre la reindustrialización de El Salvador no puede verse como un ejercicio retórico ni como una aspiración lejana. Se trata de una necesidad concreta en un país que enfrenta el reto de superar un modelo económico centrado en la exportación de mano de obra y la dependencia de remesas, incapaz de generar suficientes empleos de calidad y de impulsar una senda sostenida de crecimiento. No sorprende, por tanto, que en junio la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI) presentara su Plan de Desarrollo Industrial El Salvador 2025-2029, en el que se destacan diez ejes estratégicos. Entre ellos, hay dos estrechamente relacionados: la creación de nuevas zonas industriales y la modernización de la infraestructura de apoyo a la producción, incluyendo carreteras, puertos y aeropuertos. Estos componentes no son novedosos, sino que remiten a un pasado en el que El Salvador logró consolidar un proceso de industrialización con impactos reales en la estructura productiva y en la generación de empleos.

    Entre 1949 y 1979, bajo el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, el país avanzó en la construcción de un aparato industrial que, aunque limitado en términos de diversificación y autonomía, transformó de manera significativa la economía salvadoreña. Una de sus principales estrategias fue la creación del polo de desarrollo de Ilopango/Soyapango, complementado con la ampliación de la infraestructura de apoyo a la producción. Este polo no surgió de manera espontánea. Su localización obedeció a factores determinantes: la cercanía con la capital, la proximidad del aeropuerto internacional de Ilopango inaugurado en 1949, el acceso inmediato a la carretera Panamericana y a la vía férrea.

    A estos elementos se sumó una inversión pública decidida en ampliar la red vial, telecomunicaciones, energía eléctrica y vivienda para trabajadores. La construcción del bulevar del Ejército y la prioridad otorgada a la zona en los planes de expansión de servicios crearon un entorno favorable para la instalación de empresas industriales nacionales y extranjeras. En pocas décadas, el área se convirtió en el parque industrial más grande del país, albergando compañías como Productos Alimenticios Diana, Embotelladora Salvadoreña, Laboratorios López, ADOC, Lido, MOLSA, Cartonera Salvadoreña, Baterías Récord, UNISOLA y decenas más que marcaron la historia productiva del país.

    La estrategia también apostó a la internacionalización temprana. En 1974 se aprobó la construcción de la primera zona franca de exportación en San Bartolo, Ilopango, que inició operaciones dos años después. Para finales de los años setenta ya alojaba catorce maquilas que generaban más de cuatro mil empleos y exportaban ensamblajes de componentes importados. Con ello, El Salvador se insertaba de manera incipiente en cadenas de valor globales.

    Al mismo tiempo, la inversión pública se desplegó en grandes proyectos de infraestructura vial: la carretera del Litoral, la modernización de la Panamericana, la construcción de la Troncal del Norte, los accesos fronterizos de Las Chinamas, San Cristóbal y Anguiatú, y la carretera hacia Comalapa, que conectó a la capital con el nuevo aeropuerto internacional. Esta red transformó la movilidad de bienes y personas, redujo costos logísticos y fortaleció la integración territorial.

    En el ámbito energético, los avances fueron igualmente decisivos. La Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL) construyó la central 5 de Noviembre en 1954. A este hito se sumaron las centrales hidroeléctricas de Guajoyo y Cerrón Grande, la planta térmica de Acajutla y la planta geotérmica de Ahuachapán. El suministro eléctrico estable y a menor costo se convirtió en un factor clave para la competitividad industrial. Paralelamente, la creación de ANDA en 1961 permitió unificar la provisión de agua potable y alcantarillados en la mayor parte del territorio, mientras que la fundación de ANTEL en 1963 transformó las telecomunicaciones al pasar de menos de 10 000 líneas telefónicas a más de 70 000 en apenas 16 años.

    La infraestructura portuaria y aeroportuaria no quedó atrás. La creación de CEPA en 1952 y la construcción sucesiva de muelles en Acajutla ampliaron la capacidad de comercio exterior. Para 1980, la inauguración del aeropuerto internacional en Comalapa cerraba una etapa de expansión que había dotado al país de la base logística necesaria para consolidar su industria. La evidencia histórica es contundente: cuando el Estado invierte en infraestructura y crea condiciones para el establecimiento de polos industriales, la inversión privada responde, se generan economías de escala, se multiplican los empleos y se fortalece la capacidad productiva.

    El presente obliga a recuperar esa visión. Hoy El Salvador enfrenta déficits estructurales en inversión pública y privada, una productividad estancada y oportunidades laborales insuficientes. Incentivos fiscales o financieros pueden ser útiles, pero carecen de efecto si no existen entornos industriales modernos, servicios confiables y redes de transporte competitivas. Las zonas industriales concentran servicios, reducen costos de operación, fomentan encadenamientos productivos y ofrecen certeza jurídica para nuevas inversiones. La modernización de carreteras, puertos y aeropuertos es indispensable en un contexto regional en el que países vecinos avanzan agresivamente en mejorar su logística. A ello debe sumarse la ampliación de redes de energía renovable, agua potable y conectividad digital, condiciones esenciales para integrar a las micro y pequeñas empresas en cadenas de valor nacionales e internacionales.

    El Salvador ya demostró que puede articular un proyecto industrial sólido si combina planificación estratégica, inversión pública y alianzas con el sector privado. Retomar esa ruta no significa nostalgia, sino pragmatismo.

     

    *William Pleites es director de FLACSO El Salvador

  • Las mulas financieras

    Las mulas financieras

    En el escenario actual de la criminalidad económica en El Salvador, el fenómeno de las llamadas mulas financieras ha dejado de ser un asunto marginal para convertirse en un eje central de la discusión penal y social. Quienes prestan sus cuentas bancarias, ya sea por necesidad, descuido o codicia, se transforman en engranajes indispensables para la ejecución de delitos como el hurto informático, la estafa digital y, de manera ineludible, el lavado de dinero y de activos.

    Ahora bien, conviene precisar que el hurto informático constituye una modalidad novedosa del apoderamiento ilícito en la cual el sujeto activo no sustrae físicamente el bien, sino que engaña y manipula a otras personas para que presten sus cuentas bancarias para desviar fondos hacia su propio beneficio o el de terceros. En este sentido, el artículo 10 de la Ley Especial contra los Delitos Informáticos y Conexos sanciona con penas de dos a cinco años a quienes manipulen sistemas para obtener ventajas indebidas, aumentando la sanción a cinco a ocho años cuando la conducta recae sobre instituciones bancarias o financieras. De ahí que cada transacción irregular ejecutada por medio de una cuenta bancaria prestada pueda constituir una modalidad agravada de hurto informático.

    Todo ello afecta directamente la confianza del sistema financiero. Asimismo, la estafa digital merece atención particular. Conforme a la misma ley, se considera estafa aquella acción en que, valiéndose de artificios electrónicos o digitales, se induce a error a una persona para que disponga de su patrimonio en beneficio de otro. En consecuencia, las víctimas, seducidas por promesas de empleo, créditos o inversiones ficticias, transfieren dinero que, posteriormente, es canalizado a cuentas de mulas financieras. De esta forma, el prestador de la cuenta no es un mero observador, sino que se convierte en un intermediario esencial para consumar la apropiación ilícita.

    No obstante, los delitos no se agotan en el hurto o la estafa. Por el contrario, los fondos obtenidos ilícitamente necesitan un proceso de blanqueo para ingresar al sistema formal. Aquí se vincula directamente la Ley contra el Lavado de Dinero y de Activos, que sanciona con penas severas a quienes, por sí mismos o por interpuesta persona, introduzcan, conviertan, transfieran, oculten o encubran bienes provenientes de actividades ilícitas. Las mulas financieras encajan en esta tipología, puesto que, al recibir en sus cuentas los fondos estafados, contribuyen a dar apariencia de legalidad a recursos ilícitos.

    En otras palabras, son eslabones indispensables para la fase de colocación y estratificación que caracteriza el proceso de lavado de activos. De manera ejemplificativa, puede señalarse que los estafadores internacionales que operan desde plataformas digitales no podrían concretar sus ilícitos sin la participación de operadores locales que faciliten cuentas para el ingreso y la dispersión de fondos. Así, las mulas financieras se convierten en la interfaz entre el fraude digital y el sistema bancario formal. Por lo tanto, se vuelven un blanco para investigar por delitos informáticos.

    En este punto, resulta oportuno retomar las declaraciones del Fiscal General de la República, Rodolfo Delgado, quien ha advertido que las personas que prestaron sus cuentas no deben considerarse víctimas ingenuas, sino cómplices activos de organizaciones criminales. Por esa razón, se ha otorgado un plazo hasta el 30 de septiembre para que comparezcan voluntariamente ante la Fiscalía. Este ultimátum reviste relevancia no solo como política criminal, sino también como una medida de oportunidad para identificar los que fueron engañados y llegar así al núcleo de los cabecillas.

    De manera, que el papel de las denominadas mulas financieras debe ser analizado con el rigor jurídico que exige la protección del orden económico, pero también con la sensibilidad social que demanda una sociedad marcada por la desigualdad, la necesidad y, en muchos casos, la falta de oportunidades. No cabe duda de que estas personas se encuentran en el punto de convergencia de delitos graves como el hurto informático y la estafa informática (art. 10 y 14 de la Ley Especial contra los Delitos Informáticos y Conexos), y el lavado de dinero y de activos, cerrando así el círculo de la criminalidad económica contemporánea.

    En este punto, el derecho no puede confundirse en su misión: criminalizar al débil equivale a oscurecer el verdadero objetivo de la justicia, que es desmantelar las estructuras delictivas y proteger a la sociedad. El ultimátum fijado por la Fiscalía, que exige la comparecencia voluntaria antes del 30 de septiembre, debe interpretarse en clave de prudencia procesal: es, a la vez, un llamado a la responsabilidad ciudadana y una invitación a la transparencia. La cooperación voluntaria, lejos de ser una admisión de culpabilidad, puede convertirse en la llave maestra para reivindicar la dignidad de quienes fueron utilizados como instrumentos del fraude y, al mismo tiempo, en un mecanismo eficaz para la desarticulación de redes delictivas transnacionales.

    Por ello, la justicia salvadoreña se enfrenta a un reto sofístico: mantener la firmeza sin perder la humanidad; castigar al culpable sin herir al inocente; perseguir al delincuente sin arrastrar a la víctima. En efecto, la necesidad y la ingenuidad pueden explicar la participación involuntaria; la colaboración voluntaria puede reivindicar a quienes fueron víctimas; y solo una justicia capaz de distinguir entre quienes engañaron y quienes fueron engañados será digna de ese nombre.

    En definitiva, el mensaje debe ser diplomático pero categórico: la ley debe actuar como espada frente al dolo, pero como escudo frente a la vulnerabilidad. Así, El Salvador no solo mostrará su compromiso con el combate a la criminalidad económica, sino también con los valores más elevados de un Estado de Derecho: la proporcionalidad, la equidad y, sobre todo, la humanidad.

  • El Alzheimer

    El Alzheimer

    Recuerdo aquel día, me decía Julia, en que de repente aparecí en Multiplaza sin saber cómo había llegado. La confusión y el terror que sentí fue atroz. Fue el miedo a perder mi independencia, mi dignidad, mi humanidad.

    Julia es una mujer de 74 años, viviendo sola desde hace más de 15 años. Mujer independiente durante todos estos años. Desde hace un año comenzó a notar que olvidaba dónde guardaba las cosas, y sus hijos empezaron a notar que repetía preguntas varias veces al día. Luego se le comenzó a dificultar el manejo de su dinero, y tareas como cocinar se volvieron un infierno. Algo estaba pasando dentro de su cerebro que no podía concebir.

    Estos síntomas narrados por Julia reflejan los primeros signos del Alzheimer temprano: la pérdida de memoria que interfiere con la vida diaria; la confusión en lugares familiares; el olvido frecuente de objetos y la repetición de preguntas; dificultades para manejar finanzas y realizar tareas cotidianas; y el impacto emocional de la desorientación y el miedo a perder la propia autonomía. Es necesario que, ante estos cambios, se busque orientación médica cuanto antes, pues existen formas de diagnosticar y apoyar a las personas que inician este proceso.

    Dos de cada tres pacientes con Alzheimer son mujeres en los Estados Unidos, donde aproximadamente el 11% de personas mayores de 65 años la padecen. En El Salvador, por supuesto que el MINSAL no tiene ni la más mínima idea de la magnitud del problema o no lo reportan, pero medios locales y asociaciones hablan de aproximadamente 69 mil personas con Alzheimer en El Salvador en 2024.

    ¿Qué es el Alzheimer?

    El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa progresiva y la causa más común de demencia en adultos mayores. Se caracteriza por la destrucción gradual de las células cerebrales, lo que lleva a un deterioro de la memoria, el pensamiento, el lenguaje, el comportamiento y, finalmente, la capacidad para realizar actividades cotidianas. La enfermedad avanza lentamente, comenzando con olvidos leves y desorientación, hasta una pérdida severa de la memoria, la autonomía y la función física. El Alzheimer produce acumulación de placas amiloides y ovillos neurofibrilares en el cerebro, que dañan y matan las neuronas. No es una parte normal del envejecimiento, aunque la edad avanzada es el principal factor de riesgo. Es incurable y terminal, con una duración media de 8 a 10 años tras el diagnóstico, aunque puede variar según la persona. Además de la memoria, afecta funciones como la orientación, el juicio, la habilidad para planificar y ejecutar tareas, y finalmente la capacidad para valerse por sí mismo.

    ¿Cómo se diagnostica?

    El diagnóstico comienza con la observación de síntomas tempranos. En el caso de Julia, fue ella misma quien comenzó a sospechar que algo anormal ocurría en su cerebro, por lo que acudió a una evaluación clínica.

    Esta evaluación incluye una entrevista médica detallada con el paciente y una persona cercana para documentar el historial de síntomas, cambios en el comportamiento y dificultades en las actividades cotidianas. Se realizan pruebas neuropsicológicas que valoran la memoria, atención, lenguaje, razonamiento y habilidades espaciales.

    Posteriormente, se llevan a cabo pruebas complementarias, que consisten en exámenes de sangre y orina para descartar otras causas de deterioro como deficiencias, infecciones o desbalances hormonales. También se realizan estudios de imágenes cerebrales, como resonancia magnética, tomografía computarizada o tomografía por emisión de positrones (PET), para observar cambios estructurales en el cerebro y descartar otras patologías.

    Finalmente, cuando está disponible, se analizan biomarcadores en el líquido cefalorraquídeo o en sangre para detectar la presencia de proteínas asociadas al Alzheimer, como la beta amiloide y la proteína tau.

    Este enfoque multidisciplinario permite un diagnóstico más certero y temprano de la enfermedad, facilitando la planificación y el inicio de tratamientos adecuados.

    ¿En qué consiste el tratamiento?

    El tratamiento de la enfermedad de Alzheimer se enfoca en aliviar los síntomas, ralentizar su progresión y mejorar la calidad de vida de la persona afectada y sus cuidadores. Los principales medicamentos para aliviar los síntomas son los inhibidores de la colinesterasa (donepezilo, galantamina, rivastigmina); pero últimamente, se están utilizando otro tipo de medicamento para ralentizar el deterioro cognitivo y funcional. Lecanemab (Leqembi) y donanemab (Kisunla) son anticuerpos monoclonales aprobados recientemente para Alzheimer temprano. Actúan eliminando las placas beta-amiloides del cerebro. Además de medicamentos, el tratamiento incluye terapias no farmacológicas: ejercicios cognitivos, manejo conductual, apoyo psicológico y educación para cuidadores. No tiene cura, pero hay esperanzas en el retraso de su progreso y perdida de la independencia.

    * El Dr. Alfonso Rosales es epidemiólogo y consultor internacional.